Esta
oleada de calor, me hace recordar los veranos cálidos que iban de junio a
septiembre. En esa mirada al pasado, viene a mi memoria la señora Baudilia
Collazos quien fuera la emprendedora en la mitad del siglo XIX de la famosa
venta de helados raspados y, que aún en este siglo XXI se bautizaron para
siempre como los “helados de Baudilia”. Pero, sin conocí a su hija Zoraida
Alvarado de Lemos, quien continuó con el negocio de la venta de helados de
paila, que siguen siendo del gusto de payaneses, patojos y fuereños que los
buscan en varios sitios de la ciudad para saciar la sed que es un anhelo que
nunca se apaga, una necesidad insaciable de ser saciada. Desde
luego, los helados nunca serán los mismos de
aquellas calendas. Porque la historia oral cuenta que, por allá en los años 1940,
cuando no existían congeladores ni tampoco las fábricas de hielo, había que
atravesar la difícil cordillera para transportar a lomo de mula o de bueyes las
marquetas de hielo cubiertas de aserrín y sal para evitar su descongelamiento desde
las faldas del Volcán Puracé. Era pues, toda una proeza el transporte del
hielo. Una vez recibidas en Popayán por las prodigiosas manos de doña Baudilia,
dueña de la tradicional receta, fórmula o procedimiento de trituración en paila
de cobre, era convertida gracias al frío del hielo, en picadillo a base mora de
castilla, guanábana, lulo, piña, transformándose en helados revueltos en paila
de cobre, comúnmente conocidos como el salpicón de Baudilia. Estos helados
únicos en todo el país siguen deleitando a los payaneses y a las personas de
buen paladar.
En el céntrico lugar, de la esquina de la carrera quinta con calle
cuarta, estaba ubicado el establecimiento comercial donde se expendía esa
delicia tan auténtica y típica de Popayán. Allí se dieron cita durante más de 60
años familias y personas para tertuliar bajo los efectos de ese inconfundible
refresco. Era tan frío, pero tan frío ese granizado, que del paladar pasaba al
dolor de cabeza y de allí, hasta donde la espalda pierde su lindo nombre.
Ahora, Baudilia ya no está ni su heredera hija tan poco, quien un
día tomó la decisión de no continuar fabricando estas delicias, que, para ella
y los habitantes de la ciudad, eran algo tan tradicional como las mismas empanadas
y los tamales de pipián. Para la época de Baudilia y su hija Zoraida era no
solamente un lugar para deleitar el paladar, sino un elegante espacio para celebraciones,
primeras comuniones, cumpleaños y otras galas de carácter familiar que
escribieron páginas importantes en la vida social de Popayán.
Ahora Baudilia ya no está. Hace mucho tiempo partió a la eternidad
y su hija Zoraida cogió el mismo camino. Tampoco el centro social existe por
eso, en estos tiempos, solo nos queda saborear la nostalgia, porque como los
refrescos de Baudilia nunca habrá otros. Patojo que se respete o visitantes de
la ciudad que disfrutaron de esas delicias del sin igual salpicón, acompañado
de las colaciones o diminutas “paspitas” solamente les quedó gravado el sabor
en la memoria y en sus papilas degustativas. Esos impulsos sensoriales enamoraban
a los conocedores de los sabores de la hermosa ciudad de los campanarios y sus
costumbres. Lástima grande, la Heladería de Baudilia y, el Café Alcázar, como
puntos de encuentro ya no están para los payaneses, con lo cual se cierra otro capítulo
en la vida de Popayán.
Civilidad: La vida moderna,
con sus rápidos cambios y avances tecnológicos, erosiona las costumbres y
tradiciones arraigadas de Popayán. Si bien es cierto la globalización y la
influencia de otras culturas pueden llevar a la extinción de las prácticas
tradicionales, no deben escatimarse esfuerzos para preservar y adaptar esas
tradiciones a los tiempos actuales.
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