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sábado, 30 de octubre de 2021

Mirando al pasado



Como siempre escribo sobre las vejeces de mi Popayán, hoy desentierro este recuerdo a mis lectores. La iglesia catedralicia dedicada a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, fue construida sobre la calle quinta, antiguamente conocida como la calle de las catedrales porque las iglesias ubicadas sobre esta calle, algún día sirvieron como catedrales provisionales. Cuentan los historiadores, que fue la primera edificación y que, alrededor de ella, se levantaron 12 casas, siendo así como nació “Popayán, la ciudad blanca y culta de Colombia”. Su estilo neoclásico y gran parte de su edificación fue restaurada a raíz del terremoto de 1983, incluida la gran cúpula de 40 metros de altura.

Entrando a considerar lo que significa la Torre provista de la voz excelsa de sus bronces y el acompasado martilleo de su vetusto reloj, estimaremos que sus campanas son una verdadera reliquia que data de mediados del siglo XVI.  De allí que, las campanas son parte de una estructura, patrimonio de la Catedral y que su repicar, es una insignia de nuestra fe y la caracterización de que somos un pueblo cristiano.

El historiador Diego Castrillón Arboleda, narra que la campana de San Francisco, por ser la más grande -mide 1,70 metros de altura y pesa 3,5 toneladas, aproximadamente- sus repiques se escuchaban hasta en las zonas rurales de Popayán, unos 20 kilómetros a la redonda.

Hace mucho tiempo, silenciaron las campanas, por lo que nos preguntamos cual es la razón, realmente valedera, que justifique su mudez. No sabemos cuáles serían los motivos que tuvo la iglesia católica; pero he encontrado algunos, aunque no sean muy convincentes, para haberlas silenciado.  

Las últimas dos veces que sonaron las campanas de Popayán fue en señal de duelo. En 1943 lo hicieron durante el sepelio del poeta Guillermo Valencia. Cuarenta años después, volvieron a sonar por los más de 300 muertos que dejó el terremoto del Jueves Santo de 1983.

Se cree que el silencio obedeció a una beligerante campaña en su contra, incluida la campana de San Francisco, la segunda más grande del mundo. Y que, uno de los motivos de su silenciamiento, se debió a que los repiques entristecían a las gentes y, porque recordaban el dominio de los curas y religiosos, impidiendo que la ciudad progresara, pues las campanas de La Ermita, Santo Domingo y La Catedral doblaban cuando había un muerto.

¡Hace falta el tañido! Las campanas de las iglesias crearon gran interés y fuertes expectativas, pues eran un medio público de rápida comunicación.  En tiempos idos, el toque lento, era el tañido fúnebre, invitando a la misa de alguien que partía al infinito. Importante, porque nos recordaba que algún día, también doblarían por nosotros. El triple tañido, nos enteraba de una buena noticia, señalando alegría; como también fueron útiles avisando en caso de alguna emergencia, de la que no estamos exentos, y que requería de la atención y participación de las gentes.

Entonces, si no volvimos a escuchar el lenguaje de las campanas por evitar el ruido, para conservar el medio ambiente, digamos que su repicar no era contaminante; lo, es más, una quema de pólvora en víspera de fiesta religiosa o popular. Ojalá más tarde que nunca, volvamos a escuchar esos toques, sin que tengamos que preguntar por quién doblan las campanas. Esperamos pronto ese día, que estén listas para echarlas al viento, anunciando que ya no hay más violencia, que ya no hay más paros y que la Paz llegó porque de verdad, la necesitamos. 

Civilidad: Añorar los repiques de campanas y el olor a incienso porque pertenecen a la imagen de la ciudad.


 

sábado, 23 de octubre de 2021

¡Ya no hay por donde!


 

Estamos atorados. Hay días en que son terriblemente insoportables en Popayán. Y todo por la cantidad de vehículos rodantes que hacen fastidiosas las calles y avenidas. Los trancones tienen enloquecido a más de uno. Los vehículos se han multiplicado por tres o por cuatro. La ciudad no estaba preparada para ocuparse de tantos vehículos y, a diario, pierde muchos recursos, al tiempo, que asume la carga de los trancones, la accidentalidad y el deterioro de las vías. Aunque las obras viales, están quedando muy bien, tampoco es que solucionen el problema. No importa cuánta infraestructura se haga, porque no le hace ni cosquillas al embotellamiento. Desentonan los insensatos conductores parqueando a lado y lado de las calles; buses, busetas y taxis que se estacionan en cualquier sitio para subir o bajar pasajeros.

La solución es declararle la guerra al carro. El problema es que para que esa batalla se gane, será necesario tener un excelente sistema de transporte público y un eficiente secretario de Tránsito; lastimosamente Popayán, carece de ambos. El remedo de sistema de transporte público que tenemos, es pésimo. Por las calles circula el mismo parque automotor, viejo, sucio, destartalado que, como cafeteras ambulantes contaminan el ambiente. Además del mal servicio, ruedan con licencias -técnico mecánica- ilegalmente obtenidas. Sumado a lo anterior, causa vergüenza ajena que particulares, por unas monedas, trapo rojo en mano, hagan de controladores de tráfico.   

Así que una buena autoridad de tránsito, debería abandonar las medidas tibias como el pico y placa, adoptando: la peatonalización, carriles exclusivos para busetas y taxis, hasta cobros por congestión. Hoy por hoy, es casi imposible entrar o salir del centro en carro. Expertos en el tema argumentan que la solución definitiva, es acabar con el carro. Declararle la guerra al carro, significa subirle los impuestos, especialmente a los de placas de otras ciudades; pues, por cada diez vehículos que ruedan en las angostas calles de Popayán, siete están matriculados en otras ciudades.  Hay días terribles en que la movilidad colapsa por causa de: atascos, aumento del parque automotor, semáforos mal sincronizados y, carencia de vías para desembotellar la ciudad. Desde luego, son problemas heredados ¡Innegable también!

Entonces, convendría una económica campaña para desmotivar el uso del carro en ciertas zonas, impidiendo circular por el centro histórico y, hasta elevar el precio de los parqueaderos. La ciudad ya no soporta los trancones, pitos y, accidentes. Para evitarlo, toca apretar, mano dura para hacer que la ciudad se mueva más, pero usando menos el carro. Usar más el cuerpo, emplear más la bicicleta, utilizar la red de ciclo-rutas, desde luego, mejorando el transporte público. Porque, en ciertos momentos, los 30 minutos de recorrido que podría haber entre algunos puntos de Popayán, se convierten en hora y media de desplazamiento, recorriendo 15.5 kilómetros entre el centro y las goteras de la ciudad, avanzando a 5 km por hora.

¡Ya no hay por dónde! Porque, como “Pedro por su casa”, camiones de alto tonelaje, circulan por el centro histórico; taxis en zig, zag, o en reversa; además, vehículos particulares en horas pico, violan todas las normas. Tedioso, trancones por doquier. En fin, es un cúmulo violatorio de leyes de tránsito vehicular que afectan la calidad de vida. La ciudadanía abriga la esperanza de que el alcalde Juan Carlos López, paralelamente al desarrollo de las obras viales, las haga cumplir.    

Civilidad: Una ciudad se juzga por la capacidad de una oferta de calidad, eficiente y segura para la movilidad de los ciudadanos. 

 

 

 

   

 

 

sábado, 16 de octubre de 2021

Apodos o sobrenombres en Popayán

 

En la ciudad moderna, tanto los valores como los apodos se perdieron. Cuando sabíamos vivir, en mi Pam-payán, más que ahora, a las personas se las llamaba más que por el nombre propio de cada uno, por un sobrenombre, que se ponían unos a otros. En mi olvidado pueblo, se hacía gala de la chispa patoja y del buen humor. Había ingenio para ponerlos y, buen humor para aceptarlos.

Algunas personas podrían entrar en cólera; pero nunca se supo que hubiera corrido sangre por un mote malintencionado. Los sobrenombres o alias, se relacionaban con algún rasgo de la persona. Podía ser positivo o negativo, dependiendo del tono en que se dijeran, interpretando afecto o burla.  Hoy, a duras penas, simplifican el nombre; así que a Francisco lo llaman “Pacho” a Enrique “Kike” a Antonio “Toño” y a Pedro “Pepe o Perucho”.

Con este escrito pretendo visibilizar esa parte desconocida de mi amada ciudad, en que las familias ostentaban -con orgullo y honor- un apodo, considerado un patrimonio heredado. Tema sobre el cual, poco se ha escrito. De allí que, en un entrañable paseo por el pasado, vale la pena dejarlo consignado para las generaciones futuras. La lista es larga, de tal modo que, evocando el pasado, exploremos una pequeña pincelada:

Empiezo por los apodos de familias que no recuerdo sus apellidos: Los pandeleches, Pan crudo.

Alacrán: Médico famoso, pero malgeniado.

Achichuy : Bermudez

Alicate: Dueño de la Viña, (apodo heredado a su hijo Alirio López)

Autogol: Porque lo hicieron Asin querer.

Agüita de Coco: Carrillo, por su calva, quien trajo la primera guitarra eléctrica a Popayán.

Batallón: Los Bonilla

Biombo: Solo servía de estorbo a la familia.

Bombero: Borracho cansón que apagaba cualquier fiesta, por prendida que estuviera.

Bombillo flojo: Tenía un "tic" en los ojos que lo hacía parpadear.

Búho: Porque solo salía de noche

Care buque: Mosquera

Care-choclo: Por su cara con acné.

Care-reloj: Ramírez, conductor de la licorera.

Care- jigra: Por su cara arrugada.

Care-tigre: Guardián de la antigua “cárcel del proceso” con vitíligo

Care-tu mama: Un decir del apreciado ingeniero agrónomo Paz.

Care- moneda: Por su cara redonda.

Care-pellizco: Por su nariz y boca fruncidas.

Care-puño: Porque tener la nariz achatada. 

Carisucios: Los Medina

Carpa de circo: la clavaban en cualquier parte

Cárcel: Porque no tiene barros sino "barrotes"

Carramplón: Collazos

Calzoncillos: Hermanos que andaban siempre juntos

Casquifloja: Mujer fácil.

Comidota:  Tragaldabas (tragón)

Chorro de humo: Fumador empedernido.

Escalera: Próculo González, fundador del bailadero “El Bambú”.

Estribo: Solo metía la pata.

El pollo López: Padre del actual alcalde de Popayán, quien heredó el sobrenombre.

Espanta la virgen: Por feo

El ovejo: Fernando I. C.

El mocho: Isacc Valverde

El matador: Jairo Navia

El panadero: Collazos

El ñato: José Bolívar Muñoz

El pichoso Humberto

El ronco: López

El Timbiano: Mario A. Vidal

Fiambre: Comidilla de todos los paseos.

El jetón: Luis Bermúdez

Jeta de colada: Zúñiga, por su hablar enredado.

Jueves santo: vigilante del banco del Estado, siempre en corbata.

Garulla: Fotógrafo bullanguero

La machaca: Una mujer ardiente.

Las cagadas: La embarraban en todas partes.

Las bastantes: una numerosa familia, las Bastidas.

Las fieras: Las Guevaras

Las Gatas: Las Guevaras

Lengua de vaca: Marino Arboleda

Los calagüingos: Alegrías

Los cocorotes: Idrobos

Maní: Juan Carlos Bolaños

Matapalos: Negret Velasco 

Mejoral: Porque se creía que servía para todo.

Milloncito: No hablaba sino de dinero.

Mariposa: Copera de bar que volaba de mesa en mesa.

Mueble fino: Viejo y bien acabado.

Morrocoy: Solo salía de noche, o porque con él, siempre se perdía.

Niño Sano: Conductor camionero obeso.

Oblea: Dama grande o alta.

Orinal: Por tener salida la mandíbula inferior.

Panelita: No por dulce, sino por la boca cuadrada.

Papaya verde: porque la tocan, pero nadie se la come.

Pambazo: Rafael García compañero de pupitre en la escuela.

Polo norte: Estudiante, con todo bajo cero.

Picuechucha: Muñoz

Ringlete: Porque no hace sino voltear.

Rendija: Por tener la mirada como cuando se mira por el ojo de una llave antigua

Ratón de Iglesia: Gerardo Delgado, andaba de iglesia en iglesia

Saco: Carlos Hidalgo

Sal de frutas: Se sulfuraba con facilidad.

San Andresito: Por la cantidad y variedad de collares, cadenas, pulseras y anillos que se ponía.

Seis y cinco: Por un tic, inclinando la cabeza sobre el hombro izquierdo.

Sobrado de tigre: Le faltaba un brazo.

Sol: Sinvergüenza se iba al atardecer y regresaba con la salida del sol

Submarino: Más bruto que su hermano Marino.

Supermercado: Por tener toda clase de granos.

Tonelada: El gordo Muñoz.

Torre de Pisa: Solterona que siempre tuvo inclinación, pero nunca cayó.

Trofeo: Por orejón.

Trombón: Ingeniero conservador de prestigio político.

Trompe- buque: Por lo jetón

Ventarrón: Empresario de apellido Mosquera

Visitica: Porque preciso, llegaba a la hora de las comidas.

Kumis: Basquetbolista por la blancura de su piel.

Como dije arriba, según parece, ésta es otra costumbre tradicional que se ha perdido con el tiempo. Es una parte pequeña de Popayán, de un individuo o de una familia, que pasará a ser Historia con mayúscula.

Civilidad: ¡Hasta cuando! Con tapabocas como autómatas, caminaremos sin mirar siquiera a aquellos con quienes nos cruzamos.

 

 

sábado, 9 de octubre de 2021

La corrupción dejó de ser inmoral

 


Vuelve y juega. De nuevo aparece y, con más fuerza la cantaleta de campaña electoral, prometiendo acabar la maldita corrupción. Histórico, casi medio centenar de colombianos se suben al bus de las pre candidaturas presidenciales, soñando despiertos, afirmando que tienen soluciones para los angustiantes y múltiples problemas del país.   

 

Están encendidas las alertas, porque no se ven los resultados, al contrario, siguen siendo débiles frente a la dimensión que ha alcanzado ese fenómeno. Se aviva con distintas almendras, con resbalones verbales como: “Por la restauración moral, a la carga”; “reduciré la corrupción a sus justas proporciones”; “El que la hace la paga”. Pero como siempre ocurre con la mayoría de los políticos, pura palabrería que suscita desconfianza justificada por la alta probabilidad de que, una vez pase el proceso electoral se conviertan en los mismos embustes demagógicos. En concreto, la corrupción es la misma de siempre, solo que ahora hay más recursos.

La lucha contra esa plaga, no es por un puñado de monedas y, requiere que no haya hipocresía moral en la sociedad. No hay día, que no padezca los efectos de esta realidad multifacética. Es un fenómeno complejo, difícil de erradicar, que transmuta y que se reinventa diariamente. La corrupción –privada y pública– es un tema cotidiano. Valerse de los cargos públicos para enriquecerse dejó de ser inmoral.  

La Contraloría General de la Nación ha dicho que el flagelo de la corrupción le cuesta al país 50 billones de pesos al año; que el saqueo diario es de casi un billón de pesos por semana. 50 billones de pesos, que servirían para cubrir varias reformas tributarias. De allí que, no es una bicoca lo que los corruptos se embolsillan.

Dolores de Cospedal, en un perfecto compendio de la filosofía hobbesiana, ha escrito que la sociedad es tan corrupta como los partidos políticos, dado que el mal está arraigado en cada individuo. Según Dolores de Cospedal, la corrupción es «patrimonio de todos» ya que «si en una sociedad se realizan conductas irregulares, se realizan en todos los ámbitos».

Y es cierto, todos somos proclives a ser parte del engranaje de la corrupción como mecanismo para agilizar trámites u obtener beneficios. El “pago facilitador” es el modus vivendi, que permite a las empresas públicas y privadas realizarlos como un tributo autoimpuesto, por y para el mismo ciudadano, facilitando que al final, los trámites sean más caros, pero realizables.  La corrupción política genera ruido, ante la incapacidad del Estado, pero no más. Tratan de combatirla con saliva y regulaciones jurídicas, pero, “norma dictada, trampa inventada”. Los ciudadanos tienen una gran incidencia en la corrupción que perjudica a la inmensa colectividad. Navegamos en un mar de legislación, con un centímetro de aplicabilidad.

La corrupción es costosa, por eso, como las escaleras, hay que barrerlas de arriba hacia abajo.  Está comprobado que la mayor cantidad de actos de corrupción, se concentran en el contacto con las altas esferas del poder. El sinfín de impuestos causa indignación, porque proviene del hecho de que hay una clase social que fija los impuestos, y otra que los paga.  De allí surge todo tipo de acciones que no son parte del ADN de los colombianos, pero se aprenden.

El flagelo persiste porque vive en un detestable contubernio con el sistema electoral. Ahora, se abre la compuerta a una sucia corriente de la “corrupción legal” con el escándalo de la “pandora papers” llegando al pico más alto.  De donde es fácil concluir por qué, han fracasado, tanto en el campo judicial como en el de los partidos y el sistema electoral, los intentos para combatir el azote de la corrupción. Los poderosos eluden la ley cuando quieren, y lo hacen sin recibir castigo porque no hay juez que no pueda comprarse con dinero. Recordemos que la consulta anticorrupción de hace dos años desembocó en una frustración que se acentuó por la falta de ánimo del Congreso.

Vale la pena subrayar que no todo está perdido. Llegará la oportunidad de hacer una cirugía de fondo. Es un gran reto la elección del nuevo presidente. Que ojalá, sin miedo cumpla con el deber de hacer justicia y castigar a quienes desvían un centavo de los recursos del Estado. Que designen a verdaderos patriotas que lleguen a servir a la patria y, no servirse de ellos para cometer los actos más repugnantes como es el de aprovecharse de los “recursos públicos que son sagrados”.

 Civilidad: ¿Cuál de los 43 precandidatos tiene la personalidad firme para darle un norte a este descarrilado país?

sábado, 2 de octubre de 2021

El bolero


 

En mi gusto bolerístico, hay nostalgia por aquel tiempo que estuvo a salvo de los desatinos de la televisión, en una edad que había ingenuidad y apasionamiento. En la historia melódica del bolero, que se tocaba en las vitrolas de bares y cantinas fueron escuela de vida y de música.  Dígase lo que se diga, el bolero no morirá jamás mientras exista el amor. En el bolero, en todo momento, predominan la voz y, la letra. El baile en pareja, a ritmo lento siempre fue considerado peligroso. Las abuelas, que se habían iniciado en las danzas, aconsejaban ponerle a la pareja retranca, lo cual consistía, en interponer el codo para impedir los abrazos apretados con palabras que apenas se murmuraban o respiraban. Quienes gozamos de esas joyas musicales en la adolescencia, seguimos conservando el deleite del amacice, saboreando con el oído, tacto y el buen gusto ese género musical, de origen cubano, muy popular en todos los países iberoamericanos.

El primer bolero fue: “Tristezas”, escrito por el cubano José Pepe Sánchez en Santiago de Cuba en 1883. ​​​​Este poema, dio origen formal al género que denominamos «clásico», con el acompañamiento musical de guitarras y percusión. Desde entonces, Cuba fue receptor de esta corriente romántica que modificó la estructura de la antigua danza habanera. Los primeros boleros de autor mexicano, se escribieron en Yucatán, ganándose el corazón de muchas naciones. Y la primera obra de fama nacional fue lograda en 1921 por el maestro Armando Villarreal Lozano, quien escribió la canción titulada “Morenita mía”. Aunque en la partitura su autor no especificó algún género, sin duda, se trataba de un bolero.

Dos factores influyeron para que el bolero cubano saliera de las fronteras de la isla: el disco y la radio. Cuando el bolero nació, no existían ni uno ni la otra, pero poco a poco, se comenzó a dar lo que algunos llamaron la revolución de los medios de comunicación, causada por el gramófono, los discos y la radio.

En su libro “Historia de la música colombiana a través del bolero”, Alfonso de la Espriella asegura que Daniel Lemaitre Tono, su abuelo, fue quien compuso el primer bolero colombiano: “Dime niña de ojos verdes”. Sin embargo, otro erudito en el tema, Jaime Rico Salazar, de Anserma (Caldas), el hombre que más sabe del bolero en el mundo, a decir de, Armando Manzanero, sostiene que ese bolero de Lemaitre era al estilo español y que por ningún lado se conoce la partitura original. Entonces, contradice: Rico Salazar reclamando que el primer bolero colombiano fue: “Te amo”, de Jorge Añez A, nacido en Bogotá en 1928 y, que grabó en Nueva York con la voz de Tito Guizar.

Pero, sin equívoco alguno, el bolero es un género de la música popular. Desde siempre, sus cantantes y compositores han tenido un estrecho vínculo con el pueblo y sus tradiciones. En sus inicios “Muchos de estos creadores populares carecían de formación académica, por lo que sus composiciones las transmitían oralmente, en vez de escribirlas, expresando en ellas sus ideales estéticos”: sobre el amor, la mujer o los sentimientos patrióticos. De allí que la música sea una capacidad común a la especie que se incrementa de acuerdo a la cultura en la que el ser humano nace. Luego entonces, la canción popular es un espacio en el que se recopila mucho de la historia, los valores y los rasgos culturales de los diferentes grupos sociales. Es la acción y el efecto de producir sonidos frecuentemente melodiosos que rebasa el límite de la literatura unidos a la melodía en la vieja esencia del pueblo. En esa conjunción de elementos participan como letristas, reconocidos poetas, que, junto a ellos, el pueblo aporta su voz, en su forma de ver la vida, su amor. El mensaje del bolero es eminentemente lingüístico y es transmitido por textos que recrean el amor de una forma muy íntima, personal y vivencial, con un estilo coloquial y sencillo en el que no abundan las metáforas complicadas y rebuscadas, sino que fluye como el murmullo de una confesión de amor

Y es que, el bolero es el más popular de los lenguajes románticos de Hispanoamérica, el más sentimental de sus lenguajes populares, que ha sobrepasado más de un siglo de vida, siempre al servicio del amor desde finales del siglo XIX, (1938) alimentando lo más humano de nosotros: los sentimientos.

En Colombia las grandes voces del bolero se destacan, el Barítono Carlos Julio Ramírez, Nelson Pinedo, vocalista de La Sonora Matancera, Alberto Granados, Coronado Cortés, Régulo Ramírez, Víctor Hugo Ayala, Bob Toledo y Sofronías Martínez “Sofro”, llamado “el Bola de Nieve Colombiano”. Entre las voces femeninas colombianas, están: Helenita Vargas, Esther Forero, Angela, Sarita Herrera, las Hermanitas Pérez, Judy Henríquez, Sophy Martínez y Ligia Mayo.

Civilidad: No le demos nacionalidad al bolero, porque es de todos los que alguna vez lo hemos escuchado solos o acompañados; tristes o dichosos; enamorados o despechados.