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sábado, 30 de abril de 2022

" Ecce Homo"

 



Expresión burlona utilizada para presentar a Jesús ante la muchedumbre enfurecida diciendo: "Ecce Homo", latinajo que traduce 'He aquí el hombre' con la que Poncio Pilato, se desentendió de la decisión popular de crucificarlo.

Se lavó las manos”, permitiendo humillarlo, torturarlo, vilipendiarlo, con las manos atadas, coronándolo de espinas. Hoy no se escuchan literalmente aquellas palabras «aquí tenéis al hombre», pero sí otras, que las suponen, y les conceden deshonra, calumnia y ofensa. Así que, “lavarse las manos”, pasó a la historia como símbolo de conveniencia personal, frase que se repite millones de veces, en el entendido que no se asume responsabilidad por lo que está por suceder. Igual la frase, "el beso de Judas" que encarna traición, símbolo de deslealtad.

Pero, Jesús no sólo fue mártir antes de morir, pues tuvo que cargar con una pesada cruz de madera hasta el lugar llamado Gólgota, donde fue crucificado. De allí la frase que también escuchamos en muchos contextos, cuando la gente, se refiere a esa "carga" que tiene que sobrellevar, usando decir: "esa es mi cruz".

Hoy recapacito sobre estas palabras, porque sin darnos cuenta determinamos qué es humano y qué no. Defendemos causas o criticamos conductas, sin reflexionar antes los motivos por qué lo hacemos. ¿Es humana la pobreza, la eutanasia y el aborto? ¿Es humano el desempleo, la carencia de vivienda, la corrupción galopante? ¿la violencia intrafamiliar? En fin, hablamos y tomamos decisiones, llevados solo por lo que oyen o suena sin fundamento en las redes sociales. Repetimos palabras ya dichas, escuchadas en el ambiente, pero no pensadas en profundidad.

La palabra juzgar, usada en dos sentidos: «Dejemos de juzgarnos mutuamente. Procurad más bien no provocar el tropiezo o la caída del hermano», no pone fin a los juicios mutuos ni conduce a la pasividad. Jesús no invita a cerrar los ojos y dejar que las cosas sigan su curso. Porque después de decirnos que no juzguemos continúa diciendo: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?» Jesús desea que se ayude a los ciegos a que encuentren el camino. Pero denuncia a los guías incapaces. Esos guías son un poco ridículos, pues, según el contexto juzgan y condenan, resultando imposible llevar a otros por buen camino.

“Al que está quieto se deja quieto”, suele ser también otra forma sutil de juzgar.  ¿Significa que no consideramos a los demás como dignos de atención? «No juzgues ni condenes a nadie, pero adviérteles como verdaderos hermanos». «No juzguéis antes de tiempo: esperad a que venga el Señor» (1 Corintios 4,5). San Pablo recomienda la mayor moderación en el juicio. Al mismo tiempo, exhorta con insistencia a preocuparse por los demás: «A los insumisos amonestadlos, a los deprimidos animadlos, a los débiles socorredlos, con todos sed pacientes» (1 Tesalonicenses 5,14).

A medida que avanzamos de generación en generación, notamos la crisis de valores dentro de la sociedad. Los jóvenes perdieron el respeto a sus mayores y valoran temas tan superfluos como la moda, la vanidad, la superioridad, el dinero. Y las conductas llenas de odio, egoísmo, violencia e indiferencia ante el prójimo, son pan de cada día. 

Lo que está sucediendo a ojos vista, es el mundo al revés:  el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies. El desconcierto es total, el mundo está patas arriba.  El espejo de la guerra entre provincias rusas, se refleja en el mundo. Todo ello juega un papel protagónico en la crisis social por la que atraviesa el mundo entero y en especial nuestro país. Colombia no escapa a ese espejo, recorre temas como la demencial violencia, el sistema electoral enrarecido, impunidad, la lucha por el poder, el clima planetario enloquecido, la injusticia, el racismo y el machismo y la miseria en la sociedad contemporánea...

No estoy desfasado, ni vivo en el pasado; al contrario, guardo la ilusión de la paz del mundo, donde no se divida a la sociedad, donde no se impongan ideologías políticas, donde haya respeto a los mayores, justicia sea igualitaria y donde los políticos actúen con vocación de servicio. Al llegar la desesperanza al punto en que ya no alcancen nuestras fuerzas, imploremos al Amo Ecce Homo, único líder capaz de salvarnos, pidiéndole: “Detén ¡Oh Dios benigno! Tu azote poderoso y calma bondadoso tu justa indignación/ Perdónanos y olvida que te hemos ofendido y que hemos afligido tu amante corazón/

Civilidad: En momentos críticos y amenazantes, es conveniente acercarnos a Dios.

 

 

sábado, 23 de abril de 2022

Amo a Popayán

 

Con amorosa deleitación escribo rindiendo homenaje a la “Ciudad ilustre entre las ciudades de Colombia”. A mi bruñida patria chica, la que ofrece amor del espíritu y perduración de su historia. Tras el paso de los siglos, la más egregia ciudad de renovados dolores, de esperanza y de gloria fenecidas. Benditas las palabras con que canto el nombre de mi amada ciudad.  Cada vez que la veo así, aviva mi memoria su pasado glorioso y enciende la llama del amor verdadero. Pese a su añoso tiempo y al tiempo distinto que pasó, de nuevo la he visto inevitablemente hermosa. Su amor al omnipotente es inseparable de la historia, conmemora y alimenta la fe en la ciudad donde vivimos. Pues, no existe la felicidad sin amor. Si no pensamos así, es mejor buscar otro lugar donde vivir.

El intenso amor perdura en mí agradeciéndole a la ciudad, el altísimo honor de haber nacido, crecido y estudiado en el recinto universitario del Alma Mater. Popayán, enmarcada en un paisaje único, de colores inéditos mezclados con la luz y el limpio de sus paredes.  Bella villa de puertas abiertas, donde es frecuente y común para quienes vivimos en esta parte del país, saludar y despedirnos con cierta particularidad. Entre el símbolo blanco reluciente de sus muros de barro, volvimos a repetir aquellas convenciones de uso: “Cuándo llegaste, cuándo te vas”. En este filial propósito de gratitud, sólo hago justicia a un probado merecimiento de la ciudad adalid del catolicismo, porque, “solo mostrando lo que fuimos y lo que somos se podrá prever lo que seremos; sabiendo de dónde venimos sabremos hacia donde vamos”.

En esta ciudad de todos los colombianos, feliz me siento al poder disfrutar de los recuerdos de Popayán, porque me hace vivir dos veces. En el otoño de mi vida los recuerdos son mi mayor riqueza. Atrás quedó el lúdico paréntesis del verano. Y es que, antes de tomar mi vuelo, no quisiera dejar tareas pendientes.  Por eso, a mis lectores les propongo, detenerse para admirar la ciudad paso a paso.

¡Ah qué grande es mi Popayán bajo la luz de sus faroles!
¡Y cuán pequeño es a los ojos del recuerdo! Para el amante el olvido es insoportable. La memoria de la ciudad, es lo único que queda ante la inevitabilidad de un desastre. De hecho, el olvido sería la verdadera muerte. Por eso, en mi amoroso propósito, quiero dejarla entre renglones. Vuelvo a la memoria mía, que me trae tristes recuerdos del patrimonio arquitectónico y las costumbres del Popayán perdido. En la cámara oscura del recuerdo, toman un mérito singular, haciendo perdurar su encanto. Quiero con ello, que ningún recuerdo, por insignificante que sea, que no se apague nunca. Para mí, nada tan importante como los recuerdos.

Solo pido a mi memoria que me ayude a recordarla siempre, en el otoño de mi vida ya no puedo consentir que puedan olvidarla. Tu recuerdo es perfume para mi alma. La historia de mi Popayán amado no puede borrarse ni alterarse. Ello sería matarnos a sí mismos. Así dejo asomar mi anhelo utópico de una pretendida inmortalidad que urge hacia atrás en una ilusoria recuperación de la juventud de la Popayán arcaica.

No le temo al otoño de la vida, le temo al olvido. Como otoñólogo, he comenzado a reconocer que ahora los jóvenes son otros. De allí, la obligación biológica de delegar los atributos de mi juventud a mis hijos, nietos y bisnietos a quienes les corresponde ejercer.

Cito a Alexander Pushkin, (1799-1837) quien sostiene: “No siento yo nostalgia de las rosas que marchitó el soplo de la primavera; me conmueven las uvas en las ramas, cuando maduran los racimos en la tierra”. Y también, a Alejo Carpentier, cuando afirma: “Andar una ciudad es desandarla, construirla y volverla a construir, mirarla hasta que ceda sus misterios, hasta percibir sus dimensiones en el tiempo. Todo lo cual desemboca, inevitablemente, en el amor, como necesidad del espíritu que se identifica con su entorno”. 

Finalizo, invitando a practicar la gratitud, tornándonos más optimistas para sentirnos complacidos con la vida, logrando una mayor conexión afectiva con la ciudad, siendo más proclives a evidenciar, lo bueno de lo malo para pronunciar con frecuencia dos palabras: Gracias Popayán.

 Civilidad: Renunciar a la postura individualista frente a la ciudad, en la que algunos creen merecerlo todo por el simple hecho de vivir en ella. 

sábado, 16 de abril de 2022

Paseo por la historia de Popayán

 

Todavía podemos pasearnos por las hidalgas calles de Popayán de hace treinta años, aunque sin entrar al teatro municipal, en donde por esta época exhibían “Los Diez Mandamientos”, película que, en 1957, ganó siete Óscar, con premio por los mejores efectos especiales. En ese entonces, la boleta valía dos pesos.  Época en que no había motos con ruidos estridentes. Los   maricas se contaban en los dedos de las manos y sobraban dedos; ahora los llaman “gais” y pululan. Por aquellos tiempos una carrera en berlina del parque de Caldas a cualquier sitio de Popayán, valía dos pesos; una camisa fina donde Carlos Ramírez, en el almacén Cady, diez pesos, un paquete de cigarrillos Pielroja, veinte centavos y uno de Kool, cincuenta. Se ganaba y se vivía con poco dinero. El raponero no existía, ni los vendedores ambulantes tampoco.  La vida en Popayán no giraba alrededor del dólar. Los comentarios económicos y políticos de la localidad se nutrían, dejando escapar el chisme en las tertulias que se desarrollaban en el café el Comercio y el Café Alcázar, sitios preferidos por comerciantes y ganaderos.

 Por los años sesenta, la gente acudía a escuchar y bailar música grabada a los “bailaderos”; no existían las discotecas, ni menos los moteles.   El pantalón o jeans, como traje de calle tan preferido hoy por las damas nunca se usaba y, las faldas eran irremediablemente largas. Para ir a la Misa las mujeres se cubrían la cabeza con mantillas, velos o pañolón.  No existían los supermercados, solo vendía en ese estilo el almacén “Mil” de Jesús María Perafán. La única clínica particular, era “La Clínica Popayán” del Dr. Guillermo Angulo, ubicada en la carrera 7ª entre calles 7ª y 8ª. La gente de clase popular nacía en el “Pabellón Primo Pardo” (hoy edificio de la Lotería del Cauca).

 Eran épocas en que el deporte del fútbol y el basquetbol apasionaban de verdad. El presidente de la liga de futbol, era el Dr. Luis Ángel Libreros. Entre los equipos, recordamos: Cardenales, equipo Popayán, Ferro Cauca, entre otros.

“El puente de la eternidad”, sobre el rio Cauca, -frente al Seminario- demoraron años en construirlo y, lo culminó el ingeniero Tomás Castrillón como ministro de Obras Públicas. En aquel entonces, se andaba despacio, como si al reloj le pesaran más las manecillas. La vida nocturna era reducida y la ciudad después de salir de cine a las once de la noche, se dormitaba bajo la tranquilidad y el agrado de las ventanas abiertas, sin el ruido afónico de los aires acondicionados, muy escasos en aquellas épocas en las residencias payanesas.

Las costumbres eran bien distintas. Los menores tenían diariamente dos jornadas -mañana y tarde- para estudiar. El número de agentes de la Policía era reducido, y el policía de la esquina era amigo del vecindario.  Se estilaban los “paseos de luna” y los teléfonos eran de cuatro números. No había directorio telefónico, había que llamar a Carlos Talego Ramírez para que informara los números telefónicos. El premio mayor de la Lotería del Cauca pagaba cien mil pesos. En 1961 fue elegido John F. Kennedy presidente de los Estados Unidos, quien enviaba a través del programa “Alianza para el Progreso”, además de dólares para construir escuelas y colegios, cargamentos de latas o cuñetes de leche en polvo y queso para la niñez de escuelas públicas.

 Los costos de ese entonces hoy, suenan risibles. Una botella de whisky valía 40 pesos, una corbata de seda, siete pesos; un par de medias veladas para dama, tres; una panela, treinta centavos; un kilo de arroz, uno con sesenta; de azúcar, noventa centavos y así por el estilo. En anuncios para la venta de una buena casa en barrio residencial, se ofrecía en cincuenta mil pesos.

 Por ese entonces, los rieles del ferrocarril del Pacifico llegaban hasta el barrio Bolívar a la hermosa estación de estilo arquitectónico republicano, influencia del neoclásico europeo. No se conocían los perros calientes ni las hamburguesas, ni las pizzas, pero si los tamales y las empanadas de pipián, aún hoy con prestigio y sabor incomparables.

No existían sucursales bancarias, solo el Banco del Estado y, obviamente el Banco de la República. Y, los mismos dos clubes: El campestre y Club Popayán. Las gentes que querían aparentar una alta condición social no se saludaban de beso. No había buses urbanos, solo “chivas” para paseos cuyos conductores conocían a casi toda su clientela. La “Maracachafa” y otras yerbas, no se habían adentrado a ninguna área de la sociedad y la juventud era igualmente alegre y extrovertida. La música de moda era el bolero y el porro.

Civilidad: Aquí se vivía sabroso y, todavía podemos hacerlo, amando de verdad a Popayán.

 

 

 

sábado, 9 de abril de 2022

De la vieja a la nueva Popayán

 


Antes de opinar sobre la Nueva Popayán, quiero dejar consignados algunos aportes de mis lectores. Me recuerdan ellos, varios temas que quedaron por fuera de mi columna “Del baúl de los recuerdos”. Como la “frescavena” y el famoso “Kresto” que vendía don Julio Orozco en el pequeño local, contiguo a la taquilla del Teatro Popayán.  Desde Barranquilla, Josesito Caicedo me pide que desentierre El Club la Arada en el barrio Belalcázar y el Sol y Sombra atendido por mambo loco, y también el bailadero en las goteras de la ciudad, “El Campin” en Chune, donde ponían la jarra de guarapo a dos pesos. Igual, me recuerdan el almacén de ropa para caballeros llamado” Miguel lo viste”, que, si no pagaba las cuotas, “Miguel lo desviste”, apunte de Carlos Javier Burbano.

Recordemos que allá donde terminaba la ciudad, quedaba: “La última lágrima”, en la antigua avenida de los frondosos eucaliptos (hoy puente deprimido en la Esmeralda). Allí se votaba la última lagrima después de llevar a los muertos al cementerio a puro pulso, porque el carro fúnebre Citroën de propiedad de los Hurtado era un lujo de ricos. Pero, además, allí mismo, además de aguardiente, se degustaba el famoso frito: rellena, asadura y chicharrón.   Claro, eran varios los comederos de frito (lunes y jueves) entre ellos: Manases en la kra 4ª y María en la calle 12 y el de la bruja en el barrio los Hoyos, sin olvidar el de los “Dos brazos”

Seguramente faltan muchos apuntes que con el correr de los años hemos olvidado, pero que con el concurso de buenos amigos lograremos ingresar a las páginas del “baúl de los recuerdos” para que nuestros hijos y nietos conozcan cómo era el viejo Popayán, ese que se nos fue y que hoy añoramos con nostalgia.

Quien no ha repetido o escuchado la frase: “Recordar es volver a vivir”. Muchos la asociamos al romanticismo, a esa maravillosa capacidad que tenemos de retroceder el tiempo en nuestra mente y repasar experiencias pasadas. Aquí trato siempre de ponerle el tono romántico invitando a echar un vistazo en nuestras memorias para revivir momentos. Encuentro en ese romanticismo alegría en los corazones porque son pasajes vividos que hacen devolver el casete de la primorosa juventud. Por eso en mis patojadas, trato de ir más allá de la simple frase.

 

Popayán hoy es distinta, posee arremetidas de modernidad y el ambiente, las costumbres y hábitos cambian permanentemente. Ahora, solo nos queda trabajar por la convivencia y la sana vida entre payaneses, paisas, nariñenses, caleños, bogotanos, chocoanos, cartageneros, todos los connacionales y hasta extranjeros que decidieron quedarse para siempre en la agradable capital del Cauca, cuyo clima y paisaje, no solo eran agradables, sino refrescantes, estabilizadores del ánimo y románticos.

Lástima grande, porque hasta el clima cambió. Llueve a cántaros con un frio que cala los huesos. Y no es por la edad octogenaria; es que, el clima inventado por los poetas quedó en versos.  Pero, a Popayán hay que quererla, vieja, joven, o moderna, y todo los que aquí viven deben sentirse dueños con deberes, derechos y obligaciones.

El viejo Popayán se nos fue y, el Popayán que no volverá, el de los viejos tradicionales y admirables centros educativos de primaria, colegios o escuelas como San Camilo, el Melvin Jones, el Guillermo Valencia, el Gimnasio Camilo Torres, el Gimnasio Simón Bolívar, el Gimnasio Próspero Orozco, la escuelita del Mango en el Barrio Modelo o la del Chorrito de la Pamba, el Champagnat y el Liceo de la Universidad del Cauca con un gran nivel de estudios primarios y secundarios pues se educaba desde kínder y en secundaria de 1° al  6° de bachillerato con probados profesores o Maestros (con mayúscula)  como se les decía antes de la talla de don Jesús María Otero, Albert Hartmann, Luis Antonio Salazar "el Tuso Salazar", Emma Niño de Vernaza, Álvaro Torres, Próspero Orozco, Bolívar Orozco, Adolfo Manzano, Julieta López, Luis Antonio Cobo, los profesores Quiroga, Bonilla, Pimienta, Juan de Dios, el de edufisica Cayo Gerardo Betancourt, el presbítero  Córdoba y el padre Bueno, Antonio José López ( que dibujaba en pergamino los diplomas) y el profesor Pedrito Paz, a quien antes de Google, consultábamos telefónicamente, y claro, mentor y creador de las procesiones chiquitas.

Civilidad: Cuánto tiempo ha pasado del viejo e inolvidable Popayán. Hoy mi amada ciudad nunca está satisfecha consigo mismo, y está continuamente destruyéndose.

 

domingo, 3 de abril de 2022

Del baúl de los recuerdos

 



Antes del 31 de marzo de 1983, cuando Popayán respiraba poesía, paisaje, buenos modales y sanas costumbres, nuestra Semana Santa era profundamente religiosa y sencilla.  Fundada en tradiciones de siglos, que esperamos volver a vivirla este año, con profundo respeto y devoción. Los asistentes a las procesiones, volverán a comer "maní fresquito y tostadito".  Guardando silencio sepulcral mientras sacamos del baúl de los recuerdos aquellos tiempos, cuando comíamos las genuinas empanadas y los deliciosos tamales de pipián, que resbalábamos con aloja, champús, o gaseosa “La Reina”.

Hace 39 años, nos bañábamos con jabón de la tierra; nos sobábamos con estropajo y, piedra pómez. Nos peinábamos con brillantina y nos rociábamos de loción old spice.  En la Lavandería Prosperity del sargento Quijano nos dejaba la ropa como nueva. Cenábamos en la Lonchería Belalcázar de Luciano Patiño; en la Viña de “Alicate” Jorge López; en el Maizal, la Sirena, o el Danubio. Rumbeábamos en los griles: la Carreta, el Carretero, Cardenales, el Play Boy, el Bambi. En los tiempos aquellos, bajábamos a la “doce”, zona de tolerancia, donde Diva, la guesarria, la Araña, el Tibiritabara, el Príncipe, a recibir besos, que, al amanecer, nos decían: “son 100 pesos”. Regresando al pasado, evoquemos, las bailoteadas en los Hoyos (donde las Flórez), El Campin, Estar Garden, La Nueva 0la, La Escalinata. Y las largas horas sentados, en los cafés del centro: Café Alcázar, Gato Negro, Don Pancho, la Costeñita, la Caucanita, Cardenales, Café Bolívar. Y también, en las afueras de Popayán, en la última Lágrima, Gualangas. Cómo olvidar, a los comerciantes de esos tiempos: Almacenes Mil, Cicol, Ferretería Argentina, Reyco, Panadería Nueva York, El centavo menos, el INA, el IDEMA, Calzado San Agustín, Facablot, Dicolombia, el granero de la gorda Esther, El Osito, El Kumis, la Parisien, Panadería El Trigal, Restaurante La Gran Vía, Almacén Saavedra, Aaron Dayán, La Cigarra, Panadería Las Delicias, La Parrilla, el Salón Baudilia, Salón Catleya, Depósito Las Gatas, Industrias Metálicas del Cauca, Almacén Albert, Vitapán,  Almacén Duque y Porras, Tejilana, Herval, Industrias Morsa, Librería Climent, Casa Lindo (de Don Gustavo Lindo) Almacén de Elvio Muñoz, la Cigarra, Cacharrería Ríos y la Perla. Y, las farmacias: San Jorge, la Humanidad, la americana y la de Don Roberto Sánchez. Se vuelve la boca agua, recordando las ricuras patojas, cuando degustábamos gelatina de pata, cocadas, panochas de dulce, melcochas, bocadillos de guayaba y manjarblanco; tomábamos café Alcázar, Café Rico, Café Draco, y Payán. Cuando comprábamos en la tienda de "carisucio", y del vecino Manuel, Tomas Chávez, Chano Pulgarín y Camilo Varona. Nos divertíamos con Guineo, La Negra Chispas, Murillo, Chancaca, Barbera, Caquiona, Murillo, Correa, el suegro, Barbera, Zócalo, soltá el pollo y otros personajes típicos. Vuelve a mi memoria, la Foto Vargas, Foto 0rtiz (soy feliz porque me retrata Ortiz) Foto Ledezma con sus cámaras y rollos kodak, hasta la foto Agüitas del parque. Devolviendo el casete, señalemos que el vicio del cigarrillo Pielroja y El Sol lo expendía la Compañía Colombiana de Tabaco junto al Palacio Arzobispal. Popayán tenía peluqueros de fama internacional:  "Avispa", "Sancocho". Sin olvidar el salón de belleza Capricho, el único de carácter unisex. Antes todo quedaba cerca, las iglesias para ir a misa, la galería para mercar y la zona de tolerancia para ir a... El cine, con luces apagadas y el sepulcral sonido que solo dejaba escuchar las crocantes papitas fritas en los teatros: Municipal, Bolívar, Palacé, Popayán y Anarkos. Nos extasiaba la radio de la Voz de Belalcázar, La Voz del Cauca, Radio Popayán, Ecos de Paleteará, Ondas de Puracè, sin faltar la suscripción del diario El Liberal, y la Hojita Parroquial. Programas radiales como: Nuestra discoteca a sus órdenes, Clarín del Cauca, Reportaje a la ciudad y De ronda por los barrios (Hemberth Javith Paz), Lunazos, guasquilasos (de Salvador Barrera), Salsa ritmo y sabor (animado por el mono Julián o frailejón, con la dirección de Ary Bravo), el colibrí (dirigido por Deysi de la Roche) y el Show del diablo Cajiao entre otros. El juego de blancos y negros era con respeto y, los campeonatos de fútbol:  La Amistad y Obrero, eran un verdadero espectáculo futbolero. La vagancia tenía otras formas de recreación, como ir de baño y paseo a las aguas de Saté, la Lajita, Rioblanco, Los Dos Brazos, La Cueva del indio, Cuarto Hueco, o el lago del Club Campestre, el Caracol del rio Molino. Y que tal, las escudilladas, del sancocho de gallina y el guarapo de la Vereda de Torres y Puelenje. Imposible olvidar la Piscina Municipal, como el primer centro de recreación de Popayán.

Civilidad: La riqueza del recuerdo no se olvida.