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sábado, 29 de mayo de 2021

Popayán es mi amor, este es mi hogar

 


El amor por la ciudad donde vivimos es muy importante.  No existe la felicidad sin amor. Si no pensamos así, es mejor buscar otro lugar donde vivir. Es que no podemos vivir en una ciudad donde no nos sentimos a gusto con su cultura, su gente, su tradición, con su idiosincrasia. Si no nos sentimos cómodos, amados y protegidos, pues a buscar otras perspectivas más bonitas. De no ser así, al menos, no nos violen las costumbres. Los raizales debemos confirmar con orgullo la patojada y, los fuereños a reconocer que nunca se les han impuesto ninguna barrera emocional para recibirlos y tratarlos como propios.  Y es que, todos, -lugareños y fuereños- tenemos los mismos derechos, pero igual, todos estamos obligados a defender el terruño que habitamos. Solo así, ganaremos la calificación de ciudadanos de bien, profesando el respeto que otros le niegan y subyugan a diario a esta indefensa ciudad.

 Nadie era ajeno a las represadas necesidades del pueblo colombiano, sin ninguna excepción. Pero, lo que estamos sufriendo en los últimos tiempos, es la crisis más profunda de la historia, no solo por cuenta de los coletazos de la pandemia y, ahora se suman cuatro semanas de paro con bloqueos, generadores de pérdidas billonarias al país.  De allí, que Popayán, empresarios, gobernantes y fuerzas vivas en general, todos, debemos buscar una salida a esta bomba social. Es imperioso convocarnos para revisar y repensar la noción de necesidad. Hoy paralizado, el país se desploma. En este momento de crisis institucional, el reto es inasumible, por muchos motivos. La catastrófica situación en la que estamos enfrascados, es la sumatoria de muchos factores ¡Colombia necesita una terapia intensiva! No es una coincidencia, la pérdida simultanea de confianza en el Neoliberalismo y la Democracia: el Neoliberalismo lleva cuarenta años debilitando la democracia.

Se siente impotencia, dolor, rabia y desazón. Y no es para menos. Empresas y millones de empleos de colombianos están en alto riesgo por cuenta de los bloqueos y del vandalismo que acompaña a la protesta social. 

La sociología actual tiene mucho que ver con el cansancio generalizado por esperar durante tanto tiempo que los cambios sucedan. Ciertamente las cosas tienen que cambiar. Hoy más que nunca los ciudadanos son más conscientes del poder que tienen para incidir y hacer respetar los derechos de la comunidad. Este tipo de ciudadano no puede ser otro que un individuo informado de lo que pasa y activo en su accionar, que ha decidido dejar de ser uno más, para convertirse en el impulsor de una sociedad más justa y más equitativa. Me refiero a toda persona comprometida e involucrada en diferentes asuntos públicos de la comunidad en la que vive, abordando sus problemas y logrando el cambio o la resistencia al cambio no deseado. Un ciudadano activo desarrolla el sentido de pertenencia y entendimiento para poder tomar decisiones basadas en el conocimiento profundo de la sociedad.  

Pero ojo, no hay que confundir esta concepción con el vandalismo o la rebeldía sin sentido. Un ciudadano activo no actúa para hacer daño sino por el contrario, forja cambios positivos, respeta y sigue las leyes. Las analiza y busca cambiar aquellas que no se ajustan al contexto por ser injustas para los ciudadanos. La persona de bien, respeta la justicia y la democracia. Protege la ciudad, los animales y la naturaleza. Escucha a otros, pues en la escucha, surgen las necesidades reales y las ideas para solucionarlas. Piensa en forma crítica, basado en el juicio político, económico y social del pueblo. Y desde luego, rechaza la violencia en todas sus formas, desarrollando todas las acciones como buen ciudadano de forma pacífica. No dejemos que nos enfrenten, nos enemisten o nos dividan.

Estos renglones pueden sonar a retórica, pues me lleva a pensar que lo que escribo ya lo saben, porque escribir principios positivistas, es fácil; pero, poner uno solo en práctica, es muy difícil.  

Me atrevo a creer que estos días de encierro, presos en muestro propio miedo, esclavos de nuestros propios pensamientos están llegando a su fin. La agonía que hemos padecido en la soledad, nos ha llevado a descubrir las ansias de libertad. Andamos sueltos, pero en nuestro interior, nos sentimos presos, no sentimos que seamos libres de verdad.

 Civilidad: La juventud como depositaria de la posteridad, con la experiencia de los viejos, está llamada a empoderar al ciudadano de a pie para construir una sociedad más inclusiva y más igualitaria.  

 

 

sábado, 22 de mayo de 2021

Ocaso de la historia mal contada

 


En este criollo continente, la historia ha sido más, una descripción de hechos mal contados, por mercaderes de la pluma, que, acomodados ideológicamente, niegan nuestra identidad cultural y sentimientos de pertenencia. Por eso, he creído que, es el momento de comenzar a pensar, reflexionar y escribir desde la corriente historiográfica criollista.

En honor a la verdad, la “Villa de Ampudia”, en los dominios del Cacique Pubén, fue fundada el 30 de noviembre de 1535 por el teniente Juan de Ampudia, quien pisó por primera vez estas tierras, siendo su primer alcalde. Tanto es así, que, llevando adelante la cruz, edificó la iglesia mayor denominada “Nuestra señora del reposo” para que protegiera la recién fundada ciudad.

Se equivocan entonces, quienes narran e interpretan la historia bifurcada, porque el primer genocida fue Ampudia y no Sebastián de Belalcázar cuyo apellido original era, Moyano ý Cabrera, quien había nacido en el año1480 en la localidad de Benalcázar valle de los Pedroches, perteneciente a la provincia española de Córdoba, por ende, a la Corona de Castilla. De su población natal Benalcázar, tomó su apellido con “N”. Llegó a estas tierras embarcado en el tercer viaje de Cristóbal Colón. Las crónicas más literarias narran que decidió huir a corta edad, por haber matado de un garrotazo un mulo en el año 1507. Huía de España hacia las Indias Occidentales por temor al consiguiente castigo de su padre, además, para poder escapar de la pobreza en que vivía.

Fue famoso por haber fundado hasta una veintena de ciudades, pero ensombrecido por otras figuras de la talla de Francisco Pizarro. Recorrió la ruta conquistadora entre, Perú, Ecuador y Colombia. Gracias a sus proezas sanguinarias, impulsó las luchas territoriales con el gobernador Pascual de Andagoya, algo que era habitual en los primeros años de la conquista. Sin embargo, Belalcázar pudo parar las pretensiones territoriales de su vecino, ocupando a su vez varias tierras de su rival. En virtud de sus hazañas, fue reconocido por el rey de España, siendo nombrado como el adelantado, gobernador propietario vitalicio de la muy noble y leal ciudad de Popayán en 1540, así como de un amplio territorio ubicado entre Ecuador y Colombia.

Así que, habría sido una descortesía con la madre naturaleza, dejarle el nombre inicial de: “Villa de Ampudia”, porque la bella palabra Popayán, en lengua quechua, significa pampa (sitio, paso) y, yan (Río) o sea “Paso del Río”, pues por Popayán   pasa el río Cauca. Juan de Ampudia, siguió por la margen izquierda de este rio; continuó su marcha hacia el norte para fundar, un año después, a Santiago de Cali, el 25 de julio de 1536, repitiendo el mismo nombre de “Villa de Ampudia”.

Recordemos que Juan de Ampudia había sido enviado por el capitán Sebastián de Belalcázar desde Quito para precederlo en el descubrimiento, conquista y para poblar este país a mediados de 1535. Lo nombró por ser persona de calidad, méritos y servicios. Con tal propósito partió desde la ciudad de Quito descubriendo todas las tierras que hay hasta esta ciudad.

Fue dos años después, en 1537, que Belalcázar trasladó esta Villa al sitio escogido por él y, fue precisamente en el abandonado pueblo de Pubén de los aborígenes, en que, con su presencia, oficializó la fundación el 13 de enero de 1537 de la ciudad de Popayán, poniéndola de nuevo, bajo la protección de Nuestra Señora del Reposo o del Tránsito. Esta es la historia oficial que cuenta que el fundador de la ciudad, es Sebastián de Belalcázar, sin comentar que, como iletrado que era, no sabía firmar, por lo que, debió colocar una equis (X) al pie del acta de fundación.  La primera etapa de la fundación de Popayán, él la había ordenado, al darle a su teniente Juan de Ampudia, instrucciones terminantes de ocupar estas tierras de un modo permanente. Cabe destacar que Ampudia hasta su muerte, siempre fue tenido en esta ciudad y en toda la Gobernación como el primero y principal de sus fundadores después de Belalcázar, bajo cuyas órdenes obró.

Civilidad: El pasado es una construcción y una reinterpretación constante.

 

domingo, 16 de mayo de 2021

Revisionismo histórico

 


 


Ojalá el término utilizado como título de esta columna, no moleste a nadie. Se requiere muchas páginas para replantear las ideas del revisionismo. Hago una síntesis de mis lecturas para mis lectores bien informados.  Trataré de contar en forma razonable, el conocimiento científico del pasado, en lo académico y, para la convivencia ciudadana sobre la imbecilidad de la demolición de las estatuas.

En Popayán, Cali y Bogotá indígenas Misak en “juicio simbólico”, por demás trasnochado derribaron las estatuas de Sebastián de Belalcázar y de Gonzalo Jiménez de Quesada por apropiación de tierras y, genocidas. ¡Fue un acto de salvajismo! Una desfachatez, dizque para reescribir la historia de nuestro país.  

Ignorantes, desconocen que la corriente del ‘revisionismo histórico’ aporta una alternativa a la visión tradicionalmente aceptada y estudiada por la comunidad de historiadores en torno a un hecho o personaje relevante.

 Jorge Luis Borges, afirma que el revisionismo surgió en los años treinta como un movimiento de la historiografía argentina que rechazaba aquello que le enseñaron como la “historia oficial” y a las figuras fun­dadoras como agentes del imperialismo británico. El historia­dor José Carlos Chiaramonte, reafirma que uno de los elementos claves de la primera ola revisionista se debió a un sentimiento antibritánico, generado por las restricciones comer­ciales impuestas por el Reino Unido tras la crisis de 1929 que afectaba, en es­pecial, a los ganaderos y a los expor­tadores de carne. Luego, resurgió una nueva ola de revisionismo en Argentina –auspiciada con dineros oficiales del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

En la década de 1930, sostuvieron que todo revisionismo era “social fascismo”, porque se decía que, con su praxis reformista obstaculizaba la auténtica revolución. El uso extremista de la palabra revisionista, hizo recurso de la ortodoxia marxista contra los supuestos renegados del correcto camino revolucionario. Durante el mando de Stalin, ser acusado de revisionista suponía la exclusión social y política, hasta la pena máxima. El partido comunista usó en forma persistente la acusación de revisionismo para desacreditar la política de reconciliación. En Popayán, 92 años después, sin análisis historiográfico, un grupillo de indígenas Misak hacen vandalismo tratando de destrozar la esencia metodológica de toda ciencia, pues los que se dicen antirrevisionistas creen poseer la única verdad posible sobre el pasado. Además, una juventud irresponsable y mal avenida, protagonizan eventos vandálicos contra la “Ciudad de Paredes Blancas” ¡Hasta cuando!

¡Y que tal! Monseñor Darío de Jesús Monsalve como abogado del diablo, desde la retaguardia firmando delirantes cartas de perdón a los indígenas en lugar de estar rezando y rechazando el bloqueo al Cauca. ¿Acaso no son los indígenas quienes nos han declarado la guerra? ¡Qué desubicado está el apóstol de Cristo!

En la mitad del siglo XX, el concepto de revisionismo se utilizó, también con contenidos políticos y morales. Consideraron como revisionismo histórico a las obras y autores que negaban o limitaban la entidad, la etiología o la intención del Holocausto, de forma que el término revisionista desbordó el ámbito de las pugnas por la ortodoxia marxista y se convirtió en el apelativo para cuantos negasen no solo el genocidio judío, sino también otros genocidios como el colonialista europeo sobre otros continentes. Tal revisionismo era propiamente un negacionismo de hechos, que al cuestionar su verdad histórica implicaba posiciones políticas contrarias a los derechos humanos defendidos por los sistemas democráticos.

En democracias como las de Alemania, Francia, Austria o España, entre otras, es delito la negación del Holocausto, mientras se plantean exigencias de condenas similares para el negacionismo de otros genocidios. Aquellos que niegan verdades históricas demostradas y sufridas por pueblos enteros se mueven en ámbitos políticos de la extrema derecha; pero, de hecho, ese negacionismo innegable, se manifiesta en ciertos ámbitos de ideología comunista, que niegan o atenúan las interpretaciones históricas que subrayan el peso de las muertes acumuladas en determinados momentos de la historia de los partidos comunistas, en épocas de Stalin, el Gran Salto Adelante de Mao, Sendero Luminoso en Perú, etc.

Ambos usos políticos del calificativo de revisionista, tienen en común, el rechazo de interpretaciones y análisis considerados erróneos, aunque con contenidos y fines totalmente antagónicos. Ignoran el significado etimológico del verbo revisar, que según el diccionario de la Real Academia Española consiste en “ver con atención y cuidado”, para, “someter algo a nuevo examen para corregirlo, enmendarlo o repararlo”. El DRA define el término revisionismo ante todo como la “tendencia a someter a revisión metódica doctrinas, interpretaciones o prácticas establecidas con el propósito de actualizarlas y a veces negarlas”.

En conclusión, compartimos la pasión por conocer la realidad con la razón como soporte del conocimiento, con inclusión de aquellos que piensan distinto a nosotros. Hay que imponer el diálogo razonable y paciente para descubrir las distintas facetas de una realidad, admitiendo las diferentes interpretaciones de ese contexto.

Civilidad: Derruir las estatuas y arruinar la ciudad es, borrar el pasado, sin conocer la historia.


 

domingo, 9 de mayo de 2021

¡Estallido social!


 Escribo desde mi confinamiento, conmovido y muy preocupado, sobre la agitación social, que como lluvias mil, transitan caminos de invierno sin escampaderos. Masivas aglomeraciones, graves disturbios en serie se originaron y, se propagaron a todas las regiones de mi patria adolorida, con mayor impacto en las principales ciudades. Finalizando el mes, aparecieron varios focos de violencia, saqueos y disturbios a lo largo del país. La turbamulta llegando de la pobreza no se detuvo ante nada, alteraron la normalidad social, pretendiendo por esa tempestuosa vía hacer escuchar sus múltiples demandas.

Lejos estoy de señalar culpables de los acontecimientos. Pues, la realidad histórica de este país, tiene un conjunto de acontecimientos introducidos en un cajón sin llave, donde cada quien encontrará lo que quiere. Colombia lleva setenta y tres años transitando duros caminos, de agonía y muerte, cargando sobre nuestras espaldas una terrible frustración. No hay que voltear patas arriba a mi patria para ponerla andar con los pies del pueblo que sigue escribiendo la historia. Los tambores juveniles de hoy, retumban pidiendo cambios estructurales.

Truena fuerte y llueve mucho. Sin duda, hay perturbación del orden público que sobrepasa las capacidades de las fuerzas policiales. Se descarriló el miedo histórico al referir nuestra propia historia. Se perdió el miedo, prefiriendo morir diez años antes, que vivirlos en la pobreza. Discutir conversaciones fructíferas es muy dificil con el estómago vacío, pues este no tiene orejas. Y recurrir a bucear las intimidades más dramáticas en que vive el pueblo colombiano, no era oportuno. La reforma tributaria preparada para compartir el pastel institucionalizando la brecha social entre ricos y pobres, es otro golpe bajo, en tiempos de crisis generada por la pandemia.

Es impopular tratar de equilibrar la situación fiscal a expensas de la clase “sándwich”. Es echarle leña al fuego, aumentándole fortunas a los amparados con el crecimiento económico de la nación, en ausencia de impuestos para sus grandes ganancias. El país está fracturado, no solo por la división económica y social. La salud, las pensiones, la educación, reflejan el daño profundo en la población. Antes del confinamiento, la gente pasaba hambre; ahora, la pandemia y las cargas impositivas debilitan la democracia.

“El palo no está para hacer cucharas”. Se creó un malestar civil que logró sacar el pueblo a las calles. Fue el propio gobierno, con el ex ministro Alberto Carrasquilla, quien, siendo un hombre inteligente, nos convirtió en víctimas de su propia inteligencia. Subir impuestos y ampliar la base de quienes tributan en medio de la devastadora crisis socioeconómica, la pobreza y la corrupción, es un coctel molotov para convertir a los policías en teas humanas. Se irrigó la indignación como el fuego porque afecta a la clase media y a los sectores menos favorecidos del país. El gobierno se enconchó con una cascada de impuestos y, ahora la sociedad enardecida, exige el cambio de modelo económico que existe desde finales de los 60, cuyo desempeño económico ha sido mediocre para calificarlo generosamente y, que solo ha servido para cultivar la alta desigualdad social.

En cuanto a la política partidista, la militancia estable y disciplinada, se dispersó de los partidos haciendo desaparecer la posibilidad de seguir fielmente a líderes carismáticos, pasando de una organización a otra, dependiendo de los intereses inmediatos. Ese traspié, dio paso para que la izquierda abriera la puerta a cualquier tipo de expresión política, social o económica aumentando ese tipo de tendencia. De allí que Gustavo Petro, experto en pescar en río revuelto, se favorece con la subienda. Está demostrado que, la reforma tributaria como pretendían aprobarla, por donde se mire, conlleva a la injusticia, al desequilibrio, a la afectación personal y patrimonial con incalculable costo político que será definitivo en las próximas elecciones presidenciales.

Civilidad:  El hambre excita la chispa, la llenura adormece.

sábado, 1 de mayo de 2021

El Amo



 

“Vino de la esperanza que alienta en todos los pechos y llegó por medio de la fe que nos trajera España. Como a colonial se le llama El Amo, pero no es, como lo fueron los amos blancos, ni déspota, ni rico, ni aristócrata, ni explotador. No es tampoco el jefe en lo político pues si los liberales lo llaman suyo, los conservadores dicen otro tanto. Su morada no se alza en calles orgullosas, sino se emplaza en los suburbios. Su actitud es humilde, cuasi doblada, igual ante el que siente descender de amarillos pergaminos que ante el labriego: frente a la ilustre dama o a la mujer del pueblo: al sacerdote o al soldado: al turista protestante o al viajero católico.

Más a pesar de tan extrañas cualidades, o a causa de ellas mismas, es El Amo, tan poderoso que así lo llaman todos. Es la protección, es la ternura, es el pasado, sostiene el presente, trama el porvenir, da la alegría, alivia el peso de las conciencias y hace menor el daño de los corazones. Pero si es el mismo corazón de este grupo que lo tiene por jefe.

Amo Jesús al que el amor del pueblo levantó un palio, cambió la caña infamante por cetro de oro, la truncada columna por escabel de plata repujada, el burdo manto esclavina de rica tela bordada y la soga en cordón de hilos de oro.

El Amo sin el cual las procesiones célebres de la Semana Santa no tendrían brillo. El Amo que baja de su iglesia-castillo a hombros de sus seguidores por las curvas y gradas de los empedrados “quingos” de Belén y se mezcla con su pueblo en un lento desfile que enmarcan las ofrendas de llamas, cuando amenaza la calamidad o se rememora la pasión.  

Es El Amo, que se va entre el amor de los estudiantes y forasteros de tantos sitios de Colombia identificándose en el recuerdo con su ciudad acogedora, como entre aquellos que nacieron aquí, a la vista del Puracé humeante, está identificado con sus vidas que acompaña y preside. Amo de la democracia, de la esperanza y del amor. Amo del pueblo”.

 

La manifestación del Primero de Mayo celebra desde finales de la década de los años 40, la fiesta Internacional del  trabajo, que según parece es única en el mundo, con la  procesión multitudinaria al Amo Ecce Homo, que si bien es cierto a primera vista, podría interpretarse como una típica ceremonia religiosa; entre la congregación de fieles, constituye una inequívoca expresión de clase y una contundente expresión de fuerza social, surgida en los años de represión y de violencia política que rodearon el asesinato del líder Jorge Eliecer Gaitán.

Desde entonces, este desfile popular nunca ha tenido interrupciones. Este año, como el anterior, han sido la excepción, en virtud de la pandemia Covid-19 que devasta a la humanidad. Como creyentes, desde nuestro confinamiento elevemos la Plegaria al Santo Ecce Homo, que inicia diciendo: “Detén ¡Oh Dios benigno! Tu azote poderoso y calma bondadoso tu justa indignación/ Perdónanos y olvida que te hemos ofendido y que hemos afligido tu amante corazón/

Tomé de mi biblioteca, la parte del escrito en comillas, editado hace 68 años por Gregorio Hernández de Alba. 

Civilidad: Una Rogativa (oración pública) al Santo Ecce Homo por la disminución de la pobreza y por la salud del mundo.