Seguramente la generación actual no sabe lo que significaron las niguas
en los siglos anteriores en la historia de la bien amada Popayán. Y, es que,
aquella parte de las tradiciones cotidianas en la vida de esta bella villa, esa
historia menuda ya no se escribe. Pero, tuvo mucho que ver con el caminar de la
gente con esos bichos que llamadas “niguas”. No existe en la literatura, algún
boceto corto, llamados escritos costumbristas
en los que se narre, usos, hábitos, tipos característicos o representativos de
la sociedad, paisaje, diversiones y hasta animales; unas veces con el ánimo de
divertir -cuadros amenos- y, otras con marcada intención de crítica social y de
indicar reformas con función moralizadora. He rebuscado en los escritos de José
María Vergara, Tomás Carrasquilla, Rafael Pombo y, Eugenio Díaz Castro quien fuera el padre del costumbrismo, en los que se
relate la historia típica de Popayán. Historia o mito que nos describa sobre
ese ácaro perteneciente a la clase arácnida, comúnmente llama “nigua”.
Popayán, tiene historias de todos los colores y sabores, algunas que
parecieran intrascendentes que no han quedado registradas. Por ello, acudo a la tradición oral de Popayán para conservar las historias y anécdotas
sobre la experiencia con las niguas, incluyendo cómo afectaban la vida diaria y
cómo se intentaba combatirlas. Cierto es que, en tiempos de la colonia, la
ciudad había sido fundada sobre un terreno bastante húmedo, y que, por las
calles en su mayoría empedradas, se propagaban los insectos más despiadados: pulgas,
zancudos, chinches y las niguas. No existía el cemento ni nada que se
pareciera, todo era barro, tierra apilada revuelta con paja, madera y cueros
para construcción de viviendas. Por consiguiente, en esa época lejana, las
calles y los pisos de las viviendas eran caldo de cultivo para esos animalitos.
Y como quiera que nuestros antepasados andaban a pie limpio, descalzos, con
alpargatas o quimbas para cumplir el propósito de mantener el pie protegido en
suelos pedregosos, irregulares y con importantes desniveles. Pues entonces,
esos bichos entraban por las uñas, generando en principio, el goce y disfrute
de la rasquiña y el dolor más infamemente placentero, por el prurito, referido
a la sensación de picazón que provocaba el “gustico” de rascarse. Esa sensación de picor cutáneo que provocaba la necesidad de
rascarse era atendida o complacida sobre las piedras o placas incrustadas en
las paredes, sobre todo a lo largo de la carrera tercera desde el Barrio
Alfonso López. Por lo que, algunos argumentan que para ese menester habían sido
instaladas dichas piedras. Sin embargo, la verdad verdadera, es que ese era el
recorrido de los arrieros de ganado, entre ellos los apodados los “arbolitos”,
que cumplían la tarea de aflojar o retener el ganado, desde las ferias, por
consiguiente, esa era la función de las piedras en las esquinas para aflojar o retener
el ganado arriado hasta el matadero sin que se estropearan las paredes de la
ciudad blanca.
En aquella época Popayán
carecía de tomaderos de tinto, ni nada por el estilo que se pareciera a un
tertuliadero; de allí que los poseedores de la picadura de tan sofisticado animalito,
se arrimaban a las piedras de las esquinas para atender el deseo de la rasquiña,
aprovechando esos momentos placenteros para actualizarse en temas de ciudad.
Infortunadamente sobre
ese cuadro de las niguas no existe, que sepamos algún escrito en nuestra
literatura costumbrista, ni en la pluma de Carrasquilla que con su gracejo y
agudeza llene ese vacío reverencial generado por el rubor de quienes padecieron
las niguas. Cabe recordar, que la forma de eliminarlas era con una aguja
calentada al calor de una vela para extraerlas, pero dejando la semilla para no
perder el encanto de la piquiña.
Solo encontré que
durante la conquista cronistas como, Fray Pedro Aguado y el padre Gumilla,
narraron que los soldados españoles, muchos de ellos, vencedores en renombradas
batallas, se vieron humillados por estos diminutos insectos, que bien pueden
pasar por el ojo de una aguja. Las niguas son las responsables del título de
“Ciudad de Paredes Blancas”, puesto que la cal blanca fue usada como pesticida y
del apodo de “patojos”, a los raizales, por su forma de caminar como los
típicos loros a causa del padecimiento que les provocaban en los pies estos
arácnidos.
Recordemos que el
vocablo “patojo”, se adjudicaba al habitante contagiado, -no por eso, apocado
de la familia- quien, llegando a ser adulto se le torcían los pies por las
niguas, no pudiendo usar zapatos, por consiguiente, truncado su porvenir. Sería
solamente, el hazmerreír y no un ultraje a la familia por tener las niguas bien
puestas. ¡Hoy es un gratísimo honor! Lástima entonces, que el género
costumbrista no encuentre narradores memoristas que hoy me atrevo a rescatar.
Civilidad: El propósito de las niguas, fue mucho menor que el de las «vacunas» extorsivas que hoy determinados sectores arrancan a los habitantes en Colombia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario