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domingo, 13 de julio de 2025

Caminata por la historia de Popayán

 


Todavía podemos caminar por las hidalgas calles de Popayán, con temor, pero lo hacemos. Ya no entramos al teatro municipal, en donde proyectaban “Los Diez Mandamientos”, que ya no practicamos tampoco. Hace más de treinta años, la boleta valía dos pesos.  En esa época, no había motos con ruidos estridentes. Los   maricas se contaban en los dedos de las manos y sobraban dedos; ahora los llaman “gais” y pululan. Por aquellos tiempos una carrera en berlina del parque de Caldas a cualquier sitio de Popayán, valía cinco pesos; una camisa fina donde Carlos Ramírez, en el almacén Cady, diez pesos, un paquete de cigarrillos Pielroja, veinte centavos y uno de Kool, cincuenta. Se ganaba y se vivía con poco dinero. El raponero no existía, ni los vendedores ambulantes tampoco.  La vida en Popayán no giraba alrededor del dólar. Los comentarios económicos y políticos de la localidad se nutrían, dejando escapar el chisme en las tertulias que se desarrollaban en el café el Comercio y el Café Alcázar, sitios preferidos por comerciantes y ganaderos.

 En los años sesenta, la gente acudía a escuchar y bailar música grabada a los “bailaderos”; no existían las discotecas, ni tampoco los moteles.   El pantalón o jeans, como traje de calle, tan preferido hoy, nunca se usaba y, las faldas eran irremediablemente largas. Para ir a la Misa las mujeres se cubrían la cabeza con mantillas, velos o pañolón.  No existían los supermercados, solo vendía en ese estilo el almacén “Mil” de Jesús María Perafán. La única clínica particular, era “La Clínica Popayán” del Dr. Guillermo Angulo, ubicada en la carrera 7ª entre calles 7ª y 8ª. La gente de clase popular nacía en el “Pabellón Primo Pardo” (hoy edificio de la Lotería del Cauca).

 Eran épocas en que el deporte del fútbol y el basquetbol apasionaban de verdad. El presidente de la liga de futbol, era el Dr. Luis Ángel Libreros. Recordamos los equipos: Cardenales, equipo Popayán, Ferro Cauca, entre otros.

“El puente de la eternidad”, sobre el rio Cauca, -frente al Seminario- llamado así por los años que demoraron en construirlo y, lo culminó el ingeniero Tomás Castrillón como ministro de Obras Públicas. En aquel entonces, se andaba despacio, como si al reloj le pesaran más las manecillas. La vida nocturna era reducida y la ciudad después de salir de cine a las once de la noche, dormitaban en tranquilidad absoluta con el agrado de las ventanas abiertas, sin el ruido afónico de los aires acondicionados, muy escasos en aquellas épocas en las residencias payanesas.

Las costumbres eran bien distintas. Los menores tenían diariamente dos jornadas -mañana y tarde- para estudiar. El número de agentes de la Policía era reducido, y el policía de la esquina era amigo del vecindario.  Se estilaban los “paseos de luna” y los teléfonos eran de cuatro números. No teníamos directorio telefónico, simplemente se llamaba a Carlos Talego Ramírez para que informara los números telefónicos. El premio mayor de la Lotería del Cauca pagaba cien mil pesos. En 1961 fue elegido John F. Kennedy presidente de los Estados Unidos, quien enviaba a través del programa “Alianza para el Progreso”, además de dólares para construir escuelas y colegios, cargamentos de latas o cuñetes de leche en polvo y queso para la niñez de escuelas públicas.

 Los costos de ese entonces hoy, suenan risibles. Una botella de whisky valía 40 pesos, una corbata de seda, siete pesos; un par de medias veladas para dama, tres; una panela, treinta centavos; un kilo de arroz, uno con sesenta; de azúcar, noventa centavos y así por el estilo. En anuncios para la venta de una buena casa en barrio residencial, se ofrecía en cincuenta mil pesos.

 Por ese entonces, los rieles del ferrocarril del Pacifico llegaban hasta el barrio Bolívar a la hermosa estación de estilo arquitectónico republicano, influencia del neoclásico europeo. No se conocían los perros calientes ni las hamburguesas, ni las pizzas, pero si los tamales y las empanadas de pipián, que aún hoy gozan de prestigio y sabor incomparables.

No existían sucursales bancarias, solo el Banco del Estado y, obviamente el Banco de la República. Todavía existen los mismos dos clubes: El campestre y el Club Popayán. Las gentes que querían aparentar una alta condición social no se saludaban de beso. No había buses urbanos, solo “chivas” para paseos cuyos conductores conocían a casi toda su clientela. La “Maracachafa” y otras yerbas, no se habían adentrado a ninguna área de la sociedad y la juventud era igualmente alegre y extrovertida. La música de moda era el bolero, el porro y la cumbia. ¡Ah tiempos aquellos Don Simón!

Civilidad: Aquí se vivía sabroso y, todavía podemos hacerlo, amando de verdad a Popayán.

 

 

 

 

 

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