Horacio Dorado en blanco y negro
A dos cuadras del parque de Caldas, precisamente allí donde hoy funciona la Lotería del Cauca, existió el Pabellón Primo Pardo, que era un puesto de salud para gente del populacho, atendida por monjas, médicos, enfermeras y personal asistencial de mucha calidad humana. En ese establecimiento, donde socorrían a gente de menos recursos, allí nació Horacio Dorado Gómez, por allá en el siglo pasado, el 5 de enero de 1943, día de negritos. Me contaba mi venerada madre que, desde el balcón, aquel día en que vi por primera la luz, ella podía observar la entrada triunfal de la “familia Castañeda” que desfilaba desde el Callejón (Barrio Bolívar) rumbo al parque Francisco José de Caldas. En medio de los pujos de parto que realizaba mi progenitora durante la fase expulsiva, como un soplo de Dios, se alegraba al son de flautas, tamboras, charrascas y el triángulo. Eran tiempos de festejos y alegría, celebrando las fiestas de Pubenza, al grito de vivas, entonando aires caucanos el día de negritos. Tanto mi padre Gilberto Joaquín como mi madre Josefina, una devota ama de casa que impulsó en su hijo el gusto por la lectura. habían llegado de Bolívar © en 1939. Él, un sargento mayor del ejército, -Batallón Junín No. 7- acantonado en Popayán, habitualmente ausente del hogar por razones durante su carrera militar, Varias veces trasladado de un lugar a otro, en la época de la violencia y, como tal, había ejercido alguna alcaldía en un pueblo norteño. La familia de mi madre no era adinerada, pero tampoco sufría penurias, al morir tempranamente la suya, fue internada y educada en un convento de misioneras religiosas de Bolívar © por cuenta de mi abuelo Pedro Pablo. Por ese motivo, en honor a tantos sacrificios y desvelos por mi crianza y a mi formación como hombre de bien, resolví al cumplir los 21 años para obtener mi cédula de ciudadanía, en un arranque de soberbia, en sentimiento de valoración de mí mismo, por encima de las heridas, resolví tomar los apellidos de mi madre y quitarme los de mi padre. Satisfice mi orgullo, optando por un orden diferente al tradicional, mediante un trámite legal ante la notaría 2ª del Dr. Viveros. Mi padre me perdono lo imperdonable. Y pese al desagrado por la comprensible irritación de mi padre y al asombro de mis hermanos, la vida continuó con la hermandad de sangre que persiste y se afianza con el paso de los años hacia Nora, Víctor, Yolanda y Adolfo; sin dejar de recordar a Elsa y Gilberto, quienes se adelantaron en la entrada a la Casa del Padre Eterno.
Una
historia de amor comienza. Apenas había cumplido 18 años cuando la conocí.
Desde el primer instante tuve la sensación de que era la mujer que debía llevar
al altar para guardarla en una urna de cristal. Su inocencia y, fragilidad
parecía que no encajaba en este mundo; sin embargo, con el transcurrir del tiempo,
me demostró que era más fuerte que yo. Era invisible para la lujuria mundana,
para mí fue un embrujo del amor, desde que mis ojos se posaron en ella. Había
encontrado la mujer de mis sueños. Sentí tan dentro de mí ese sentimiento de
apego, que perduró 52 años. Compartimos una relación matrimonial maravillosa,
porque era una mujer cristiana. Me faltan palabras para expresar tantas
virtudes que la adornaban. Dios, la puso en mi camino para esta historia de
amor que superó la prueba del tiempo, sin sentir el transcurrir de la vida. Fue un
verdadero amor, construido despacio y con mucho cuidado. Siempre
conservamos el diálogo diario, respeto, confianza y paciencia mutua como llave
del amor. Quienes la conocieron, saben la calidad de compañera con quien construí
mi refugio de ternura. Con Alix Quintero Bolaños, beso a beso, ladrillo a
ladrillo edificamos un hogar donde el sol brilló más brillante y con la brisa
que soplaba más fresca y pura. Llegaron los hijos y, con ellos, los nietos y
últimamente, los bisnietos, Matías y Margareth, haciéndome aliviar las penas
del alma. A todos nuestros herederos, les impartimos desde nuestro nido, la
educación en valores como objetivo primordial de la vida, la misma que
recibimos de nuestros progenitores. Siempre, la intención ha sido la de conservar
y usar el término ilusión en este sentido. Alimentamos la ilusión para
referimos a un sueño conectado con nuestro sentir. Nos resultaba agradable y
estimulante soñar despiertos, con el bienestar que producía llevar a cabo un
determinado proyecto o actividad. Bienestar, que se cumplió porque nos
obligamos a seguir un deseo nacido de lo más profundo de nuestros corazones.
Embelesado por la belleza espiritual que
engalanaba a mi esposa Alix, logramos entender la dualidad de la vida que
radica en los pequeños detalles que ella nunca dejaba pasar por alto. Con
extraordinario corazón altruista, se encaminó por el bien de las personas de
manera desinteresada, incluso a costa del interés propio. Sin dar a conocer su
nombre, entregó el bien sin esperar nada a cambio.
Pero, esa inmensa felicidad
que nos acompañó durante tantos años (52) se vio comprometida constantemente por complicaciones clínicas intercurrentes que
afectaron su salud, en especial la función renal. Gracias a los avances
médicos, tanto en la clínica R.T.S, en Popayán, como en el Valle de Lili,
continuamente el personal médico y asistencial, le suministraron la atención y
el seguimiento clínico necesario durante largos y penosos años, a quienes
presuroso siempre acudí para cuidar esa porcelana que Dios me había regalado. El
padecimiento renal crónico, relacionado con la enfermedad cardiovascular, se
había logrado controlar. Pero sin duda, el nerviosismo y, la tensión física,
llenó su pensamiento de angustia e impotencia ante el terrible peligro del
virus del año 2020 y la velocidad con que contagiaba al mundo. A última hora,
un paro cardiaco, la llevó al lugar donde se vive para siempre.
Alix era todo corazón, amó
a sus tres hijos, Cristina, Claudia, Horacio Enrique y a cuatro nietos: Camila,
Pablo, Juan Sebastián, Manuel José. Ahora a mí me corresponde irrigar el mismo
amor a la última nieta, Alicia y, a mis dos bisnietos, Matías y Margaret. Tal
como ella consagró su vida a descubrir y afrontar el mundo por ellos y por mí.
Su amor cambió mi vida, la cambió para bien. Su amor me hizo tener esperanzas y
ser siempre feliz. Logró hacer todo aquello que era capaz de hacer:
manualidades y habilidades, enseñando a pintar, a leer, a hacer las tareas
escolares, como legítima guía para sus chiquitines que le daban ilusión a su
existencia. Ella quería que todo su amor quedará grabado en la personalidad
de sus pequeños para toda la vida. Eran experiencias que le
imprimían las bases para lo que sería el resto de sus años. Alix, fue una santa
mujer. En su rostro y su dulce mirada, nunca reflejó los padecimientos del
cuerpo. Tenía la ilusión de vivir largos años, no para sí, sino para sus retoños
a quienes adoraba entrañablemente. Por ellos, resistió con serenidad sus
padecimientos. Para olvidar los males, bailábamos y cantábamos al ritmo de
nuestros corazones. Año, tras año se repitieron las reuniones familiares que
nos brindaron mucha felicidad, la armada del pesebre y el árbol de navidad,
enseñando las tradiciones y sabores. Con cariño y entusiasmo, en sesiones de
karaoke entonábamos, el bolero “Nuestro juramento”. Por eso, cumpliendo esa promesa,
repito escribiendo aquí en su honor, la historia de nuestro amor. Le
saqué sonrisas, ella me robó el aliento. Ahora siento un vacío existencial, tan
grande y profundo que me quema por dentro. Yo le enseñé a vivir, ella me mostró
la muerte. Hoy ese vacío no solo se manifiesta por la ausencia de mi amada
Alix, sino por la falta de su
presencia, su apoyo y la alteración del ritmo diario con dificultad para
adaptarme a la nueva realidad.
Mi educación siempre fue en establecimientos
públicos, escuelas: Rafael Pombo y Antonio Nariño, con excelentes notas, que
aún conservo mi libreta de calificaciones para conocimiento de mis vástagos. En
mi última escuela Antonio Nariño, me vi precisado a validar toda mi primaria ante
el cambio de apellidos.
Cursé el bachillerato en el
Colegio José María Córdoba, cuando la pensión costaba 200 pesos mensuales,
suficientes para sufragar la nómina de auténticos y esplendidos educadores. Me
gradué como Contador Público en la Universidad del Cauca, cuando los
computadores ocupaban un espacio tan grande, casi, como el salón de clases.
Además, hice tres especializaciones: Especialista en Docencia Universitaria.
Especialista en Administración Hospitalaria. Especialista en Revisoría Fiscal y
Auditoría Externa. Diplomado en Relaciones Industriales en la Universidad de
Cornell en Ithaca, New York.
Me
vanaglorio de mi educación, diciendo con modestia y humildad con
respecto al nivel educativo alcanzado, que la formación recibida en los
planteles educativos de carácter público, la considero motivo de orgullo o
superioridad sobre otros. Después de todo, desde mi infancia, mis
padres, ambos quisieron que fuera a una universidad específica, al alma mater,
fundada por Francisco de Paula Santander, en 1827. Mi Universidad del Cauca,
simplemente la mejor para formar ciudadanos que han contribuido al
desarrollo de la nación. Siempre
me propuse ser el mejor estudiante, porque sabía y quería que mis padres,
nunca se sintieran algo decepcionados. Durante mi paso por la Universidad, me
desvelé estudiando, pues durante la ausencia de los profesores, me dejaban como
monitor del curso para suplirlas. Años después de mi graduación, mi padre me
llamó para decirme que se alegraba de mi decisión de haber elegido el camino al
que él esperaba. Sonreí.
A mi madre le agradezco
haberme heredado su inagotable amor al trabajo y la enseñanza con su ejemplo
que todo es alcanzable con el esfuerzo propio. Mi venerable madre, Josefina, la
“Doña Chepa” del siglo XIX, quien en su encierro conventual había adquirido
vastos conocimientos de culinaria. Por ese paso monacal de mi madre, se abrieron
las puertas de familias notables de la ciudad.
En la historia y la sociedad de Popayán, ciertas familias habían
alcanzado renombre y reconocimiento por diversos motivos, ya sea por su
riqueza, poder, influencia política, o por su legado cultural y artístico. Esas
familias notables dejaron en mí, una marca perdurable en mi existencia y están
asociadas con ciertos apellidos importantes por quienes guardo especial afecto
y cariño. Su demostración de afecto, a través de
expresiones verbales, contacto físico o acciones de cuidado, fortalecieron nuestros
lazos familiares y contribuyó, sin duda a la construcción de mi persona con
relaciones saludables basadas en la confianza y el respeto. Allí
en esos caserones fui tratado como un hijo de esas familias, quienes pusieron
en mis manos sus bibliotecas, desempeñando un papel fundamental en mi
alfabetización y el amor por la lectura. Mi tiernísima madre, cumplía sus
labores de la alta cocina; que, por sus saberes y sabores, de ricos manjares
para banquetes y fiestas de gran pompa en la aristocrática Popayán que la
contrataban con frecuencia. Mientras tanto, yo me entretenía leyendo los
clásicos de la literatura para mis tareas escolares. Allí disponía de los periódicos
nacionales y claro, de “El Liberal”, que me formaron como lector y que aún sigo
siendo lector, hasta de periódicos internacionales que Rodrigo Dueñas me
dispensa a diario. Siempre los periódicos han cumplido el papel informativo,
aunque se comentaba en aquellos tiempos, que la prensa sembraba el desorden,
generando reacciones incendiarias, hasta que la violencia se hizo realidad.
Durante las largas horas esperando que mi madre cumpliera sus quehaceres, me
deleitaba leyendo la revista Cromos, literaturas costumbristas, novelas y hasta
revistas de comics, que domingo a domingo a la entrada de los teatros
intercambiaba. Mi amor por las letras, y por el esmero en mis estudios, y mi comportamiento
en todo momento, fue motivo de comentarios que elevaban el ego a mi madre, manifestándole:
“su hijo va a tener futuro”. Mi madre me educaba con filosóficos proverbios
para enseñarme, no solo a ser honesto, sino a decir la verdad, a actuar con
integridad en todas mis acciones y decisiones. De ella aprendí, que la
honestidad en un valor esencial para fortalecer las relaciones para vivir con rectitud
y en paz. Estas reflexiones sobre recuerdos bonitos nunca se me olvidan.
Desde siempre me gustó escribir. Siento que al escribir
abro mi alma y mi imaginación, que, al convertirla en letras, me desahogo sobre
el papel. Cuando se asoma una idea a mi
mente, la convierto en realidad. Creé mi primer pasquín elaborado en mimeógrafo
que titulé: “Lux”. Lo circulé en las oficinas de Cedelca, para reprochar o
felicitar a funcionarios de Cedelca; por ejemplo, al Tesorero Gerardo Silva,
porque no pagaba la nómina si la fecha caía un viernes, bajo la sana disculpa
de evitar que el trabajador, gastara su quincena en bebidas embriagantes el fin
de semana. Escribí, en el periódico escrito con humor de propiedad de Ricardo
Román (Q.E.P.D); también, en Proyección del Cauca de Oscar García, (QEPD), Meridiano
del Cauca de Edgar Campos y, en la Revista Popayán, de Antonio Alarcón.
En el Diario “El
Nuevo Liberal”, escribo hace más de veinticinco años, sin dejar de publicar
dominicalmente un solo día. Cinco lustros como columnista hasta lo presente,
desde cuando el ingeniero Guillermo Alberto Gonzáles Mosquera me brindó un
espacio seguro en el periódico para expresar, lo que a menudo suelo comunicar con
moderado espíritu crítico, variedad de temáticas de mi amada Popayán. El Dr. González Mosquera, me motivó a escribir
para el periódico local. Desde entonces, decidí que esa era una manera de
corresponder a la ciudad que me vio nacer, la que me ha dado todo para ser la
persona que hoy soy. Cuando Dios hizo el primer jardín, pensó en Popayán. Por
eso, dominicalmente, siempre creo que es la forma de corresponderle a la ciudad
de mis amores. Desde luego, pensando en los leyentes con respeto para redactar
las columnas sobre históricos
relevantes desde su fundación, su papel como capital noble y señorial, su influencia
en la independencia de Colombia, y su arquitectura colonial, hasta nuestros
días. Escritos que reflejan la rica historia de la ciudad, su importancia
en el desarrollo regional y hasta el aplazamiento en
que la someten sus gobernantes, desde luego, lo hago con mensajes impregnados
de profunda consideración hacia los demás.
Me
cabe la inmensa satisfacción, de que mis escritos, generan en la opinión pública
a través de la persuasión, y el cuestionamiento que, en forma de mensajes
constructivos, sugieren cambios de comportamiento de la ciudadanía en pro de la
ciudad. En eso, no doy brazo a torcer: Uno que me lea, entienda y ponga en
práctica, lo que digo, me basta para decir, que es un logro como columnista. He
escrito varios libros, entre ellos: “Cuentos parroquiales para todo el mundo”,
“Popayán en columnas de Papel” y “Personajes Típicos de Popayán”; coautor de
“El rastro de las ideas” y “La escritura sobrevive”
Siempre
encontré la felicidad en el trabajo. Desde muy joven empecé mi vida laboral. Como
profesional y como servidor público alcancé cargos de mayor jerarquía con
funciones de dirección y toma de decisiones. Orgullosamente salí de todos
los cargos, sin cargos que enturbiaran mi trayectoria laboral. Desde luego, englobando en el amplio quehacer
como trabajador raso. Trabajé como
obrero de pala y azadón, en la granja experimental de la Secretaría de
Agricultura. Tan productivo era ese trabajo, que me sacaba sangre y ampollas en
mis manos. Gracias a mi caligrafía y
como mecanógrafo, me reubicaron del campo a la oficina, tan pronto demostré mis
cualidades administrativas. El segundo trabajo en mi juventud, recomendado por
mi gran amigo, Mario Ledezma alias el suizo, ante el gerente de Avianca,
español José Luis Vela, fue como cartero con vestimenta de paño azul turquí,
corbata negra y kepis para repartir el correo aéreo y cartas por las calles de
la bien amada “Ciudad de paredes Blancas”. Poco tiempo bastó, para escalar
posiciones de oficinista, ya como encargado del área de Correos Nacionales, ya
como jefe de encomiendas en Avianca.
Hice
tránsito laboral en la gran empresa Cedelca, por espacio de 15 años. Alternado
mis labores, conjugué mi carrera administrativa con mis estudios nocturnos, en
la Universidad del Cauca. Ocupé varios cargos ejecutivos en dicha empresa, sociedad
anónima, como: sub-almacenista, secretario del área técnica, jefe de compras,
jefe de facturación y cobranzas. Con ese
bagaje de conocimientos empresariales adquiridos allí, un día fui llamado por
el Dr. Fabio Grueso Arboleda quien había sido Almacenista de Cedelca y yo su
subalterno, para entrevistarme con el gobernador, su tío, Jorge Grueso
Arboleda, quien quería nombrar como secretario administrativo, a una persona
que fuera trabajador, estudiante y líder sindical. Como yo tenía ese perfil, fui nombrado como
tal. De allí en adelante, durante los cambios de gobernadores, fui reelegido
por el médico Gilberto Cruz, luego en otro cambio, el Dr. Andrés Arroyo Cajiao,
y otro más por el Dr. Fernando Iragorri Cajiao y finalmente el Dr. César Negret
Mosquera. En dichos cargos, adelanté gestiones, en bien del Cauca, solicité apropiaciones
presupuestales como secretario administrativo para dotar de máquinas de
escribir (predecesora de la computadora) y contraté personal idóneo para poner
al día la oficina, desatrasar la expedición de certificados para profesores y
personal solicitante; además, de realizar el inventario de bienes, muebles e
inmuebles del departamento del Cauca. En la Secretaría de agricultura, además
de poner a funcionar la maquinaria abandonada, tractores para arar
gratuitamente las tierras de agricultores con máximo tres hectáreas de terreno;
adquirimos sementales (equinos, porcinos, mulos de pedigrí) para que los
campesinos pudieran llevar a sus animales-hembras a fin de mejorar sus razas.
Fui
gerente de la Caja de Compensación del Cauca, haciéndola funcional
financieramente, organizando y actualizándola como una empresa en desarrollo. Una vez liquidada el IDEMA, puse en marcha
vehículos, adquiridos por la Caja de Compensación, furgones con mercaderías
básicas para el hogar, recorriendo los barrios populares para el alcance
presupuestal de las familias más pobres de la ciudad. Durante el terremoto de
marzo de 1983, no solo prestamos auxilios a gentes necesitadas con el aporte de
las Cajas de Compensación del país, sino que se reconstruyeron las
instalaciones del centro (frente a San Francisco) que había derruido por cuenta
de la catástrofe. El mayor logro, en dicha institución es haber construido y
puesto en funcionamiento, desde la compra del lote del Centro Recreativo con
todas las comodidades para las prácticas deportivas y la recreación de las
familias de Popayán. Dichas instalaciones siguen y seguirán ocupando el primer
lugar para la sana distracción de las juventudes. Además, durante mi período
como director de la Caja, se construyeron supermercados en las poblaciones de
Santander de Quilichao y Puerto Tejada. Resaltando que, en Popayán, en la parte
trasera del Hotel Monasterio funcionaba en un cobertizo el Cuerpo de Bomberos
de Popayán. Para cumplir un doble propósito, hice posible la compra de ese lote
para construir la edificación, donde hoy funciona una IPS de Comfacauca y para
que el Cuerpo de Bomberos adquiriera y edificara sus instalaciones frente a la
Terminal de Transporte donde hoy funciona para bien de Popayán.
He
contado aquí, mis recuerdos en blanco y negro que no son engañosos porque están
coloreados con los hechos del presente durante largos 60 años de vida laboral. Nunca
aspiré a ganar premios por lo que hacía. Tampoco he hecho el menor esfuerzo por
obtener merecimiento alguno. Y mucho menos, en el otoño de mi vida. Mi único
anhelo, es que Dios Todopoderoso me conserve con salud
física y mental, mientras llega la oportunidad del maravilloso reencuentro con
mis seres queridos que avanzaron para alcanzar la vida eterna.
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