Turbado por la tristeza, espero que la
musa me acompañe para escribir esta
columna dominical. Que mis ojos no se empañen porque cuando se aleja para
siempre un amigo, me digo: -que pena no pude verlo la última vez- Hoy siento esa
rara sensación porque con el correr de los días, resulta inevitable que el
culpable del naufragio de la vida de tantos amigos, sea el paso del tiempo.
Se muy bien por qué me van quedando pocos buenos amigos, pero no
quiero decirlo, porque en los últimos años he perdido casi todos mis mejores
amigos. Creo que muchos de ellos aún siguen vivos, pero cuando me dan una
luctuosa noticia, cabizbajo y meditabundo, siento la vergonzosa satisfacción de
haberlos sobrevivido. Pues, es
un gesto de generosidad del Altísimo de los Cielos ¡Gracias Dios mío!
Hay amigos que se despiden
pronto y hay amigos que continúan vivos; pero es como si ya se hubiesen ido. A
menudo los busco, porque me entristece la falta de presencia de viejos amigos
en la antigua banca del parque. Por obra de Dios, ya no va nadie, donde a veces
coincidíamos en ella. Angustiosamente duele tanto el estado de los amigos que aún
siguen vivos confinados en sus cuarteles de invierno, como la de los que de
verdad cerraron sus ojos para siempre. En cualquiera de los dos sucesos, es
inapelable que, el otoño llegue a nuestras vidas, trayéndonos valiosas
lecciones: amigándonos con nuestra oscuridad, para ganarle horas al día. Y es
que, nadie está a salvo de esa fila. Por ello, es inevitable deshacernos de lo
que no necesitamos, al igual que el árbol se desprende de sus hojas; parece
cierto, hay que alivianarnos de lo terrenal y mundano para valorar el momento
presente.
Su alma se ha despojado de
la vida de mi amigo, el abogado de la Universidad del Cauca, Álvaro Grijalba
Gómez. Sentí pena por no haberlo visitado, porque habría sido doloroso para
ambos, pues sentía que no aportaría ni paz ni alegría sino sufrimiento. Así
que, como católico practicante, preferí incumplir la obra de misericordia de
visitar a los enfermos. Mi amigo se adelantó en el camino de la vida. Hoy, para
sobrellevar el duelo, honro su memoria narrando que tuve la suerte con el de compartir
como los más antiguos columnistas del periódico local impreso, hoy “Nuevo
Liberal” digital. Por su autoexigencia, por problemas de salud, meses atrás
dejó de deleitarnos con su pluma. Fue una acumulación de amistad de largos
años. Ejercimos la función pública con
decoro, como corresponde a los servidores públicos. Actuamos con honestidad,
dignidad, rectitud y respeto, priorizando el interés general, por encima de los
beneficios personales, cuando la conducta ética y profesional incluía la
honestidad, además la moderación en su trato con los ciudadanos y compañeros. Álvaro fue un noble amigo, religioso, amigo de Dios. Compartimos
momentos de amistad valiosa, de esas que suelen requerir tiempo y
esfuerzo. El “Grigo” le llamábamos en sus años de juventud, cuando se deleitaba
como aficionado en el arte de lidiar toros, aunque le iba mejor como
comentarista radial.
Álvaro, tu partida entristece. Espero que tu pluma siga
volando en lo alto para que tus escritos sigan tocando corazones. Mientras Dios
me obsequia un trozo de vida más, no te digo un sentido adiós, solo me atrevo a
decir: ¡Nos veremos en la próxima página!
Civilidad: Una oración, en
memoria de Álvaro Grijalba Gómez, para que quienes informan, lo hagan siempre
con la realidad.
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