En mi libreta de apuntes,
figura siempre la colección de tributos que debo rendirle a ese espacio otrora
maravilloso. Sin embargo, mis escritos de amor como hijo de esta ciudad, seguirán
siendo francos, aunque a diario le cambien su cara bonita, o le cambien de
menú, con ruido, color y sabor. La
ciudad, tal y como la encontramos en la historia no es la misma ¿a Que fue de
ese lugar donde se situaron el templo, el mercado, el tribunal y la academia?
Sustituyeron sus signos
vitales, símbolos, patrones de conducta y sistemas, todos en medio del tsunami
que causa la anomia.
He vuelto varias veces, en
algunos escritos míos, a esos procesos
eleccionarios que se oyen en boca de muchos promeseros en su fingido amor para ponerle
orden a la ciudad y transformar su imagen. De allí que, ese sonsonete histórico
que le da vida a la ciudad, es el mismo que le permite resistir. A lo largo de
treinta y siete años desde 1988, cuando por primera vez, los alcaldes de
Colombia fueron elegidos por voto popular. Es simplemente otra fecha histórica,
en el escenario de la competencia entre políticos. Esa interacción social con la
ciudad, es restringida y sin garantías, porque no hay interés colectivo en las instancias
de -intermediación entre la comunidad y el gobierno- por sus vacías e
incumplidas promesas, que en la práctica siempre se incumplen. De allí que derrumbar
paradigmas en la conciencia ciudadana va más allá del voto. Por ello, la
fiscalización al poder público, es otra actividad ciudadana que debemos realizar
hasta hacer entender que, sin la ciudad, muere la política y no es concebible
la democracia. La ciudad, justamente, es nuestra primera escuela de la
libertad
Escribo
entre la razón y la fe sobre las cosas lindas de Popayán, que son más escasas
que las cosas feas. De que sirve que
Popayán de siglos pasados haya sido una de las ciudades más importantes y
decisiva en escenarios clave de dominación de los conflictos políticos,
sociales y económicos del país. La ciudad siempre fue espacio central de las
reivindicaciones por días mejores. Hoy a duras penas subsiste como una
estropeada reliquia arquitectónica, sin definir ni concretar políticas
públicas, en su mal presumida vocación de ciudad turística, religiosa o
universitaria.
Duele
remachar que tanto habitantes como el mismo Estado, la han ido convirtiendo en
un verdadero Leviatán, cada vez más aislada de la sociedad civil. Las formas de
participación se transformaron, en el mejor de los casos, en pequeñas colonias,
siendo la más pequeña e improductiva, la de Popayán. La fuerza histórica de
participación, la transformaron, en simples sufragios que no comprometen ni al
mandante ni a mandatarios. Con el transcurrir de 37 años del voto popular, ahondaron
la crisis económica, las políticas de ajuste, privatizaciones, redefiniendo la
participación social, excluyendo en buena parte a los ciudadanos, que a fuerza
de resistir no han podido superar la triste realidad.
Como
una salida al caos, han permitido cambios nada importantes con la perspectiva del
comercio desmedido como respuesta a la crisis social. Le dañaron la cara bonita
a Popayán y, la supervivencia de la arquitectura colonial, que con el paso del
tiempo no pudo resistir las nuevas tendencias sin poder conservar su tipología
colonial.
Al
día de hoy, a los ojos de muchos, con sentimiento local, amantes del estilo
español, suspiramos por unas verdaderas y permanentes cruzadas por la restauración del casco urbano más antiguo de la
ciudad. Recordemos que varios siglos atrás era un espacio realmente idílico.
Eso precisamente, es lo que los turistas nacionales y extranjeros venían a
admirar. Pero, por la ignorancia de la tradición,
Popayán ha perdido su antigua belleza. Siempre fue hermosa, disfrutando de una
arquitectura decente y tranquila. Hoy las cosas han cambiado. La cara bonita con
intención maldita la afearon considerablemente. Los políticos y los que
gobiernan no se dan por enterados que hay que salvar lo poco que queda de la
bella ciudad. Las calles coloniales, los
puentes, las iglesias, los caserones siempre, dominan el discurso político para
hacerse elegir, pero por ninguna parte se escucha nada sobre cómo hacerlo. La belleza termina en manejo deficiente de
problemas comunes: congestión de tráfico, basuras, inseguridad. La suerte de Popayán, es poca. El marco histórico,
convertido en huecos para abrir ventanas, ventanitas, muy seguidas de puertas y
puertitas como un horror; un completo desastre arquitectónico, irremediablemente
antiestético a su manera, tan feas que no encajan con la buena ciudad.
Civilidad:
Implorar ante el Dios protector por la
bella tradición arquitectónica que no es percibida para cuidar y mantener,
tampoco valdrá la pena visitar.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario