El título de este escrito
duele mucho, pero duele más, callar lo que quiero decir. Aguantar las ganas de escribir no va conmigo,
aunque enmudecer es lo más fácil. Trago saliva, mientras todos callan hasta que
el problema pasa. Mucha gente cree que quedarse callado evita complicaciones, menos
discusiones, menos riesgos. Es que se volvió intolerable tanta contrariedad,
una tras otra. La ruina se adueñó de la ciudad, que hoy carece de títulos de
propiedad. Cae a pedazos en manos muertas.
Los tiempos cambian, derriban lo
viejo y, surge “el progreso” entre las reliquias.
La
decadencia ha llegado al punto de rayar la historia
de varias generaciones. No hay duda sobre
“la ciudad maldecida”, relacionada principalmente a la leyenda de la Cruz de
Belén. Maldición que se remonta desde cuando desterraron al arzobispo
Carlos Bermúdez Pinzón, quien maldijo a Popayán antes de su partida en 1877,
pronunciando estas palabras: "Maldigo a esta ciudad, cuna de
masones y enemigos de Dios. El día que la cruz de la iglesia de Belén caiga,
los muertos saldrán de su tumba y Popayán se acabará". Menos mal, la
ruina no ha sido total, porque la cruz, contiene inscripciones que rompen el mito de
esa leyenda, con oraciones espirituales que protegen la ciudad.
Las maldiciones son creencias no comprobables,
aunque existen las coincidencias que, desde la perspectiva estadística, son
probables, conectadas por causalidad, pues el cerebro humano tiende a buscarles
un significado. Los hechizos del mal, han sido parte de la humanidad desde tiempos
inmemoriales y, subsisten. Desde la antigüedad, hasta las culturas modernas, el
sentido de ciertas palabras, rituales o incluso, “las ojeadas”, que suelen desencadenar
en desgracias. Han sido recurrentes en la historia humana y siguen provocando
impacto en el comportamiento de las personas que las creen, en su percepción de
la realidad.
Quien esto escribe, no es nada supersticioso, distinguiendo las
maldiciones como habladurías. Sin embargo, en contemplación intensa, repasando hechos perturbadores y redundantes en Popayán, me
hacen juzgar que la maldición se ha adaptado al contexto contemporáneo.
En el caso de Popayán y su "maldición",
se amolda a mi propia cosmovisión desencadenada en verdaderas fuerzas negativas
que aturden la ciudad. En una primera lectura, leo la fecha de
su fundación, con una diferencia de solo un año con Cali el 25 de julio de 1536
y, Popayán el 13 de enero de 1537. Sin pretender hacer una descripción minuciosa,
sino una tentativa de presentar a los lectores una reseña muy general del
desarrollo de la progresista Cali, comparada con la decadencia de la "hidalguía"
y la “pureza de la colonial” Popayán, como consecuencia de una
combinación de factores: corrupción estructural y política, que resultan de malas
decisiones gubernamentales. Entre ellas, demoras en obras, generadas por la
mala planeación, la falta de coordinación con otras entidades y empresas de
servicios públicos, males económico-sociales y el empleo exagerado de trámites.
Son muchos ejemplos convertidos en paisaje: la perdurable invasión del espacio
público, bloqueo de vías, incultura ciudadana, infraestructura deficiente y
congestión del tráfico, atraso digital - semáforos-, vandalismo grafitero, delincuencia
y violencia…
Levanto los ojos del teclado, meditando sobre el atraso de la
ciudad. Me invade el escalofrío, la veo desconectada de la realidad. No existe
la urgente necesidad de paliar el atraso. Desdichadamente no se nota que haya
remedios institucionales contra el atraso. En el aterrador contexto que vive Popayán,
aparece de nuevo la desoladora distancia que separa las palabras de las
vicisitudes. El uso débil de autoridades locales, no permite el medio para corregir
las prácticas incivilizadas. Urge sanar la herida en la compostura de hombres y
mujeres, con noción de valores, principios y conciencia cívica, que permita la
formación de un “pueblo culto” para retornar la dignidad y la decencia.
Nuestra “Alma Mater” perdió su rumbo. En siniestro “viernes
cultural”, enfocado al salvajismo, quedó demostrado que la juventud está
perdida con ideas baratas. Que un grupo de muchachos malcriados viven encadenados, metidos en una cueva, dentro de
una visión limitada de la vida, a espaldas de la realidad, creyendo únicamente
en las sombras proyectadas en la pared por objetos y personas que pasan detrás
de ellos, infundidos por una hoguera.
Civilidad: Entretanto, los deseos
de la gente vagan por encima del oscuro abismo de la resignación silenciosa que
nos hace aceptar lo inaceptable.
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