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sábado, 1 de noviembre de 2025

La ciudad maldecida (Así estamos)

                                                                           


El título de este escrito duele mucho, pero duele más, callar lo que quiero decir.  Aguantar las ganas de escribir no va conmigo, aunque enmudecer es lo más fácil. Trago saliva, mientras todos callan hasta que el problema pasa. Mucha gente cree que quedarse callado evita complicaciones, menos discusiones, menos riesgos. Es que se volvió intolerable tanta contrariedad, una tras otra. La ruina se adueñó de la ciudad, que hoy carece de títulos de propiedad. Cae a pedazos en manos muertas.   Los tiempos cambian, derriban lo viejo y, surge “el progreso” entre las reliquias.

La decadencia ha llegado al punto de rayar la historia de varias generaciones. No hay duda sobre “la ciudad maldecida”, relacionada principalmente a la leyenda de la Cruz de Belén.  Maldición que se remonta desde cuando desterraron al arzobispo Carlos Bermúdez Pinzón, quien maldijo a Popayán antes de su partida en 1877, pronunciando estas palabras: "Maldigo a esta ciudad, cuna de masones y enemigos de Dios. El día que la cruz de la iglesia de Belén caiga, los muertos saldrán de su tumba y Popayán se acabará". Menos mal, la ruina no ha sido total, porque la cruz, contiene inscripciones que rompen el mito de esa leyenda, con oraciones espirituales que protegen la ciudad.  

Las maldiciones son creencias no comprobables, aunque existen las coincidencias que, desde la perspectiva estadística, son probables, conectadas por causalidad, pues el cerebro humano tiende a buscarles un significado. Los hechizos del mal, han sido parte de la humanidad desde tiempos inmemoriales y, subsisten. Desde la antigüedad, hasta las culturas modernas, el sentido de ciertas palabras, rituales o incluso, “las ojeadas”, que suelen desencadenar en desgracias. Han sido recurrentes en la historia humana y siguen provocando impacto en el comportamiento de las personas que las creen, en su percepción de la realidad.

Quien esto escribe, no es nada supersticioso, distinguiendo las maldiciones como habladurías. Sin embargo, en contemplación intensa, repasando hechos perturbadores y redundantes en Popayán, me hacen juzgar que la maldición se ha adaptado al contexto contemporáneo.  

En el caso de Popayán y su "maldición", se amolda a mi propia cosmovisión desencadenada en verdaderas fuerzas negativas que aturden la ciudad. En una primera lectura, leo la fecha de su fundación, con una diferencia de solo un año con Cali el 25 de julio de 1536 y, Popayán el 13 de enero de 1537. Sin pretender hacer una descripción minuciosa, sino una tentativa de presentar a los lectores una reseña muy general del desarrollo de la progresista Cali, comparada con la decadencia de la "hidalguía" y la “pureza de la colonial” Popayán, como consecuencia de una combinación de factores: corrupción estructural y política, que resultan de malas decisiones gubernamentales. Entre ellas, demoras en obras, generadas por la mala planeación, la falta de coordinación con otras entidades y empresas de servicios públicos, males económico-sociales y el empleo exagerado de trámites. Son muchos ejemplos convertidos en paisaje: la perdurable invasión del espacio público, bloqueo de vías, incultura ciudadana, infraestructura deficiente y congestión del tráfico, atraso digital - semáforos-, vandalismo grafitero, delincuencia y violencia…

Levanto los ojos del teclado, meditando sobre el atraso de la ciudad. Me invade el escalofrío, la veo desconectada de la realidad. No existe la urgente necesidad de paliar el atraso. Desdichadamente no se nota que haya remedios institucionales contra el atraso. En el aterrador contexto que vive Popayán, aparece de nuevo la desoladora distancia que separa las palabras de las vicisitudes. El uso débil de autoridades locales, no permite el medio para corregir las prácticas incivilizadas. Urge sanar la herida en la compostura de hombres y mujeres, con noción de valores, principios y conciencia cívica, que permita la formación de un “pueblo culto” para retornar la dignidad y la decencia.  

Nuestra “Alma Mater” perdió su rumbo. En siniestro “viernes cultural”, enfocado al salvajismo, quedó demostrado que la juventud está perdida con ideas baratas. Que un grupo de muchachos malcriados viven encadenados, metidos en una cueva, dentro de una visión limitada de la vida, a espaldas de la realidad, creyendo únicamente en las sombras proyectadas en la pared por objetos y personas que pasan detrás de ellos, infundidos por una hoguera.

Civilidad: Entretanto, los deseos de la gente vagan por encima del oscuro abismo de la resignación silenciosa que nos hace aceptar lo inaceptable.

 

 


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