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viernes, 25 de julio de 2025

El salpicón de Baudilia

 



Esta oleada de calor, me hace recordar los veranos cálidos que iban de junio a septiembre. En esa mirada al pasado, viene a mi memoria la señora Baudilia Collazos quien fuera la emprendedora en la mitad del siglo XIX de la famosa venta de helados raspados y, que aún en este siglo XXI se bautizaron para siempre como los “helados de Baudilia”. Pero, sin conocí a su hija Zoraida Alvarado de Lemos, quien continuó con el negocio de la venta de helados de paila, que siguen siendo del gusto de payaneses, patojos y fuereños que los buscan en varios sitios de la ciudad para saciar la sed que es un anhelo que nunca se apaga, una necesidad insaciable de ser saciada. Desde luego, los helados nunca serán los mismos de aquellas calendas. Porque la historia oral cuenta que, por allá en los años 1940, cuando no existían congeladores ni tampoco las fábricas de hielo, había que atravesar la difícil cordillera para transportar a lomo de mula o de bueyes las marquetas de hielo cubiertas de aserrín y sal para evitar su descongelamiento desde las faldas del Volcán Puracé. Era pues, toda una proeza el transporte del hielo. Una vez recibidas en Popayán por las prodigiosas manos de doña Baudilia, dueña de la tradicional receta, fórmula o procedimiento de trituración en paila de cobre, era convertida gracias al frío del hielo, en picadillo a base mora de castilla, guanábana, lulo, piña, transformándose en helados revueltos en paila de cobre, comúnmente conocidos como el salpicón de Baudilia. Estos helados únicos en todo el país siguen deleitando a los payaneses y a las personas de buen paladar.  

En el céntrico lugar, de la esquina de la carrera quinta con calle cuarta, estaba ubicado el establecimiento comercial donde se expendía esa delicia tan auténtica y típica de Popayán. Allí se dieron cita durante más de 60 años familias y personas para tertuliar bajo los efectos de ese inconfundible refresco. Era tan frío, pero tan frío ese granizado, que del paladar pasaba al dolor de cabeza y de allí, hasta donde la espalda pierde su lindo nombre.

Ahora, Baudilia ya no está ni su heredera hija tan poco, quien un día tomó la decisión de no continuar fabricando estas delicias, que, para ella y los habitantes de la ciudad, eran algo tan tradicional como las mismas empanadas y los tamales de pipián. Para la época de Baudilia y su hija Zoraida era no solamente un lugar para deleitar el paladar, sino un elegante espacio para celebraciones, primeras comuniones, cumpleaños y otras galas de carácter familiar que escribieron páginas importantes en la vida social de Popayán.

Ahora Baudilia ya no está. Hace mucho tiempo partió a la eternidad y su hija Zoraida cogió el mismo camino. Tampoco el centro social existe por eso, en estos tiempos, solo nos queda saborear la nostalgia, porque como los refrescos de Baudilia nunca habrá otros. Patojo que se respete o visitantes de la ciudad que disfrutaron de esas delicias del sin igual salpicón, acompañado de las colaciones o diminutas “paspitas” solamente les quedó gravado el sabor en la memoria y en sus papilas degustativas. Esos impulsos sensoriales enamoraban a los conocedores de los sabores de la hermosa ciudad de los campanarios y sus costumbres. Lástima grande, la Heladería de Baudilia y, el Café Alcázar, como puntos de encuentro ya no están para los payaneses, con lo cual se cierra otro capítulo en la vida de Popayán.

Civilidad: La vida moderna, con sus rápidos cambios y avances tecnológicos, erosiona las costumbres y tradiciones arraigadas de Popayán. Si bien es cierto la globalización y la influencia de otras culturas pueden llevar a la extinción de las prácticas tradicionales, no deben escatimarse esfuerzos para preservar y adaptar esas tradiciones a los tiempos actuales.

 

 

 

sábado, 19 de julio de 2025

Globalismo y globalización

 


Globalismo es una palabra nueva que invade nuestro vocabulario político. El escritor Agustín Laje aclara sabiamente la malvada realidad de nuestro mundo moderno e ilumina las tinieblas de las fuerzas del poder que trata de controlar a la humanidad. En su magnífica obra, explica que “globalismo no es globalización, sino una arrolladora ideología que supone el más ambicioso proyecto de ingeniería social y control total en curso. La globalización no es un fenómeno reciente. Institucionalizada en organizaciones que, por la misma definición, no tienen ni patria, ni territorio ni pueblo”. Es pues, “la ideología que pretende parir un régimen político antidemocrático de alcance global. Así la soberanía de las naciones se redistribuye entre organizaciones supranacionales como el Foro Económico Mundial o la ONU con su Agenda 2030, liberadas de las limitaciones de los intereses particulares de los pueblos, para coordinar las transformaciones necesarias para nuestra “supervivencia”.

Agustín Laje explica magistralmente el origen y la formación del contrato social de nuestros Estados nacionales sobre una base democrática, mostrando cómo el globalismo busca culpabilizar estas estructuras para llevarnos a un callejón sin salida, donde todo se cede a una gobernanza global no representativa, la máxima expresión de la oligarquía de unos pocos privilegiados por los que nadie votó, y que ante nadie rinden cuentas, pero que pretenden dirigir el destino del planeta”.

El escritor en su libro hace un llamado a todos los actores sociales, políticos, religiosos e intelectuales a unirse contra el globalismo. La paradoja de que los patriotas olviden sus fronteras para esta batalla cultural adquiere un nuevo significado. Conocer la verdad y denunciar la mentira es un arma valiosa que este libro ofrece.

Leyendo a Agustín Laje, no es otra cosa que una nueva forma del poder político que modernamente denominan: “gobernanza global”. Si tomamos el término “gobernanza”, es “la realización de relaciones entre diversos actores involucrados en el proceso de decidir, ejecutar y evaluar asuntos de interés público, proceso que puede ser caracterizado por la competencia y cooperación donde coexisten como reglas posibles; y que incluye instituciones tanto formales como informales (ciudadanía y sus distintos mecanismos de organización temporal y/o espontánea). La forma e interacción entre los diversos actores refleja la calidad del sistema y afecta a cada uno de sus componentes; así como al sistema como totalidad”.

En ese lenguaje moderno, entonces, el globalismo trata de institucionalizar a organizaciones que, por definición, no tienen ni patria, ni territorio ni pueblo. Organizaciones que a veces son completamente públicas, otras veces completamente privadas; pero en la mayoría de los casos son hibridaciones público-privadas. Esas organizaciones a veces se llaman «Organizaciones Internacionales Públicas», a veces se llaman “ONG” y que algunas veces toman el nombre de “Foros globales”. Independientemente de la forma jurídica y la naturaleza específica con que se hayan constituido, todas ellas comparten una misma convicción: la de que, en el actual momento de la globalización, el mundo debería ser gobernado por instituciones de carácter global.

Y agrega el autor. “El globalismo es el más ambicioso proyecto de poder político jamás visto. Desborda toda frontera, real o imaginaria; traspasa tanto la geografía como la cultura, hasta convertirlas en algo irrelevante; subordina al Estado nación, la organización más característica de toda nuestra modernidad política; subvierte todos nuestros dispositivos de limitación del poder, tales como la división de poderes, la representación democrática y la publicidad de los actos gubernamentales; postula nuevas formas de legitimación del poder basadas en la tecnocracia y en la “filantropía”, es decir, en el gobierno de los “expertos” y los multimillonarios que “aman” a “la Humanidad”. Por todo esto, deja a las naciones fuera del juego político, estableciendo de arriba abajo agendas uniformizantes e imponiendo ideologías disolventes.

El globalismo es el punto de llegada de una visión ingenieril de la política, según la cual la labor del poder político consiste en aplicar la razón abstracta sobre la sociedad para imprimir en ella una forma que existe en la cabeza de quienes poseen el poder. El ingeniero social toma al hombre real como su materia prima, lo concibe como un ente abstracto y lo moldea a la fuerza, lo formatea, se apodera de su corazón y conquista su mente, lo atraviesa por completo y lo tuerce en la dirección que corresponde a la Idea.

Civilidad: La globalización no es una oportunidad, es una amenaza. Todos los actores sociales, políticos, religiosos e intelectuales deberían unirse contra el globalismo por amor a la patria.  

 

miércoles, 16 de julio de 2025

HORACIO DORADO EN BLANCO Y NEGRO

Horacio Dorado en blanco y negro

A dos cuadras del parque de Caldas, precisamente allí donde hoy funciona la Lotería del Cauca, existió el Pabellón Primo Pardo, que era un puesto de salud para gente del populacho, atendida por monjas, médicos, enfermeras y personal asistencial de mucha calidad humana. En ese establecimiento, donde socorrían a gente de menos recursos, allí nació Horacio Dorado Gómez, por allá en el siglo pasado, el 5 de enero de 1943, día de negritos. Me contaba mi venerada madre que, desde el balcón, aquel día en que vi por primera la luz, ella podía observar la entrada triunfal de la “familia Castañeda” que desfilaba desde el Callejón (Barrio Bolívar) rumbo al parque Francisco José de Caldas. En medio de los pujos de parto que realizaba mi progenitora durante la fase expulsiva, como un soplo de Dios, se alegraba al son de flautas, tamboras, charrascas y el triángulo. Eran tiempos de festejos y alegría, celebrando las fiestas de Pubenza, al grito de vivas, entonando aires caucanos el día de negritos.  Tanto mi padre Gilberto Joaquín como mi madre Josefina, una devota ama de casa que impulsó en su hijo el gusto por la lectura. habían llegado de Bolívar © en 1939. Él, un sargento mayor del ejército, -Batallón Junín No. 7- acantonado en Popayán, habitualmente ausente del hogar por razones durante su carrera militar,  Varias veces trasladado de un lugar a otro, en la época de la violencia y, como tal, había ejercido alguna alcaldía en un pueblo norteño. La familia de mi madre no era adinerada, pero tampoco sufría penurias, al morir tempranamente la suya, fue internada y educada en un convento de misioneras religiosas de Bolívar © por cuenta de mi abuelo Pedro Pablo. Por ese motivo, en honor a tantos sacrificios y desvelos por mi crianza y a mi formación como hombre de bien, resolví al cumplir los 21 años para obtener mi cédula de ciudadanía, en un arranque de soberbia, en sentimiento de valoración de mí mismo, por encima de las heridas, resolví tomar los apellidos de mi madre y quitarme los de mi padre. Satisfice mi orgullo, optando por un orden diferente al tradicional, mediante un trámite legal ante la notaría 2ª del Dr. Viveros. Mi padre me perdono lo imperdonable. Y pese al desagrado por la comprensible irritación de mi padre y al asombro de mis hermanos, la vida continuó con la hermandad de sangre que persiste y se afianza con el paso de los años hacia Nora, Víctor, Yolanda y Adolfo; sin dejar de recordar a Elsa y Gilberto, quienes se adelantaron en la entrada a la Casa del Padre Eterno.    

Una historia de amor comienza. Apenas había cumplido 18 años cuando la conocí. Desde el primer instante tuve la sensación de que era la mujer que debía llevar al altar para guardarla en una urna de cristal. Su inocencia y, fragilidad parecía que no encajaba en este mundo; sin embargo, con el transcurrir del tiempo, me demostró que era más fuerte que yo. Era invisible para la lujuria mundana, para mí fue un embrujo del amor, desde que mis ojos se posaron en ella. Había encontrado la mujer de mis sueños. Sentí tan dentro de mí ese sentimiento de apego, que perduró 52 años. Compartimos una relación matrimonial maravillosa, porque era una mujer cristiana. Me faltan palabras para expresar tantas virtudes que la adornaban. Dios, la puso en mi camino para esta historia de amor que superó la prueba del tiempo, sin sentir el transcurrir de la vida. Fue un verdadero amor, construido despacio y con mucho cuidado. Siempre conservamos el diálogo diario, respeto, confianza y paciencia mutua como llave del amor. Quienes la conocieron, saben la calidad de compañera con quien construí mi refugio de ternura. Con Alix Quintero Bolaños, beso a beso, ladrillo a ladrillo edificamos un hogar donde el sol brilló más brillante y con la brisa que soplaba más fresca y pura. Llegaron los hijos y, con ellos, los nietos y últimamente, los bisnietos, Matías y Margareth, haciéndome aliviar las penas del alma. A todos nuestros herederos, les impartimos desde nuestro nido, la educación en valores como objetivo primordial de la vida, la misma que recibimos de nuestros progenitores. Siempre, la intención ha sido la de conservar y usar el término ilusión en este sentido. Alimentamos la ilusión para referimos a un sueño conectado con nuestro sentir. Nos resultaba agradable y estimulante soñar despiertos, con el bienestar que producía llevar a cabo un determinado proyecto o actividad. Bienestar, que se cumplió porque nos obligamos a seguir un deseo nacido de lo más profundo de nuestros corazones.

 

Embelesado por la belleza espiritual que engalanaba a mi esposa Alix, logramos entender la dualidad de la vida que radica en los pequeños detalles que ella nunca dejaba pasar por alto. Con extraordinario corazón altruista, se encaminó por el bien de las personas de manera desinteresada, incluso a costa del interés propio. Sin dar a conocer su nombre, entregó el bien sin esperar nada a cambio.

 

Pero, esa inmensa felicidad que nos acompañó durante tantos años (52) se vio comprometida constantemente por complicaciones clínicas intercurrentes que afectaron su salud, en especial la función renal. Gracias a los avances médicos, tanto en la clínica R.T.S, en Popayán, como en el Valle de Lili, continuamente el personal médico y asistencial, le suministraron la atención y el seguimiento clínico necesario durante largos y penosos años, a quienes presuroso siempre acudí para cuidar esa porcelana que Dios me había regalado. El padecimiento renal crónico, relacionado con la enfermedad cardiovascular, se había logrado controlar. Pero sin duda, el nerviosismo y, la tensión física, llenó su pensamiento de angustia e impotencia ante el terrible peligro del virus del año 2020 y la velocidad con que contagiaba al mundo. A última hora, un paro cardiaco, la llevó al lugar donde se vive para siempre.

 

Alix era todo corazón, amó a sus tres hijos, Cristina, Claudia, Horacio Enrique y a cuatro nietos: Camila, Pablo, Juan Sebastián, Manuel José. Ahora a mí me corresponde irrigar el mismo amor a la última nieta, Alicia y, a mis dos bisnietos, Matías y Margaret. Tal como ella consagró su vida a descubrir y afrontar el mundo por ellos y por mí. Su amor cambió mi vida, la cambió para bien. Su amor me hizo tener esperanzas y ser siempre feliz. Logró hacer todo aquello que era capaz de hacer: manualidades y habilidades, enseñando a pintar, a leer, a hacer las tareas escolares, como legítima guía para sus chiquitines que le daban ilusión a su existencia. Ella quería que todo su amor quedará grabado en la personalidad de sus pequeños para toda la vida. Eran experiencias que le imprimían las bases para lo que sería el resto de sus años. Alix, fue una santa mujer. En su rostro y su dulce mirada, nunca reflejó los padecimientos del cuerpo. Tenía la ilusión de vivir largos años, no para sí, sino para sus retoños a quienes adoraba entrañablemente. Por ellos, resistió con serenidad sus padecimientos. Para olvidar los males, bailábamos y cantábamos al ritmo de nuestros corazones. Año, tras año se repitieron las reuniones familiares que nos brindaron mucha felicidad, la armada del pesebre y el árbol de navidad, enseñando las tradiciones y sabores. Con cariño y entusiasmo, en sesiones de karaoke entonábamos, el bolero “Nuestro juramento”. Por eso, cumpliendo esa promesa, repito escribiendo aquí en su honor, la historia de nuestro amor.  Le saqué sonrisas, ella me robó el aliento. Ahora siento un vacío existencial, tan grande y profundo que me quema por dentro. Yo le enseñé a vivir, ella me mostró la muerte. Hoy ese vacío no solo se manifiesta por la ausencia de mi amada Alix, sino por la falta de su presencia, su apoyo y la alteración del ritmo diario con dificultad para adaptarme a la nueva realidad. 

 

Mi educación siempre fue en establecimientos públicos, escuelas: Rafael Pombo y Antonio Nariño, con excelentes notas, que aún conservo mi libreta de calificaciones para conocimiento de mis vástagos. En mi última escuela Antonio Nariño, me vi precisado a validar toda mi primaria ante el cambio de apellidos.    

Cursé el bachillerato en el Colegio José María Córdoba, cuando la pensión costaba 200 pesos mensuales, suficientes para sufragar la nómina de auténticos y esplendidos educadores. Me gradué como Contador Público en la Universidad del Cauca, cuando los computadores ocupaban un espacio tan grande, casi, como el salón de clases. Además, hice tres especializaciones: Especialista en Docencia Universitaria. Especialista en Administración Hospitalaria. Especialista en Revisoría Fiscal y Auditoría Externa. Diplomado en Relaciones Industriales en la Universidad de Cornell en Ithaca, New York. 

Me vanaglorio de mi educación, diciendo con modestia y humildad con respecto al nivel educativo alcanzado, que la formación recibida en los planteles educativos de carácter público, la considero motivo de orgullo o superioridad sobre otros. Después de todo, desde mi infancia, mis padres, ambos quisieron que fuera a una universidad específica, al alma mater, fundada por Francisco de Paula Santander, en 1827. Mi Universidad del Cauca, simplemente la mejor para formar ciudadanos que han contribuido al desarrollo de la nación.  Siempre me propuse ser el mejor estudiante, porque sabía y quería que mis padres, nunca se sintieran algo decepcionados. Durante mi paso por la Universidad, me desvelé estudiando, pues durante la ausencia de los profesores, me dejaban como monitor del curso para suplirlas. Años después de mi graduación, mi padre me llamó para decirme que se alegraba de mi decisión de haber elegido el camino al que él esperaba. Sonreí.

A mi madre le agradezco haberme heredado su inagotable amor al trabajo y la enseñanza con su ejemplo que todo es alcanzable con el esfuerzo propio. Mi venerable madre, Josefina, la “Doña Chepa” del siglo XIX, quien en su encierro conventual había adquirido vastos conocimientos de culinaria. Por ese paso monacal de mi madre, se abrieron las puertas de familias notables de la ciudad.  En la historia y la sociedad de Popayán, ciertas familias habían alcanzado renombre y reconocimiento por diversos motivos, ya sea por su riqueza, poder, influencia política, o por su legado cultural y artístico. Esas familias notables dejaron en mí, una marca perdurable en mi existencia y están asociadas con ciertos apellidos importantes por quienes guardo especial afecto y cariño.  Su demostración de afecto, a través de expresiones verbales, contacto físico o acciones de cuidado, fortalecieron nuestros lazos familiares y contribuyó, sin duda a la construcción de mi persona con relaciones saludables basadas en la confianza y el respeto.  Allí en esos caserones fui tratado como un hijo de esas familias, quienes pusieron en mis manos sus bibliotecas, desempeñando un papel fundamental en mi alfabetización y el amor por la lectura. Mi tiernísima madre, cumplía sus labores de la alta cocina; que, por sus saberes y sabores, de ricos manjares para banquetes y fiestas de gran pompa en la aristocrática Popayán que la contrataban con frecuencia. Mientras tanto, yo me entretenía leyendo los clásicos de la literatura para mis tareas escolares. Allí disponía de los periódicos nacionales y claro, de “El Liberal”, que me formaron como lector y que aún sigo siendo lector, hasta de periódicos internacionales que Rodrigo Dueñas me dispensa a diario. Siempre los periódicos han cumplido el papel informativo, aunque se comentaba en aquellos tiempos, que la prensa sembraba el desorden, generando reacciones incendiarias, hasta que la violencia se hizo realidad. Durante las largas horas esperando que mi madre cumpliera sus quehaceres, me deleitaba leyendo la revista Cromos, literaturas costumbristas, novelas y hasta revistas de comics, que domingo a domingo a la entrada de los teatros intercambiaba. Mi amor por las letras, y por el esmero en mis estudios, y mi comportamiento en todo momento, fue motivo de comentarios que elevaban el ego a mi madre, manifestándole: “su hijo va a tener futuro”. Mi madre me educaba con filosóficos proverbios para enseñarme, no solo a ser honesto, sino a decir la verdad, a actuar con integridad en todas mis acciones y decisiones. De ella aprendí, que la honestidad en un valor esencial para fortalecer las relaciones para vivir con rectitud y en paz. Estas reflexiones sobre recuerdos bonitos nunca se me olvidan.   

Desde siempre me gustó escribir.  Siento que al escribir abro mi alma y mi imaginación, que, al convertirla en letras, me desahogo sobre el papel.  Cuando se asoma una idea a mi mente, la convierto en realidad. Creé mi primer pasquín elaborado en mimeógrafo que titulé: “Lux”. Lo circulé en las oficinas de Cedelca, para reprochar o felicitar a funcionarios de Cedelca; por ejemplo, al Tesorero Gerardo Silva, porque no pagaba la nómina si la fecha caía un viernes, bajo la sana disculpa de evitar que el trabajador, gastara su quincena en bebidas embriagantes el fin de semana. Escribí, en el periódico escrito con humor de propiedad de Ricardo Román (Q.E.P.D); también, en Proyección del Cauca de Oscar García, (QEPD), Meridiano del Cauca de Edgar Campos y, en la Revista Popayán, de Antonio Alarcón.

En el Diario “El Nuevo Liberal”, escribo hace más de veinticinco años, sin dejar de publicar dominicalmente un solo día. Cinco lustros como columnista hasta lo presente, desde cuando el ingeniero Guillermo Alberto Gonzáles Mosquera me brindó un espacio seguro en el periódico para expresar, lo que a menudo suelo comunicar con moderado espíritu crítico, variedad de temáticas de mi amada Popayán.  El Dr. González Mosquera, me motivó a escribir para el periódico local. Desde entonces, decidí que esa era una manera de corresponder a la ciudad que me vio nacer, la que me ha dado todo para ser la persona que hoy soy. Cuando Dios hizo el primer jardín, pensó en Popayán. Por eso, dominicalmente, siempre creo que es la forma de corresponderle a la ciudad de mis amores. Desde luego, pensando en los leyentes con respeto para redactar las columnas sobre históricos relevantes desde su fundación, su papel como capital noble y señorial, su influencia en la independencia de Colombia, y su arquitectura colonial, hasta nuestros días. Escritos que reflejan la rica historia de la ciudad, su importancia en el desarrollo regional y hasta el aplazamiento en que la someten sus gobernantes, desde luego, lo hago con mensajes impregnados de profunda consideración hacia los demás.

Me cabe la inmensa satisfacción, de que mis escritos, generan en la opinión pública a través de la persuasión, y el cuestionamiento que, en forma de mensajes constructivos, sugieren cambios de comportamiento de la ciudadanía en pro de la ciudad. En eso, no doy brazo a torcer: Uno que me lea, entienda y ponga en práctica, lo que digo, me basta para decir, que es un logro como columnista. He escrito varios libros, entre ellos: “Cuentos parroquiales para todo el mundo”, “Popayán en columnas de Papel” y “Personajes Típicos de Popayán”; coautor de “El rastro de las ideas” y “La escritura sobrevive”   

Siempre encontré la felicidad en el trabajo. Desde muy joven empecé mi vida laboral. Como profesional y como servidor público alcancé cargos de mayor jerarquía con funciones de dirección y toma de decisiones. Orgullosamente salí de todos los cargos, sin cargos que enturbiaran mi trayectoria laboral.  Desde luego, englobando en el amplio quehacer como trabajador raso.  Trabajé como obrero de pala y azadón, en la granja experimental de la Secretaría de Agricultura. Tan productivo era ese trabajo, que me sacaba sangre y ampollas en mis manos.  Gracias a mi caligrafía y como mecanógrafo, me reubicaron del campo a la oficina, tan pronto demostré mis cualidades administrativas. El segundo trabajo en mi juventud, recomendado por mi gran amigo, Mario Ledezma alias el suizo, ante el gerente de Avianca, español José Luis Vela, fue como cartero con vestimenta de paño azul turquí, corbata negra y kepis para repartir el correo aéreo y cartas por las calles de la bien amada “Ciudad de paredes Blancas”. Poco tiempo bastó, para escalar posiciones de oficinista, ya como encargado del área de Correos Nacionales, ya como jefe de encomiendas en Avianca.

Hice tránsito laboral en la gran empresa Cedelca, por espacio de 15 años. Alternado mis labores, conjugué mi carrera administrativa con mis estudios nocturnos, en la Universidad del Cauca. Ocupé varios cargos ejecutivos en dicha empresa, sociedad anónima, como: sub-almacenista, secretario del área técnica, jefe de compras, jefe de facturación y cobranzas.  Con ese bagaje de conocimientos empresariales adquiridos allí, un día fui llamado por el Dr. Fabio Grueso Arboleda quien había sido Almacenista de Cedelca y yo su subalterno, para entrevistarme con el gobernador, su tío, Jorge Grueso Arboleda, quien quería nombrar como secretario administrativo, a una persona que fuera trabajador, estudiante y líder sindical.  Como yo tenía ese perfil, fui nombrado como tal. De allí en adelante, durante los cambios de gobernadores, fui reelegido por el médico Gilberto Cruz, luego en otro cambio, el Dr. Andrés Arroyo Cajiao, y otro más por el Dr. Fernando Iragorri Cajiao y finalmente el Dr. César Negret Mosquera. En dichos cargos, adelanté gestiones, en bien del Cauca, solicité apropiaciones presupuestales como secretario administrativo para dotar de máquinas de escribir (predecesora de la computadora) y contraté personal idóneo para poner al día la oficina, desatrasar la expedición de certificados para profesores y personal solicitante; además, de realizar el inventario de bienes, muebles e inmuebles del departamento del Cauca. En la Secretaría de agricultura, además de poner a funcionar la maquinaria abandonada, tractores para arar gratuitamente las tierras de agricultores con máximo tres hectáreas de terreno; adquirimos sementales (equinos, porcinos, mulos de pedigrí) para que los campesinos pudieran llevar a sus animales-hembras a fin de mejorar sus razas.

Fui gerente de la Caja de Compensación del Cauca, haciéndola funcional financieramente, organizando y actualizándola como una empresa en desarrollo.  Una vez liquidada el IDEMA, puse en marcha vehículos, adquiridos por la Caja de Compensación, furgones con mercaderías básicas para el hogar, recorriendo los barrios populares para el alcance presupuestal de las familias más pobres de la ciudad. Durante el terremoto de marzo de 1983, no solo prestamos auxilios a gentes necesitadas con el aporte de las Cajas de Compensación del país, sino que se reconstruyeron las instalaciones del centro (frente a San Francisco) que había derruido por cuenta de la catástrofe. El mayor logro, en dicha institución es haber construido y puesto en funcionamiento, desde la compra del lote del Centro Recreativo con todas las comodidades para las prácticas deportivas y la recreación de las familias de Popayán. Dichas instalaciones siguen y seguirán ocupando el primer lugar para la sana distracción de las juventudes. Además, durante mi período como director de la Caja, se construyeron supermercados en las poblaciones de Santander de Quilichao y Puerto Tejada. Resaltando que, en Popayán, en la parte trasera del Hotel Monasterio funcionaba en un cobertizo el Cuerpo de Bomberos de Popayán. Para cumplir un doble propósito, hice posible la compra de ese lote para construir la edificación, donde hoy funciona una IPS de Comfacauca y para que el Cuerpo de Bomberos adquiriera y edificara sus instalaciones frente a la Terminal de Transporte donde hoy funciona para bien de Popayán.

He contado aquí, mis recuerdos en blanco y negro que no son engañosos porque están coloreados con los hechos del presente durante largos 60 años de vida laboral. Nunca aspiré a ganar premios por lo que hacía. Tampoco he hecho el menor esfuerzo por obtener merecimiento alguno. Y mucho menos, en el otoño de mi vida. Mi único anhelo, es que Dios Todopoderoso me conserve con salud física y mental, mientras llega la oportunidad del maravilloso reencuentro con mis seres queridos que avanzaron para alcanzar la vida eterna.


                                    
                                    Mi madre Josefina Dorado         Mi padre Gilberto Joaquín                                                                               a los 34 años de edad.                      Narváez

                                       
         Horacio primer año de vida           Horacio a los 5 años de edad 
                                                        (1944)                                           (1948)

            


 

        

                             Posesión Secretario Administrativo – Gobernador Jorge Grueso Arboleda

                           
                                Matrimonio Alix y Horacio -                         Familia Dorado Quintero
                              diciembre 21 de 1968                                                                                


 

 

             

Inauguración Centro Recreativo Comfacauca Pisojé  



   
                                                                                                  


domingo, 13 de julio de 2025

Caminata por la historia de Popayán

 


Todavía podemos caminar por las hidalgas calles de Popayán, con temor, pero lo hacemos. Ya no entramos al teatro municipal, en donde proyectaban “Los Diez Mandamientos”, que ya no practicamos tampoco. Hace más de treinta años, la boleta valía dos pesos.  En esa época, no había motos con ruidos estridentes. Los   maricas se contaban en los dedos de las manos y sobraban dedos; ahora los llaman “gais” y pululan. Por aquellos tiempos una carrera en berlina del parque de Caldas a cualquier sitio de Popayán, valía cinco pesos; una camisa fina donde Carlos Ramírez, en el almacén Cady, diez pesos, un paquete de cigarrillos Pielroja, veinte centavos y uno de Kool, cincuenta. Se ganaba y se vivía con poco dinero. El raponero no existía, ni los vendedores ambulantes tampoco.  La vida en Popayán no giraba alrededor del dólar. Los comentarios económicos y políticos de la localidad se nutrían, dejando escapar el chisme en las tertulias que se desarrollaban en el café el Comercio y el Café Alcázar, sitios preferidos por comerciantes y ganaderos.

 En los años sesenta, la gente acudía a escuchar y bailar música grabada a los “bailaderos”; no existían las discotecas, ni tampoco los moteles.   El pantalón o jeans, como traje de calle, tan preferido hoy, nunca se usaba y, las faldas eran irremediablemente largas. Para ir a la Misa las mujeres se cubrían la cabeza con mantillas, velos o pañolón.  No existían los supermercados, solo vendía en ese estilo el almacén “Mil” de Jesús María Perafán. La única clínica particular, era “La Clínica Popayán” del Dr. Guillermo Angulo, ubicada en la carrera 7ª entre calles 7ª y 8ª. La gente de clase popular nacía en el “Pabellón Primo Pardo” (hoy edificio de la Lotería del Cauca).

 Eran épocas en que el deporte del fútbol y el basquetbol apasionaban de verdad. El presidente de la liga de futbol, era el Dr. Luis Ángel Libreros. Recordamos los equipos: Cardenales, equipo Popayán, Ferro Cauca, entre otros.

“El puente de la eternidad”, sobre el rio Cauca, -frente al Seminario- llamado así por los años que demoraron en construirlo y, lo culminó el ingeniero Tomás Castrillón como ministro de Obras Públicas. En aquel entonces, se andaba despacio, como si al reloj le pesaran más las manecillas. La vida nocturna era reducida y la ciudad después de salir de cine a las once de la noche, dormitaban en tranquilidad absoluta con el agrado de las ventanas abiertas, sin el ruido afónico de los aires acondicionados, muy escasos en aquellas épocas en las residencias payanesas.

Las costumbres eran bien distintas. Los menores tenían diariamente dos jornadas -mañana y tarde- para estudiar. El número de agentes de la Policía era reducido, y el policía de la esquina era amigo del vecindario.  Se estilaban los “paseos de luna” y los teléfonos eran de cuatro números. No teníamos directorio telefónico, simplemente se llamaba a Carlos Talego Ramírez para que informara los números telefónicos. El premio mayor de la Lotería del Cauca pagaba cien mil pesos. En 1961 fue elegido John F. Kennedy presidente de los Estados Unidos, quien enviaba a través del programa “Alianza para el Progreso”, además de dólares para construir escuelas y colegios, cargamentos de latas o cuñetes de leche en polvo y queso para la niñez de escuelas públicas.

 Los costos de ese entonces hoy, suenan risibles. Una botella de whisky valía 40 pesos, una corbata de seda, siete pesos; un par de medias veladas para dama, tres; una panela, treinta centavos; un kilo de arroz, uno con sesenta; de azúcar, noventa centavos y así por el estilo. En anuncios para la venta de una buena casa en barrio residencial, se ofrecía en cincuenta mil pesos.

 Por ese entonces, los rieles del ferrocarril del Pacifico llegaban hasta el barrio Bolívar a la hermosa estación de estilo arquitectónico republicano, influencia del neoclásico europeo. No se conocían los perros calientes ni las hamburguesas, ni las pizzas, pero si los tamales y las empanadas de pipián, que aún hoy gozan de prestigio y sabor incomparables.

No existían sucursales bancarias, solo el Banco del Estado y, obviamente el Banco de la República. Todavía existen los mismos dos clubes: El campestre y el Club Popayán. Las gentes que querían aparentar una alta condición social no se saludaban de beso. No había buses urbanos, solo “chivas” para paseos cuyos conductores conocían a casi toda su clientela. La “Maracachafa” y otras yerbas, no se habían adentrado a ninguna área de la sociedad y la juventud era igualmente alegre y extrovertida. La música de moda era el bolero, el porro y la cumbia. ¡Ah tiempos aquellos Don Simón!

Civilidad: Aquí se vivía sabroso y, todavía podemos hacerlo, amando de verdad a Popayán.

 

 

 

 

 

domingo, 6 de julio de 2025

Cómo hablamos cuando hablamos

 


Escribo esta columna, sin ánimo de suscitar polémica alguna. Simplemente deseo tratar este tema porque cada día somos menos correctos o ¿diferentes? Hay quienes usan las palabras con total falta de sensibilidad, otros escriben con mal gusto y algunos más, con salvajismo.  

 En este mundo regido por la inmediatez y lo acelerado de la vida, pareciera que la ortografía y la sintaxis han dejado de tener importancia; entrelazan el lenguaje como si estuvieran entre las galaxias espirales con su evolución y consecuencias. Como resultado de todo ello, en las redes sociales escriben rápido, acortan las palabras, usando emojis como signos de puntuación rompiendo las reglas de la escritura. Desde luego, tampoco todo lo nuevo es incorrecto. Pareciera que, romper las reglas es un gesto estilístico, no una equivocación. Pero no hay tal, el buen uso del español con capacidad de elaborar un texto bien escrito habla de la personalidad.

Pocos días atrás, viralizaron dos noticias. Una denunciando el maltrato animal, diciendo: “asesinaron un perro” que apareció muerto en una cuneta. Inmediatamente surgieron virulentos comentarios de varios opinadores por la agresividad frente al deplorable hecho. El vocablo sacrificar”, se usa para las diversas acciones humanas que causan la muerte de animales. Y asesinato es la muerte de un ser humano a manos de otro. Días después, apareció otra noticia, dando a conocer el abandono de un bebé, junto a un contenedor, sin ocasionar comentario alguno.  

Nunca antes habíamos escrito tanto ni para tantas personas. Las redes sociales han hecho del lenguaje escrito una herramienta de uso masivo, inmediata y cotidiana. Pero esa escritura que degrada el bello idioma español no se parece en nada a la lengua romance del grupo ibérico, reconocida como idioma oficial por la ONU, ignorando que es el segundo idioma más hablado del mundo, sólo por detrás del chino mandarín. De allí que, la flexibilidad del lenguaje digital permite jugar con él. Acortamientos, neologismos, memes, abreviaciones o emojis, convertidos en recursos expresivos. ¿Significa eso que todo vale? La tecnología puede ayudar, pero solo si se combina con criterio lingüístico. La escritura que se emplea a través de las redes sociales cada vez se aleja más del correcto uso ortográfico. Es habitual ver textos en los que escriben sin signos de puntuación para entender la lectura o el uso de la “be” y “uve” de manera equivocada. El lenguaje es mucho más que decir algo. Es aquello que permite comunicar una idea, transmitir un pensamiento referido a algo o alguien. En definitiva, es poner en palabras aquello que se piensa

Digamos que, el lenguaje digital no es un enemigo de la corrección. Señalemos que es un reflejo de cómo evolucionamos al comunicarnos en nuevos entornos. Solo que, hay que usarlo bien, en cada idioma, para definir, entre simplemente informar y realmente conectar. En realidad, la introducción de nuevas formas del lenguaje en las redes sociales ha cambiado nuestra forma de expresarnos. No es lo mismo enumerar palabras en un mensaje virtual, que estar en el ritmo conversacional. En redes sociales utilizan términos que a veces no tienen sentido alguno.  Por lo que bajo el argumento: “me sacaron de contexto” eluden sus errores.  Con ese sentido, escribimos como hablamos, surgiendo entonces, el léxico rápido y fácil; sintetizando: «toy bien», «holi». Abreviando palabras, “q” o incluso “k”; “porque” que queda como: “pq” o “pk”; “también”, que queda “tmb”; “verdad” que queda “vdd”, etc. Otro tipo de abreviación es de una frase que se reduce a unas cuantas letras, siendo el ejemplo más claro “te quiero mucho” que ya casi todo mundo usa como “tqm”. En lenguaje familiar y amistoso, “no te creas”, que queda “ntc”. Además, escriben todo con mayúsculas para enfatizar emociones y, en ocasiones escriben signos multiplicados, como: (!!!) (???). Lo cual no es un descuido, sino el uso generalizado, sin equilibrio ni coherencia lingüística.

Concluyendo, digamos que el lenguaje en los medios de internet degrada, deforma nuestro idioma, totalmente distinto a la lengua castellana para reducir la información, perdiendo el núcleo del mensaje; sin mucho sentido y casi en tono de telegrama.  En las redes sociales vemos términos y palabras abreviadas que reflejan poco empeño por la conservación de las reglas o simplemente por la pereza por escribir en forma correcta.

Civilidad: No estamos enriquecido nuestro vocabulario. La realidad es otra. La rapidez en los mensajes escritos, deforma el lenguaje con errores gramaticales y ortográficos con incoherencia textual.