Buscar en El Viejo Farol

viernes, 31 de enero de 2025

Probados gestores culturales


 

El 27 de diciembre de 2024 será recordado como la mejor manifestación de grupos ancestrales de nuestra región. Ese día como nunca, escuchamos aires, bambucos y toda clase de música que sin cesar entonaron las chirimías. A “motu proprio” se dieron cita en el parque de Caldas en acción y efecto por el tiro equivocado de desalojo de la sala de recibo de Popayán.

No hay que desconocer la chirimía caucana es un grupo de música tradicional de nuestros antepasados, los “pubenenses” que interpretaban instrumentos básicos como la flauta y la tambora que, dependiendo del territorio cambia, al introducir elementos musicales como la charrasca, redoblante, mates, maracas, caja, triángulo y quijada de burro. Nuestros aguerridos indígenas, también entonaban aires marciales durante combates, para darle a los guerreros, animosidad en la pelea y ardor ofensivo en la contienda. Así ocurrió aquel 27 de diciembre, dándole con todo brío a sus tamboras retumbantes frente al palacete municipal, para responder en desagravio musical al grupo folclórico Chirimía. Allí entendimos la ternura del blanco, diferente a la ternura del indio, diferencia que debemos disminuir ese abismo de piel, de sangre y, del mundo para que florezca la paz. En realidad, fue un grandioso espectáculo musical de conjuntos de niños, jóvenes y, de mayores, demostrando nuestras raíces, dándose a la tarea de proteger con mucho amor lo que nos pertenece y, porque, “no nos vamos a detener en ello”, sentida expresión de uno de ellos.

Desde la montaña, de las goteras de la ciudad, llegó esa expresión armoniosa de campesinos e indígenas que, narraron a través de sus instrumentos, bellos pasajes musicales de bambucos, pasillos, sin que faltara la música popular de Colombia, entendida como el conjunto de prácticas sonoras que despiertan añoranzas y profundos sentimientos de identidad nacional. La chirimía fue la gran protagonista de ese inolvidable 27 de diciembre.

Para la muchedumbre amante de Popayán, la música caucana tiene una resonancia especial porque muestra las costumbres originarias de la región y la concepción propia del territorio. Ese día explotó el verdadero amor desde nuestras raíces que no morirá mientras existan verdaderos cultores de la música tradicional, de nuestros antepasados, que es un legado para mantener siempre.

Ese lenguaje musical, aunque aún no ha sido reconocido como patrimonio de interés cultural en el Cauca, todavía se conserva gracias a la transmisión de esa pasión, como una obligación que se lleva en la sangre. Esa expresión sigue viva, gracias a quienes se han dado a la tarea de ser auténticos cultores musicales, resistiéndose a dejar que este género musical desaparezca.

En ese sentido, destaco probados gestores culturales de Popayán, a Don Hugo Laureano Chaves Espinosa (q.d.e.p.) fundador de la chirimía, “Aires de Pubenza”. A su hijo Luis Felipe Chaves, quien con “aliento “chirimero” y, con gran decoro sopla la flauta. Felipe, nacido y criado en el legendario barrio el Cadillal, dirige hace 50 años la “Fundación aires de Pubenza”. Es él, un auténtico cultor musical dedicado a la preservación de la chirimía, a la fabricación de sus propios instrumentos de madera, y carrizo. Con presentaciones en recintos y escenarios difunde las expresiones artísticas: danzas, bailes y demás características de nuestra región. Ese legado artístico, heredado de su padre, lo sostiene, hasta ahora, a través de la fundación- escuela, donde prepara los nuevos músicos de hoy, verdaderos profesionales como, Jhon Edwar Balanta Quintero, quien desde sus dos primeros años, aprendió a tocar la tambora. Ese chico, hoy interpreta la música tradicional con varios instrumentos. Para su “modus vivendi”, conformó su propio grupo interpretando varios géneros musicales. Igual, a muchos niños de la barriada, los convierte en músicos, entre ellos: Andrés Caracas, Jorge Cortés, con relevancia en la sociedad, como hombres de bien, demostrando con alegres y nostálgicas melodías su aptitud musical.

Estas líneas, para adentrarme hasta los escritorios de las esferas del poder gubernamental, nacional, departamental y municipal, en momentos cruciales de guerra para que con experimentos sonoros se produzcan actos de paz. Y para que posibiliten la inclusión en la lista de apoyo a quienes, conservan y mantienen ese talento musical. Que el Ministerio y las secretarias de cultura no se detengan un solo momento, para lograr la trasmisión del conocimiento artístico a las generaciones presentes y futuras.

Civilidad: La chirimía es la vida emocional de Popayán, conservémosla.

 

 

 

 

 

sábado, 25 de enero de 2025

Huellas del pasado para errantes patojos

 


Preocupado por la realidad del conflicto armado que libra Colombia y por la probabilidad de la erupción de la cadena volcánica del majestuoso volcán del Puracé, dedico este artículo a internautas paisanos que emigrantes en el exterior añoran volver a la tierrita. En especial, para quienes por aquello de la “viola”, de esa trágica época, les tocó huir montados en la vieja máquina de combustión de carbón recorriendo la paralela vía.

He vuelto mi memoria evocando, las chapuzadas en los ríos: Molino, Caracol, Dos brazos, y en el Cauca, cruzando a nado el remolino de la Cabaña. Me veo entre los equipos: granadino y el Piel Roja dándonos leña en los “picados” domingueros del “Achiral” donde llegaba la “Ciudad de Hierro” (hoy, parque Benito Juárez).

Hago memoria de los madrugones a misa en la Catedral, con uniforme de la escuela que la señorita Simona dirigía con implacable disciplina. Retorno a los recreos jugando “zumbo”, “un cojín”, “la lleva”, etc., comprando en el “caspete” (tienda), caucharina, melcochas y cholaos. Y las “capadas” a clase para ir a coger moras, michinches, guayabas, moquitos y guindas en los llanos largos de Chune-abajo.

He ido a parar a la “Alhajita” en Cajete, donde recorrimos los acantilados del río Cauca. Volví a pasear con la imaginación “La Cueva del Indio”, colindante de la finca de los Ávila. Evoco los porrazos por “ñucos”, aprendiendo a montar en cicla. Recuerdo el teatro Bolívar, el “pulguero” que exhibía las mejores películas mexicanas en blanco y negro: Invasión a Mongo, Invasión a Marte con Flash-Gordon y el Capitán Maravilla; la serie de Santo el enmascarado de plata, las películas de Tin-Tan, Clavillazo, Cantinflas y las cintas de los “charros” Jorge Negrete, Pedro Infante, Luis y Antonio Aguilar, etc.

En el declive de su vida conocí a Vicente Idrobo, Maestro de la Banda de músicos del Batallón Junín No.7 a quien elogiábamos con: “ánimo Cocorote”, “arriba chupa-cobres”. He soltado lágrimas por: Rosarito, Ratón de Iglesia, “Sancocho”-Sánchez el de los Misereres, Zócalo, Pate guaba, Miel de Abeja, el Boquinche Efraín, personajes queridos que dieron alegría y sustos a más de uno cuando éramos muchachos.

 Todos estos recuerdos se agolpan desordenados en mi memoria como si apenas esta mañana los hubiese visto y tratado. Repaso, las propagandas que se oían en los pocos radios que había en la ciudad, como: “Hasta el gato quiere que lo bañen, pero con jabón Varela”; “Mejoral, Mejoral es mejor y quita el mal”; “Píldoras de vida del Dr. Ross, cuando yo las tomo me siento mejor”. La voz de Belalcázar con su baja frecuencia, radiaba sólo hasta puente chiquito del río Cauca. Desentierro la Vitrola, del perro lelo de la RCA Víctor, que los surcos de los discos carbonados comían cajas de agujas para reproducir el sonido.

Estos recuerdos son imborrables para el disfrute de los pocos veteranos que aún quedan en Popayán y para otros tantos errabundos y dispersos “Patojos” por el mundo que con regocijo me leen.

Civilidad: Nostalgia como refugio al estado de angustia presente.

 

 

 

 

 

domingo, 19 de enero de 2025

Solo de amor no vive la ciudad

 


La gente que ama a Popayán se inclina a dibujar en su imaginación la idea de porvenir, con su plaza, sus árboles, sus balcones coloniales, sus portalones, entronizando el centro histórico como un monumento.  La gente que ama a la ciudad vive anclada en un pretérito idílico, como la localidad de sus sueños. Sin ceder a la tentación de cambiar esos lugares comunes de los que vive hace 488 años. Aunque la realidad pase luego la factura, rompiendo sus muros, al llegar la tormenta diaria que invisibiliza para admirar toda su belleza. Es tanto el amor, que es inevitable anhelar los vientos de perfección, el anhelo de felicidad completa. Aquí se pone, se quita, se borra y se pinta la ciudad de malas costumbres, con festejos y usanzas en sinfonía alocada. La ciudad no ha cambiado, pero sus habitantes sí.  Aquí vivimos con la obligación de transformar la memoria inmediata en recurso para resistir con dignidad y buen humor el mal de cada día. Aunque seguimos anhelantes por un ideal, en un conjunto de reglas para observar, para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras. Abro los ojos del pasado y, encuentro Ese otrora carácter generalizado de la urbanidad y el civismo. Resuenan las trompetas y cornetas, en las calles cubiertas de azahares, geranios y penitentes, con el calendario de las cofradías de nuestra Semana Santa. Payaneses evocando al Maestro Valencia, al pintor Efraím Martínez. Otros, brindando por este suelo recalificado, ejecutores irrigando resultados buenos, regulares y malos, hasta la felicidad de destructores e indisciplinados conductores de toda laya.  Y muchos orgullosos de “Chancaca”, “Guineo”, “Zócalo, aunque alarmados por el creciente número de cantinas y la carencia de lectores y, de bibliotecas públicas en la ciudad.    

Admitamos que a los patojos raizales nos falta ambición, pero nos sobra afán para llenar los templos y las calles de nazarenos. En tanto que, a los fuereños les sobra apetito para explayar sus negocios que tienen siempre que ver con los términos medios. Nos acostumbramos a la ciudad esquilmada. Con las consecuencias de la realidad: paros cívicos que no facturan, incívicos maltratando los frontis de nuestros caserones. A trancas y trancones, asimilamos la convivencia con resiliencia. El problema se agrava ante la falta de interés, convertido en un manto de tristeza, medianía insoportable, que detiene la ciudad.  

No se enfría mi crítica en contra de un pueblo que, por un lado, parece incapaz de ejercer sus derechos cívicos y, por el otro, crece en resentimiento. Apelo para que la ciudad continúe siendo un lugar positivo de encuentro, espacio donde la gente disfrute habitar, trabajar, donde se recree, se eduque y se conecte con los demás de manera positiva.

Entre tantos lamentos acaricio positivamente todo lo que brota en la ciudad. Popayanejos, payaneses y patojos, prevenidos del defecto de la antipatía hacia la bonita ciudad. La luna de miel ya pasó. Los invitados a la fiesta de la democracia, eligieron. La ciudad hace un año escogió.  En lo que resta, esperamos la luz de la prosperidad para cambiar sus propósitos.  La ciudad se expande bulímicamente y no parece conocer límite su despliegue vertiginoso. Popayán en medio del atolladero, vive una economía hiriente. El estancamiento por las disparidades de ingresos, el empeoramiento de la contaminación y el deterioro de los edificios y puentes con el paso de los años, son señales reveladoras de que la ciudad tiene dificultades para satisfacer las crecientes aspiraciones de sus habitantes de tener un futuro sostenible y próspero. Entonces, como ahora, era una ciudad que vivía el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos. En el último trayecto de mi vida, como apasionado defensor, hago de la crónica, mi principal arma de combate, porque nos merecemos una ciudad mejor que la que tenemos. Una ciudad que se identifique con el progreso, con cambios: sociales, técnicos, económicos y culturales. Las obras públicas no se construyen con el poder milagroso de una varita mágica.   

La grandeza de Popayán, es cosa de siglos y reclama mucha determinación generacional para que funcione. Entre todos, poco a poco, paso a paso, con tenacidad y multitud de herramientas, arrimémosle el hombro pagando los tributos a tiempo.

Civilidad. Decir que la ciudad está limpia es una mentira. Está envenenada, mancha el humo de los automotores y mancha la contaminación. Está llena de carteles, avisos y avisitos incitando a comprar chucherías o a votar por alguien.

domingo, 12 de enero de 2025

La Fundación de Popayán

 


Este repaso histórico es un extracto de las obras del historiador Diego Castrillón Arboleda, sobre la fundación de la Asunción de Popayán. Ubicada en el valle de Pubenza, entre la Cordillera Occidental y Central.  Es una de las ciudades más antiguas y mejor conservadas de América, reflejada en su arquitectura y tradiciones religiosas, reconocida por su arquitectura colonial y el “cuidado” de las fachadas. Popayán tiene uno de los centros históricos coloniales más grandes del país y América, con un total de 236 manzanas de sector histórico.

El nombre de Popayán, procede de una transgresión fonética al vocablo emitido por los indígenas aztecas traídos como intérpretes cuándo fueron consultados por el nombre de estas tierras. «Pop-Pioyá-n», donde Pop traduce «Gran Cacique», Y «Pioyá», hace referencia al Cacique que gobernaba las tierras y «n», terminación que los aztecas dan a las palabras que representan lugares como por ejemplo Yucatán, Teotihuacán. Entonces, la palabra que fue proclamada por los Aztecas, expresaba que se hallaban en las tierras del «Gran cacique Pioyá».

El 24 de diciembre de 1536, el capitán Juan de Ampudia ocupó con sus soldados un sitio llamado la loma de El Azafate, donde habitaba el cacique o yasgüén, para que el Adelantado don Sebastián de Belalcázar viniese posteriormente a fundar una nueva ciudad. Después de haber sometido a los nativos, Popayán fue entonces declarada fundada el 13 de enero de 1537 por Belalcázar nacido como Sebastián Moyano, quien pasaba por estos lares en busca del mítico tesoro de El Dorado. Belalcázar fue también el fundador de otras ciudades importantes como San Francisco de Quito y Santiago de Cali. Contrario a lo que algunas fuentes históricas sugieren, Belalcázar no fundó la ciudad de Pasto, villa que en realidad fundó uno de sus lugartenientes, Lorenzo de Aldana.

El 15 de agosto de 1537, una vez alcanzada la conquista total de Popayán, se llevó a cabo la ceremonia de fundación solemne de «la nueva villa», conservando el nombre indígena de «Popayán» y anteponiendo el nombre de Asunción en Honor a la Asunción de María festividad que se celebraba este día. La ceremonia consistió en una misa cantada por el presbítero García Sánchez, en un humilde templo levantado como Catedral sobre el costado sur de la futura plaza. En esa misma ocasión se instaló el primer Cabildo y Don Pedro de Velasco y Martínez de Revilla, compañero de Belalcázar, vistió por primera vez la túnica de la Hermandad de los Caballeros de San Juan de Calatayud, de allí, parte la tradición religiosa de Popayán.

En 1540, Sebastián de Belalcázar fue nombrado Primer Gobernador de Popayán. Desde ese momento se instauró el sistema político español en cada ciudad, que incluía regidores del cabildo, alcaldes y alguaciles y una participación permanente de la Iglesia a través de un cura párroco. Belalcázar también se preocupó por dejar una huella duradera en los territorios conquistados, trayendo desde España semillas de cebada, trigo, caña de azúcar, así como numerosos animales domésticos, especialmente ganado vacuno, caballar y porcino, herramientas y muchos elementos más. A Belalcázar le seguirían otros gobernadores como Gómez Cerón de Moscoso, natural de Málaga, quien ocupó su cargo en 1561.

El auge minero y comercial, así como la posterior llegada de familias españolas de linaje hicieron de Popayán una ciudad muy importante en el Virreinato de la Nueva Granada. En la ciudad residían los dueños de las minas de oro de Barbacoas y el Chocó, quienes con sus riquezas crearon haciendas, construyeron grandes casonas y dotaron a la ciudad de enormes templos con imágenes traídas de España.

El auge minero en Popayán desencadenó una nueva dinámica a través del comercio de esclavos, al punto que, podría hablarse de la sociedad esclavista de Popayán, con gran significado para la época. Popayán compitió con Cartagena, Bogotá y Tunja con el número de nobles titulados domiciliados en ellas. Así mismo, fue la única ciudad junto con la capital, Santafé, en servir de sede a una Casa de Moneda erigida por la Corona española en todo el territorio de la Nueva Granada. Con ello se explica, el esplendor que la ciudad vivió durante la época colonial y los primeros asomos de República, todo ello, sumado al orgullo genealógico de las familias fundadoras, que basaron la conservación de sus riquezas en una estructura endogámica muy propia de las élites en diferentes culturas y sociedades.

Civilidad: Pese a las hazañas, de este héroe o villano y analfabeto, Sebastián de Belalcázar, su estatua, ha sido maltratada, olvidada y, escondida, esperando la orden indigenista para su reinstalación. Y, como todos los años, la administración local, sacará pecho colocándole una corona ¡Vaya hipocresía!

 

domingo, 5 de enero de 2025

Cinco veces quince y más años

 


La vida se va rápido y, el tiempo vuela. Al llegar el otoño de la vida, es cuando nos detenemos a valorar más cada día que pasa. A mis años, no es demasiado tarde para nada, porque siento que todavía tengo energía suficiente, pudiendo elegir que hacer. Tengo salud y tiempo para el trabajo sin prisa, pero sin pausa. Aunque, echo de menos cuando tenía 20 años, cuando vivían mis padres.  En esos tiempos, me sentía invulnerable, creía que la muerte era algo que les ocurría a los demás, a los viejos. ¡ La vida solo se vive una sola vez!

Cuando quería ser adulto a mis 21 años, no había conocido el verdadero amor. Corriendo tras el viento de la vida, conocí a mi esposa Alix. Desde entonces, fui bendecido por el cariño y su apego lleno de ternura. Recuerdo no haber desperdiciado ninguno de los años que me llevaron a entenderme con ella. Fueron muchos años nada fáciles, pero seguro estoy, que, cada uno de ellos, los vivimos intensamente, prodigándonos amor. Vivimos, lo mejor que pudimos, sin perder jamás la noción de la realidad. Ahora, transmito ese amor a mis hijos, que llegaron para renovar la vida en familia.

El día que se rompió mi corazón, creí que mi vida se marchaba. Razoné a tiempo, sin distorsionar la realidad y volví a reconstruirla. Con nietos y bisnietos, logré recuperar mi vitalidad. A diario dan alegría a mi vida, haciéndome sentir útil. De ellos está hecha mi existencia para disfrutar la vida y los años que pasan. En sí, la vida es el camino rectilíneo que a veces parece retroceder, para luego volver a reiniciar.  Para alcanzar las posibilidades, me concentro en mis ángeles, pues desde lo alto, sigo contando con el apoyo de mi esposa Alix, quien me ayuda a satisfacerlas.  Solo hasta ahora logré entender por qué el ser amado, tarde que temprano nos abandona; pero para recibir bienaventuranzas. De allí que, como personas amorosas, nunca deberíamos dejar un abrazo por dar, ni un te quiero por decir.

Pedalear en la bicicleta de la vida, es duro. Pensando, que siempre hay que ir adelante, sin dar marcha atrás. Convirtiendo nostalgias en emociones positivas para endulzar el presente. Los cambios estéticos de la edad y los golpes que da la vida nos enseñan que es dura la vida, pero hay que seguir pedaleando. Ahora siento que la vida no va a cambiar a mi favor por tener otro año más, como cuando tenía veinte años. La juventud actual es más abierta, global y multicultural, creciendo en un mundo más interconectado. Pero, podría asegurar que, mi generación fue mejor preparada, a tal punto de inflexión que nos enseñó a ser más fuertes. La vida no se vuelve más imposible a medida que avanzan los años, porque envejecer no es una tragedia, es un privilegio de pocos.

Dentro de mis curiosidades, nunca me atreví a preguntarle a mi nonagenario abuelo, ¿qué sentía él a sus 90 años, sabiendo que ya no hay futuro y, que el tiempo está contado.  Ahora, ya se la respuesta: podemos morir a cualquier edad; pero a los 20,30 40, 50 o más, se hacen planes, porque nunca consideramos la muerte como una opción. Lo cierto es que después de los 80 años no hay otra. 

 Civilidad: En la vida, he tenido muchas razones para llorar. Hoy tengo, mil y una razón para orar acercándome a Dios