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domingo, 17 de agosto de 2025

“Patojo”, “Payanés” o “Popayanejo”

 

No creo en estirpes, ni en razas superiores, y mucho menos, en tendencias. Defiendo la igualdad. Somos seres humanos y como tal, tenemos los mismos derechos. Para decepción o tranquilidad de algunos, estoy cien por ciento de acuerdo. Pero, cuando hablamos de deberes, a muchos se les empieza a olvidar que todos somos iguales. Precisamente por eso, en mi opinión, -puede que en la de otro, sea lo contrario- hago la clasificación en tres clases: Payaneses, popayanejos y patojos.

Alguna vez leí, que ser patojo era lo más parecido a un título de nobleza que había en Colombia, que era un orgullo, que era digno de pocos y envidia de muchos. Claro, también, acompaño este pensamiento, no tanto desde el punto de vista de tener sangre azul, sino más bien como algo digno de pocos. Partiendo de la deducción inicial, todos somos iguales y, por lo tanto, todos los naturales de Popayán, conocidos en el mundo entero como patojos, somos dignos de este título. Ahí si no estoy de acuerdo. Pues, ya es cuestión de deber y del amor verdadero a Popayán. El título de patojo, es un derecho y como tal, debemos tener las niguas bien puestas, entonces, allí no todos somos iguales. (no es porque no debiéramos serlo sino porque debemos ganarnos ese honroso título)

El patojo, –insisto, para mí- es aquella persona que vive en Popayán, y no necesariamente es natural de Popayán, pero que ama esta ciudad, que la respeta, que la conoce, que la cuida, que se siente orgulloso de su historia y, de sus tradiciones. Es aquella persona que se enorgullece e infla su pecho cuando dice: “Soy de Popayán”; pero, cuando expresa “Amo a Popayán”. Cuando su amor por la ciudad trasciende las palabras y se refleja en hechos, cuando participa activamente en la construcción de ciudad. Es aquel que se indigna cuando se le dan peyorativos a la ciudad con “grafitis”; aquel que se ofusca con el vandalismo. Patojo es aquel que siente en sus venas esa sangre procera –repito, no necesariamente azul- de dónde surgieron grandes pensadores y líderes del país. Es aquel al que le duelen los destrozos que dejan las manifestaciones que violan el código de ética aduciendo a la libertad de expresión. Es aquel que habla con orgullo de las paredes blancas, de los atardeceres crepusculares, del sol de los venados, del puente del humilladero… Es aquel que disfruta del pipián, el ají de maní, la carantanta y el champús. Es aquel que piensa en Popayán y escucha su silencio.

El payanés ilustre, es ese ser que tuvo la fortuna de nacer en Popayán, perteneciente a esas figuras históricas que lideraron o promovieron activamente los movimientos independentistas contra el dominio español. Esos líderes, a menudo militares o políticos, recordados por su valentía, visión y contribución de la república.
 
Y popayanejo es aquel que, por vivir aquí, cargando una cruz más pesada que la de El Cachorro. Al que no le duele la ciudad, pero critica; al que no le importa la devastación, al que la historia magna de la ciudad ya no le interesa; el que se vanagloria de vivir entre las inmensas torres de concreto, el que se fue para no volver. Popayandejo, es aquel que nació en Popayán y le da pena decirlo, o simplemente, el que siendo de Popayán, le da lo mismo serlo. Aquel que le representa sólo un gentilicio.

Para mí, esa es la diferencia, entre patojo, payanés ilustre y popayanejo. Para los demás, puede ser distinta; para otros es la misma vaina. Por mi parte, mi orgullo es ser patojo por haber nacido aquí y, donde igual quiero morir-, pero sobre cualquier otra cosa, a mucho honor, soy patojo raizal amoroso que me duele Popayán.

Civilidad: Todos somos iguales en nuestros derechos, pero en nuestros deberes y obligaciones, todos deberíamos ser patojos.

domingo, 10 de agosto de 2025

Reubicación de las estatuas como esculturas

 

A lo largo de los siglos, las estatuas han sido parte fundamental de la civilización humana, como símbolos perdurables de honor, recuerdo y como expresión artística. Pero, en las sociedades modernas, ya no transmiten mensajes, pues generalmente son burla y estorbo, porque para su época, fueron ubicadas estratégicamente en espacios públicos para maximizar su visibilidad y relevancia en la comunidad.
 
Cierto es, que por esas estatuas que desempeñaron un papel conmemorativo en la formación de nuestra identidad colectiva y la preservación de nuestro patrimonio historiográfico, no hubo reclamaciones por el postrero puesto que hoy ocupan en la historia de la enseñanza escolar ¿Por qué se dejó de enseñar la Historia Patria? Recordemos que entre 1894 y 1994 cuando se publica la Ley General de Educación, en ese transcurso la historia desapareció del currículum como disciplina.
 
La Popayán cargada de historia, tiene hoy un conjunto de estatuas, que podrían generar un mejor impacto cultural y social, sirviendo más, como obras esculturales, que como símbolos de historia, orgullo y memoria colectiva. Sin duda, hacen parte de ese sublime patrimonio de las bellas artes, en la cual el escultor, se expresa creando volúmenes y conformando espacios a través de la talla y el cincel en armonía con las de fundición y modelado. Sin embargo, ya no reflejan los valores, creencias y aspiraciones de una sociedad, honrando a sus héroes y conmemorando en su contexto histórico. Y es que, por la ubicación en que se encuentran las estatuas en Popayán, ahora solo tienen el poder de provocar reflexiones, suscitar conversaciones e inspirar la acción, pero para convertirlas en potentes agentes de cambio que permitan el progreso de la ciudad. Subrayando, además, que carecen de tareas periódicas de limpieza, reparación y conservación para protegerlas del daño ambiental, el vandalismo y el deterioro de las llamativas estatuas para garantizar su longevidad y su importancia cultural para las generaciones futuras, pero eso sí, en un sitial donde no estorben. La colaboración entre organismos gubernamentales, instituciones culturales y expertos en conservación es perentoria para salvaguardar estas valiosas joyas culturales, aunque ya no inspiren respeto ni admiración a las generaciones actuales.
 
Hoy por hoy, a pesar de su importancia histórica, las estatuas son motivo de controversia y debate, especialmente porque cuestionan sus significados o representaciones. Temas como la precisión histórica, la apropiación cultural y el simbolismo político han dado lugar a peticiones de retirada, reubicación o reinterpretación de ciertas estatuas que generan fatiga vial. En Popayán, las glorietas mal diseñadas para la época actual, resultan confusas para conductores sin cultura vial o que no están familiarizados con las rotondas, aumentando la tasa de accidentes. Riesgos que aumentan, cuando el control vial, se pone en manos de un migrante venezolano a punta del trapo rojo. De allí que, estas discusiones ponen de relieve la naturaleza compleja y cambiante de la habilidad de conducción vehicular y su relación con la sociedad.
 
Desde hace unos años, se libra una guerra de estatuas. Se erigen pocas, ¿en honor a quién?  y desaparecen otras por incultura. Para entender, por qué pasa esto, preguntemos para que sirve una estatua en Popayán. Los más escépticos dirán: “para nada”. Una prueba reciente en Popayán: cambiaron de lugar, el pedestal de Antonio Nariño porque estorbaba y nadie se dio cuenta ni nadie dijo nada.  Otra perla, alguien sabe, ¿dónde está la estatua de Sebastián de Belalcázar? Su efigie merece ser vista en el lugar dónde la diseñó el gran escultor español, Victorio Macho. Allí prestaría especial atención, asegurándose su supervivencia, armonizando con el entorno y mejorando el atractivo estético general del lugar.

Civilidad: Podría ser más relevante el progreso de la ciudad, si las estatuas que honran a los héroes, las reubicaran como esculturas, en las diversas plazoletas que tiene Popayán, enriqueciendo nuestro paisaje cultural e histórico.


domingo, 3 de agosto de 2025

Con las niguas bien puestas

 

Seguramente la generación actual no sabe lo que significaron las niguas en los siglos anteriores en la historia de la bien amada Popayán. Y, es que, aquella parte de las tradiciones cotidianas en la vida de esta bella villa, esa historia menuda ya no se escribe. Pero, tuvo mucho que ver con el caminar de la gente con esos bichos que llamadas “niguas”. No existe en la literatura, algún boceto corto, llamados escritos costumbristas en los que se narre, usos, hábitos, tipos característicos o representativos de la sociedad, paisaje, diversiones y hasta animales; unas veces con el ánimo de divertir -cuadros amenos- y, otras con marcada intención de crítica social y de indicar reformas con función moralizadora. He rebuscado en los escritos de José María Vergara, Tomás Carrasquilla, Rafael Pombo y, Eugenio Díaz Castro quien fuera el padre del costumbrismo, en los que se relate la historia típica de Popayán. Historia o mito que nos describa sobre ese ácaro perteneciente a la clase arácnida, comúnmente llama “nigua”.

Popayán, tiene historias de todos los colores y sabores, algunas que parecieran intrascendentes que no han quedado registradas. Por ello, acudo a la tradición oral de Popayán para conservar las historias y anécdotas sobre la experiencia con las niguas, incluyendo cómo afectaban la vida diaria y cómo se intentaba combatirlas. Cierto es que, en tiempos de la colonia, la ciudad había sido fundada sobre un terreno bastante húmedo, y que, por las calles en su mayoría empedradas, se propagaban los insectos más despiadados: pulgas, zancudos, chinches y las niguas. No existía el cemento ni nada que se pareciera, todo era barro, tierra apilada revuelta con paja, madera y cueros para construcción de viviendas. Por consiguiente, en esa época lejana, las calles y los pisos de las viviendas eran caldo de cultivo para esos animalitos. Y como quiera que nuestros antepasados andaban a pie limpio, descalzos, con alpargatas o quimbas para cumplir el propósito de mantener el pie protegido en suelos pedregosos, irregulares y con importantes desniveles. Pues entonces, esos bichos entraban por las uñas, generando en principio, el goce y disfrute de la rasquiña y el dolor más infamemente placentero, por el prurito, referido a la sensación de picazón que provocaba el “gustico” de rascarse. Esa sensación de picor cutáneo que provocaba la necesidad de rascarse era atendida o complacida sobre las piedras o placas incrustadas en las paredes, sobre todo a lo largo de la carrera tercera desde el Barrio Alfonso López. Por lo que, algunos argumentan que para ese menester habían sido instaladas dichas piedras. Sin embargo, la verdad verdadera, es que ese era el recorrido de los arrieros de ganado, entre ellos los apodados los “arbolitos”, que cumplían la tarea de aflojar o retener el ganado, desde las ferias, por consiguiente, esa era la función de las piedras en las esquinas para aflojar o retener el ganado arriado hasta el matadero sin que se estropearan las paredes de la ciudad blanca.

En aquella época Popayán carecía de tomaderos de tinto, ni nada por el estilo que se pareciera a un tertuliadero; de allí que los poseedores de la picadura de tan sofisticado animalito, se arrimaban a las piedras de las esquinas para atender el deseo de la rasquiña, aprovechando esos momentos placenteros para actualizarse en temas de ciudad.  

Infortunadamente sobre ese cuadro de las niguas no existe, que sepamos algún escrito en nuestra literatura costumbrista, ni en la pluma de Carrasquilla que con su gracejo y agudeza llene ese vacío reverencial generado por el rubor de quienes padecieron las niguas. Cabe recordar, que la forma de eliminarlas era con una aguja calentada al calor de una vela para extraerlas, pero dejando la semilla para no perder el encanto de la piquiña.

Solo encontré que durante la conquista cronistas como, Fray Pedro Aguado y el padre Gumilla, narraron que los soldados españoles, muchos de ellos, vencedores en renombradas batallas, se vieron humillados por estos diminutos insectos, que bien pueden pasar por el ojo de una aguja.  Las niguas son las responsables del título de “Ciudad de Paredes Blancas”, puesto que la cal blanca fue usada como pesticida y del apodo de “patojos”, a los raizales, por su forma de caminar como los típicos loros a causa del padecimiento que les provocaban en los pies estos arácnidos.

Recordemos que el vocablo “patojo”, se adjudicaba al habitante contagiado, -no por eso, apocado de la familia- quien, llegando a ser adulto se le torcían los pies por las niguas, no pudiendo usar zapatos, por consiguiente, truncado su porvenir. Sería solamente, el hazmerreír y no un ultraje a la familia por tener las niguas bien puestas. ¡Hoy es un gratísimo honor! Lástima entonces, que el género costumbrista no encuentre narradores memoristas que hoy me atrevo a rescatar.

Civilidad:  El propósito de las niguas, fue mucho menor que el de las «vacunas» extorsivas que hoy determinados sectores arrancan a los habitantes en Colombia.

viernes, 25 de julio de 2025

El salpicón de Baudilia

 



Esta oleada de calor, me hace recordar los veranos cálidos que iban de junio a septiembre. En esa mirada al pasado, viene a mi memoria la señora Baudilia Collazos quien fuera la emprendedora en la mitad del siglo XIX de la famosa venta de helados raspados y, que aún en este siglo XXI se bautizaron para siempre como los “helados de Baudilia”. Pero, sin conocí a su hija Zoraida Alvarado de Lemos, quien continuó con el negocio de la venta de helados de paila, que siguen siendo del gusto de payaneses, patojos y fuereños que los buscan en varios sitios de la ciudad para saciar la sed que es un anhelo que nunca se apaga, una necesidad insaciable de ser saciada. Desde luego, los helados nunca serán los mismos de aquellas calendas. Porque la historia oral cuenta que, por allá en los años 1940, cuando no existían congeladores ni tampoco las fábricas de hielo, había que atravesar la difícil cordillera para transportar a lomo de mula o de bueyes las marquetas de hielo cubiertas de aserrín y sal para evitar su descongelamiento desde las faldas del Volcán Puracé. Era pues, toda una proeza el transporte del hielo. Una vez recibidas en Popayán por las prodigiosas manos de doña Baudilia, dueña de la tradicional receta, fórmula o procedimiento de trituración en paila de cobre, era convertida gracias al frío del hielo, en picadillo a base mora de castilla, guanábana, lulo, piña, transformándose en helados revueltos en paila de cobre, comúnmente conocidos como el salpicón de Baudilia. Estos helados únicos en todo el país siguen deleitando a los payaneses y a las personas de buen paladar.  

En el céntrico lugar, de la esquina de la carrera quinta con calle cuarta, estaba ubicado el establecimiento comercial donde se expendía esa delicia tan auténtica y típica de Popayán. Allí se dieron cita durante más de 60 años familias y personas para tertuliar bajo los efectos de ese inconfundible refresco. Era tan frío, pero tan frío ese granizado, que del paladar pasaba al dolor de cabeza y de allí, hasta donde la espalda pierde su lindo nombre.

Ahora, Baudilia ya no está ni su heredera hija tan poco, quien un día tomó la decisión de no continuar fabricando estas delicias, que, para ella y los habitantes de la ciudad, eran algo tan tradicional como las mismas empanadas y los tamales de pipián. Para la época de Baudilia y su hija Zoraida era no solamente un lugar para deleitar el paladar, sino un elegante espacio para celebraciones, primeras comuniones, cumpleaños y otras galas de carácter familiar que escribieron páginas importantes en la vida social de Popayán.

Ahora Baudilia ya no está. Hace mucho tiempo partió a la eternidad y su hija Zoraida cogió el mismo camino. Tampoco el centro social existe por eso, en estos tiempos, solo nos queda saborear la nostalgia, porque como los refrescos de Baudilia nunca habrá otros. Patojo que se respete o visitantes de la ciudad que disfrutaron de esas delicias del sin igual salpicón, acompañado de las colaciones o diminutas “paspitas” solamente les quedó gravado el sabor en la memoria y en sus papilas degustativas. Esos impulsos sensoriales enamoraban a los conocedores de los sabores de la hermosa ciudad de los campanarios y sus costumbres. Lástima grande, la Heladería de Baudilia y, el Café Alcázar, como puntos de encuentro ya no están para los payaneses, con lo cual se cierra otro capítulo en la vida de Popayán.

Civilidad: La vida moderna, con sus rápidos cambios y avances tecnológicos, erosiona las costumbres y tradiciones arraigadas de Popayán. Si bien es cierto la globalización y la influencia de otras culturas pueden llevar a la extinción de las prácticas tradicionales, no deben escatimarse esfuerzos para preservar y adaptar esas tradiciones a los tiempos actuales.

 

 

 

sábado, 19 de julio de 2025

Globalismo y globalización

 


Globalismo es una palabra nueva que invade nuestro vocabulario político. El escritor Agustín Laje aclara sabiamente la malvada realidad de nuestro mundo moderno e ilumina las tinieblas de las fuerzas del poder que trata de controlar a la humanidad. En su magnífica obra, explica que “globalismo no es globalización, sino una arrolladora ideología que supone el más ambicioso proyecto de ingeniería social y control total en curso. La globalización no es un fenómeno reciente. Institucionalizada en organizaciones que, por la misma definición, no tienen ni patria, ni territorio ni pueblo”. Es pues, “la ideología que pretende parir un régimen político antidemocrático de alcance global. Así la soberanía de las naciones se redistribuye entre organizaciones supranacionales como el Foro Económico Mundial o la ONU con su Agenda 2030, liberadas de las limitaciones de los intereses particulares de los pueblos, para coordinar las transformaciones necesarias para nuestra “supervivencia”.

Agustín Laje explica magistralmente el origen y la formación del contrato social de nuestros Estados nacionales sobre una base democrática, mostrando cómo el globalismo busca culpabilizar estas estructuras para llevarnos a un callejón sin salida, donde todo se cede a una gobernanza global no representativa, la máxima expresión de la oligarquía de unos pocos privilegiados por los que nadie votó, y que ante nadie rinden cuentas, pero que pretenden dirigir el destino del planeta”.

El escritor en su libro hace un llamado a todos los actores sociales, políticos, religiosos e intelectuales a unirse contra el globalismo. La paradoja de que los patriotas olviden sus fronteras para esta batalla cultural adquiere un nuevo significado. Conocer la verdad y denunciar la mentira es un arma valiosa que este libro ofrece.

Leyendo a Agustín Laje, no es otra cosa que una nueva forma del poder político que modernamente denominan: “gobernanza global”. Si tomamos el término “gobernanza”, es “la realización de relaciones entre diversos actores involucrados en el proceso de decidir, ejecutar y evaluar asuntos de interés público, proceso que puede ser caracterizado por la competencia y cooperación donde coexisten como reglas posibles; y que incluye instituciones tanto formales como informales (ciudadanía y sus distintos mecanismos de organización temporal y/o espontánea). La forma e interacción entre los diversos actores refleja la calidad del sistema y afecta a cada uno de sus componentes; así como al sistema como totalidad”.

En ese lenguaje moderno, entonces, el globalismo trata de institucionalizar a organizaciones que, por definición, no tienen ni patria, ni territorio ni pueblo. Organizaciones que a veces son completamente públicas, otras veces completamente privadas; pero en la mayoría de los casos son hibridaciones público-privadas. Esas organizaciones a veces se llaman «Organizaciones Internacionales Públicas», a veces se llaman “ONG” y que algunas veces toman el nombre de “Foros globales”. Independientemente de la forma jurídica y la naturaleza específica con que se hayan constituido, todas ellas comparten una misma convicción: la de que, en el actual momento de la globalización, el mundo debería ser gobernado por instituciones de carácter global.

Y agrega el autor. “El globalismo es el más ambicioso proyecto de poder político jamás visto. Desborda toda frontera, real o imaginaria; traspasa tanto la geografía como la cultura, hasta convertirlas en algo irrelevante; subordina al Estado nación, la organización más característica de toda nuestra modernidad política; subvierte todos nuestros dispositivos de limitación del poder, tales como la división de poderes, la representación democrática y la publicidad de los actos gubernamentales; postula nuevas formas de legitimación del poder basadas en la tecnocracia y en la “filantropía”, es decir, en el gobierno de los “expertos” y los multimillonarios que “aman” a “la Humanidad”. Por todo esto, deja a las naciones fuera del juego político, estableciendo de arriba abajo agendas uniformizantes e imponiendo ideologías disolventes.

El globalismo es el punto de llegada de una visión ingenieril de la política, según la cual la labor del poder político consiste en aplicar la razón abstracta sobre la sociedad para imprimir en ella una forma que existe en la cabeza de quienes poseen el poder. El ingeniero social toma al hombre real como su materia prima, lo concibe como un ente abstracto y lo moldea a la fuerza, lo formatea, se apodera de su corazón y conquista su mente, lo atraviesa por completo y lo tuerce en la dirección que corresponde a la Idea.

Civilidad: La globalización no es una oportunidad, es una amenaza. Todos los actores sociales, políticos, religiosos e intelectuales deberían unirse contra el globalismo por amor a la patria.  

 

miércoles, 16 de julio de 2025

HORACIO DORADO EN BLANCO Y NEGRO

Horacio Dorado en blanco y negro

A dos cuadras del parque de Caldas, precisamente allí donde hoy funciona la Lotería del Cauca, existió el Pabellón Primo Pardo, que era un puesto de salud para gente del populacho, atendida por monjas, médicos, enfermeras y personal asistencial de mucha calidad humana. En ese establecimiento, donde socorrían a gente de menos recursos, allí nació Horacio Dorado Gómez, por allá en el siglo pasado, el 5 de enero de 1943, día de negritos. Me contaba mi venerada madre que, desde el balcón, aquel día en que vi por primera la luz, ella podía observar la entrada triunfal de la “familia Castañeda” que desfilaba desde el Callejón (Barrio Bolívar) rumbo al parque Francisco José de Caldas. En medio de los pujos de parto que realizaba mi progenitora durante la fase expulsiva, como un soplo de Dios, se alegraba al son de flautas, tamboras, charrascas y el triángulo. Eran tiempos de festejos y alegría, celebrando las fiestas de Pubenza, al grito de vivas, entonando aires caucanos el día de negritos.  Tanto mi padre Gilberto Joaquín como mi madre Josefina, una devota ama de casa que impulsó en su hijo el gusto por la lectura. habían llegado de Bolívar © en 1939. Él, un sargento mayor del ejército, -Batallón Junín No. 7- acantonado en Popayán, habitualmente ausente del hogar por razones durante su carrera militar,  Varias veces trasladado de un lugar a otro, en la época de la violencia y, como tal, había ejercido alguna alcaldía en un pueblo norteño. La familia de mi madre no era adinerada, pero tampoco sufría penurias, al morir tempranamente la suya, fue internada y educada en un convento de misioneras religiosas de Bolívar © por cuenta de mi abuelo Pedro Pablo. Por ese motivo, en honor a tantos sacrificios y desvelos por mi crianza y a mi formación como hombre de bien, resolví al cumplir los 21 años para obtener mi cédula de ciudadanía, en un arranque de soberbia, en sentimiento de valoración de mí mismo, por encima de las heridas, resolví tomar los apellidos de mi madre y quitarme los de mi padre. Satisfice mi orgullo, optando por un orden diferente al tradicional, mediante un trámite legal ante la notaría 2ª del Dr. Viveros. Mi padre me perdono lo imperdonable. Y pese al desagrado por la comprensible irritación de mi padre y al asombro de mis hermanos, la vida continuó con la hermandad de sangre que persiste y se afianza con el paso de los años hacia Nora, Víctor, Yolanda y Adolfo; sin dejar de recordar a Elsa y Gilberto, quienes se adelantaron en la entrada a la Casa del Padre Eterno.    

Una historia de amor comienza. Apenas había cumplido 18 años cuando la conocí. Desde el primer instante tuve la sensación de que era la mujer que debía llevar al altar para guardarla en una urna de cristal. Su inocencia y, fragilidad parecía que no encajaba en este mundo; sin embargo, con el transcurrir del tiempo, me demostró que era más fuerte que yo. Era invisible para la lujuria mundana, para mí fue un embrujo del amor, desde que mis ojos se posaron en ella. Había encontrado la mujer de mis sueños. Sentí tan dentro de mí ese sentimiento de apego, que perduró 52 años. Compartimos una relación matrimonial maravillosa, porque era una mujer cristiana. Me faltan palabras para expresar tantas virtudes que la adornaban. Dios, la puso en mi camino para esta historia de amor que superó la prueba del tiempo, sin sentir el transcurrir de la vida. Fue un verdadero amor, construido despacio y con mucho cuidado. Siempre conservamos el diálogo diario, respeto, confianza y paciencia mutua como llave del amor. Quienes la conocieron, saben la calidad de compañera con quien construí mi refugio de ternura. Con Alix Quintero Bolaños, beso a beso, ladrillo a ladrillo edificamos un hogar donde el sol brilló más brillante y con la brisa que soplaba más fresca y pura. Llegaron los hijos y, con ellos, los nietos y últimamente, los bisnietos, Matías y Margareth, haciéndome aliviar las penas del alma. A todos nuestros herederos, les impartimos desde nuestro nido, la educación en valores como objetivo primordial de la vida, la misma que recibimos de nuestros progenitores. Siempre, la intención ha sido la de conservar y usar el término ilusión en este sentido. Alimentamos la ilusión para referimos a un sueño conectado con nuestro sentir. Nos resultaba agradable y estimulante soñar despiertos, con el bienestar que producía llevar a cabo un determinado proyecto o actividad. Bienestar, que se cumplió porque nos obligamos a seguir un deseo nacido de lo más profundo de nuestros corazones.

 

Embelesado por la belleza espiritual que engalanaba a mi esposa Alix, logramos entender la dualidad de la vida que radica en los pequeños detalles que ella nunca dejaba pasar por alto. Con extraordinario corazón altruista, se encaminó por el bien de las personas de manera desinteresada, incluso a costa del interés propio. Sin dar a conocer su nombre, entregó el bien sin esperar nada a cambio.

 

Pero, esa inmensa felicidad que nos acompañó durante tantos años (52) se vio comprometida constantemente por complicaciones clínicas intercurrentes que afectaron su salud, en especial la función renal. Gracias a los avances médicos, tanto en la clínica R.T.S, en Popayán, como en el Valle de Lili, continuamente el personal médico y asistencial, le suministraron la atención y el seguimiento clínico necesario durante largos y penosos años, a quienes presuroso siempre acudí para cuidar esa porcelana que Dios me había regalado. El padecimiento renal crónico, relacionado con la enfermedad cardiovascular, se había logrado controlar. Pero sin duda, el nerviosismo y, la tensión física, llenó su pensamiento de angustia e impotencia ante el terrible peligro del virus del año 2020 y la velocidad con que contagiaba al mundo. A última hora, un paro cardiaco, la llevó al lugar donde se vive para siempre.

 

Alix era todo corazón, amó a sus tres hijos, Cristina, Claudia, Horacio Enrique y a cuatro nietos: Camila, Pablo, Juan Sebastián, Manuel José. Ahora a mí me corresponde irrigar el mismo amor a la última nieta, Alicia y, a mis dos bisnietos, Matías y Margaret. Tal como ella consagró su vida a descubrir y afrontar el mundo por ellos y por mí. Su amor cambió mi vida, la cambió para bien. Su amor me hizo tener esperanzas y ser siempre feliz. Logró hacer todo aquello que era capaz de hacer: manualidades y habilidades, enseñando a pintar, a leer, a hacer las tareas escolares, como legítima guía para sus chiquitines que le daban ilusión a su existencia. Ella quería que todo su amor quedará grabado en la personalidad de sus pequeños para toda la vida. Eran experiencias que le imprimían las bases para lo que sería el resto de sus años. Alix, fue una santa mujer. En su rostro y su dulce mirada, nunca reflejó los padecimientos del cuerpo. Tenía la ilusión de vivir largos años, no para sí, sino para sus retoños a quienes adoraba entrañablemente. Por ellos, resistió con serenidad sus padecimientos. Para olvidar los males, bailábamos y cantábamos al ritmo de nuestros corazones. Año, tras año se repitieron las reuniones familiares que nos brindaron mucha felicidad, la armada del pesebre y el árbol de navidad, enseñando las tradiciones y sabores. Con cariño y entusiasmo, en sesiones de karaoke entonábamos, el bolero “Nuestro juramento”. Por eso, cumpliendo esa promesa, repito escribiendo aquí en su honor, la historia de nuestro amor.  Le saqué sonrisas, ella me robó el aliento. Ahora siento un vacío existencial, tan grande y profundo que me quema por dentro. Yo le enseñé a vivir, ella me mostró la muerte. Hoy ese vacío no solo se manifiesta por la ausencia de mi amada Alix, sino por la falta de su presencia, su apoyo y la alteración del ritmo diario con dificultad para adaptarme a la nueva realidad. 

 

Mi educación siempre fue en establecimientos públicos, escuelas: Rafael Pombo y Antonio Nariño, con excelentes notas, que aún conservo mi libreta de calificaciones para conocimiento de mis vástagos. En mi última escuela Antonio Nariño, me vi precisado a validar toda mi primaria ante el cambio de apellidos.    

Cursé el bachillerato en el Colegio José María Córdoba, cuando la pensión costaba 200 pesos mensuales, suficientes para sufragar la nómina de auténticos y esplendidos educadores. Me gradué como Contador Público en la Universidad del Cauca, cuando los computadores ocupaban un espacio tan grande, casi, como el salón de clases. Además, hice tres especializaciones: Especialista en Docencia Universitaria. Especialista en Administración Hospitalaria. Especialista en Revisoría Fiscal y Auditoría Externa. Diplomado en Relaciones Industriales en la Universidad de Cornell en Ithaca, New York. 

Me vanaglorio de mi educación, diciendo con modestia y humildad con respecto al nivel educativo alcanzado, que la formación recibida en los planteles educativos de carácter público, la considero motivo de orgullo o superioridad sobre otros. Después de todo, desde mi infancia, mis padres, ambos quisieron que fuera a una universidad específica, al alma mater, fundada por Francisco de Paula Santander, en 1827. Mi Universidad del Cauca, simplemente la mejor para formar ciudadanos que han contribuido al desarrollo de la nación.  Siempre me propuse ser el mejor estudiante, porque sabía y quería que mis padres, nunca se sintieran algo decepcionados. Durante mi paso por la Universidad, me desvelé estudiando, pues durante la ausencia de los profesores, me dejaban como monitor del curso para suplirlas. Años después de mi graduación, mi padre me llamó para decirme que se alegraba de mi decisión de haber elegido el camino al que él esperaba. Sonreí.

A mi madre le agradezco haberme heredado su inagotable amor al trabajo y la enseñanza con su ejemplo que todo es alcanzable con el esfuerzo propio. Mi venerable madre, Josefina, la “Doña Chepa” del siglo XIX, quien en su encierro conventual había adquirido vastos conocimientos de culinaria. Por ese paso monacal de mi madre, se abrieron las puertas de familias notables de la ciudad.  En la historia y la sociedad de Popayán, ciertas familias habían alcanzado renombre y reconocimiento por diversos motivos, ya sea por su riqueza, poder, influencia política, o por su legado cultural y artístico. Esas familias notables dejaron en mí, una marca perdurable en mi existencia y están asociadas con ciertos apellidos importantes por quienes guardo especial afecto y cariño.  Su demostración de afecto, a través de expresiones verbales, contacto físico o acciones de cuidado, fortalecieron nuestros lazos familiares y contribuyó, sin duda a la construcción de mi persona con relaciones saludables basadas en la confianza y el respeto.  Allí en esos caserones fui tratado como un hijo de esas familias, quienes pusieron en mis manos sus bibliotecas, desempeñando un papel fundamental en mi alfabetización y el amor por la lectura. Mi tiernísima madre, cumplía sus labores de la alta cocina; que, por sus saberes y sabores, de ricos manjares para banquetes y fiestas de gran pompa en la aristocrática Popayán que la contrataban con frecuencia. Mientras tanto, yo me entretenía leyendo los clásicos de la literatura para mis tareas escolares. Allí disponía de los periódicos nacionales y claro, de “El Liberal”, que me formaron como lector y que aún sigo siendo lector, hasta de periódicos internacionales que Rodrigo Dueñas me dispensa a diario. Siempre los periódicos han cumplido el papel informativo, aunque se comentaba en aquellos tiempos, que la prensa sembraba el desorden, generando reacciones incendiarias, hasta que la violencia se hizo realidad. Durante las largas horas esperando que mi madre cumpliera sus quehaceres, me deleitaba leyendo la revista Cromos, literaturas costumbristas, novelas y hasta revistas de comics, que domingo a domingo a la entrada de los teatros intercambiaba. Mi amor por las letras, y por el esmero en mis estudios, y mi comportamiento en todo momento, fue motivo de comentarios que elevaban el ego a mi madre, manifestándole: “su hijo va a tener futuro”. Mi madre me educaba con filosóficos proverbios para enseñarme, no solo a ser honesto, sino a decir la verdad, a actuar con integridad en todas mis acciones y decisiones. De ella aprendí, que la honestidad en un valor esencial para fortalecer las relaciones para vivir con rectitud y en paz. Estas reflexiones sobre recuerdos bonitos nunca se me olvidan.   

Desde siempre me gustó escribir.  Siento que al escribir abro mi alma y mi imaginación, que, al convertirla en letras, me desahogo sobre el papel.  Cuando se asoma una idea a mi mente, la convierto en realidad. Creé mi primer pasquín elaborado en mimeógrafo que titulé: “Lux”. Lo circulé en las oficinas de Cedelca, para reprochar o felicitar a funcionarios de Cedelca; por ejemplo, al Tesorero Gerardo Silva, porque no pagaba la nómina si la fecha caía un viernes, bajo la sana disculpa de evitar que el trabajador, gastara su quincena en bebidas embriagantes el fin de semana. Escribí, en el periódico escrito con humor de propiedad de Ricardo Román (Q.E.P.D); también, en Proyección del Cauca de Oscar García, (QEPD), Meridiano del Cauca de Edgar Campos y, en la Revista Popayán, de Antonio Alarcón.

En el Diario “El Nuevo Liberal”, escribo hace más de veinticinco años, sin dejar de publicar dominicalmente un solo día. Cinco lustros como columnista hasta lo presente, desde cuando el ingeniero Guillermo Alberto Gonzáles Mosquera me brindó un espacio seguro en el periódico para expresar, lo que a menudo suelo comunicar con moderado espíritu crítico, variedad de temáticas de mi amada Popayán.  El Dr. González Mosquera, me motivó a escribir para el periódico local. Desde entonces, decidí que esa era una manera de corresponder a la ciudad que me vio nacer, la que me ha dado todo para ser la persona que hoy soy. Cuando Dios hizo el primer jardín, pensó en Popayán. Por eso, dominicalmente, siempre creo que es la forma de corresponderle a la ciudad de mis amores. Desde luego, pensando en los leyentes con respeto para redactar las columnas sobre históricos relevantes desde su fundación, su papel como capital noble y señorial, su influencia en la independencia de Colombia, y su arquitectura colonial, hasta nuestros días. Escritos que reflejan la rica historia de la ciudad, su importancia en el desarrollo regional y hasta el aplazamiento en que la someten sus gobernantes, desde luego, lo hago con mensajes impregnados de profunda consideración hacia los demás.

Me cabe la inmensa satisfacción, de que mis escritos, generan en la opinión pública a través de la persuasión, y el cuestionamiento que, en forma de mensajes constructivos, sugieren cambios de comportamiento de la ciudadanía en pro de la ciudad. En eso, no doy brazo a torcer: Uno que me lea, entienda y ponga en práctica, lo que digo, me basta para decir, que es un logro como columnista. He escrito varios libros, entre ellos: “Cuentos parroquiales para todo el mundo”, “Popayán en columnas de Papel” y “Personajes Típicos de Popayán”; coautor de “El rastro de las ideas” y “La escritura sobrevive”   

Siempre encontré la felicidad en el trabajo. Desde muy joven empecé mi vida laboral. Como profesional y como servidor público alcancé cargos de mayor jerarquía con funciones de dirección y toma de decisiones. Orgullosamente salí de todos los cargos, sin cargos que enturbiaran mi trayectoria laboral.  Desde luego, englobando en el amplio quehacer como trabajador raso.  Trabajé como obrero de pala y azadón, en la granja experimental de la Secretaría de Agricultura. Tan productivo era ese trabajo, que me sacaba sangre y ampollas en mis manos.  Gracias a mi caligrafía y como mecanógrafo, me reubicaron del campo a la oficina, tan pronto demostré mis cualidades administrativas. El segundo trabajo en mi juventud, recomendado por mi gran amigo, Mario Ledezma alias el suizo, ante el gerente de Avianca, español José Luis Vela, fue como cartero con vestimenta de paño azul turquí, corbata negra y kepis para repartir el correo aéreo y cartas por las calles de la bien amada “Ciudad de paredes Blancas”. Poco tiempo bastó, para escalar posiciones de oficinista, ya como encargado del área de Correos Nacionales, ya como jefe de encomiendas en Avianca.

Hice tránsito laboral en la gran empresa Cedelca, por espacio de 15 años. Alternado mis labores, conjugué mi carrera administrativa con mis estudios nocturnos, en la Universidad del Cauca. Ocupé varios cargos ejecutivos en dicha empresa, sociedad anónima, como: sub-almacenista, secretario del área técnica, jefe de compras, jefe de facturación y cobranzas.  Con ese bagaje de conocimientos empresariales adquiridos allí, un día fui llamado por el Dr. Fabio Grueso Arboleda quien había sido Almacenista de Cedelca y yo su subalterno, para entrevistarme con el gobernador, su tío, Jorge Grueso Arboleda, quien quería nombrar como secretario administrativo, a una persona que fuera trabajador, estudiante y líder sindical.  Como yo tenía ese perfil, fui nombrado como tal. De allí en adelante, durante los cambios de gobernadores, fui reelegido por el médico Gilberto Cruz, luego en otro cambio, el Dr. Andrés Arroyo Cajiao, y otro más por el Dr. Fernando Iragorri Cajiao y finalmente el Dr. César Negret Mosquera. En dichos cargos, adelanté gestiones, en bien del Cauca, solicité apropiaciones presupuestales como secretario administrativo para dotar de máquinas de escribir (predecesora de la computadora) y contraté personal idóneo para poner al día la oficina, desatrasar la expedición de certificados para profesores y personal solicitante; además, de realizar el inventario de bienes, muebles e inmuebles del departamento del Cauca. En la Secretaría de agricultura, además de poner a funcionar la maquinaria abandonada, tractores para arar gratuitamente las tierras de agricultores con máximo tres hectáreas de terreno; adquirimos sementales (equinos, porcinos, mulos de pedigrí) para que los campesinos pudieran llevar a sus animales-hembras a fin de mejorar sus razas.

Fui gerente de la Caja de Compensación del Cauca, haciéndola funcional financieramente, organizando y actualizándola como una empresa en desarrollo.  Una vez liquidada el IDEMA, puse en marcha vehículos, adquiridos por la Caja de Compensación, furgones con mercaderías básicas para el hogar, recorriendo los barrios populares para el alcance presupuestal de las familias más pobres de la ciudad. Durante el terremoto de marzo de 1983, no solo prestamos auxilios a gentes necesitadas con el aporte de las Cajas de Compensación del país, sino que se reconstruyeron las instalaciones del centro (frente a San Francisco) que había derruido por cuenta de la catástrofe. El mayor logro, en dicha institución es haber construido y puesto en funcionamiento, desde la compra del lote del Centro Recreativo con todas las comodidades para las prácticas deportivas y la recreación de las familias de Popayán. Dichas instalaciones siguen y seguirán ocupando el primer lugar para la sana distracción de las juventudes. Además, durante mi período como director de la Caja, se construyeron supermercados en las poblaciones de Santander de Quilichao y Puerto Tejada. Resaltando que, en Popayán, en la parte trasera del Hotel Monasterio funcionaba en un cobertizo el Cuerpo de Bomberos de Popayán. Para cumplir un doble propósito, hice posible la compra de ese lote para construir la edificación, donde hoy funciona una IPS de Comfacauca y para que el Cuerpo de Bomberos adquiriera y edificara sus instalaciones frente a la Terminal de Transporte donde hoy funciona para bien de Popayán.

He contado aquí, mis recuerdos en blanco y negro que no son engañosos porque están coloreados con los hechos del presente durante largos 60 años de vida laboral. Nunca aspiré a ganar premios por lo que hacía. Tampoco he hecho el menor esfuerzo por obtener merecimiento alguno. Y mucho menos, en el otoño de mi vida. Mi único anhelo, es que Dios Todopoderoso me conserve con salud física y mental, mientras llega la oportunidad del maravilloso reencuentro con mis seres queridos que avanzaron para alcanzar la vida eterna.


                                    
                                    Mi madre Josefina Dorado         Mi padre Gilberto Joaquín                                                                               a los 34 años de edad.                      Narváez

                                       
         Horacio primer año de vida           Horacio a los 5 años de edad 
                                                        (1944)                                           (1948)

            


 

        

                             Posesión Secretario Administrativo – Gobernador Jorge Grueso Arboleda

                           
                                Matrimonio Alix y Horacio -                         Familia Dorado Quintero
                              diciembre 21 de 1968                                                                                


 

 

             

Inauguración Centro Recreativo Comfacauca Pisojé