Unas pocas cuadras de estilo
colonial le quedan a esta ciudad. Aquellos espacios de Popayán que eran acordes con la
arquitectura y, parte fundamental de la herencia española, donde se congregaba
ese modelo estético, presentando de igual forma, unidad, armonía y gracia, cada
día se parece menos. Los inmuebles religiosos, públicos y casonas con patios
interiores, de gruesos muros y portalones con elementos decorativos de hierro que
fortalecían el desarrollo de la ciudad
desde las dimensiones social, cultural, piadosa y calidad de vida de los
ciudadanos, han perdido esas cualidades. Lentamente desaparece su valor
nacional por desatender el sentimiento turístico y el ornato de la plaza
principal que era parte importante de la cotidianidad, ofreciendo espacios para
la recreación, el ejercicio, la socialización y la conexión con la naturaleza
dentro del contorno histórico.
Tomo mi cabeza entre mis manos como gesto de desconsuelo, para opinar sobre
el espacio público: calles, andenes, y la plaza central otrora lugar de
encuentro, de socialización que lleva el nombre del único científico colombiano
nacido en Popayán. Esa área ahora ocupada
por mercaderes del intercambio de objetos, productos, alimentos y ceremoniales en
“honor del dinero”, no para cubrir el déficit municipal ni mucho menos para
revertirlo al interés de la comunidad. El centro histórico está inundado de
ventorrillos, rompiendo el concepto de ciudad ideal, infringiendo la función
paisajística, sin permitir optimizar la calidad del aire. Paradójicamente crece
la
proporción de la informalidad en los andenes, y aumenta el desempleo en las
calles; pero la riqueza de la ciudad continúa oculta.
Quito el velo a mis ojos que
me impide observar fidedignamente la techumbre de la Torre del Reloj, edificada entre 1673 y 1682, denominada "la nariz
de Popayán”, y contemplo con tristeza que el reloj se niega a dar la hora porque
el tiempo se detuvo en Popayán. “Túnel del tiempo” del que no
salimos fácilmente. Ni siquiera intentamos alcanzar, porque hoy, estamos lejos
de obtener. La relevancia de la torre la vuelve histórica, pues su origen inicial
ya no se adapta a la sociedad que la rodea, aunque el valor cultural por el
tipo de construcción reside en lo que nos comunica del pasado, por lo que su restauración
se hace prioritaria. El casco histórico con sus edificios, día a día, pierden
las características de arquitectura colonial. Son diversos y múltiples factores, que afectan al patrimonio
cultural como: el paso del tiempo, desastres naturales, incendios y, desde
luego, por el imperdonable descuido.
En tiempos recientes, los inmuebles adyacentes,
adornados con grafitis, han sido rentados para distintos fines comerciales:
restaurantes, tiendas, venta de chucherías, baratijas, marcando el estado de abandono.
Incomprensible, la mente humana sufre de esa enfermedad denominada:
“nomeimportismo urbano”, porque, ni el cambio de uso ni el abandono genera preocupación
o debate alguno. En la sociedad actual, todo pasa sin que pase nada.
A diario brilla
la negligencia por la desatención patrimonial, pues el corazón de la ciudad se desploma
a pedazos. Son varios los incidentes causados por la ruina y caída de alerones
y techumbres de unos cuantos inmuebles. La desidia de sus propietarios pone en peligro
a la ciudadanía, que por fortuna no han dejado heridos. La situación es de
cuidado, pues representa una amenaza latente para los transeúntes, ante el
desacato de las normas de conservación del Patrimonio histórico. Tanto las autoridades
como los dueños de los inmuebles con memoria histórica, saben y entienden que
la omisión constituye una falta grave por lo que urge tomar medidas inaplazables
de mantenimiento y conservación del patrimonio colectivo. Están en mora de
propiciar espacios de diálogo para evidenciar y priorizar
la reparación de inmuebles deteriorados: fachadas, aleros, tejados etc. La
expresión: "mirando hacia otro lado”, significa pasividad de las
autoridades para actuar ante semejante problema. Desvían la mirada también, a la
acumulación permanente de residuos en las calles, deteriorando el paisaje, contaminando el aire y, disminuyendo
la calidad de vida de los habitantes. De
allí que, el compromiso y el reto
eternizado de las autoridades, es impedir que se aturda la
mente de los habitantes de la ciudad. Lograr cambios a corto plazo en estos
aspectos, es lo más determinante para la reconstrucción de nuestra ciudad.
Civilidad: Proteger la vieja ciudad porque es el reflejo tangible de la historia,
la cultura y la identidad de Popayán, conforman la base del patrimonio local y
del turismo.

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