Y no es la nigua, problema muy común de otra
época. Es la plaga que erosiona la confianza, debilita la democracia,
obstaculiza el desarrollo económico y exacerba aún más la desigualdad, la
pobreza, la división social y la crisis social. De nuevo aparece
y, con más fuerza en las campañas por el poder, prometiendo combatir el virus
de la corrupción. Histórico, ochenta colombianos, todos subidos en el bus de
las pre candidaturas presidenciales. Soñando despiertos que tienen soluciones
para los angustiantes y múltiples problemas del país, entre otros, la maldita corrupción.
Se encienden las alertas, porque los avances en ese
tema, no se ven y los resultados, siguen enclenques frente a la dimensión
alcanzada por la pudrición. Desde que
tengo uso de razón, he escuchado estos resbalones verbales: “Por la restauración
moral, a la carga”; “Reduciré la corrupción a sus justas proporciones”;
“El que la hace la paga”. Y como las palabras se las lleva el viento, pues existe
la alta probabilidad de que, pasado el proceso electoral, se conviertan en los mismos
embustes demagógicos de siempre.
En conciencia, la lucha contra la
corrupción requiere que no haya hipocresías en la sociedad. Pues, no hay
día, que Colombia no padezca los efectos de esta realidad multifacética. Fenómeno
complejo, difícil de erradicar, que transmuta y que se reinventa diariamente. La corrupción –privada y pública– es un tema
cotidiano. Es el jinete apocalíptico que surge en medios de prensa, redes
sociales, círculos de amigos y reuniones familiares.
La
Contraloría General de la Nación ha dicho, que el flagelo de la corrupción le
cuesta a Colombia 50 billones de pesos al año. O sea, que el
saqueo diario es de casi un billón de pesos por semana. Cincuenta billones de
pesos, que servirían para cubrir varias reformas tributarias. No es una bicoca
lo que los corruptos se embolsillan.
Dolores de Cospedal, en un perfecto compendio de la filosofía
hobbesiana, escribe que la sociedad es tan corrupta como los partidos
políticos, dado que el mal está arraigado en cada individuo. Según Dolores de
Cospedal, la corrupción es «patrimonio de todos», ya que, «si en una sociedad
se realizan conductas irregulares, se cometen en todos los ámbitos».
Ciertamente, todos somos proclives a ser parte del engranaje de la corrupción
como mecanismo para agilizar trámites u obtener beneficios. El “pago facilitador” es el modus vivendi, que permite en empresas públicas
y privadas realizarlos como un tributo autoimpuesto, por y para el mismo ciudadano,
haciendo que al final, los trámites sean más caros, pero realizables. La corrupción
política genera ruido, ante la incapacidad del Estado, ¡pero no más! Tratan de
combatirla a punta de saliva y regulaciones jurídicas; pero, “norma
dictada, trampa inventada”. Todos los ciudadanos tienen un precio y por ello, gran
incidencia en la corrupción que perjudica a la inmensa colectividad. Colombia
navega en un mar de leyes; pero, con un centímetro de aplicación.
La corrupción es costosa. De allí
que, como a las escaleras, hay que barrerlas de arriba hacia abajo. Aunque, la mayor cantidad de actos de
corrupción, no solo se concentran en el contacto con las altas esferas del poder, sino también, en el proceder de las personas. Entonces, si tenemos la ilusión ciudadana de
recomponer al país, debemos adoptar comportamientos
desde la familia, los centros educativos, el ámbito laboral, deportivo,
mediático, cultural, financiero, académico, legal, policía, ejército, etc.,
etc.
Está demostrado que el sinfín de
impuestos causa indignación, reduce la honestidad y las
buenas costumbres. De allí surge todo tipo de acciones que no son parte del ADN
de los colombianos, porque son aprendidas. Los buenos o malos sentimientos y
cualidades, no nacen con la persona; se forman durante un proceso educativo que
empieza a temprana edad en la actitud de la familia como factor principal para
lograr individuos honestos. Abandonarlo sería fatal.
Reflexionemos
porque la pérdida de valores, constituye una actitud hacia nosotros mismos. Elemental,
la corrupción empieza por saltarse o colarse en la fila, parquearse en zonas prohibidas,
sacar basuras a destiempo, no pagar impuestos, pedir que no le facturen, etc.,
etc., múltiples y pésimas formas que son actitudinales. Una persona es honesta
consigo mismo, cuando tiene un grado de autoconciencia siendo coherente con lo
que piensa y hace. En un sistema democrático débil, las mañas asociadas a la
corrupción, al delito y a la falta de ética, el
nivel de corrupción siempre será más alto.
Civilidad: ¿Cuál de los precandidatos tendrá la personalidad firme para darle un norte a este
descarrilado país?

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