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sábado, 20 de septiembre de 2025

La otra plaga galopante

 



Y no es la nigua, problema muy común de otra época. Es la plaga que erosiona la confianza, debilita la democracia, obstaculiza el desarrollo económico y exacerba aún más la desigualdad, la pobreza, la división social y la crisis social. De nuevo aparece y, con más fuerza en las campañas por el poder, prometiendo combatir el virus de la corrupción. Histórico, ochenta colombianos, todos subidos en el bus de las pre candidaturas presidenciales. Soñando despiertos que tienen soluciones para los angustiantes y múltiples problemas del país, entre otros, la maldita corrupción.  Se encienden las alertas, porque los avances en ese tema, no se ven y los resultados, siguen enclenques frente a la dimensión alcanzada por la pudrición.  Desde que tengo uso de razón, he escuchado estos resbalones verbales: “Por la restauración moral, a la carga”; “Reduciré la corrupción a sus justas proporciones”; “El que la hace la paga”. Y como las palabras se las lleva el viento, pues existe la alta probabilidad de que, pasado el proceso electoral, se conviertan en los mismos embustes demagógicos de siempre.

En conciencia, la lucha contra la corrupción requiere que no haya hipocresías en la sociedad. Pues, no hay día, que Colombia no padezca los efectos de esta realidad multifacética. Fenómeno complejo, difícil de erradicar, que transmuta y que se reinventa diariamente. La corrupción –privada y pública– es un tema cotidiano. Es el jinete apocalíptico que surge en medios de prensa, redes sociales, círculos de amigos y reuniones familiares.

La Contraloría General de la Nación ha dicho, que el flagelo de la corrupción le cuesta a Colombia 50 billones de pesos al año. O sea, que el saqueo diario es de casi un billón de pesos por semana. Cincuenta billones de pesos, que servirían para cubrir varias reformas tributarias. No es una bicoca lo que los corruptos se embolsillan.

Dolores de Cospedal, en un perfecto compendio de la filosofía hobbesiana, escribe que la sociedad es tan corrupta como los partidos políticos, dado que el mal está arraigado en cada individuo. Según Dolores de Cospedal, la corrupción es «patrimonio de todos», ya que, «si en una sociedad se realizan conductas irregulares, se cometen en todos los ámbitos».

Ciertamente, todos somos proclives a ser parte del engranaje de la corrupción como mecanismo para agilizar trámites u obtener beneficios. El “pago facilitador” es el modus vivendi, que permite en empresas públicas y privadas realizarlos como un tributo autoimpuesto, por y para el mismo ciudadano, haciendo que al final, los trámites sean más caros, pero realizables.  La corrupción política genera ruido, ante la incapacidad del Estado, ¡pero no más! Tratan de combatirla a punta de saliva y regulaciones jurídicas; pero, “norma dictada, trampa inventada”. Todos los ciudadanos tienen un precio y por ello, gran incidencia en la corrupción que perjudica a la inmensa colectividad. Colombia navega en un mar de leyes; pero, con un centímetro de aplicación.

La corrupción es costosa. De allí que, como a las escaleras, hay que barrerlas de arriba hacia abajo.  Aunque, la mayor cantidad de actos de corrupción, no solo se concentran en el contacto con las altas esferas del poder, sino también, en el proceder de las personas. Entonces, si tenemos la ilusión ciudadana de recomponer al país, debemos adoptar comportamientos desde la familia, los centros educativos, el ámbito laboral, deportivo, mediático, cultural, financiero, académico, legal, policía, ejército, etc., etc.

Está demostrado que el sinfín de impuestos causa indignación, reduce la honestidad y las buenas costumbres. De allí surge todo tipo de acciones que no son parte del ADN de los colombianos, porque son aprendidas. Los buenos o malos sentimientos y cualidades, no nacen con la persona; se forman durante un proceso educativo que empieza a temprana edad en la actitud de la familia como factor principal para lograr individuos honestos. Abandonarlo sería fatal.

Reflexionemos porque la pérdida de valores, constituye una actitud hacia nosotros mismos. Elemental, la corrupción empieza por saltarse o colarse en la fila, parquearse en zonas prohibidas, sacar basuras a destiempo, no pagar impuestos, pedir que no le facturen, etc., etc., múltiples y pésimas formas que son actitudinales. Una persona es honesta consigo mismo, cuando tiene un grado de autoconciencia siendo coherente con lo que piensa y hace. En un sistema democrático débil, las mañas asociadas a la corrupción, al delito y a la falta de ética, el nivel de corrupción siempre será más alto.  

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