Popayán y, yo, somos antiguos.
Mi ciudad viviendo para siempre, ad
portas de cumplir 500 años, deseándole miles más. Yo trasegando durante dos siglos, con seis papas, 20 presidentes
y, una pandemia sobre mis hombros en mi prolongada existencia. Mis viejos
amigos, unos achacosos en sus cuarteles de invierno, ya no salen a la
calle. Otros viajaron hacia la infinitud. Vivo en esta modernidad, con matrimonios
de hoy sin hijos, humanizando las mascotas. La población colombiana está envejeciendo a un ritmo más
rápido que en otros países, lo que me motiva a escribir la diferencia entre los jóvenes de
ahora y los de en antes. Es el compendio sacado de lo más recóndito de mi memoria,
como tradición oral regional que no debe echarse al olvido. Jean-Paul Sartre, filósofo y escritor, cuando trata este tema, hace casi cincuenta años,
concibe la juventud como una «enfermedad burguesa» que no les ocurre ni a los
campesinos ni a los obreros.
Lo primero que viene a mi
cabeza es que, ante la falta de un cuarto de baño, la bacinilla, en forma de tazón gigante, no podía
faltar, debajo de la cama para uso nocturno. En el sector rural cercano a Popayán,
no tenía energía eléctrica, debiendo usar lámparas de kerosene y Coleman de
gasolina. Los mejores momentos de la vida nada tenían que ver con dinero. Las
calles y potreros, eran las canchas de futbol. La muchachada era atemorizada
por la “bola”, con “tombos” de bolillo en mano, que eran llamados por los
quejosos vecinos por vidrios rotos de sus ventanas. La muchachada, seguía
jugando hasta cuando se escuchaba el grito sagrado: “a dormiiirrr”.
En
todas las épocas tendrá que hablarse de la juventud. En la mía se usaba el pantalón
corto hasta los 18 años. Se asistía a sitios permitidos solo para menores de
edad, anhelando los años para ser mayores. La
educación en esos bellos tiempos, era con profesores dedicados a enseñar conocimientos. Eran verdaderos
sabios con disciplina. Un
mismo profesor enseñaba diversas materias con el arte de la retórica y la
oratoria, buscando mediante la palabra el fin de persuadir. Los castigos eran,
desde simples orejas de burro sobre la cabeza, hasta el rincón del salón
mientras el maestro continuaba la clase. Y el castigo brusco, arrodillado sobre
piedras o el azote con ramas sin hojas o la regla de fina madera. También, la
usanza de leves castigos, del maestro, que ejercía su noble autoridad, ordenando
llenar planas: “No
debo hablar en clase”. Normas estrictas que alcanzaban, incluso al ámbito familiar.
Eran
tiempos de introducir la cabeza para sacar del carrito de paletas el helado de
cinco centavos. Había controles en la edad de las
personas para asistir a una sala de cine: “apta para mayores de 18 años”. La
boleta valía 20 centavos, para ingresar a
los teatros: Municipal, Popayán, Valencia y Bolívar para ir a ver películas de Tarzán
(Johnny Weissmüller) acompañado de “Chita”, llamando a Jane, su esposa, con
armoniosos alaridos. Veíamos a la
inocente Cenicienta llegar a las 12 de la noche sin zapatillas.
Extraordinario
despertar un domingo a las 7 de la mañana, con la familia, todavía en pijama,
reunidos en la sala; todos rodeando con alegría el televisor, aparato que
cambió el mundo de la comunicación. TV en blanco y negro, años 60 muy diferente
no solo en cuestión de tamaño. Esperábamos con paciencia la imagen, hasta que
los tubos se calentaran para que apareciera la imagen del antiguo televisor. En
cada hogar solo había un teléfono fijo, antecesor del móvil celular. Cuando timbraba el teléfono en
casa, todos corrían: “es para mí, estoy esperando esa llamada”. La forma de bloquear
una llamada, era dejarlo descolgado, (tu, tu, tu, tu...)
Las
mamás, usaban la correa, la chancleta y, el rejo de tres patas que de vez en
cuando, se perdía; pero que nos ponían a buscarlo: “porque tiene que aparecer”.
Aparecía no por arte de magia, sino a punta de chancleta para corregir a los
hijos. ¡Ah tiempos aquellos Don Simón! Ya
en la antigüedad, creo que fue Aristóteles -u otro filósofo griego- quien se
quejaba de los jóvenes, diciendo: “que eran vagos, no obedecían a sus mayores” etc.,
¿cómo ahora?
Civilidad:
La juventud de ayer fue una generación juzgada
por sus padres; los jóvenes de hoy son una procreación que juzgan a sus padres.

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