No
hay duda, tenemos muchas dificultades para la convivencia ciudadana por falta
de Urbanidad. Simples detalles, como sacar las basuras a destiempo, tirar
desperdicios a la calle; no respetar las señales de tránsito, bloquear las
vías, el ensordecedor ruido de motocicletas, permisividad para que los niños
irrespeten a los padres y a los mayores, no ceder las sillas a ancianos ni a mujeres
embarazadas, a manera de unos pocos y malos ejemplos. Todo ello podrá estar reglado
en el Código de Policía, pero la mayoría y los más frecuentes, no constituyen
falta ni delito punible. En fin, la ausencia de civismo, el comportamiento
incívico, la mala
educación, los malos modales y la grosería, producen dolor social.
Antes enseñaban a
"respetar a los mayores en edad, dignidad y gobierno". Ahora ni lo
enseñan ni lo practican, porque le dan lectura de autoritarismo. Estamos caminando tiempos difíciles. Dirán que,
es pura cantaleta buscar rescatar la Urbanidad y el Civismo. No es cantaleta
frente a lo que estamos viviendo y oyendo a diario: ofensas y calumnias entre
unos y otros; valdría la pena que algunos
congresistas y altas personalidades repasaran las normas. Pues, allí se
repiten bochornosos espectáculos, hasta
maltrato y faltas de respeto a las mujeres. Mal ejemplo para otras
corporaciones: asambleas y concejos. No envían mensajes de paz a la sociedad ni
cumplen los objetivos de promover la prosperidad y la vigencia de un orden
justo.
La mala educación
empobrece la sociedad. Si no es así, por qué la “moda” de la vulgaridad, defectos
éticos e indecentes son generadores de tanta violencia multicausal ¿Nos
acostumbramos a la violencia que se generalizó y se dispersó?
La Urbanidad y
los buenos modales, no tienen edad, se aprenden con nuestro prójimo más
cercano, en el núcleo fundamental de la sociedad: la familia -hombre mujer-. La mala
educación en la infancia y adolescencia termina asentuándose en la edad adulta
En las familias donde no hay valores, no hay
respeto. Donde abunda la mentira, se crea un ambiente toxico y caótico que
afecta negativamente a todos sus miembros y a la sociedad. A partir de ahí, aumentan
las cacareadas palabras de depravación social, corrupción con todas las
molestias que ocasionan las malas conductas. Si
el prójimo se comportara con la debida Urbanidad, la vida sería mejor. Todos sabemos
y comprendemos las molestias que ocasionamos con nuestro pésimo comportamiento;
pero, nada hacemos por corregirlo. La Urbanidad y, el respeto hacia los demás, están
en cuidados intensivos.
En
viejos tiempos, escupir en la calle era motivo de reprensión social. Porque había
autoritarismo en la familia, reflejado en la sociedad que evitaba el
comportamiento insolente de los niños hacia los padres y mayores,
reprendiéndolos con severidad para evitar las molestias consiguientes al
prójimo. El exceso de democracia (libertinaje) y, la falta de autoridad es
palpable; se manifiesta como la triste y abrumadora carencia de Urbanidad.
¿Por
qué un ciudadano suizo posee, mucha más urbanidad que un español, o que un colombiano?
¿Hay alguna forma de aumentar el respeto mutuo sin aplicar el principio de
autoridad? Definitivamente no, ni a
corto ni a mediano plazo. Ignoro cómo los antiguos vikingos evolucionaron
a los civilizados nórdicos. Con seguridad no fue en un corto período. El mundo es complejo y,
está lleno de incertidumbres
Devolvámosle la autoridad que se les
arrebató a ciertos agentes sociales: maestros, profesores, padres de familia,
jueces, autoridades de gobierno, pues nunca se les debió despojar de su papel
corrector de conductas infantiles anti urbanas. Ahora, impera el exceso de
absolutismo al emplear funcionarios como guardia personal de agentes del
gobierno y el congreso, en lugar de invertir en el antiguo papel de educar y vigilar
la ciudad. Devolver la autoridad perdida, no es urgente es: vital. Una cosa es
autoridad y otra, autoritarismo. Se trata, entonces, de construir un marco de convivencia
respetuoso para que la familia funcione con el orden y la armonía necesarios.
Civilidad: El hogar, la escuela y los recintos
sagrados de la democracia, nunca deben parecerse a la calle.
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