La
vibración de los recuerdos nos coloca siempre frente a la temporada de la
Semana Mayor, espacio para meditar un poco sobre el tema de Cristo en la cruz. En
esta nueva temporada de Semana Mayor, cuando miles de personas nos visitan, hay
que expresar, sin equivoco alguno, que Popayán, es la ciudad de todos los
colombianos, seguidores de la fe católica donde se conmemora uno
de los episodios más trascendentales de la religión. Aunque Dios detesta que se le adore mediante
imágenes o símbolos, como la cruz.
Pues, a los israelitas, Dios les ordenó que no usaran “símbolo
alguno” en su adoración. Por su parte, los cristianos recibieron el siguiente
mandato: “Huyan de la idolatría”.
Pero,
lo cierto es que, solo se puede amar, respetar, cuidar y proteger lo que se
conoce. La ciudad por siempre amada, de plácidas colinas sobre un valle feliz,
cumple 488 años. Su nombre armonioso sobre el que se canta y se viste de gloria
junto al imponente volcán, bajo el cielo azul: Mi bella Popayán. Recordemos que
hace 42 años caminábamos entre las ruinas, en medio de las murmuraciones refiriendo
que, en la Cruz de Belén, hay una inscripción que dice que el día que esa cruz
se cayera, Popayán se convertiría en polvo.
Por eso, vibramos de emoción patriótica, porque Popayán bajo experiencias
pasadas y con el proceso de aprendizaje, renació como el Ave Fénix para abrir
hoy sus puertas. Nada más propicio para buscar en la “Ciudad Blanca” una
conexión significativa con algo más grande que uno mismo, generando emociones
positivas, como la Paz.
Es un deleite, evocar estas anécdotas, porque Popayán, es una ciudad de
mitos y leyendas. Aquí hablamos de la ciudad porque todos somos ciudad. El ser
humano da forma a la ciudad y la ciudad da forma al ser humano. Y es que, la
ciudad es como una casa grande, y la casa una pequeña ciudad.
¡Semana
Santa en Popayán!, Su nombre lo dice todo: religiosidad, historia, leyenda,
arte, cultura, devoción de tradiciones, en una palabra, belleza. Popayán,
ciudad legendaria, hecha para germinar en la fe de sus mayores, en sus ideales,
en sus sentimientos y, en unos recuerdos de su hechizante paisaje que no debe
perecer porque ellos surgieron para detenerse durante siglos ante su hermosura
eterna.
Por
estos días, las andas en los hombros varoniles rompen el incienso con el aroma inconfundible del
espíritu entre los peregrinos. Las campanas, las matracas y los compases de las
marchas, los sitiales, la campanilla, los templos y, el coro de las voces
clamantes y litúrgicas. Las cruces, los silencios, los encajes…Las flores, las
joyas y los himnos… Todo esto es una caravana interminable, que purifica su
perfil de historia y alma. Y en el fondo del inigualable paisaje, la “Ciudad
Blanca”, adormecida por el peso penitencial de tanta gloria con la presencia
piadosa de un Calvario donde contrasta en su cielo azul, el imponente volcán
del Puracé.
Aquí
en Popayán, el drama del Calvario aparece vivo ante los ojos de los nazarenos,
durante el recorrido de las cuatro noches en que se admira la grandeza
insobornable y jamás caduca del cristianismo. Sembrar en el alma, en la
conciencia, en el corazón, el amor a Popayán, es mantener y cultivar vivo el
árbol de la libertad, es amar a Colombia, es infundir en el espíritu nobles
sentimientos de nacionalidad.
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