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lunes, 14 de abril de 2025

La corona de Popayán que se perdió

 


Mucha tinta ha corrido debajo del puente del “Humilladero”, desde cuando se percataron de la pérdida de la bellísima y costosísima corona que anualmente exhibía sobre sus sienes Nuestra Señora de la Asunción en la Catedral de Popayán.
He escudriñado archivos y hojeado obras de consulta con el fin de remover un tema histórico; que, en lejanos tiempos, suscitó encendidas polémicas tendientes a descubrir a los responsables por la pérdida de la corona más preciosa del mundo, referida a la valiosa alhaja de oro y esmeraldas que perteneció a la imagen de la Inmaculada Concepción de la Catedral de esta ciudad.
He tomado documentos auténticos, para relatar la historia de la corona que se perdió y, que está contenida en tres épocas: la primera, arranca en la fundación de la Cofradía en (1551) hasta la mayordomía del Pbro. Manuel Ventura Hurtado en (1763); la segunda, a partir de este año, hasta la mayordomía de don Nicolás Hurtado (1807) y la tercera y última, hasta el final de la sindicatura de don Manuel José Olano (1936)
Cuenta la historia que en los años 1500 a causa de una devastadora epidemia que azotó a la ciudad de Popayán enclavada en la cumbre de los Andes, en la que se perdieron incontables vidas. Así que, los sobrevivientes atribuyéndole el milagro, a la Inmaculada Concepción, en agradecimiento a la matrona de la ciudad, mandaron a fabricarle una corona por haber salvado sus vidas. De allí que, los habitantes españoles, con gran fervor, decidieron en gran pompa, obsequiarle la corona más linda del mundo, el día 8 de diciembre de 1599. Ese día, la llamaron “Nuestra Señora de los Andes”, ciñéndole sobre sus sienes, la corona de oro y esmeraldas capturadas por los Incas, cuya principal joya es la “Esmeralda de Atahualpa” que fue entregada por el máximo Inca a Francisco Pizarro.
No se conoce, quienes fueron los orfebres de manos tan prodigiosas que trabajaron sin cesar durante la Colonia, para los ricos comerciantes y señores feudales de Popayán. Solo se sabe que recogieron el oro en toda la provincia, incluida la costa del Pacífico, para construir semejante joya religiosa que representa un globo terráqueo rematado con una cruz. La Corona de la Virgen de la Inmaculada Concepción, se elaboró con dos kilos y medio de oro y 443 esmeraldas colombianas, que sumadas rondan los 1.500 quilates. Ahora, bien conocida en el exterior como “La Corona de los Andes”, se fabricó con un solo propósito: adornar la imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción, cada año, durante las procesiones y fiestas religiosas de Popayán.
Para la época de 1935, todavía permanecían en poder de don Manuel José Olano todos los bienes muebles de propiedad de la Cofradía de la Inmaculada Concepción. Sin embargo, como por arte de magia sacaron la Corona de oro, de Popayán, apareciendo en la ciudad de Nueva York, en donde se gestionaba su venta.  El arzobispo de Popayán, de aquella época, su Señoría Ilustrísima Maximiliano Crespo, era conocedor de la existencia del decreto del primero de junio de 1934, que imponía la obligación de vigilar con el mayor cuidado los bienes de la Iglesia que se hallaban en poder de particulares.  El generoso prelado, como autoridad eclesiástica, tenía pleno conocimiento de que los bienes de ciertas cofradías permanecían al cuidado de familias “piadosas” en casas particulares. Lo que, sin duda, dio origen a que muchos de esos bienes se perdieran, porque los tenedores de ellos, desde luego, de “buena fe”, se consideraran amos y dueños de semejantes tesoros. La desaparición de tan costosa fortuna, ha permitido la murmuración en corrillos callejeros, que dicen que, sobre el jactancioso pellejo de los notables payaneses, nunca obró la justicia terrenal, salvo las maldiciones que dicen cayeron sobre algunas familias supuestamente comprometidas.
Y, precisamente, por la no entrega de esos bienes muebles que mantenía el síndico en depósito y por el hecho de “estar gestionando la venta de la corona”, la Arquidiócesis de Popayán, legalmente representada por el Excmo. Señor Crespo, confirió poder a los doctores Jorge Ulloa López, como principal y Gustavo Maya Rebolledo, como sustituto, para demandar en juicio ordinario al señor don Manuel José Olano, con el fin de que este restituyese a la iglesia Catedral tales bienes eclesiásticos, inclusive la Corona, y que se le condenara al pago de perjuicios, más las costas del juicio.
Es bien sabido, que desde finales del siglo XVI ha existido, la Cofradía, sostenida con rentas propias de los devotos a través de testamentos que dejaban jugosas donaciones para el culto de la Inmaculada, dirigida por un mayordomo, hoy denominado síndico, designado por el Obispo; por lo general, de por vida. Desde cuando se iniciaron las procesiones en Popayán en 1588 se empezaron a guardar como si fueran los propietarios las hermosísimas alhajas, en los hogares de los mayordomos en la generalidad de las congregaciones religiosas. Para el año 1605, la matrona Catalina de Oñate, ya hacía referencia a "la santa imagen de la Virgen de la Concepción, con su riquísima corona" como patrimonio de la Cofradía. La generosidad del Popayán que se nos fue, está confirmada con los vestigios que aún quedan con las preciosas joyas que engalanan los cincuenta o más pasos de la Semana Mayor.
Lo cierto es que, está comprobado que la prolongada mayordomía, fue el germen de desorden. Pues, fue así como en diciembre de 2015, “Sin que exista explicación de la adquisición legal, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York la adquirió y hoy es una de las piezas más importantes de su creciente colección de arte colonial latinoamericano”. Allí, se exhibe como “una de las piezas de orfebrería más importantes que quedan de la época colonial en América Latina. Es clave para el museo, que desde hace varios años empezó a coleccionar objetos de este tipo”. Para atraer público, se ilustra entre los visitantes, que: “la pieza se confeccionó para agradecerle a la Virgen después de que salvó a Popayán de una mortal peste de viruela y, muchas otras leyendas adornadas que, narran que una de sus esmeraldas perteneció a un emperador Inca a quien Francisco Pizarro, conquistador del Perú, asesinó sin piedad. También se tejen grandes mitos, como que, unos piratas ingleses la robaron, pero que prontamente, fue Simón Bolívar que la recuperó”.
Para el siglo XVIII, la cofradía que estaba encargada del cuidado de las joyas que adornaban a la virgen, estaba a cargo de los sacerdotes Pbro. Manuel Ventura Hurtado y Lorenzo de Mosquera. Sin embargo, al retirarse este último, Hurtado se hace cargo de la cofradía hasta su muerte en 1807.
Al momento de realizar su testamento, sus sobrinos Nicolás Hurtado Arboleda y Manuel José Barona Hurtado heredan el cuidado de la cofradía. Bajo la promesa de que deben evitar que las joyas caigan en manos de los ejércitos, bien sea el realista o el patriota durante la independencia. Al final, Nicolás es el que termina cuidándola y quien hereda los derechos de la cofradía a su hijo Vicente. Vicente, quien no tiene hijos, se traslada a Francia en donde muere. No obstante, antes de eso, delega el cuidado de estas valiosísimas alhajas a su sobrino Tomás Olano Hurtado, hijo de su hermana Liboria y del abogado y educador, Antonino Olano Olave.
En 1914, Olano Hurtado envía una petición al papa Pio X para que autorice la venta de la corona que por siglos había custodiado su familia. El sumo pontífice autoriza la venta, pero Tomás Olano, quien realiza las primeras negociaciones, no puede concluirlas, debido a que fallece en junio del mismo año. Así que, la responsabilidad recae sobre su hijo Manuel José, quien encomienda a su hijo Fernando Olano y al abogado Luis Carlos Iragorri para que viajen a los Estados Unidos para realizar la venta de la corona. La gran verdad es que, la corona de oro y esmeraldas nunca regresó de Nueva York.
Nota: Este artículo se publicó en la Revista del Nuevo Liberal el 13/04/2025
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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