Mucha tinta ha corrido debajo del puente del “Humilladero”, desde cuando
se percataron de la pérdida de la bellísima y costosísima corona que anualmente
exhibía sobre sus sienes Nuestra Señora de la Asunción en la Catedral de
Popayán.
He escudriñado archivos y hojeado obras de consulta con el fin de remover
un tema histórico; que, en lejanos tiempos, suscitó encendidas polémicas
tendientes a descubrir a los responsables por la pérdida de la corona más
preciosa del mundo, referida a la valiosa alhaja de oro y esmeraldas que
perteneció a la imagen de la Inmaculada Concepción de la Catedral de esta
ciudad.
He tomado documentos auténticos, para relatar la historia de la corona
que se perdió y, que está contenida en tres épocas: la primera, arranca en la
fundación de la Cofradía en (1551) hasta la mayordomía del Pbro. Manuel Ventura
Hurtado en (1763); la segunda, a partir de este año, hasta la mayordomía de don
Nicolás Hurtado (1807) y la tercera y última, hasta el final de la sindicatura
de don Manuel José Olano (1936)
Cuenta
la historia que en los años 1500 a causa de una devastadora epidemia que azotó
a la ciudad de Popayán enclavada en la cumbre de los Andes, en la que se
perdieron incontables vidas. Así que, los sobrevivientes atribuyéndole el
milagro, a la Inmaculada Concepción, en agradecimiento a la matrona de la
ciudad, mandaron a fabricarle una corona por haber salvado sus vidas. De allí que, los habitantes
españoles, con gran fervor, decidieron en gran pompa, obsequiarle la corona más
linda del mundo, el día 8 de diciembre de 1599. Ese día, la llamaron “Nuestra
Señora de los Andes”, ciñéndole sobre sus sienes, la corona de oro y esmeraldas
capturadas por los Incas, cuya principal joya es la “Esmeralda de Atahualpa” que
fue entregada por el máximo Inca a Francisco
Pizarro.
Y, precisamente, por la no entrega de esos bienes muebles que mantenía el
síndico en depósito y por el hecho de “estar gestionando la venta de la corona”,
la Arquidiócesis de Popayán, legalmente representada por el Excmo. Señor
Crespo, confirió poder a los doctores Jorge Ulloa López, como principal y
Gustavo Maya Rebolledo, como sustituto, para demandar en juicio ordinario al
señor don Manuel José Olano, con el fin de que este restituyese a la iglesia
Catedral tales bienes eclesiásticos, inclusive la Corona, y que se le condenara
al pago de perjuicios, más las costas del juicio.
Es bien sabido, que desde finales del siglo XVI ha existido, la Cofradía,
sostenida con rentas propias de los devotos a través de testamentos que dejaban
jugosas donaciones para el culto de la Inmaculada, dirigida por un mayordomo,
hoy denominado síndico, designado por el Obispo; por lo general, de por vida.
Desde cuando se iniciaron las procesiones en Popayán en 1588 se empezaron a
guardar como si fueran los propietarios las hermosísimas alhajas, en los
hogares de los mayordomos en la generalidad de las congregaciones religiosas. Para
el año 1605, la matrona Catalina de Oñate, ya hacía referencia a "la santa
imagen de la Virgen de la Concepción, con su riquísima corona" como
patrimonio de la Cofradía. La generosidad del Popayán que se nos fue, está
confirmada con los vestigios que aún quedan con las preciosas joyas que
engalanan los cincuenta o más pasos de la Semana Mayor.
Lo cierto es que, está comprobado
que la prolongada mayordomía, fue el germen de desorden. Pues, fue así como en
diciembre de 2015, “Sin que exista explicación de la adquisición legal, el
Museo Metropolitano de Arte de Nueva York la adquirió y hoy es una de las
piezas más importantes de su creciente colección de arte colonial
latinoamericano”. Allí, se exhibe como “una de las piezas de orfebrería más importantes que
quedan de la época colonial en América Latina. Es clave para el museo, que
desde hace varios años empezó a coleccionar objetos de este tipo”. Para atraer
público, se ilustra entre los visitantes, que: “la
pieza se confeccionó para agradecerle a la Virgen después de que salvó a
Popayán de una mortal peste de viruela y, muchas otras leyendas adornadas que,
narran que una de sus esmeraldas perteneció a un emperador Inca a quien Francisco
Pizarro, conquistador del Perú, asesinó sin piedad. También se tejen grandes mitos,
como que, unos piratas ingleses la robaron, pero que prontamente, fue Simón
Bolívar que la recuperó”.
Para
el siglo XVIII, la cofradía que estaba encargada del cuidado de las joyas que
adornaban a la virgen, estaba a cargo de los sacerdotes Pbro. Manuel Ventura
Hurtado y Lorenzo de Mosquera. Sin embargo, al retirarse este último, Hurtado
se hace cargo de la cofradía hasta su muerte en 1807.
Al
momento de realizar su testamento, sus sobrinos Nicolás Hurtado Arboleda y
Manuel José Barona Hurtado heredan el cuidado de la cofradía. Bajo la promesa
de que deben evitar que las joyas caigan en manos de los ejércitos, bien sea el
realista o el patriota durante la independencia. Al final, Nicolás es el que
termina cuidándola y quien hereda los derechos de la cofradía a su hijo
Vicente. Vicente, quien no tiene hijos, se traslada a Francia en donde muere.
No obstante, antes de eso, delega el cuidado de estas valiosísimas alhajas a su
sobrino Tomás Olano Hurtado, hijo de su hermana Liboria y del abogado y educador,
Antonino Olano Olave.
En 1914, Olano
Hurtado envía una petición al papa Pio X para que autorice la venta de la
corona que por siglos había custodiado su familia. El sumo pontífice autoriza
la venta, pero Tomás Olano, quien realiza las primeras negociaciones, no puede
concluirlas, debido a que fallece en junio del mismo año. Así que, la
responsabilidad recae sobre su hijo Manuel José, quien encomienda a su hijo
Fernando Olano y al abogado Luis Carlos Iragorri para que viajen a los Estados
Unidos para realizar la venta de la corona. La gran verdad es que, la corona de
oro y esmeraldas nunca regresó de Nueva York.
Nota: Este artículo se publicó en la Revista del Nuevo Liberal el 13/04/2025
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