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sábado, 11 de diciembre de 2021

¡Grafitis en pintura negra!


 

Salir a la calle ya no es tan agradable como en otros tiempos. Desde los balcones ya no hay quien nos quite los ojos de encima. Popayán ya no es la ciudad amiga. Montoneras de gentes desconocidas; igual que, desproporcionadas filas de automotores al lado y lado de las calles entorpeciendo al caminar. Popayán, tiene más carros que gente. 
Automotores de alta gama conducidos por gente de baja cultura.
Tampoco es fácil identificar a los caminantes en las solariegas calles de la amada ciudad, por ese falso rostro de tela, complemento indispensable en nuestras vidas a que nos obligan. Cuento de nunca acabar, porque cada vez aparecen brotes con nuevas cepas, aunque no sepas de que se trata ni como se trata. Tremendo galimatías, vaya confusión de confusiones.   Sabemos que nuestro cuerpo no está hecho para llevar una máscara; pero, es algo que exige ponernos en este momento, sólo por la pandemia. Así que debemos adaptarnos a la situación, sabiendo que llevarla puesta, demuestra lo débiles, lo frágiles que somos ante el mundo.
Aunque comenzaron a flexibilizar medidas, permitiendo asistir a conciertos, prohíben otros menos inciertos. A ello contribuyen mensajes contradictorios de la OMS y del gobierno. La ambivalencia de dichos mensajes  provoca que muchas personas decidan optar por lo más cómodo. ¿Qué hacen ante la duda? Sin certezas, confundidos y condicionados por sus propios sesgos, la tortura de las mascarillas y mis amigos se quedan en casa.
Para mal de males, aparece un término nuevo para quienes nunca habíamos vivido en las latitudes de tan largo invierno: el síndrome de la cabaña. Expresión que se refiere a la molestia, temor o desinterés de salir de casa después de haber pasado un largo período de encierro.
Desde luego, salir no es obligatorio. Sentimos miedo o confusión, sin poder explicar. Si nos animamos, para ver cómo nos sentimos, salimos. Y, ante la remota posibilidad de encontrarnos con alguien conocido por la calle, por el momento, no podremos abrazarnos. Jugando al “stop”, quedamos paralizados como figuras de cristal, saludamos y nos vamos ¡Ya no es lo mismo!
He vuelto la vista atrás, recordando con nostalgia a mis amigos. Qué le habrá deparado el destino a cada uno de ellos. Amigos, con quienes pasábamos las horas charlando en la calle. ¿Dónde están mis amigos que se hicieron? Unos cumplieron su misión en este paraíso terrenal y, partieron. Salieron a gozar la gloria eterna.
Después de cierta edad, empezamos a utilizar la máscara de seguridad y certeza; edad en que empezamos a perder amigos a un mayor ritmo. Con el paso de los años, entendemos mejor aquello de la línea imaginaria entre la vida y la muerte. Pese a que nos empeñamos en mantenernos vivos, con la zona de combate de la pandemia perdemos más amigos. Nos angustia que el círculo de amigos se cierre. Están desapareciendo a un ritmo asombroso.
Retomando el regreso a casa, sobre el camino, después de cruzar las calles con cierto temor, leo estos grafitis en pintura negra: “Cristo vive”, “El Che vive”, “Camilo vive”. Escritos sobre las paredes blancas de Popayán que me inspiran a escribir estas líneas para evocar a algunos amigos que imaginariamente por algún rincón deben caminar sin saludarme.
Termino este tedioso paseo por la memoria, pensando que después de este divertido paso terrenal, vamos al destino eterno. Hacia allá zarparon mis amigos que se adelantaron en ese camino. Es la burda máscara de la realidad que llevamos y, que todos, debemos aceptar, porque ¡algún día nos toparemos con ellos!
Civilidad: Hasta la vista alegres amigos. Aquí vamos navegando, deseando vernos pronto, contentos en la otra vida.
 

 

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