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sábado, 18 de abril de 2020

Desde mi soledad


Involuntariamente, de un momento a otro, la vida nos cambió a todos por completo. El mundo está vacío.  Jamás el ser humano se ha sentido tan solo como en los tiempos actuales. La soledad es un problema universal. Y no es necesariamente que ahora la gente se sienta más sola que nunca. Es que hoy, tenemos más motivos y tiempo para hablar de ello. Antes no había interés. Ni en sueños incluíamos el  encierro de la humanidad. Como de película de ciencia-ficción, la distancia social es la única solución médica.
El filósofo griego Aristóteles, calificó al ser humano como un animal social, significando con ello, que todos nacemos con esa característica social que desarrollamos a lo largo de nuestra vida, al necesitar de otros para sobrevivir. El ser humano desde el inicio de su existencia, siempre necesitó de compañía para perpetuarse en este paraíso terrenal. Estar siempre rodeado de personas, es como aprendimos a vivir y sobrevivir, aunque nacemos individualmente.
En la madurez alcanzamos la libertad, el nivel de individualismo, de flexibilidad mental, de rompimiento de todas las ataduras sociales y la destrucción de todos los miedos que construimos a lo largo de nuestra formación. Pero el grado de soledad, se produce en un solo 'instante', por la voluntad suprema del Creador. En un abrir y cerrar de ojos, repentino y rápido, no somos nada. La partida de nuestros seres queridos no forma parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella. Dios, nuestro Señor, no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio. “Al final de la vida sólo queda lo que hayamos hecho por Dios y los demás”. 
Solo Dios sabe cuándo nos va a llegar la soledad a cada uno. Si supiéramos la fecha, viviríamos cada día con mayor intensidad. No sabemos, ni cómo ni dónde, ni cuándo será el último viaje. Nunca nadie ha podido aumentar unos pocos días al tiempo de su vida. Que partiremos, es lo más cierto; pero el día y la hora, es lo más incierto. Como nadie desea zarpar de este mundo, no ahondamos en el tema; pero lo que sí vale la pena, es estar preparados.
Efectivamente, en las circunstancias actuales, y sobre el mal que estamos padeciendo, no hay quien pueda afirmar que el mundo estaba preparado. En el papel de abogado del diablo, pero usando el lenguaje teológico, como seguidor de Dios, tampoco podemos predecir o, adivinar las consecuencias que entraña la actual preocupación, por demás profunda. Solo ahora cuando tenemos algo de la sensación de fiebre, de miedo y de angustia por el Covid-19 que hoy agobia a la humanidad, creemos en Él.  Los extraviados que se creen por encima de la diferencia, más pronto  que tarde, tendrán que reconciliarse con Él.  Comprenderán, cuánto tenemos que hacer para descansar de nosotros mismos, olvidándonos de nuestro propio yo para buscar refugio en cualquier sitio del Dios de cada uno. Mientras tanto, desde este aislamiento enfermizo, desde el destierro de estos días de ensayos, es largo, muy largo, todavía el camino que hay que recorrer para obtener la seguridad de la anhelante salud del mundo.
Lo que estamos soportando, obliga a decir que sí podemos y que debemos enderezar nuestras vidas. El ser humano es el animal que más tiempo ha sobrevivido etapa tras etapa sin extinguirse. Siempre ha evolucionado, pero hoy, la única manera de superar la crisis, es seguir adelante; desde luego, de un modo nuevo, completamente distinto. Debemos construir nuevos escenarios, desde el hogar, laboral, económico, social, espiritual, etc. Remendar no sirve, ni cambia la situación ante la catarata de males acumulados que ha manejado el mundo.
Es una bola de desgracias precipitada desde la cima; una avalancha penetrando por todas partes, alcanzando de lleno, por lo alto y lo bajo, a todos por igual. Intentar obligar a otros para que sean ángeles y querubines es un error. Lo que debemos hacer, es estar dispuestos a reformarnos nosotros mismos, razonando lo que está sucediendo y porqué. En otras palabras, tomar conciencia sobre lo que está ocurriendo. La capacidad de cambiar el ritmo de nuestras vidas está en nuestro interior. Comprender el verdadero valor de vernos los unos a los otros. A reencontrarnos con nosotros, mismos, tal como somos. Sin egoísmo, sin odios, sin    ataduras mentales, sociales ni de ninguna índole para revelar el punto central de todas nuestras angustias.
Estamos pasando no solo un momento difícil, sino histórico y decisivo. No estábamos preparados para combatir esta pandemia que puso a temblar a la humanidad ¡Brote pandémico que bloquea al mundo!  ¿Podría haber sido manipulado a conciencia?  Las grandes economías presentan síntomas de debilidad.  Los gobiernos que se consideraban invulnerables y poderosos, ahora están bajo tensión.  Solo hasta hoy, cuando la sociedad mundial empieza a alterar sus costumbres, posiblemente en forma duradera, reconoce que somos mortales. Todos somos responsables de lo que está sucediendo. Entonces, asumamos con humildad los errores que hemos cometido. Es época de alivianar el peso, limpiando nuestra propia conciencia. Estas realidades se derivan de la plaga que inquieta al planeta tierra. Lo demás, es llegar a un auténtico pacto social, económico y político, entrando por la puerta angosta para mejorar el mundo sin inequidades ni desigualdades. Ahí es donde todos debemos apostar.
Civilidad: En esta borrasca, vale más: ¿la salud o la economía?


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