Campañas permanentes para la
prevención de accidentes, ante el difícil tráfico, por trancones, bloqueos y
atasco vehicular, debería ser el regalo que nos deja el año que termina. La
congestión, es el reflejo de los problemas sociales y la falta de planificación.
Recorriendo el laberinto del asfalto, creo que es hora de repasar sobre las
promesas políticas incumplidas, la ineficacia del sistema de transporte, la
indisciplina y la contaminación que sofoca a la ciudad. Esa sinfonía alocada exige
acciones para transformar esa realidad, construyendo un futuro más habitable y amigable
en Popayán.
Diariamente y, muy temprano
5:59 a.m., empieza el jaleo de circular manejando un vehículo. El recorrido, es
riesgoso, para los de a pie y para quienes conducen. Es tedioso el avance por cualquiera
de las calles, cuando el sol empieza a asomarse y a todas horas. Conducir en la
ciudad por los riesgos como el clima es incierto. En un día nublado y lluvioso,
repartir los estudiantes de colegios o para acudir al trabajo es peligroso y
tedioso.
Llevo una hora pasadita, el
reloj marca las 07:10 a.m., pensando que hasta las 7:15 reciben en el colegio.
Vamos sobre el tiempo, si nos pasamos, “pailas” dice mi nieto. En forma normal,
el trayecto, no debería tomar tanto tiempo. Pero el atasco en el tráfico,
vehículos aparcados a lado y lado, nos movemos a paso de tortuga; motocicletas rodando
por todos lados, izquierdo, derecho, de frente. Me olvido de esta desgracia y,
medito sobre los problemas sociales que aquejan a mi amada ciudad.
Mucho vehículo y poca
educación en esta bella villa, otrora culta y de esplendor, es cosa del pasado.
La veo acorralada por la incertidumbre, estática en medio del caos. Aguzo mis
sentidos observando todavía, anuncios de políticos de la última campaña. Recuerdo
las promesas que inundaron el ambiente y, las caras de quienes buscaban el
poder. En un instante retorno a la realidad política y social que nos rodea, mientras
la ciudad parece hundirse en un mar de automotores conducidos por choferes
desquiciados. Aquellos que se creen dueños de las vías, mal conducen, en medio
de ese denso mar de sonidos y escenas. Los arrebatados motociclistas, cruzan
semáforos en rojo, trepados en los andenes, invadiendo ciclorrutas que, desenfrenados en velocidad,
pierden sus vidas.
Que tal que convirtieran la civilidad
y la paciencia en valores fundamentales, como lección aprendida de cultura
ciudadana y cultura vial, en medio de tanta inmovilidad. Pero, cuan engañado
estoy, o estamos, porque, no todo es armonía en este confuso escenario. Humo
asfixiante del destartalado parque automotor de servicio público, sin excepción
de ninguna empresa, a quienes les aumentan el valor del pasaje sin condiciones
para mejorar. En esa mezcolanza de dióxido de carbono, contaminación
ambiental con la basura sonora y visual de afiches, programas y, anuncios de
políticos, el aire se vuelve irrespirable, y la visión se opaca por la
acumulación de residuos. Se evidencia la falta de conciencia y atención de este
entorno tan querido. En medio de semejante panorama, se percibe, la ausencia de
autoridad, sin policías de tránsito. Si la hubiese, podría ser un factor
determinante para agilizar el flujo vehicular y para mantener el orden. Pero, dejaron
la responsabilidad en manos de particulares y de insolentes conductores, que
alteran el orden, minuto a minuto.
Finalmente, tras angustioso trayecto,
logro llegar a tiempo. Desciendo de mi vehículo con una dosis de alivio y
agotamiento, consciente de que es si posible hacerlo, pero con resiliencia
cuando apenas comienza la jornada. Con semejante germen y anarquía vial, recapacito
sobre los problemas y las situaciones que aquejan a mi ciudad. El pésimo tráfico
convertido en el espejo de inequidades: contaminación,
ausencia de autoridad que garantice la seguridad, la eficiencia del transporte,
y la movilidad en Popayán.
Aún guardo la esperanza de que,
el nuevo inquilino del palacio municipal, con un renovado y buen equipo de
trabajo, pueda cimentar una ciudad más humana y habitable; donde la movilidad
sea un derecho accesible para todos, y donde el tráfico no sea solo un
obstáculo, sino un llamado a la acción.
Civilidad: Aceptemos
que el error humano es inevitable, pero se pueden realizar actuaciones que
ayuden a impedir que haya tantas víctimas.