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sábado, 31 de diciembre de 2022

Amor a mi ciudad


La gente que ama a Popayán debe sentirse inclinada a dibujar en su imaginación una idea de porvenir con su plaza, sus árboles, sus bancas y caserones, sus autoridades y sus habitantes. Es decir, la gente que ama a una ciudad debe pensar en sí misma, y se piensa viviendo en la ciudad de sus sueños. Aunque la realidad pase luego factura y rompa las paredes y que las lluvias del invierno no dejen transitarla para observarla en su belleza. Resulta difícil evitar en las imaginaciones un viento de perfección, un anhelo de felicidad completa. Se pone y se quita, se borra y se pinta la ciudad con sus costumbres, sus fiestas, y sus tradiciones.

Desde luego, no todos tenemos una misma idea de ciudad perfecta. Muchos popayanejos seguimos pensando que el ideal de plenitud suena a banda de trompetas y cornetas, con unas calles cubiertas de azahares, geranios y penitentes, y un calendario marcado por las bendiciones de los obispos y las cofradías de nuestra Semana Santa. Otros payaneses se acuerdan del Maestro Valencia, el pintor Efraím Martínez. Algunos brindarán por los suelos recalificados, las grúas oliendo a mar, los concejales olfateando noticias buenas y malas, hasta la felicidad de los constructores. Y hay quienes más, se enorgullecen de “Chancaca”, “Guineo”, “Zócalo”, prefiriendo a los habitantes de la generación capitaneada por los próceres.  Hay que admitir que a los patojos raizales no les falta ambición, ya sea para llenar de penitentes los templos y de bloques de pisos en sus barrios.

La falta de ambición no tiene siempre que ver con los términos medios. En “Popaiam”, hay que aceptar que no se identifica con la parálisis.  Los términos medios son más bien las consecuencias de la realidad, la factura que pasan los paros cívicos e incívicos sobre las fachadas de nuestra ciudad. A trancas y trancones, los penitentes hemos aprendido a convivir con resiliencia. El problema resulta más grave cuando la falta de ambición se convierte en un manto de tristeza, de medianía insoportable, que paraliza la ciudad. Pero, eso no es lo que le ocurre a mi “Popaiam”

Se aproxima la ciudad a celebrar la fecha de su fundación y de democracia, oportuna también, para hacer un ejercicio de memoria del nefasto resultado catastrófico de 1983. En mi bella ciudad hay paisanos que confunden el amor a la tierra con el discurso exaltado, abundando también, los que encauzan sus rencores personales para despreciar a todo lo que brota en la ciudad. Los popayanejos, payaneses y patojos debemos prevenirnos contra la antipatía a la ciudad. Es de esperar que ese defecto de los habitantes sea lo contrario en el año venidero. Dejar la tirria para vivir con algo de ilusión en la ciudad. El alcalde Juan Carlos López, está cumpliendo con uno de los grandes retos que enfrenta para aterrizar la agenda en políticas concretas, que permitan tener un mayor impacto a la luz de los compromisos establecidos que tienen especial énfasis en lo social: disminución de pobreza, desigualdad y, en general, mejores condiciones de vida de la población.

La amada Popayán no está mal, en economía, e infraestructuras, pues, ha empezado la construcción de la doble calzada Cali- Popayán.  Las obras viales en la ciudad avanzan para mejorar y salir del subdesarrollo, pues ya no se vive de un provincianismo hiriente, hay indicios deslumbrantes de adelanto que se ha sabido aprovechar. La ciudad se ha extendido, por doquier hay comercio, se nota que hay muchos recursos económicos, las calles atestadas de motores de alta gama lo demuestra. Parecemos contentos de vivir ya no en un pueblo de quinta categoría. Popayán se identificó con el progreso y simbolizó cambios de diverso tipo, sean sociales, técnicos, económicos o culturales. Y desde luego, constituye un fenómeno complejo, cuya comprensión exige el análisis de diferentes facetas.

Civilidad: Quienes no pueden vivir en la ciudad de sus sueños, esos ciudadanos en el 2023, deben procurar, no vivir en la ciudad de sus pesadillas.

  



domingo, 25 de diciembre de 2022

¡Q'hubo prócer!

 


Así se saludaba en el viejo “Popaiam”, cuando éramos pocos. Y cuando algunos se creían de sangre azul, descendientes insignes de las cenizas del Panteón de los Próceres y como tal, personas distinguidas, valerosas y de alta dignidad.
 

En mi recorrido de hoy, me entero que nuestros próceres, encontraran por fin, descanso en su amplio espectro. Con alegría navideña, advierto aquel transeúnte indiferente, demasiado ocupado prestándole atención a la historia, hasta el erudito, el aficionado de los datos y los cuentos de antaño, dictando cátedra sobre las hazañas de generales que nunca mueren en el campo de batalla. Me topé, también con un hombre que, con un poco más de imaginación, me indica: “Yo me llamo Simón, pero no Bolívar”. Después del saludo se larga a contarme la historia del Libertador que concibió la emancipación como una insurrección general de las masas populares de América.

Y me encuentro con la sorpresa de que el Centro Histórico de Popayán, entendiendo por sector antiguo las calles, plazas, plazoletas y demás inmuebles originarios de los siglos XVI, XVII, que mediante el Plan Especial de Manejo y Protección PEMP, será modificado. ¡Óigase bien, será modificado!

De allí, la ilusión que nubla mi testa al enterarme de ese proyecto para poner a rodar la historia por las calles de la capital. Casi literalmente hablando, es el empuje de las directivas del bicentenario que buscan reubicar las estatuas de héroes ilustres, con la importancia de los grandes acontecimientos y de sus actividades para conmemorar la próxima fecha patria.

Estatuas de los grandes hombres, se consiguen en Popayán en todos los metales, tamaños y distintas posturas. Un escuadrón de cuenteros y asesores de imagen se devanan los sesos para reubicarlas. Para ello, recorren centros comerciales, parques públicos, zonas de restaurantes y, todos los espacios públicos, que con sus facetas concentre la atención de los próceres ¿Qué sería de Popayán sin sus próceres? ¿Qué sería de la ciudad sin ciudadanos? Nos declararíamos insatisfechos, en la ciudad sin las masas populares, que en las guerras son los que ponen las bajas que siempre son altas.

Tuvieron que pasar muchos años para salvar los recuerdos, y para velar por la conservación de las estatuas, del general Tomás Cipriano de Mosquera y su enemigo mortal José María Obando para que pudiéramos admirarlos, frente a frente, blandiendo sus hojas triunfales, en el parque que lleva el nombre del cuatro veces presidente de la república. Y en el lugar que desocupa Obando, erigirán la figura de Camilo Torres Tenorio, mártir de la revolución, quien redactó en 1809, el valeroso documento llamado de igualdad que los criollos le hicieron a las autoridades españolas. Al quedar libre la plazoleta del hermoso templo de San Francisco, convinieron darle hospitalidad a don Sebastián Moyano, quien tomó el nombre de su lugar de nacimiento, la población de Benalcázar o de Belalcázar, habiéndose formado como conquistador, además de analfabeto, que dicen fundó a Popayán.

Y, en la colina que por el oriente domina la ciudad y que al parecer fue construida por los indios a juzgar por los vestigios allí encontrados, se impondrá la figura del cacique Payán, en homenaje al jefe de la tribu indígena que habitaba el área alrededor del monte hoy conocido como el “Cerro de la Eme” cuando llegaron los conquistadores españoles.

Civilidad: Los rincones de esta leyenda serán realidad, en un futuro cuando no sea día de los santos inocentes.

 

sábado, 17 de diciembre de 2022

Mi escrito de Navidad

 



Los tiempos cambian, y con ellos, las costumbres. Más, el espíritu navideño debemos mantenerlo igual. Navidad significa “nacimiento” dando así origen a la fiesta que se realiza con motivo del nacimiento de Jesús. La Navidad alegre y brillante, se volvió popular, cargada de tradición, de rebosante festividad cristiana y, se celebra en la mayor parte del mundo el 25 de diciembre, para conmemorar el adviento que, en lenguaje cristiano significa, la venida del redentor del mundo.

No se concibe hablar de Navidad, sin considerar la reunión en familia. Navidad es tiempo para disfrutar la unidad familiar. Nada mejor que disfrutar de las fiestas en familia. Tiempo propicio para enseñar a nuestros hijos a vivir con alegría las reuniones, aprovechando el tiempo compartido con abuelos, tíos y, con los familiares más cercanos. La decoración del hogar con arreglos navideños, sin olvidar los aguinaldos se volvieron una costumbre de dar y recibir. Navidad no es una temporada, es un sentimiento que esperamos con gran expectativa el nacimiento del Niño Dios, la llegada de Papá Noel y los Reyes Magos.  Con espíritu navideño montamos el Pesebre y el árbol de Navidad, decoramos la sala, el comedor, las ventanas, puertas y paredes con guirnaldas, campanas, velas ángeles y con las figuritas de moda navideña.

Pero  también,  hay que reflexionar sobre lo que está ocurriendo a lo largo y ancho del mundo en donde se viven situaciones conflictivas y de extrema pobreza. Por eso, cuando se aproxima la Navidad, con ella debe llegar la fe y la esperanza por la tan anhelada paz del mundo. La generosidad debe apoderarse de nuestros corazones como una muestra de renacimiento. Tendiendo la mano hacia los desprotegidos de la fortuna, haciéndoles sentir momentos de alegría navideña a aquellas familias que no gozan del calor de un hogar.  Para prestar atención al entorno, solo basta, buscar esas personas que por desgracia están recluidas en un hospital, en un asilo, en la cárcel, hasta en la calle para apiadarse del dolor ajeno en esta temporada de plena alegría. El solo sentir el frio que cala los huesos, debe inquietar en lo más profundo de nuestro ser, para ayudar. La Navidad está a la vuelta de la esquina. Es el momento de pensar en que valores infantiles vamos a trabajar con los hijos y familiares en esta época del año. Ser solidarios, ayudando a quien más lo necesita. Las fiestas navideñas nos brindan una buena ocasión para enseñar a los hijos valores tan importantes como el respeto, la igualdad, la solidaridad y la paz del hogar, de Colombia y del mundo. 

¡Que esta Navidad, nos recuerde aquellas ilusiones de nuestra infancia! Que nos permita enseñar a los niños de hoy, que acumulan juguetes que ya no utilizan, donándolos a otros que no reciben ningún regalo.  Sería un bonito acto para conmover nuestra ternura y solidaridad con los pobres. Nada más triste en este mundo, que, al despertar de un niño, en la mañana de Navidad, no posea un juguete.  Meditemos porque en buena parte de Colombia las Navidades serán tiempos de desdicha por la época de fuertes lluvias que estamos padeciendo, con bajas temperaturas y muchas desgracias humanas, de forma tal, que el motivo de trastorno afectivo estacional no sea tan trágico.

Civilidad: Algunos estaremos nostálgicos en esta época, pero nuestros descendientes con la magia navideña, nos motivan a ser felices.  

 

 

 

sábado, 10 de diciembre de 2022

Pisando calles y callos

 



Levanto la mirada al cielo agradeciendo haberme permitido nacer en este terruño de mis amores. De verdad, es una bella ciudad. Podríamos disfrutarla mejor si la agitada vida diurna y nocturna nos permitiera conocer su pasado glorioso. Tengo el privilegio de haber pisado sus calles empedradas y de conocer la “aplanadora”, máquina de carbón que rejuveneció la vieja Popayán. Muy cerca del centro histórico, de esta ciudad moderna, se erigía la imponente “estación del ferrocarril”, construida en 1924, que dejó llegar el tren hasta 1967. Siete cuadras abajo del centro, también disfruté de las ricas historias de la plaza de toros “Francisco Villamil Londoño”, de autentico tipo español, con capacidad para 6.500 espectadores. Lástima grande, hoy en ruinas, en proceso liquidatorio desde hace varios años.

Como escribo, no faltará quien diga: “es hora que Popayán, deje de vivir su historia y empiece a evolucionar, es necesario un cambio” Entonces, para agrado de quienes esto pregonan, ciertamente, la ciudad cambió. Modernizaron las techumbres de teja por Eternit. Surgieron racimos de niños mendigando limosnas en la calle. Cambiaron los carteles pegados con engrudo en las esquinas que invitaban a funerales o funciones de cine por estruendosos anunciantes motorizados. Cambiaron los bronces de “Pare” por semáforos invadidos de saltimbanquis. Motociclistas como verdolaga en plaza, posesionados de las esquinas sin permitir ni el tránsito ni la visibilidad. Florecieron ávidos vendedores extendiendo sus mercaderías, junto a soñolientos habitantes de calle, invadiendo los andenes para peatones. Y como estatuas, jóvenes policías embebidos de su celular olvidando su oficio.     

Cómo quisiera, en esa ciudad de leyendas, caminar las calles de antaño, para echar una mirada al pasado colonial; aquel trayecto que para los escolares era una legítima clase de historia. Claro, cuando no existían el internet ni el celular. Era la arcaica ciudad, pensada para el descanso para viajeros que iban y venían del cono sur con destino a la corona española. Aquella ciudad, que, durante más de un siglo, grandes terratenientes la hicieron prosperar de la mano esclava; pero que, al ser abolida la esclavitud por la Ley del 21 del año 1851, sancionada por el presidente José Hilario López, declarando libres a todos los esclavos que existieran en Colombia, se quedaron sin brazos.

Desde entonces, Popayán sobrevive en constante promesa de cambio. Prosperidad que se desvanece a cada instante, cohabitando sus pobladores como esclavos blancos. La ciudad no puede ser reconocida como una urbe de vanguardia, por sus investigaciones ni por el desarrollo de las tecnologías, ni por su inteligencia; aunque en cada esquina tenga una universidad y una iglesia.  Los ventanales que antes miraban hacia la calle, ahora lo hacen hacia adentro. Popayán, ya no es ese pueblo colonial, de casitas bajas y pajizas, plazas pequeñas, calles empedradas, portalones con grandes aldabones. Las cambiaron, por el inmobiliario residencial que está en pleno auge. Le trocaron su tradicional nombre por la etiqueta de “capital blanca” ¡Cambió la ciudad!  Ahora posee muchos comederos de comidas extranjeras. Popayán tiene comensales para todos los gustos: comida mexicana, órale, tacos, Pizza, hot dog, sushi…, la ciudad se transformó.  Vivimos un panorama totalmente distinto.

Civilidad: Cali y Popayán, conectadas a la montaña por una vía de alto riesgo y en pésimo estado.



 

sábado, 3 de diciembre de 2022

La brecha generacional


 Datos estadísticos, mal contados, aseveran que Colombia tiene 48.2 millones de habitantes. Pero, no solo se ha aumentado el número de habitantes, sino que, en la pirámide poblacional, las personas mayores de 60 años están creciendo y, disminuyendo el grupo de 0 y 14 años; lo que, a su vez, ha cambiado las dinámicas sociales. La brecha generacional es más grande, porque la tecnología domina todos los aspectos del día a día. Los antiguos que fuimos educados con herramientas rudimentarias, hoy nos vemos, alejados cada vez más de las generaciones jóvenes. Paradojalmente, la clave para achicar la brecha generacional entre los de la tercera edad y los adolescentes radica precisamente en la tecnología.

Ya no hay transmisión de valores en los hogares, que son cada vez más pequeños, de allí la demanda de viviendas multifamiliares. Pasamos por una contracultura parecida al movimiento hippie de la década de 1960. Contracorriente rebelde, que se caracterizaba por su manera de vestir, peinados y música, reclamando cambios en la sociedad, acuñando sus propias expresiones. La brecha generacional se agranda cada día, por el tipo de valores que los jóvenes quieren transmitir.

Pese a esa distancia, debemos mantener una relación en el rol de abuelos en la vida de los nietos, promoviendo la diversión de estos, siendo compañeros y guía para ellos. Todo debido al avance tecnológico como el principal obstáculo comunicacional entre generaciones, con diferente estilo de vida sin valores y otras visiones del mundo.

¡Perdimos el derecho a ser viejos!  Aunque, bien podría ser un punto de unión en que los jóvenes enseñaran a los ancianos el uso de la misma. En ese contacto intergeneracional, se da una discriminación hacia los adultos mayores por los distintos medios de vinculación con la tecnología. De allí, la crisis familiar y crisis de valores, porque el tiempo en que el abuelo inculcaba valores ético-morales ligados a la experiencia de vida, parece haber quedado atrás en esta generación. Entonces, en que queda aquel espíritu de la sociedad, de la dedicación al trabajo, la tolerancia, el respeto por los demás, la honestidad y la humildad. En verdad, las familias tradicionales como se conocían en el pasado, hoy cambiaron.

El manejo de las redes sociales, comprueba la crisis emotiva-afectiva, porque deterioran las relaciones interpersonales en lugar de unirlas. Enfriaron los sentimientos y abreviaron las emociones internas, al cambiar el lenguaje verbal y escrito por gráficos. Ahora la postura afectiva, es a través de “emoticones”, cuyo objetivo es resumir frases o palabras. La interacción del “señor profesor” que llenaba tableros, no existe. Ahora es el “profe” abreviado, por el analfabetismo funcional, porque sabiendo leer, no comprenden lo leído. O pasan por alto una palabra que no saben su definición.  Todo es con emoticones y emojis, reconocidos y procesados por el cerebro como información no verbal, lo que significa que los “leen” como parte de la comunicación emocional. El amor expresado con serenatas de tríos musicales, con poemas y, cartas de amor son cosa del pasado. La emoción juega un papel fundamental; pero, teniéndolas no las desarrollan. De ahí, las dificultades para tomar decisiones. En el rosto no reflejan el estado físico, no lo verbalizan ni gestualizan, porque ahora identifican la alegría con un emoticón de carita feliz o la tristeza con una cara aburrida. Ya no expresan emociones ni comparten actuaciones que tengan consecuencias positivas

Civilidad: El desequilibrio o inestabilidad emocional, afecta profundamente el estado de ánimo.

domingo, 27 de noviembre de 2022

La tradición patoja

 



Más acá del inmortal y gigante volcán de Puracé, se encuentra la fecunda Popayán mostrando su vejez. Es una ciudad cargada de leyendas. Por esta época, de convivencia en sus casonas, resucita la alegría al lado del fogón familiar para darle gusto al paladar consumiendo sus especialidades culinarias. Estrechamente relacionada con el frio invernal, repito: “Cielo, suelo y pan los de Popayán”. Ello, porque es la ciudad tradicional, donde las personas somos muy arraigadas a sus costumbres. Por esta temporada degustamos las comidas típicas de alto contenido calórico, para reponer el gasto de energía que el cuerpo sufre para mantener el calor corporal. Y entonces, la característica principal que engloba la gastronomía temporal, es consumir alimentos dulces.  

 

Soy un enamorado de la Navidad desde mi tierna infancia, y me siento muy feliz cuando se acerca el mes de la alegría, para compartir las tradiciones en familia y transmitir la importancia de dar y recibir amor; de ser solidarios, de alimentar el espíritu y de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Todo ello, convertido en el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros seres queridos.

Es pues, la Navidad la época ideal para conocer las tradiciones, las costumbres y para deleitar algunos de los platos más representativos de la cocina payanesa. De allí este escrito, para que se conozca un poco más sobre nuestros gustos y sabores.

La tradición patoja con comida típica que no puede faltar en las mesas de las familias durante este tiempo. El encurtido y el plato de “Noche Buena” son comidas navideñas que se remontan a los viejos tiempos de la Popayán de antaño; de la colonia, cuando todavía no despuntaba la república. Aquí encontraron los españoles los insumos para sustituir los que tenían allá en sus tierras. Esa vistosa y muy agradable bandejita con sabor indígena, afro, y europeo, dio origen al plato de nochebuena patojo que contiene los desamargados de: limones, naranjas agrias, brevas caladas, higuillos, cidras, papaya, ajíes dulces, manjar blanco, manjarillo, dulce de leche con panela, buñuelos de almidón de yuca, hojaldras y las rosquillas, como símbolo de la coronación de la reina.

Al acercarse los festejos de navidad y fin de año, crece la necesidad de preparar y alistar los alimentos para lucir en los ritos costumbristas. Ya lo saben, cual es el plato predilecto para servir en estos días para degustar en las cenas navideñas y para entrar en calor en esta temporada. Nada mejor que un delicioso platillo de colorines y apetitosos dulces navideños.  Quería recordar estas viandas para la noche de navidad y de fin de año que las familias deberían conservar por siempre.

Pero, además de los dulces para el cuerpo, necesitamos otros confites para el alma. La navidad nos dulcifica y, si ponemos en práctica la unión para, pasar más tiempo en familia como núcleo fundamental de la sociedad, aprenderemos a amar con el corazón.  Realizar actividades propias de diciembre adornando la casa, de tal manera que en su interior resplandezca la fe, la paz y el sincero amor. Ser generosos en verdadera acción de amor y en silencio, sin esperar nada a cambio. Ennoblecer el alma expresando gratitud para que desaparezca el miedo y surja la abundancia. Y, desde luego, pasar la página del rencor, perdonando a quienes nos han hecho daño para alcanzar la paz total.

Civilidad: Se aproxima la temporada propicia para valorar la paz y el amor como verdadero significado de la Navidad.

 

 

 

domingo, 20 de noviembre de 2022

La música de diciembre

 


Se acerca el mes de la alegría y con él, la música de diciembre. Música tropical colombiana como la conocemos hoy en día. Menos mal, sin ninguna evolución histórica desde que empezó hace muchos años. Es decir, que la música que vivimos y disfrutamos en las fiestas navideñas hoy, son y seguirán siendo los mejores éxitos del ayer que se nos fue. Es la música parrandera que no ha sido destronada. Que la hayan reciclado en otras voces, es cosa muy distinta.

Remontándonos a los años cuarenta, en Colombia nació la más importante figura de la música popular colombiana del siglo XX, Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez quien fuera el pionero del vallenato en el interior del país. Fue en la ciudad Amurallada, en el tercer piso de una emisora, donde se grabaron "Las mujeres a mí no me quieren" y "Compae Heliodoro", esta última, una canción de Buitrago dedicada a su amigo de toda la vida, Heliodoro Egüis Miranda.

Cuentan que las muchachas se volvían locas por Buitrago, quien se vestía siempre de blanco. Su porte, cabello rubio y ojos azules, lo hacían muy atractivo. La gente se agolpaba en los radioteatros de las emisoras para verlo y oírlo cantar. Entre 1943 y febrero de 1949, Buitrago grabó unas cincuenta canciones para discos Fuentes. Entre ellas, La gota fría”, que Buitrago grabó con el nombre: “Qué criterio y "Grito vagabundo", del compositor Buenaventura Díaz.  En lo que respecta a su melodía y a la construcción y calidad de sus versos y de sus estrofas de la canción "La víspera de año nuevo”, es una obra maestra de nuestro cancionero de Navidad y Año Nuevo que año tras año seguirá discurriendo en nuestro ambiente navideño y, para siempre.  

Otra canción que no dejará de sonar en las ondas hertzianas ni en las fiestas familiares es “Arbolito de navidad”, del compositor Colombiano José Barros, interpretado por el Colombiano Guillermo Buitrago, tema emblemático de las navidades, para bailar en navidad, fiesta de fin de año y año nuevo.

Como ignorar a Buitrago, quien no solo fue la primera estrella de la música popular colombiana, fue también fue una especie de mecenas de muchos compositores sin los que hoy no podría ser concebido el folclore del país. Sacó del anonimato a Rafael Escalona, a Emiliano Zuleta, a Abel Antonio Villa -de quien fue gran amigo-, a Tobías Enrique Pumarejo, a Chema Gómez, a Luis Pitre y a Eulalio Meléndez, el compositor de "La piña madura".

Buitrago murió muy joven, de 29 años, pero más de ochenta años después, sigue vigente su música en Colombia. El mismo año de la muerte de Guillermo Buitrago, Discos Fuentes realizó un concurso radial para encontrar el sucesor con la voz más parecida a la de Buitrago, encontrando en Julio César Sanjuán Escorcia un estilo artístico y una voz que le hizo merecedor del seudónimo de "Buitraguito". Julio César (Buitraguito), quien hiciera parte del trío de Bovea y sus Vallenatos llevando en alto este género musical por más de 60 años, creando su propia historia. Es pues, un icono de la Navidad y un referente del vallenato de cuerda que inmortalizó la música de Buitrago.

Civilidad: “Arbolito lindo de navidad que siempre florece los 24...que me vas a dar”

domingo, 13 de noviembre de 2022

Peatonalizar o no a Popayán

 


Con la proximidad de las fechas navideñas, retomo el tema de la peatonalización. El amor por mi ciudad, me mueve a machacar sobre lo que hoy, se ha convertido en una necesidad muy sentida en Popayán. Desde luego, este tipo de situaciones   generan las reacciones más variadas; desde la aceptación absoluta, hasta el mayor de los rechazos.

 

Durante los últimos días se escuchan comentarios en corrillos callejeros, y mentideros de detractores para todos los gustos, entre otros: “que el parque de Caldas lo volvieron una sancochería”; “que cerrar el centro histórico perjudica a los comerciantes legales”; “que la peatonalización favorece la informalidad”; que la “sala de recibo” es una vergüenza¸ “que el marco central no tiene un estatuto para su manejo”; “que el parque de Caldas con carpas, caballos, mulas y mercaderías volvió al año 1920” …

Aunque sin datos actualizados sobre los vendedores callejeros, todo apunta a que siguen posesionándose y en aumento, sin permitir el tránsito libre por las aceras a los peatones, debiendo hacerlo por las calles invadidas de automotores con alto riesgo para su humanidad. Y claro, los vendedores ambulantes, son los más entusiasmados con la peatonalización de las hidalgas calles, porque el problema no es ellos, sino los que compran. Sostienen que, si “piedras sacan a la venta, piedras se venden”.

En verdad, cada vez, es más necesaria la peatonalización del casco histórico de Popayán.  Hay que destronar al vehículo automotor  como el rey de la ciudad  e imponer organización a los vendedores ambulantes para dejar más espacio al peatón, al turista, al ciclista, reduciendo la contaminación, creando oportunidades que permitan tejer nuevas y más estrechas relaciones entre los habitantes de esta hermosa ciudad. Qué tal si institucionalizan “la Popayán de 15 minutos”, para que,  mediante desplazamientos cortos, se pudiera reducir los trayectos de a pie o en bicicleta. Que pudiéramos llegar al sitio de trabajo, a los bancos, a la escuela, a la universidad, reutilizando las bellas casonas, hoy convertidas en pequeños ventorrillos con fines comerciales.  

Como están las cosas hoy, no hay coordinación ni acción. Las secretarias de gobierno y tránsito están desarticuladas con los comerciantes formales e informales, y, con los vecinos que aún viven en el centro de la ciudad, dándole así, la razón a los detractores del alcalde. No es que lleguen tarde a controlar el problema, sino que es una contrariedad que amenaza con desbordarse si no se hace algo de manera eficiente.

En Popayán, aún existe la creencia de que el vehículo es símbolo de ascensión y “status” social; en tanto que, el humoso transporte colectivo, es un medio inseguro, sucio, contaminante, poco eficiente, mal sincronizado y peligroso. En fin, pasamos por un problema cultural, porque cambiar los hábitos de una sociedad, siempre será complicado. Cierto, porque a un número importante de ciudadanos, de manera habitual le gusta, llegar en carro hasta la puerta de su destino.

Concluyendo, urge la transformación hacia una ciudad más eficiente, más limpia y menos contaminada. La solución, está en manos de todos, desde la alcaldía hasta en cada uno de nosotros. Tomar conciencia para desplazarnos dentro de la ciudad es una de las formas de colaborar como parte del problema.   

Civilidad: Es necesario estudiar detenidamente los flujos de movilidad existentes para que la peatonalización propuesta mejore el entorno.

 

sábado, 5 de noviembre de 2022

Extrañas evoluciones de Popayán

 


Siempre se ha dicho que Popayán era una ciudad ilustre entre las ciudades de Colombia. Que la edificaron con heroísmo e inteligencia que acampó entre los muros de barro para quedarse para siempre.

Pero, pareciera que mis escritos, divagaciones y comentarios son inútiles. Poca atención prestan a esa literatura histórica, cualidad de mi amada ciudad que me agrada narrar. Por eso, hoy me inclino a buscar luz en las tinieblas de lo que fue la antigua “Popaiam”.   

En mi caminar retardatario por sus calles, encuentro lo que todos ven. La física nos enseña que la evolución con los años no siempre se produce hacia adelante, sino que también puede retroceder. Y, la filosofía enseña que lo temporal no siempre es pasajero, ni que lo establecido es eterno. De allí que, las huellas del ayer están en el hoy para crear un mañana.

Me despojo del exceso de optimismo, en este momento crucial de la ciudad y, encuentro que este pueblo que fue exageradamente amigo del ornato, escrupulosamente aseado en sus personas y viviendas, ha caído en el embrujo del desaseo y el desorden. Hasta la faz de la ñapanga se transfiguró. Antes, las mujeres se preocupaban por aparecer radiantes de belleza, para dejar pasmados de admiración a los hombres. Ahora, en gustos no hay disgustos: hombres con conductas, atuendos y estilos femeninos, contrarios a su propio género y, mujeres disfrutando de conductas, atuendos y estilos masculinos.

De un tiempo para acá, también mutó la calidad del aire en el histórico “parque de Caldas”, que, ayudaba a combatir el calor y la contaminación como una isla arbolada, con su vegetación, produciendo oxígeno. Era el lugar perfecto para relajarse. Era la sala de recibo de Popayán, dejando admirar en su entorno, edificios e instalaciones de gran valor histórico y cultural.

No tengo la más ligera duda de que este pueblo popayanejo fuera amante de la buena música y la cultura.  Lo comprueban por estos días, las chirimías recorriendo las calles. Nuestra música vale, pues, hubo excelentes músicos y compositores que cosecharon grandes aplausos a nivel nacional. Pero, el cambio generacional, trastocó las tendencias que acostumbran el oído de personas a ciertos sonidos no musicales.  

En esta comarca del occidente colombiano, evoluciona a “toda máquina” “la modernidad”. Repito, como las letanías, que transitar por las calles de la ciudad, ya sea como conductor, pasajero o peatón, es un calvario. El tráfico cada día, es más desordenado. Por el aumento del parque automotor, en especial, las incontrolables motos y, Popayán sigue embotellada por falta de vías y no hay a la vista proyectos macro para solucionarlo.

Popayán tiene una deuda pendiente: la cultura ciudadana. El ciudadano de a pie dejó de ser una prioridad. Cogió fuerza la anarquía. El conductor parquea donde le plazca. Las “cebras”, los semáforos, las señales de tránsito y los senderos peatonales, son un saludo a la bandera.  Existe desazón por la invasión del espacio público. Los atascos vehiculares y las ventas ambulantes en los andenes no dejan caminar al peatón.

Pudiera ser que, en el resto de los días, podamos gozar de las calles totalmente terminadas para que todos en un haz de voluntades, logremos que Popayán rescate su identidad y siga siendo, la ciudad más hermosa de Colombia. 

Civilidad: La ilusión, va de la mano con el esfuerzo que hace el alcalde @jclopezcastri en la recta final de su mandato.

 

 

En tu cumpleaños

 



Hoy cumplirías

un año más de vida

celebraríamos este día

Amada esposa mía

 

Mi voz herida

Te reclama

En este invierno

cuando tú me faltas

 

Un año más de tu partida

En este invierno que hiela

Estoy sin tu dulce compañía

,

Con la melancolía del barco en tierra

Veo tu silueta en mi ventana

Es la soledad y la inclemencia

 

A tres años de tu partida

no sanan mis heridas

ni la misma muerte

 me separa de ti.

 

HDG. Rio Blanco 05/11/2022

sábado, 29 de octubre de 2022

¡Ay, qué tiempos, señor don Simón!

 


Con un poco de nostalgia escribo estas líneas narrando pasajes de otras épocas para recuerdo de los viejos y conocimiento de los jóvenes, ojalá para mirar con ojos nuevos las antiguas costumbres y creencias. Al rayar el alba, cuando la montaña despierta abrazada bajo el vuelo fantasmal de la bruma, contemplo desde mi ventana, al abuelo Puracé, majestuoso ante mis ojos. Sus frecuentes fumarolas, dejan la puerta abierta al contacto con increíbles fuerzas interiores, dando rienda suelta a mi inspiración, proporcionándome temas sobre los que escribir, ideas para empezar esta lejana historia.

Aprendí a escribir en pizarra y entendí que hay que leer mucho, leer buenas obras. Clásicos de la literatura que aguantan el paso de los años y, también la literatura contemporánea que tiene obras buenísimas.

Hasta los años cuarenta, circulaban monedas de plata 0900 con valor intrínseco. Hoy cargamos en nuestros bolsillos monedas fabricadas con metales poco valiosos, dando lugar, en ocasiones, a la inflación (situación producida el aumento exagerado de la emisión de moneda o aumento continuado de sus valores físicos) Conocí las monedas de I, II, V, centavos y, también, los pequeños billetes de 50 centavos. Vaya, tiempos aquellos en que recibíamos V centavos para el recreo. Y con esta moneda, en la tienda de la escuela pública, se compraba: una gelatina de pata, un bocadillo, una melcocha y un pambazo. En la escuela pública, daban en medias nueve y entredía, un vaso de leche y una ración de queso importados junto a un pambazo (hoy, PAE, programa de alimentación escolar). Cuando narro la educación del tiempo de antes, me estoy refiriendo a los maestros totalmente respetables y respetados de aquella época. Tiempos en que, padres de familia y sus alumnos les guardaban respeto por su apariencia integral. Total, porque, además de saber transmitir sus conocimientos, poseían otras dos funciones esenciales: el lenguaje y la presentación personal. Antiguamente, era obligatorio aprender las tablas de multiplicar, como registro básico para poder hacer cálculos. Había que estudiar mucho para los exámenes y poder pasar de un grado a otro. La educación era muy dura, pero el estudiante salía mejor preparado que en estos tiempos. Las materias que enseñaban, eran diferentes a las que hoy tienen. Enseñaban escritura con método Palmer; geografía, historia de Colombia e historia Universal, Ética, Urbanidad de Carreño; manualidades, Dibujo y Catecismo del jesuita Gaspar Astete.  Hoy en día, el hombre medio parece haber perdido la clave de su propio ser; el denominador común de credo y ritual.

Al referirme a la "apariencia” es que, todo buen docente, no solamente debe ser digno y competente en su profesión. Retrocedo en el tiempo, para recordar el porte, el tono de voz, la personalidad, el estilo de vestir y la forma de dialogar de cada maestro que por fortuna tuvimos los de ayer. Estoy convencido que mis leyentes, siempre recordaran al maestro que les marcó la diferencia con alguna particularidad en su estilo de vida, hábitos, moda y actitudes. Qué tiempos aquellos, cuando no se compraban los títulos, ni se plagiaban tesis.

Civilidad: Qué tiempos estos, de prácticas de brujería con variados y sorprendentes episodios, obligando a ofrendar ante los demonios a sus propios hijos.

 

 

domingo, 23 de octubre de 2022

El movimiento de las estatuas

 



Quienes escribimos sobre héroes y personajes ilustres de nuestra historia, estamos obligados a ceñirnos a la verdad. Aunque, al narrar las peripecias de un cualquiera, se nos permita la inventiva, estimulando la imaginación.  Volvieron válida la proverbial memoria de los cínicos que gritan que las virtudes deben olvidarse para cantar a los cuatro vientos, sus vicios en público. Quienes nacimos en esta bella Popayán no podemos borrar lo que somos, porque “Todo el mundo es Popayán”. Lastimosamente quienes tienen mala sombra, viviendo aquí, sentencien la ciudad afirmando que: “Popayán es un mierdero”.

Ese dilema de algunos, resulta más grave cuando por falta de ambición, la convertimos en un manto de tristeza, de medianía insoportable, lentificando el progreso de la ciudad. Me temo que es lo que ocurre en Popayán. Veamos, la densificación acelerada, conllevó a la expansión de la ciudad, permitiendo que la movilidad se vuelva una contrariedad, que obliga a los transeúntes a invertir más tiempo, haciendo más largas las distancias para llegar a su destino: residencia, trabajo o estudio. Es un fenómeno, latente en Popayán, convertido en un reto para el gobierno local. No podemos negar que la congestión vehicular es por cuenta de las obras viales. Todas necesarias dado el crecimiento del parque automotor particular. De donde surge la impaciencia de los iracundos usuarios por la carencia del transporte público organizado.

Vivimos en un provincianismo hiriente confundiendo el amor por el pueblito viejo.  Exaltados, abundamos en rencores personales despreciando todo lo que brota en la ciudad. Una cosa es que los patojos estemos prevenidos sobre la destrucción de la historia y la memoria, representadas en estatuas y monumentos. Y otra cosa muy distinta, es que, con ilusión y amor exacerbado nos defendamos del odio a Popayán. Pensarán que soy catastrófico con la valoración de la realidad actual, pero es fruto de la condición autodestructiva que nos rodea ¡Es verdad! Por desgracia, los hechos son forzosos.

“Recordar es vivir”, suele ser peligroso. En muchos casos, esa práctica nos crea aversión al presente, generando un efecto opuesto al que estábamos buscando. Ya no nos estimula para actuar con energía y entrega, mirando el ayer, para agradecer el presente. Se convirtió en una pesadilla recordar el camino que nos trajo hasta el día de hoy.  No valoramos lo que tenemos, ni las posibilidades que tiene Popayán, incluso en medio de la adversidad.  

Popayán está cargada de historia; los monumentos y estatuas de nuestros próceres son sagradas. La ciudad posee un catálogo de esculturas, incluida una ecuestre y son el lenguaje que comunican o evocan visiones pasadas, revelando hechos y personajes que predominaron en su momento histórico.  Fueron ubicadas unas con más consenso que otras, en gratitud a los próceres. De todas maneras, son un legado a la posteridad. De eso vive Popayán. Pero ello, no es óbice para reconocer que el espacio público donde las ubicaron en su época, hoy son un obstáculo, generadores de trancones vehiculares ¡La ciudad necesita progresar! Entonces, llegó el momento, de reubicar las estatuas sin desconocer su pasado glorioso y la historia. Sin embargo, el día que demuelan las estatuas, sus muros y las cúpulas, Popayán, será un pueblo de nadie.

Civilidad: Muros, fachadas y, pinceladas crepusculares de Popayán, son fuente de inspiración que abruman la existencia. HDG