Quienes escribimos sobre héroes y personajes ilustres de nuestra historia, estamos obligados a ceñirnos a la verdad. Aunque, al narrar las peripecias de un cualquiera, se nos permita la inventiva, estimulando la imaginación. Volvieron válida la proverbial memoria de los cínicos que gritan que las virtudes deben olvidarse para cantar a los cuatro vientos, sus vicios en público. Quienes nacimos en esta bella Popayán no podemos borrar lo que somos, porque “Todo el mundo es Popayán”. Lastimosamente quienes tienen mala sombra, viviendo aquí, sentencien la ciudad afirmando que: “Popayán es un mierdero”.
Ese dilema de algunos, resulta más grave cuando por falta de ambición,
la convertimos en un manto de tristeza, de medianía insoportable, lentificando
el progreso de la ciudad. Me temo que es lo que ocurre en Popayán. Veamos, la densificación acelerada, conllevó a la
expansión de la ciudad, permitiendo que la movilidad se vuelva una contrariedad,
que obliga a los transeúntes a invertir más tiempo, haciendo más largas las
distancias para llegar a su destino: residencia, trabajo o estudio. Es un fenómeno,
latente en Popayán, convertido en un reto para el gobierno local. No podemos
negar que la congestión vehicular es por cuenta de las obras viales. Todas
necesarias dado el crecimiento del parque automotor particular. De donde surge
la impaciencia de los iracundos usuarios por la carencia del transporte público
organizado.
Vivimos en un provincianismo hiriente confundiendo el amor por el
pueblito viejo. Exaltados, abundamos en rencores
personales despreciando todo lo que brota en la ciudad. Una cosa es que los patojos
estemos prevenidos sobre la destrucción de la historia y la memoria, representadas en estatuas y
monumentos. Y otra cosa muy distinta, es que, con ilusión y amor exacerbado nos defendamos del odio
a Popayán. Pensarán que soy catastrófico con la valoración de la realidad actual,
pero es fruto de la condición autodestructiva que nos rodea ¡Es verdad! Por desgracia,
los hechos son forzosos.
“Recordar es
vivir”, suele ser peligroso. En muchos casos, esa práctica nos crea aversión al
presente, generando un efecto opuesto al que estábamos buscando. Ya no nos estimula
para actuar con energía y entrega, mirando el ayer, para agradecer el presente.
Se convirtió en una pesadilla recordar el camino que nos trajo hasta el día de
hoy. No valoramos lo que tenemos, ni las
posibilidades que tiene Popayán, incluso en medio de la adversidad.
Popayán está cargada de historia; los monumentos y
estatuas de nuestros próceres son sagradas. La ciudad posee un catálogo de esculturas, incluida una ecuestre y son el lenguaje
que comunican o evocan visiones pasadas, revelando hechos y personajes que
predominaron en su momento histórico.
Fueron ubicadas unas con más consenso que otras, en
gratitud a los próceres. De todas maneras, son un legado a la posteridad. De
eso vive Popayán. Pero ello, no es
óbice para reconocer que el espacio público donde las ubicaron en su época, hoy
son un obstáculo, generadores de trancones vehiculares ¡La ciudad necesita progresar!
Entonces, llegó el momento, de reubicar las estatuas sin desconocer su pasado
glorioso y la historia. Sin embargo, el día que demuelan las estatuas, sus
muros y las cúpulas, Popayán, será un pueblo de nadie.
Civilidad:
Muros, fachadas y, pinceladas
crepusculares de Popayán, son fuente de inspiración que abruman la existencia.
HDG
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