Como siempre escribo sobre las vejeces de mi Popayán, hoy desentierro
este recuerdo a mis
lectores. La iglesia catedralicia dedicada a la Virgen María, bajo la advocación
de Nuestra Señora de la Asunción, fue construida sobre la calle quinta,
antiguamente conocida como la calle de las catedrales porque las iglesias
ubicadas sobre esta calle, algún día sirvieron como catedrales provisionales. Cuentan
los historiadores, que fue la primera edificación y que, alrededor de ella, se
levantaron 12 casas, siendo así como nació “Popayán, la ciudad blanca y culta
de Colombia”. Su estilo neoclásico y gran parte de su edificación fue
restaurada a raíz del terremoto de 1983, incluida la gran cúpula de 40 metros
de altura.
Entrando
a considerar lo que significa la Torre provista de la voz excelsa de sus
bronces y el acompasado martilleo de su vetusto reloj, estimaremos que sus
campanas son una verdadera reliquia que data de mediados del siglo XVI. De allí que, las campanas son parte de una estructura,
patrimonio de la Catedral y que su repicar, es una insignia de nuestra fe y la caracterización
de que somos un pueblo cristiano.
El
historiador Diego Castrillón Arboleda, narra que la campana de San Francisco, por
ser la más grande -mide 1,70 metros de altura y pesa 3,5 toneladas,
aproximadamente- sus repiques se escuchaban hasta en las zonas rurales de
Popayán, unos 20 kilómetros a la redonda.
Hace mucho tiempo, silenciaron
las campanas, por lo que nos
preguntamos cual es la razón, realmente valedera, que justifique su mudez. No
sabemos cuáles serían los motivos que tuvo la iglesia católica; pero he
encontrado algunos, aunque no sean muy convincentes, para haberlas silenciado.
Las últimas dos veces que sonaron las
campanas de Popayán fue en señal de duelo. En 1943 lo hicieron durante el
sepelio del poeta Guillermo Valencia. Cuarenta años después, volvieron a sonar
por los más de 300 muertos que dejó el terremoto del Jueves Santo de 1983.
Se cree que el silencio obedeció a una beligerante
campaña en su contra, incluida la campana de San Francisco, la segunda más
grande del mundo. Y que, uno de los motivos de su silenciamiento, se debió a
que los repiques entristecían a las gentes y, porque recordaban el dominio de
los curas y religiosos, impidiendo que la ciudad progresara, pues las campanas
de La Ermita, Santo Domingo y La Catedral doblaban cuando había un muerto.
¡Hace
falta el tañido! Las campanas de
las iglesias crearon gran interés y fuertes expectativas, pues eran un medio público de rápida
comunicación. En
tiempos idos, el toque lento, era el tañido fúnebre, invitando a la misa de
alguien que partía al infinito. Importante, porque nos recordaba que algún día,
también doblarían por nosotros. El triple tañido, nos enteraba de una buena
noticia, señalando alegría; como también fueron útiles avisando en caso de
alguna emergencia, de la que no estamos exentos, y que requería de la atención
y participación de las gentes.
Entonces, si no volvimos a escuchar el lenguaje de las campanas por evitar el ruido, para conservar el medio ambiente, digamos que su repicar no era contaminante; lo, es más, una quema de pólvora en víspera de fiesta religiosa o popular. Ojalá más tarde que nunca, volvamos a escuchar esos toques, sin que tengamos que preguntar por quién doblan las campanas. Esperamos pronto ese día, que estén listas para echarlas al viento, anunciando que ya no hay más violencia, que ya no hay más paros y que la Paz llegó porque de verdad, la necesitamos.
Civilidad: Añorar los repiques de campanas y el olor a incienso porque pertenecen a la imagen de la ciudad.
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