Vuelve y juega. De nuevo aparece y, con más fuerza
la cantaleta de campaña electoral, prometiendo acabar la maldita corrupción. Histórico,
casi medio centenar de colombianos se suben al bus de las pre candidaturas
presidenciales, soñando despiertos, afirmando que tienen soluciones para los
angustiantes y múltiples problemas del país.
Están encendidas las alertas, porque no se ven los resultados,
al contrario, siguen siendo débiles frente a la dimensión que ha alcanzado ese
fenómeno. Se aviva con distintas almendras, con resbalones verbales como: “Por
la restauración moral, a la carga”; “reduciré la corrupción a sus justas
proporciones”; “El que la hace la paga”. Pero como siempre ocurre con la
mayoría de los políticos, pura palabrería que suscita desconfianza justificada
por la alta probabilidad de que, una vez pase el proceso electoral se
conviertan en los mismos embustes demagógicos. En concreto, la corrupción es la
misma de siempre, solo que ahora hay más recursos.
La lucha contra esa plaga, no es por un
puñado de monedas y, requiere que no haya hipocresía moral en la sociedad. No hay día,
que no padezca los efectos de esta realidad multifacética. Es un fenómeno
complejo, difícil de erradicar, que transmuta y que se reinventa diariamente. La corrupción –privada y pública–
es un tema cotidiano. Valerse de los cargos públicos para enriquecerse dejó de
ser inmoral.
La
Contraloría General de la Nación ha dicho que el flagelo de la corrupción le
cuesta al país 50 billones de pesos al año; que el saqueo diario es de casi un
billón de pesos por semana. 50 billones de pesos, que servirían para cubrir varias
reformas tributarias. De allí que, no es una bicoca lo que los corruptos se embolsillan.
Dolores de Cospedal, en un perfecto compendio de la
filosofía hobbesiana, ha escrito que la sociedad es tan corrupta como los
partidos políticos, dado que el mal está arraigado en cada individuo. Según
Dolores de Cospedal, la corrupción es «patrimonio de todos» ya que «si en una
sociedad se realizan conductas irregulares, se realizan en todos los ámbitos».
Y es cierto, todos somos proclives
a ser parte del engranaje de la corrupción como mecanismo para agilizar
trámites u obtener beneficios. El “pago facilitador” es el modus vivendi, que permite a las
empresas públicas y privadas realizarlos como un tributo autoimpuesto, por y
para el mismo ciudadano, facilitando que al final, los trámites sean más caros,
pero realizables. La corrupción política genera ruido, ante la incapacidad
del Estado, pero no más. Tratan de combatirla con saliva y regulaciones jurídicas,
pero, “norma dictada, trampa inventada”. Los ciudadanos tienen una gran
incidencia en la corrupción que perjudica a la inmensa colectividad. Navegamos
en un mar de legislación, con un centímetro de aplicabilidad.
La corrupción es costosa, por eso,
como las escaleras, hay que barrerlas de arriba hacia abajo. Está comprobado que la mayor cantidad de actos
de corrupción, se concentran en el contacto con las altas esferas del poder. El sinfín de impuestos causa indignación, porque proviene del hecho de que hay
una clase social que fija los impuestos,
y otra que los paga. De allí surge todo tipo de
acciones que no son parte del ADN de los colombianos, pero se aprenden.
El
flagelo persiste porque vive en un detestable contubernio con
el sistema electoral. Ahora, se abre la compuerta a una sucia corriente de
la “corrupción legal” con el escándalo de la “pandora papers” llegando al pico
más alto. De donde es fácil concluir por
qué, han fracasado, tanto en el campo judicial como en el de los partidos y
el sistema electoral, los intentos para combatir el azote de la corrupción. Los poderosos eluden la ley cuando quieren, y lo hacen sin
recibir castigo porque no hay juez que no pueda comprarse
con dinero. Recordemos que la consulta anticorrupción de hace
dos años desembocó en una frustración que se acentuó por la falta de ánimo del
Congreso.
Vale
la pena subrayar que no todo está perdido. Llegará la oportunidad de hacer una
cirugía de fondo. Es un gran reto la elección
del nuevo presidente. Que ojalá, sin miedo cumpla con el deber de hacer justicia
y castigar a quienes desvían un centavo de los recursos del Estado. Que
designen a verdaderos patriotas que lleguen a servir a la patria y, no servirse
de ellos para cometer los actos más repugnantes como es el de aprovecharse de
los “recursos públicos que son sagrados”.
Civilidad: ¿Cuál de los 43 precandidatos
tiene la personalidad firme para darle
un norte a este descarrilado país?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario