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sábado, 28 de agosto de 2021

A mi máquina de escribir, con cariño

 


Aún recuerdo aquel lejano día en el que decidí matricularme para aprender mecanografía. Precisamente en el instituto comercial dirigido por el profesor Liborio Bolaños, ubicado en el Barrio Modelo de mi venerada Popayán. En un salón dotado de viejas máquinas de escribir: Royal, Underwood, y Remington de duro teclado, por cierto, lo acompañaba la profesoara de taquigrafía y mecanografía de nombre Encarnación Wilson. De ella aprendí a usar los diez dedos que con el transcurrir de los días se volvieron diestros después de llenar cuartillas enteras con run-run-run-tur-tur-tur, hasta escribir ochenta palabras por minuto con cronómetro en mano, sin errores y, sin mirar el teclado. Una vez comprobado y examinado, el jurado calificador, me confirió el título de dactilógrafo.

 Ese viejo artefacto, de verdad muy útil, en que escribíamos los antiguos, en la época prehistórica, es ya una extinta máquina, que hace muchos años murió. Los que alcanzamos a escribir a máquina no podemos ocultar por completo ese sentimiento de superioridad técnica que aprendimos y los que no tuvieron esa oportunidad, no entienden cómo fue posible que en esa época de la humanidad se haya escrito de otro modo. Yo pertenezco a ese género que se sentaba muchas horas con su cuaderno escolar, pluma o rupestre empate con tinta y, callo en el dedo del corazón, a escribir a mano, además, con bonita caligrafía que aún conservo.  

 El declive comenzó a ser imparable durante la década de los años 80, cuando el procesador de texto acabó con la máquina de escribir. Es decir, que hace 41 años dejaron de usarse. Como todos los grandes inventos tuvo muchos padres, al menos, cincuenta, según los expertos.  Uno de ellos, fue Henry Mill. Así el trabajo de contables y oficinistas se volvió menos lento que con las manos. Aparte de oficinistas y contadores, la máquina de escribir, también fue fuente de inspiración y tabla de salvación para poetas, escritores, novelistas y, para los más ilustres cineastas.

La primera novela escrita en máquina, fue: “Aventuras Tom Sawyer”, en 1876. Dando inclusive, muchas veces, paso al bloqueo o temible falta de inspiración ante el papel en blanco. Era encantador el estruendo del tecleo. Aún retumba en mis castos oídos, el sonido cuando aporreaba las teclas: clac, clac, clac y, el timbre marginal para devolver el rodillo, que sonaba rraaaaaac. Cómo olvidar ese tecleo de las antiguas máquinas de escribir que motivaba a la hora de redactar, cuando se escribía con todos sus sonidos. Era algo mágico, esa música perteneciente al pasado de la máquina de escribir.

 Cuando cerraron sus puertas las fábricas para clausurar por siempre las máquinas de escribir, muchos guardamos luto a ese maravilloso artefacto. Para mi sigue siendo imborrable como la tinta indeleble, marcaba letra a letra, sobre el blanco folio de mi memoria.  En lugar predilecto conservo mi vieja máquina Olivetti Lettera, porque en ella escribí mis primeros pasos vacilantes hacia la literatura, el periodismo o por el simple placer de escribir. Para mí la máquina de escribir no ha muerto. La he eternizado en un lugar destacado de mi hogar. Es una joya. Sigue viva, aún funciona como un dispositivo de antaño. Mi máquina de escribir de toda la vida, se niega a desaparecer porque su sonido me enternece como declarado nostálgico que soy. 

Cómo no recordar los rollos de cinta bicolor, roja y azul o de un solo tono: negro. Esta explicación, para los más jóvenes que se perdieron esa experiencia original de conocerlas y usarlas. El color rojo se utilizaba para resaltar los títulos. El azul o negro para el contenido del escrito. Pero, también, en tiempos idos, la política no dejó de inmiscuirse en los colores, cuando los partidos tradicionales no eran sino dos: Liberal (rojo) y conservador (azul) Los dirigentes políticos acostumbraban a enviar cartas de recomendación de sus correligionarios, de acuerdo al partido que profesaban. Así que, el color de la tinta en el escrito político, era suficiente, en el entendido de que el recomendado, gozaba del respaldo para ocupar el cargo al que aspiraba ser nombrado.  

Civilidad: No tengo interés de coleccionista, sino mi amor por la ya envejecida máquina de escribir.

 

 

 

 

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