Foto: Luis H. Ledezma
He derramado muchas lágrimas desde la partida de mi madre quien llevaba el
mismo nombre de la dama de la gastronomía.
Llorar es un tema que no ha sido muy investigado. Lloramos en respuesta al
dolor físico o a un trauma emocional, incluso, en momentos de felicidad. Lloramos
porque somos seres sociales para expresar a los demás, nuestro estado mental
buscando consuelo.
Josefina Muñoz Martínez, reconocida como “doña Chepa”, era una mujer
trascendente en su medio, dejó huella, pero ahora no está más entre nosotros. No me acongojo porque, como dije, ya no me
quedan lágrimas; además, porque acostumbro a demostrar mi cariño, haciendo
reconocimientos en vida. Por ello, en
páginas de mi libro: “Personajes típicos de Popayán”, escribí una semblanza
para que perdure en el recuerdo por décadas, así:
“La primera impresión que le produce a quien la conoce, es la de ser una
venerable religiosa, pues doña Chepa es tan dulce como sus recetas. Es una mujer con mucho carisma. Tiene una dulzura
y una sensibilidad fuera de lo común. Irradia paz y sinceridad, por lo que
atrae a la gente a su lado. Es también una gran soñadora. Se entregó en cuerpo
y alma a sus ideales, sin prepararse en estudios académicos, se enamoró,
casándose para tener una buena familia.
Con la ayuda de su esposo, quien valoró su talento y con disciplina
familiar le permitió construir un bien ganado prestigio no solo a nivel
parroquial, sino nacional e internacional. En
el trabajo es ordenada, metódica y responsable. Lucha por sobresalir en todo lo
que haga. No le gusta ser mandada, por lo que siempre intentará ser dueña de su
propia vida y tener su propia empresa sin que nadie le dé órdenes. Hoy, sus “aplanchados” son un patrimonio gastronómico colombiano. Sin
equívocos doña Josefina Muñoz de Bonilla, no pertenece a la alta alcurnia de la
ciudad, ni tampoco ha pertenecido a los grandes estadios del poder, pero es
merecedora de un efectivo reconocimiento a base de constancia. Sin
desfallecimiento alguno, ha cultivado con su humilde oficio del arte de la
culinaria que sus prodigiosas manos llevan a la boca de quienes degustan sus
sabrosuras. , Así es que, doña Chepa, simboliza la auténtica mujer
representante de la raza caucana, llena de merecimientos por su aquilatada fama
habilidosa. Así conquistó su título de “Primera dama gastrónoma de Popayán”.
Con sus celestiales panqués, tortas, volovanes, aplanchados ha recorrido las
mejores mesas y banquetes de la ciudad y de Colombia. Sus acreditados quehaceres culinarios son
solicitados en toda temporada para banquetes, celebraciones y convites de la
ciudadanía, siendo requeridas en las épocas decembrinas para degustar las
delicias “Patojas”. Con su tesonero
esfuerzo y dedicación logró escalafonar sus productos en lugar de prominencia.
Los quemones en el horno de leña, su perseverancia y, sobre todo, su pericia
para darles la exquisitez a las sabrosuras que prepara la hacen merecedora de
ocupar un escaño distinguido entre la ciudadanía payanesa. Tiene pues, doña
Chepa un reconocimiento de todas las gentes de la ciudad en donde ha construido,
un baluarte familiar con una cadena de hijos profesionales médicos, abogados, e
hijas que continúan en el mismo empeño, haciendo que su obra se perpetúe para
bien de Popayán.
Desde estas páginas rindo tributo de admiración y respeto a esta venerable
dama que, además, me recuerda a la mujer que me dio el ser, mi irremplazable
madre, quien llevaba su mismo nombre. Josefina se llamaba, que igual, preparaba
manjares para delicia y sabores de la ciudadanía payanesa. Todavía, existen muchas celebridades que llevan el nombre de
Josefina. De allí que, no podía dejar por fuera de mis páginas a doña Chepa a quien el Concejo
Municipal de Popayán le concedió con justificados méritos una condecoración que
siento que también mi madre los recibe por intermedio de sus virtuosas manos.
Mi renovado afecto para doña Chepa, su esposo, y el pequeño “batallón”
integrado por sus catorce hijos y otro ejército de tantos nietos y bisnietos”.
Personas como doña Chepa, habitualmente, cuando están
entre nosotros, las reconocemos, las admiramos, y muchas veces de manera tímida
les demostramos lo importante que son para nosotros. Pero, también, muchas
veces no nos damos cuenta lo importantes que eran hasta el día que no las
tenemos más entre nosotros. A veces lo podíamos imaginar, pero, solo su
ausencia profundiza lo que podíamos haber vaticinado.
Ahora, pensemos en nuestro entorno. Cuántas personas
que a diario vemos, despiertan admiración. A cuántas personas nos causaría
angustia colectiva si partieran a la gloria eterna y, de qué manera en vida,
nos gustaría decirles: ¡gracias!
Civilidad: Los homenajes, mejor en vida.
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