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sábado, 18 de septiembre de 2021

En sueños, la vía regia de integración

 


Soy noctívago con el hábito de soñar despierto. Por eso, en breve desprendimiento de mi entorno, me visitan las musas que la realidad distorsionan y la suplanta parcialmente una fantasía visual. Son sueños sobre mi amada ciudad como un escape, buscando que se puedan cumplir.

Sueño despierto y, contemplo a la “Pampayan” que se nos fue, guardando apellidos ligados a la historia, por supuesto orgullosos de ello. Veo la mayor parte de la gente, hombres y mujeres que trabajan y viven al margen de su abolengo, a medio camino entre el tópico y el futuro.  Es el retrato del rezago de esa mezcla aristocrática española del siglo XIX. Y aunque, "La aristocracia ya no existe como clase, ni económica, ni social, ni culturalmente", en mis pesadillas de noctámbulo, noto que alrededor de la efigie del Sabio Caldas, han reubicado todas las estatuas que estuvieron diseminadas por toda la ciudad. Ahora, están en el marco de la antigua ciudad que no va más allá de la última casa del “Cacho”, hacia el occidente; hacia el oriente, la loma de Cartagena; por el sur, la calle 13 -barrio Alfonso López- y para el norte, el antiguo paso a nivel del ferrocarril, frente al hospital San José. Las transpusieron previendo la “conmemoración” del derribamiento de Sebastián Moyano que, en funesto día, “valientes” indígenas atentaron contra inertes estatuas tradicionales.

En el corazón de esta histórica ciudad, muy pocos viven en los caserones coloniales. La mayoría disfruta de un piso con protección oficial por ser un lugar turístico importante y, uno de los más visitados por paseantes nacionales y extranjeros. Los raizales, casi todos trabajan, algunos en puestos de responsabilidad. Muchos ocultan su condición nobiliaria, y otros aseguran que su apellido supuestamente es un obstáculo en sus carreras profesionales. En lo único en que todos coinciden, es en que, un título nobiliario, hoy no tiene ninguna utilidad práctica, más allá del legítimo orgullo que puede suponer alguien, al creerse parte de una estirpe cuyos orígenes se han perdido con el paso de los siglos.

Soñé que, el decreto de reacomodo de las estatuas y la ley de igualdad en la sucesión de títulos nobiliarios, era el comienzo de una nueva etapa en la historia de la nobleza en Popayán. He visto la nueva “plaza de insignes”, colmada de gentes ilustradas, trenzadas en alegatos culturales sobre la vida y obra de los próceres. Unos a favor y otros en contra; pero siempre en armonía con la corriente historiográfica. Comprendí el enfrentamiento de la nueva época, repitiendo sin cesar: “si sabemos adaptarnos”, en forma positiva, con cierto orgullo de casta, denotando lealtad a sus raíces. En verdad, los popayanejos sentimos por los nobles payaneses, una afición casi fanática.

Vi también, en mis sueños, que, en la antigua Popayán, había opiniones mucho más enconadas, pero con discusiones llenas de respeto en, “edad, dignidad y gobierno; que las leyes que regulan a la ciudad, son distintas y, que las relaciones entre quienes ocupan las posiciones oficiales con los otros sectores sociales son fluidas y cordiales.  Conocí el origen de la oposición, surgida a fuerza de repetir: “hay una clase social que obstaculiza la evolución de Popayán”. Le metieron en la cabeza a la gente, la creencia extendida de que todos los nobles eran ricos, - hoy, sin donde colgar sus títulos- En ese sueño de nocherniego, veo palpablemente, una cohesión tripartita entre cultos payaneses, igualados con popayanejos, hermanados con amorosos fuereños, en gesto caballeroso para revitalizar a la “Culta y noble ciudad”.

Sobresaltado desperté pensando que el futuro de Popayán, pertenece a quienes tenemos fe en la belleza de los sueños. Uniendo la Popayán moderna con la vieja ciudad de apariencia anacrónica. Sin aplaudir a quienes con actividad mental limitada derriban estatuas, exigiendo eliminar el servicio policial, dejando el entramado social en manos de mentirosos que estudiaron con Pinocho. Ignoremos-mientras pasan las elecciones- esa transitoria oposición que, sin una gota de nobleza, dicen mentiras con suficiente frecuencia para convertirlas en verdad, repitiendo con el jardinero: “seamos felices mientras podamos”.

Civilidad: Cuando los hombres ilustres mueren, pasan a la historia; pero, cuando derriban estatuas, posan de cobardes.  

                                

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