Soy noctívago con el hábito de
soñar despierto. Por eso, en breve desprendimiento de mi entorno, me visitan las musas que
la realidad distorsionan y la suplanta parcialmente una fantasía visual. Son sueños sobre mi
amada ciudad como un escape, buscando que se puedan cumplir.
Sueño despierto y, contemplo a la “Pampayan” que se
nos fue, guardando apellidos ligados a la historia, por supuesto orgullosos de ello. Veo
la mayor parte de la gente, hombres y mujeres que trabajan y viven al margen de
su abolengo, a medio camino entre el tópico y el futuro. Es el retrato del rezago de esa mezcla
aristocrática española del siglo XIX. Y aunque, "La aristocracia ya no existe
como clase, ni económica, ni social, ni culturalmente", en mis pesadillas
de noctámbulo, noto que alrededor de la efigie del Sabio Caldas, han reubicado todas
las estatuas que estuvieron diseminadas por toda la ciudad. Ahora, están en el marco de la antigua ciudad
que no va más allá de la última casa del “Cacho”, hacia el occidente; hacia el
oriente, la loma de Cartagena; por el sur, la calle 13 -barrio Alfonso López- y
para el norte, el antiguo paso a nivel del ferrocarril, frente al hospital San
José. Las transpusieron previendo la “conmemoración” del derribamiento de
Sebastián Moyano que, en funesto día, “valientes” indígenas atentaron contra inertes
estatuas tradicionales.
En el corazón de esta histórica ciudad,
muy pocos viven en los caserones coloniales. La mayoría disfruta de un piso con
protección oficial por ser un lugar turístico importante y, uno de los más visitados por
paseantes nacionales y extranjeros. Los raizales, casi todos trabajan, algunos en puestos de responsabilidad. Muchos ocultan
su condición nobiliaria, y otros aseguran que su apellido supuestamente es un
obstáculo en sus carreras profesionales. En lo único en que todos coinciden, es
en que, un título nobiliario, hoy no tiene ninguna utilidad práctica, más allá
del legítimo orgullo que puede suponer alguien, al creerse parte de una estirpe
cuyos orígenes se han perdido con el paso de los siglos.
Soñé que, el decreto de reacomodo de las estatuas y la
ley de igualdad en la sucesión de títulos nobiliarios, era el comienzo de una
nueva etapa en la historia de la nobleza en Popayán. He visto la nueva “plaza
de insignes”, colmada de gentes ilustradas, trenzadas en alegatos culturales
sobre la vida y obra de los próceres. Unos a favor y otros en contra; pero
siempre en armonía con la corriente historiográfica. Comprendí el enfrentamiento
de la nueva época, repitiendo sin cesar: “si sabemos adaptarnos”, en forma
positiva, con cierto orgullo de casta, denotando lealtad a sus raíces. En
verdad, los popayanejos sentimos por los nobles payaneses, una afición casi
fanática.
Vi también, en mis sueños, que, en la antigua Popayán, había
opiniones mucho más enconadas, pero con discusiones llenas de respeto en, “edad,
dignidad y gobierno; que las leyes que regulan a la ciudad, son distintas y,
que las relaciones entre quienes ocupan las posiciones oficiales con los otros
sectores sociales son fluidas y cordiales. Conocí el origen de la oposición, surgida a
fuerza de repetir: “hay una clase social que obstaculiza la evolución de
Popayán”. Le
metieron en la cabeza a la gente, la creencia extendida de que todos los nobles
eran ricos, - hoy, sin donde colgar sus títulos- En ese sueño de nocherniego, veo
palpablemente, una cohesión tripartita entre cultos payaneses, igualados con
popayanejos, hermanados con amorosos fuereños, en gesto caballeroso para revitalizar
a la “Culta y noble ciudad”.
Sobresaltado desperté pensando que el futuro de Popayán, pertenece a quienes tenemos fe
en la belleza de los sueños. Uniendo la
Popayán moderna con la vieja ciudad de apariencia anacrónica. Sin aplaudir a quienes
con actividad mental limitada derriban estatuas, exigiendo eliminar el servicio
policial, dejando el entramado social en manos de mentirosos que estudiaron con
Pinocho. Ignoremos-mientras pasan las
elecciones- esa
transitoria oposición que, sin una gota de nobleza, dicen mentiras
con suficiente frecuencia para convertirlas en verdad, repitiendo con el jardinero:
“seamos felices mientras podamos”.
Civilidad: Cuando los hombres ilustres mueren, pasan a la historia; pero, cuando
derriban estatuas, posan de cobardes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario