¡Ah! que
tiempos tan diversos. Por distintos medios y, con intensidad, ella interviene en
cualquier edad, raza, sexo, credo, quitando la paz derrotando el entusiasmo de vivir.
¡Dolorosas son las despedidas!, a la mía no le temo, ni me preocupa porque el
final ha de llegar. Aquí la espero, ignorando el nombre de aquel esqueleto envuelto en un manto con guadaña
en mano. Hace mucho tiempo, opté por no tenerle miedo. De cerca se ha asomado. He
sentido que la vida se puede acabar en cualquier momento, porque es algo que
uno no controla. Tenerle miedo es razonable cuando no tenemos el corazón limpio
y, produce temor
incontenible como síntoma del conocimiento de nuestras vidas. Hay que temerse, a
sí mismo; a ese demonio que llevamos dentro y, que aplacamos a diario. Somos seres narrativos y tendemos a inventar
historias para justificar el comportamiento que llevamos buscando respuestas.
Hasta ahora, ningún alma ha regresado del más
allá. la vida en sí misma no es eterna. Así como nacimos, también
nos vamos; eventualmente, la vida llega a su fin, y usualmente la vivimos con
la perenne incertidumbre del mañana. Más allá de la biología, existe la concepción social y religiosa, considerando que
es la separación del cuerpo y el alma. Es el final de la vida física pero no de la
existencia. Es un enemigo clandestino, símbolo de la igualdad, que siempre
llega con sentimientos desagradables e indeseables en el momento menos
esperado.
Lo alarmante es que, nunca
como hoy, vivimos en un mundo inconstante. Llevamos una vida desordenada. Pasamos por una vida terrenal
inquieta. La gente camina apresurada, buscando sentido a sus vidas con mucha
actividad. Unos dedicados a hacer riquezas bien o mal habidas. Otros viviendo el
mundo de los placeres; algunos, felices en la vida del ocio, trabajan menos y
juegan más. Siempre buscando satisfacciones y propósitos de la vida en vano. Entre
tanto, sus espíritus intranquilos; pues, el ser humano es inconforme por
naturaleza. Pasamos por épocas de cambios: cambio de lengua materna, los
aparatos con la tecnología cambian; estamos interconectados, pero desconectados
de la realidad; truecan los placeres mundanos y surge el cambio climático. Da tristeza saber que la naturaleza habla, mientras
el género humano no la escucha. Cuando hayan talado el último árbol,
contaminado el último río, y extinguido el último pez, entenderemos que no
podemos comer dinero
Cada época
captura la atención por un tiempo, pero pronto pierde su atracción. La pandemia del
coronavirus es un momento particularmente importante para que el género humano
se repiense como mundo, como sociedad y como persona. Que hacemos por los demás.
Que hacer para cambiar. Siempre
hará falta algo. Ese hacer está a cargo de uno mismo; con su paz interior, la
razón y la pasión por vivir temporalmente en este paraíso terrenal con éxito
para uno y los demás. Debemos transformarnos para vivir la vida con vocación;
reorientando la brújula interior para buscar el norte en nuestras vidas. Comprendiendo
que, la vida es un período de tiempo corto, pero precioso que Dios nos depara. Etapa
que es, como una sombra que desvanece, como una flor que se seca y cae. Mientras
estamos jóvenes, nunca pensamos en los años de existencia. A medida que
envejecemos, pareciera que el tiempo se acelera. Pero, ya no somos lo mismo,
todo ha cambiado. Decepciona la variedad de obstáculos que cortan los vuelos de
nuestras vidas. Compleja es la vida en este mundo violento, pero la aflicción exterior no
debe dañar la paz interior. Ese temor interior es el que tenemos enfrentar. El
temor entra cuando nuestra necesidad más importante no ha sido suplida.
Nuestras almas, hechas a la imagen de Dios, claman por Él. Cuando nos alejamos
de Dios, quedamos más expuestos a fobias, complejos y temores. Cuánto mejor lo aceptemos,
más fácil será la partida, y si estamos en paz con nosotros mismos y si no dejamos
malos recuerdos o sentimientos de haber sido malas personas, cuánto mejor será.
Por mi parte, algo he aprendido de las
cosas deplorables de la vida, del dolor, del sufrimiento y, la soledad en medio
de la multitud. El alma se rompe a pedacitos, que se recogen a trocitos, poco a
poco, cuando ya no quedan más lágrimas. En ese instante, entendemos lo que es
vivir. Solo en ese intervalo, podemos decir cuán triste son
las despedidas de nuestros seres queridos y de tantos amigos que se fueron para
no volver. Ahora, aunque no los veamos, no
será fácil sacar su recuerdo de la mente.
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