Adoptamos la tragedia de Caín y Abel, repitiéndola entre
pueblos, clases y países. De nada sirvieron dos guerras mundiales para que
tomáramos escarmiento. Estremece la espiral violenta, salvajismo, incultura, que
acompañan a la sociedad. Desde siempre, el racismo ronda la política. “Mentes brillantes”
del mundo juegan al papel del conflicto armado y, a un trágico desenlace. El mundo globalizado se volvió pequeño, las
distancias no son inconveniente. Ciencia y tecnología estudian enfermedades, para
soltar virus en esta guerra biológica. Con los inventos, las sociedades no
crecen, se enriquecen. El afán de proteger a los superricos, para comprar,
consumir, engordar patrimonios, divertirse, encandilarse con alcohol y las
drogas. La codicia conlleva a ganar, aunque otros pierdan; vencer el poder para
poder. No importa cuántos mueran en el camino. El dolor no enternece. La
frustración, la justicia manoseada, la corrupción, el asalto a las arcas
públicas, las coimas, la impunidad, los negocios turbios, la usura, el terrorismo
económico envilecen la pobreza. La trampa electoral, es lo que vale. Lo
importante es triunfar a como dé lugar. El status, el club, el último
automóvil, la cuenta bancaria, los dividendos, la bolsa, la propaganda, la
imagen, aunque sea pura ficción. El mundo plástico -las tarjetas-, la moda, el
celular, distinguen a las sociedades y a los individuos.
El saber poco importa, la influencia política, lo
fatuo, la vulgaridad, la hostilidad agresiva, la alienación frustrante. Las
ideas se combaten con publicidad y dinero. La envidia, corroe al espíritu como
el cáncer. El dogmatismo no admite opiniones. A pesar de tener un solo Dios, hermanos
en la fe, se enemistan por territorios, por rutas por creencias, por
conocimientos jerarquías, y dinero. Ricos contra pobres, orientales contra
occidentales, etnias entre sí, jóvenes contra viejos, izquierdas contra
derechas. Maltrato, en cada región de forma diferente. Cada quien, con su
verdad, con su esperanza o fatalismo. Ejercemos la insatisfacción de
conciencia: no hay gobernante blanco, ni indio, ni negro. ¡Nadie ni nada nos
satisface!
Lo que estamos viendo y padeciendo nos cambió la vida.
Estamos en un sistema de complicaciones y complicidades, cada uno con su mundo
interior. La felicidad es un placer interno, solo para ansiedades personales. No
sabemos compartir el aire, la belleza, la paz, la amistad, la solidaridad. Personas críticas, que les cuesta una
barbaridad tener un comentario amable o un elogio con los demás, cual si se
juzgaran a sí mismos. Religiosos
que predican, pero no aplican. Vivimos en una selva de concreto, en un mar de
incertidumbres, en el abandono del anciano, en la violación de niños, violencia
intrafamiliar, acoso sexual, olvido del artista, el mal pago al asalariado, perplejidades
con el silencio de la iglesia pecadora. Políticos sin ideología, pero con mucha
“odiología”, innovan su demagogia barata para disputarse el botín. Se miente con absoluta
impunidad y, lo que es peor, con desfachatez abominable.
De nada vale la sabiduría para ser mejores, para compartir
con todos, esos conocimientos, sirviendo a la sociedad, al prójimo, a la patria
y cada quien, a su propio Dios. Definitivamente, la educación, se compra, no es
la excelente herramienta para llegar a ser alguien en la sociedad. La familia,
la escuela, la sociedad y los medios de comunicación social masivos ya no son
vehículos para hacer camino. La cultura, las escuelas el arte y la ciencia como
instrumentos aplicados, deberían valer, no para explotar, sino para servir.
El mundo desde siempre ha sufrido y, desde siempre se rebela,
pero cada día somos más. La Tierra nos da a todos, pero la maltratamos. Amor al
prójimo gritan todas las religiones, pero la volvieron la llave para pedir
dinero. Los gobiernos le dan la espalda a la realidad. Todos los días se atiza la
polarización sin llegar al pico en la historia de esta patria adolorida. Son muchos y
reiterativamente apabullantes los hechos escandalosos que conducen a la
democracia colombiana a un crítico cuadro clínico.
Estabilidad es equilibrio, con equidad, justicia
social, con la bandera que sea. Lo deseable sería que estas situaciones narradas obedecieran a
hechos desafortunados aislados y no como una tendencia que llegó para
instalarse en nuestras vidas.
Desconfiar unos de otros solo agrava las consecuencias de
esta pandemia. En el peor momento reina la desconfianza que erosiona
la legitimidad del régimen democrático. No obstante, la proliferación de
posibles explicaciones, no hay acuerdo sobre las verdaderas causas de la
desconfianza institucional. La caída por la crisis sanitaria, económica y social, demanda
interacción honesta y franca entre los ciudadanos. Libramos una batalla que,
lamentablemente, no busca la unidad de unos con otros para enfrentar la amenaza
del COVID-19, sino que apuesta por la confrontación de unos contra otros para
generar más rupturas.
Civilidad: Si seguimos así, ¡todos seremos responsables!
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