Esta
semblanza para recordar a un auténtico apóstol de la bondad y la caridad, y ojalá,
para que esta vida ejemplar, sirva de modelo a la generación actual. El siervo
de Dios que respondió al nombre de Toribio Maya, fue uno de los veintidós hijos
que integraron la limpia y dilatada estirpe de José Tomás Maya y Dolores
Sarmiento. Nació en Popayán el 27 de abril de 1848 cuando los partidos
políticos se deshacían y, murió en medio del conflicto armado y social que aún
ensangrienta a Colombia, ahora con
más crudeza que en aquella época.
Desde su tierna edad
dejó ver lo que sería su misión. De niño
compartía sus alimentos con mendigos que rutinariamente tocaban su puerta atendiéndolos
con piedad, que luego ejercería fuera de ella. En aquellos tiempos era bien
sabida la rigidez y severidad para no dejar salir los hijos a la calle. Sin
embargo, Toribio, todos los días a determinada hora, salía a aquellos barrios
de ciudad menos favorecidos en la buena fama. Creyendo su padre que sus pasos
fuesen mal encaminados, y sintiendo una mano invisible que lo detenía para
reprenderlo, prefirió seguirlo. Así que, al entrar a una casucha, quedó sorprendido
al ver la lobreguez del lugar y más aún, impresionado, al ver a su hijo
postrado ante una viejecita a quien le lavada y curaba una úlcera de feo aspecto.
Toribio vestía
siempre traje de paño oscuro, como hábito de pobreza. Era igual de generoso con los extraños, que con los de su
propia sangre; pues, a la muerte de uno de sus hermanos mayores, se hizo cargo
de los cinco huérfanos en medio de su pobreza para criarlos y educarlos, sin
dejar nada para si de lo que los amigos obsequiaban para sus obras de caridad.
Ejerció la profesión
aprendida de su padre: hojalatero, con gran habilidad, sin catálogos, ni aporte
de dibujante extraño; solo con la trasmisión divina. Labor que alternaba con el
servicio a los enfermos, tanto en sus respectivos domicilios como en el
hospital de Popayán. Nada lo detenía: ni distancias, ni los rigores del tiempo,
ni las avanzadas horas de la noche. Hacía que le alcanzara el tiempo consagrado
a los leprosos, sin que nadie sintiera
repugnancia por estar en contacto con aquellos seres. No usaba ninguna medida
profiláctica, lo mismo hacía con los leprosos que con los enfermos de cáncer,
viruela y, toda clase de enfermedades. Los curaba con esmero, frecuencia
cotidiana, exhortándolos al sufrimiento como recompensa segura en mejor vida.
Les prodigaba los últimos auxilios, llevándolos
a la sepultura, amortajados en una sábana cargados sobre sus hombros. Toribio era enfermero, limosnero y
sepulturero. Estaba refrendado por la gracia divina. Inundado de sencillez y
humildad, tenía poderes sanatorios que no radican sino en quien está infundido
de virtudes sobrenaturales. Era el cirujano de los pobres, sin importar el
carácter epidémico y contagioso: llagas, úlceras, tumores, eran intervenidos
por él, y para todo les suministraba los ingredientes y vendajes, pudiendo
afirmarse que propiamente era un dispensario ambulante para los necesitados. No
hubo en la ciudad persona, rica o pobre que no recibiera de Toribio atención
caritativa en la enfermedad, ya que por tantos años no había existido un
establecimiento de carácter oficial como los hay ahora. Su sublime secreto de caridad, llegó hasta
las mujeres prostitutas a quienes también atendía en la “Casita de la Caridad”,
junto a la quebrada de Pubús. Dejando su habitual mansedumbre increpaba a
aquellas mujeres no solo por su falta de
virtud sino por el irreparable daño que causaban a la humanidad.
Cuando acaeció la
guerra civil de 1885, contaba con 27 años de edad. Tocándole también la guerra
de los mil días que estalló en l899, dejando muchas desgracias sobre el suelo
colombiano. Atendió heridos en la “Casita de la Caridad” y trasladándose hasta la cuchilla del Tambó
atendió muchos heridos que recobraron la vida.
En suma, puede
decirse que durante más de medio siglo no hubo persona en Popayán que no
recibiera las obras de caridad con multiplicidad y envidiable don de ubicuidad permitiéndole
a este santo varón estar en todas partes, a todas horas, practicando el bien
sin desmayos ni fatigas y sobre todo, sin contradicciones.
Pero, no podía faltar
la difamación en Popayán para este virtuoso de Dios que fue acerbamente calumniado, hasta
tenido por loco para su tiempo. Como era costumbre, Toribio visitaba en su casa
de habitación a los enfermos: entre ellos, a un sacerdote. Desaparecidos de un
mueble contiguo al lecho del enfermo, al que tenían acceso familiar,
servidumbres y otras personas que lo visitaban; los sobrinos del sacerdote
hicieron recaer las sospechas en acto de censurable ruindad, llegando a
formular demanda policiva en su contra.
De allí que, si resucitara
Don Toribio Maya, encontraría, la desgraciada coincidencia, no de las plagas de Egipto, sino las pandemias del
globo terráqueo inestable,
complejo, confuso y conflictivo. Una Colombia desigual,
atrasada, atemorizada, encerrada en sí misma, con escasa visión de futuro. Una sociedad, atropellada,
dirigida a empellones y, por ende, sometida. Una élite llena de grandes
mentiras convertidas en grandes verdades. Políticos despedazados entre derechas
o izquierdas, buscando el poder. Esenciales
problemas de corrupción, impunidad y violencia, sin resolver que se agravan todos
los días en forma considerable.
Civilidad: Desde
siempre, la envidia
disfrazada, ha caminado en Popayán, ladrándoles a hombres eminentes.
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