Hay miles de cosas que nos
identifican como “patojos”, porque popayanejos, es un gentilicio que usábamos
los nativos cuando las diferencias sociales eran muy marcadas. Hoy somos
iguales porque, todos somos Popayán, orgullosamente “patojos”. Antes decíamos:
“patojo” que se respete, tuvo niguas en sus desnudos pies. Hoy raizal o fuereño
las llevamos en el corazón. Algunos fuereños llegaron de paso, pero se quedaron
para siempre, amándola hasta superar con creces el sentido de pertenencia de
los natales. Tanto que, en su imaginario, buscan piedras y ladrillos al sentir
el deseo de rascarse los pies.
Entonces, ser “patojo”, no
es haber nacido en Popayán, también lo es, quien adopta el honorífico título a
fuerza de las costumbres, el sentimiento, las tradiciones, los recuerdos
entrañables y los lazos intangibles a partir del diario vivir en familia, en la
escuela, o en cualquier barrio de la ciudad.
Ser “patojo”, es: rezar la
plegaria al Santo Ecce Homo: “Detén ¡oh Dios benigno! tu azote poderoso y…”,
rogando calmar las tempestades; es respetar esas reglas de Urbanidad que nos
enseñaron con el librito de Manuel Antonio Carreño, el buenazo profesor Arévalo
y otros tantos Maestros, con mayúscula; es sentir la “piel de gallina” al
escuchar las notas musicales de: “El Sotareño”, “El Regreso”, “Feria de
Popayán”…, sintiendo agrandado el corazón y achiquitado lo demás. Es, ser poeta
o hijo de poeta.
Ser “Patojo”, es:
deleitarse con la comida payanesa: pipianes, ternero nonato, rellena, envueltos
de maíz, de choclo; carantanta, tortilla, envuelto, sango; indios y archuchas
rellenas… y todas esas viandas exquisitas de la A hasta la Z de nuestra
tradición culinaria. Ser “patojo”, es: pedir chuspa o papel aluminio para
llevar pastel de las fiestas. Ser “patojo”, es: ir a ver la llegada y salida
del avión, que junto con la escalera eléctrica y el paso de los carros en el
puente “deprimido”, son eventos únicos en Popayán.
Ser “patojo” es: Tertuliar
todo el año de la Semana Santa, creer hasta en los rejos de las campanas; pero
también, colgar matas de sábila en el portón, hacer riegos los viernes con
ruda, artemisa… para ahuyentar las malas energías. Es cargar en el bolsillo
trasero, billetera con la estampita del “Amo”, peineta y pañuelo como lo
enseñaron en la escuela.
Ser “patojo”, es hacer
cola para comer chontaduros en las esquinas, interrumpiendo el tráfico; es
hacerse invitar como “periodista” a todos los eventos para engullir pasa bocas,
diciendo, “es que esto no se ve todos los días”. Es, llegar a casa con “un
pararrayos”, “chuleta de pobre”, cuando aterriza a la madrugada. Y a la hora de
pagar, regatear pidiendo rebaja o la ñapa.
Ser patojo es: asistir a
eventos públicos “de agache”, o con boletas de cortesía; es hacer bolitas de
jabón sobrante recordando las de jabón de la tierra envueltas en cincho de hoja
de plátano.
Por último, a todo
“patojo” raizal, en su dulce infancia, lo peinaron con agua de linaza; le
dieron frascos tras frascos de bacalao; lo purgaron con aceite de ricino, zumo
de la yerba sagrada: verbena. ¡Patojo admirable, nace con chispa patoja! Y san
se acabó.
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