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sábado, 24 de febrero de 2024

Incentivos en el reino de los vivos

 



Ruego a mi musa concederme la ayuda para iluminar estas letras para mis respetados lectores. Empiezo por el principio. He tenido un sueño feliz. En alucinaciones nocturnas, me vi caminando por las calles de esta hermosa ciudad, En azaroso afán, he visto el ingenio de innúmeras gentes arrasando las calles en estos tiempos aciagos y no de épocas vencidas. Calles empedradas para caballeros de alegre alcurnia; todos andantes, unos a pie y otros a lomo de lánguidos caballos.  Entre tinieblas, aparecieron los venteros, desconociendo a Don Quijote que, a Sancho, decía: -dime hábil varón, en este largo extravío, a que me has traído- respondiéndole: -no es nada, solo sé que estás algo abrumado por tus adoloridas costillas ante semejante trato-.  Los he visto llegar, dolidos por las calamidades de sus prójimos y ante el desamor a este aposento.

Angustiado he visto, en este discreto y sagrado lugar, a la mala ventura aquí establecida, luchando entre sí mismos y por su vida, sin dar vuelta al hogar de donde vinieron. Muchos de ellos no se salvan pese a todo su empeño. En medio de tantas enajenaciones hallan la muerte insensatos conductores de carromatos tirados por bueyes o máquinas volantes.

En mis sueños delirantes, he sentido el dolor de la añoranza rondando a la ciudad bloqueada. Así, el “caballero de la antigua figura”, siente el dolor, cuando el mal no se cura. Penoso, en este valle de lágrimas, reprochando anualmente al catolicismo. Afligidos flagelantes con centelleantes cirios en dolor solitario. Florecen los geranios, más mis pensamientos se agravan ante el misterio étnico que por esta temporada se volvió pésima costumbre.  El dolor se siente, cuando la ciudad nos duele en todo el cuerpo, porque el mal no se cura, sino que madura.   En medio de tanto trastorno, más lúcido quisiera estar para escribir el secreto de la ciudad fecunda, viéndola como madre para unos y madrastra para otros.

Bien conozco, la gallardía de Popayán que, en el cogote, incluso hasta su nariz, recibe a gentes empujadas por migraciones peligrosas. Las recibe esta amable tierra, sin hacerles comprender, ni siquiera mirar, este suelo más de lo que ella deseara. La bendita villa, igual hospeda al humilde arriero que al acaudalado ganadero, con muchas ventajas, que en lo sutil parece una colcha de retazos. Sus hilos ya quisieran contar sin perder la cuenta.  En estos lares, nadie padece de hambrunas ni siquiera catastróficas; pero si la ahoga el canibalismo y los desórdenes civiles. Frecuentes son ventiscas y, tempestades, que igual azotan, tanto más que el modernista cáncer. Dolor de amor se siente cuando la ciudad nos duele.

Mis relatos novelísticos, más allá de Don Quijote, otra mancha queda, debajo de sus campanarios de arena y cielo ¡Quien pudiera poner un granito ante tanto hielo!

Diciendo queda dicho, ahora en sueños, veo la civilización en marcha, con quejas y ayayayes. Reniego y me levanto de mi lecho. Lanzo, setenta suspiros quedando agobiado. He recorrido la ciudad abandonada por la demasiada libertad que hoy tiene la gente. Mal hablada y, sin sensibilidad en este valle pubentino. Desvela a la pálida ciudad, rayos del sol alumbrando su hueco financiero. En hombros de sus pobladores, aquellas visiones desconocidas, sus tributos adeudan. Egoístas ellos, pues, Popayán, albergue les da. Y, como todo no puede ser ficción, hoy mis ideas aquí les dejo. ¿Que se ha de hacer para que su desgracia no pueda ser? Cabalgar de otra forma para que lustrosa vuelva ser. Forzoso debe ser, incentivos crear. Sin susurrar, cruzadas de estímulos, la autoridad ha de imponer, regulando el reino de los vivos. Así, por ejemplo, carruajes contaminantes de lejanas urbes, matricularlos acá para denarios también recaudar; porque, en exceso, por las empedradas calles los vemos aquí rodar.

Civilidad: El ciudadano de bien, con una mano puede exigir y, con la otra debe dar.

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