Triste decirlo, pero
vamos camino al abismo. Contradicciones, egoísmo, soberbia, codicia, envidia,
armas, ignorancia, hambre, drogas, injusticia, secuestros, bloqueos. estamos acabando
con el futuro. Y hasta con el planeta, con la naturaleza y con la especie
humana. Utilizamos un lenguaje para ejercer, la dominación o liberación, pero no la
conciliación. Reina la confusión en el campo mediático, como arma devastadora. Garroteamos
nuestra lengua madre, invirtiendo el sentido de las palabras con tratamiento
hipócrita, para ofender a todo el mundo. “La verdad revelada” en medios de
comunicación con un periodismo asociado para amenazar. Informaciones
instantáneas, para resaltar solo las malas noticias.
La tragedia de Caín y Abel, se
repite entre pueblos, clases y países. No bastaron dos guerras mundiales del
siglo pasado para tomar escarmiento. Violencia, salvajismo, incultura, acompañan
a la sociedad. Desde siempre, el racismo ronda la política. Las mentes más
brillantes del mundo juegan al papel del conflicto armado y a su trágico final.
El mundo globalizado se volvió
pequeño, las distancias no son problema. La ciencia y la tecnología no estudian
las enfermedades, crean los virus y ahora quieren reemplazar al humano. Con inventos,
las sociedades no crecen, se enriquecen, lo importante es el estiércol del
diablo. El afán es crecer con riquezas nada santas. Comprar, consumir, engordar
patrimonios, divertirse, alucinarse con alcohol o con drogas de toda clase, en
todas las clases sociales. La codicia conlleva a ganar, aunque otros pierdan;
vencer el poder para poder. No importa cuántos queden muertos en el campo; no conmueve
el dolor, la frustración, las injusticias, los genocidios, las corrupciones,
las coimas, la impunidad, los negocios turbios, las usuras, el terrorismo
económico envilece la pobreza, la trampa electoral, se impone. Lo importante es
el triunfo a como dé lugar. El status, el club, el último automóvil, la cuenta
bancaria, los dividendos, la bolsa, la propaganda, la imagen, aunque sea pura ficción.
El mundo plástico -las tarjetas-, las modas y, el celular, dan posición social
a los individuos.
El saber poco
importa, las influencias políticas, lo fatuo, la vulgaridad, la hostilidad
agresiva, la alienación frustrante. Las ideas se combaten con publicidad y
dinero. El dogmatismo no admite opiniones. A pesar de tener un solo Dios, hermanos
en la fe, se enemistan por territorios, por rutas, por creencias, jerarquías, y
dinero. Ricos contra pobres, orientales contra occidentales; etnias entre sí;
jóvenes contra viejos. Vivimos en la época
del maltrato y, en cada región en forma diferente. Cada quien, con su verdad,
con su esperanza o fatalismo. Ejercemos la insatisfacción de conciencia: ningún
gobernante, ni blanco, ni indio, ni negro. ¡Nada ni nadie nos satisface!
La felicidad es un placer
interno que solo ayuda a calmar las ansiedades personales. No sabemos compartir
el aire, la belleza, la paz, la amistad, la solidaridad. Los pedagogos, los
sociólogos, los antropólogos, los psicólogos y los poetas lo saben, pero nada
más. Los periodistas lo publicitan a su amaño. Los religiosos predican, pero no
aplican, los políticos innovan su demagogia barata.
Vivimos en selvas de
concreto, en el mar de la incertidumbre, en la intranquilidad del anciano, en la
violación de los niños, el crimen intrafamiliar, el acoso sexual, el olvido del
artista, el mal pago del obrero, el silencio de la iglesia.
De nada vale la
sabiduría para ser mejores, para compartir con todos esos conocimientos, para
servir a la sociedad, al prójimo, a la patria. Sin Dios ni ley. Los títulos se
compran, y no es la excelente herramienta para llegar a ser alguien en la
sociedad. La familia, la escuela, la sociedad y los medios de comunicación
social masivos ya no son vehículos para el buen camino. La familia, la cultura,
las escuelas el arte y la ciencia, deberían valer, no para explotar, sino para
servir.
Civilidad: La humanidad siempre ha sufrido y, siempre se ha revelado.
Cada día somos más y no más. La tierra nos da a todos, pero la maltratamos.
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