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sábado, 6 de enero de 2024

Confidencias de un octogenario

 

¡Gracias Dios por el milagro de la vida! Esta es la confesión de un octogenario cuando no hay marcha hacia atrás. El reloj se para, pero nunca se devuelve.  Sigue marcando el tiempo, pero no se puede devolver al pasado.

Con la vida concentrada en el presente y en la cosecha de canas, no vivo solo. Me acompañan Dios y la Virgen Santísima, en medio de mis recuerdos, que se hacen más trasparentes al cumplir años. Gozo del envejecimiento saludable con equilibrio emocional, rodeado del cariño y el apoyo de hijos, nietos, bisnietos y de otras personas más. Así que, en la vida uno puede actuar como un merengue o como un resorte de acero.

¡La vida es bella, aunque a veces duele!  El tránsito a la eternidad del ser amado de toda la vida, cuando más falta nos hace, es doloroso y perturbador. Ese síndrome del “nido vacío”, es el instante de la vida que más duele. ¿Quién no ha sentido alguna vez que la vida duele?  Dicen que, el tiempo, sana todo ¡No es cierto!, los males se pueden superar más no la adversidad.

 

Con los golpes que da la vida, se asimilan las emociones. En la juventud aprendemos a caminar y, en la ancianidad, con la cabeza inclinada, damos pasos seguros para ganar la última meta: la tumba. Esta es la confesión de un viejo que ya tiene escaso auditorio. En las largas calendas, uno se vuelve experto en el manejo de las emociones negativas. Los achaques mal manejados de la vejez no son para nada seductores. Pero, se la goza siendo más feliz, escribiéndolos que sintiéndolos. ¿Cómo? con actitud mental positiva. Si la edad lo jubila, no hay porque retirarse, enterrándose en vida, convirtiéndose en un viejo triste. Hay que entender que cargar bajo el brazo una carpeta, con un juego de radiografías e historias clínicas, es propio del desgaste de la maquinaria interior. La naturaleza es sabia al producir cambios con el paso de los años.

¿Cuándo se llega a la vejez? cuando se quiere más a las pantuflas que a los zapatos de baile. Cuando se cumple el papel de la cenicienta, llegando a casa antes de las doce; cuando se libra de la tiranía del sexo y, cuando la razón enseña que con la vejez se practica la sabiduría.

Después de este desahogo, pregunto: ¿se resignaría usted amable lector a ser un pobre viejo? ¿Un anciano sin sueños, sin proyectos? ¿Quiere quedarse sentado esperando la muerte?

¡No! Entonces, resucite y, nunca olvide que a los 80 o más años, es siempre mejor mirar la vida por el parabrisas que por el espejo retrovisor. Quienes tenemos el infatigable privilegio de pertenecer a esa pequeña y selecta minoría de sobrevivientes, el corazón no envejece, muere dejándolo entre ruinas. Pues, la senectud es una recompensa por haber llevado una vida sana. Con ella, se aumenta el grado de libertad para expresar opiniones sin temor a incomodar a nadie.

 

Civilidad: Quienes tienen la dispensa de alcanzar una longevidad placentera en el bello crepúsculo de la vida, sáquenle, en sus últimos años, jugo hasta el final ¡No hay que parar hasta los 90!

 

 



 

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