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sábado, 20 de enero de 2024

¿Qué celebramos?

 





¡487 años de Popayán!  Aquí la gente se enorgullece de ser: “patojo”, “payanes” o “popayanejo” con esencia o sabor localista. Aunque, siendo honestos, con la amada Popayán, desde cuando llegó la democracia, hace 214 años, la ciudad vive de besos, y piropos, pero nada de aquello… que se llama amor. Así que, con positivismo, el cumpleaños de la ciudad, es una excelente excusa, un motivo para celebrar, hasta para depositar una ofrenda floral.  Pero, no más…

Entonces, digamos, cuando será ese cuando y esa dichosa mañana en que las calles se transforman en corredores peatonales históricos y culturales.  Cuando saldremos de la angustia urbana. Cuando seremos testigos del progreso y cambios que desde sus inicios quiso la ciudad, para que lugareños y fuereños, no solo viviéramos de su pasado glorioso, otrora orgullo nacional. Los viejos portalones no bastan y los caserones no dialogan.

Siempre he creído y estoy convencido que es cierto, aquello que se dice en los mentideros retóricos que, en Popayán, hay más escritores que lectores y, que sus habitantes residen plagados de innoble infidelidad y, de amor…, solo de labios para fuera.  

Por mi parte, no doy tregua o descanso a las musas que me huyen despavoridas ante tanta ocurrencia. Seguiré narrando, aunque temeroso de no dar en el clavo. Refiriendo ideas acumuladas a través de los años, sin opiniones de choque. Proponiendo, antes que festejar, dando a conocer todos los rincones, aspectos o pliegues donde se esconde el alma de esta ciudad.

Y es que, Popayán no debe tener solo dos aspectos: uno, para quien llega con dinero y otro para quien llega a buscarlo. Esta ciudad de mil nombres, de tantos calificativos, podríamos también llamarla: “ciudad de Pubenza”, la india del romance de Belalcázar. La ciudad de Caldas, el sabio mártir; de Torres, el jurista de la independencia; de José Hilario de meritísima ascensión, de simple soldado a general, en la magna guerra hasta abolir la esclavitud; de Valencia, el poeta sin fronteras. Linda ciudad con nombre de cacique de indios, donde el concepto de aristocracia quedó congelado entre las suaves ondulaciones que la coronan hacia el oriente y, de planicies extendidas hacia el sol poniente. Mi Popayán, que, a lo largo de sus calles, en la visión nocturna, sus faroles iluminan la ciudad y sus verdades a medias.  

Sobre el Morro, frente al Valle de Pubenza, situaron la estatua ecuestre del “conquistador” Sebastián Moyano en contemplación perdurable; pero contrariando su ubicación, de la plazoleta San Francisco, donde hoy posa el espíritu emancipador de Camilo Torres, quien hecho prisionero después de la derrota en la Cuchilla del Tambo, lo condujeron a Santa Fe, donde lo pasaron por las armas, lo colgaron en la horca, para luego fijar su cabeza en paraje público.  

Andemos más. La ciudad sigue quieta y dormida. Estos pasos míos y curiosos, para invitar a mis lectores, a preservar aquellas vigilantes colinas que por el oriente enmarcan la ciudad. “El Morro de Tulcán”, el más sublime y alto, hasta llegar a creer que fue construido con propósito antiguo por los indios a juzgar por las huellas que aparentan una pirámide.   

La efigie del “conquistador”, en efecto, no fue concebida por Victorio Macho para lucirla en campo abierto y menos, en el que aparece, sin poderse admirar en todos sus detalles. El escultor pensó en la plazuela de San Francisco y, en cambio las figuras del Cacique Pubén y sus hijos Payán y Calambás, podrían erigirse en cualquiera de las otras colinas que rodean la ciudad.

Especulando en el marco histórico peatonalizado, la ciudad sería más atractiva, turística e histórica, si se atrevieran, sin sepultar el pasado a reestructurar el presente, reubicando los iconos de la historia, en la “Plaza de los héroes”, donde antes era el centro comercial “Anarkos”. Y allí, en la plaza Carlos Albán del barrio Bolívar, levantar una edificación con parqueadero subterráneo y varios pisos para darle estabilidad a los vendedores callejeros porque Popayán no debe seguir siendo un mercado persa y cada esquina en desorden.  

Civilidad: A falta de tiempo y de lectores para divulgar la historia, que mejor que esta jornada conmemorativa para reeditar una nueva versión del presente.

 

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