¡487 años de Popayán! Aquí la gente se enorgullece de ser: “patojo”,
“payanes” o “popayanejo” con esencia o sabor localista. Aunque, siendo honestos,
con la amada Popayán, desde cuando llegó la democracia, hace 214 años, la
ciudad vive de besos, y piropos, pero nada de aquello… que se llama amor. Así
que, con positivismo, el cumpleaños de la ciudad, es una excelente excusa, un
motivo para celebrar, hasta para depositar una ofrenda floral. Pero, no más…
Entonces, digamos, cuando
será ese cuando y esa dichosa mañana en que las calles se
transforman en corredores peatonales históricos y culturales. Cuando saldremos de la angustia urbana.
Cuando seremos testigos del progreso y cambios que desde sus inicios quiso la
ciudad, para que lugareños y fuereños, no solo viviéramos de su pasado
glorioso, otrora orgullo nacional. Los
viejos portalones no bastan y los caserones no dialogan.
Siempre he creído y estoy convencido que es
cierto, aquello que se dice en los mentideros retóricos que, en Popayán, hay
más escritores que lectores y, que sus habitantes residen plagados de innoble infidelidad y, de amor…, solo de labios para fuera.
Por mi parte, no doy tregua
o descanso a las musas que me huyen despavoridas ante tanta ocurrencia. Seguiré
narrando, aunque temeroso de no dar en el clavo. Refiriendo ideas acumuladas a través de los años, sin opiniones
de choque. Proponiendo, antes que festejar, dando a conocer todos los rincones,
aspectos o pliegues donde se esconde el alma de esta ciudad.
Y es que, Popayán no debe tener solo dos
aspectos: uno, para quien llega con dinero y otro para quien llega a buscarlo. Esta
ciudad de mil nombres, de tantos calificativos, podríamos también llamarla: “ciudad
de Pubenza”, la india del romance de Belalcázar. La ciudad de Caldas, el sabio
mártir; de Torres, el jurista de la independencia; de José Hilario de
meritísima ascensión, de simple soldado a general, en la magna guerra hasta
abolir la esclavitud; de Valencia, el poeta sin fronteras. Linda ciudad con
nombre de cacique de indios, donde el concepto de aristocracia quedó congelado
entre las suaves ondulaciones que la coronan hacia el oriente y, de planicies
extendidas hacia el sol poniente. Mi Popayán, que, a lo largo de sus calles, en
la visión nocturna, sus faroles iluminan la ciudad y sus verdades a medias.
Sobre el Morro, frente al Valle de Pubenza, situaron
la estatua ecuestre del “conquistador” Sebastián Moyano en contemplación
perdurable; pero contrariando su ubicación, de la plazoleta San Francisco, donde
hoy posa el espíritu emancipador de Camilo Torres, quien hecho prisionero
después de la derrota en la Cuchilla del Tambo, lo condujeron a Santa Fe, donde
lo pasaron por las armas, lo colgaron en la horca, para luego fijar su cabeza
en paraje público.
Andemos más. La ciudad sigue quieta y dormida.
Estos pasos míos y curiosos, para invitar a mis lectores, a preservar aquellas vigilantes
colinas que por el oriente enmarcan la ciudad. “El Morro de Tulcán”, el más sublime
y alto, hasta llegar a creer que fue construido con propósito antiguo por los
indios a juzgar por las huellas que aparentan una pirámide.
La efigie del “conquistador”, en efecto, no fue
concebida por Victorio Macho para lucirla en campo abierto y menos, en el que
aparece, sin poderse admirar en todos sus detalles. El escultor pensó en la
plazuela de San Francisco y, en cambio las figuras del Cacique Pubén y sus hijos
Payán y Calambás, podrían erigirse en cualquiera de las otras colinas que rodean la
ciudad.
Especulando
en el marco histórico peatonalizado, la ciudad sería más atractiva, turística e
histórica, si se atrevieran, sin sepultar el pasado a reestructurar el
presente, reubicando los iconos de la historia, en la “Plaza de los héroes”,
donde antes era el centro comercial “Anarkos”. Y allí, en la plaza Carlos Albán
del barrio Bolívar, levantar una edificación con parqueadero subterráneo y varios
pisos para darle estabilidad a los vendedores callejeros porque Popayán no debe
seguir siendo un mercado persa y cada esquina en desorden.
Civilidad: A
falta de tiempo y de lectores para divulgar la historia, que mejor que esta
jornada conmemorativa para reeditar una nueva versión del presente.
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