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domingo, 2 de julio de 2023

Armonía otoñal con brillo en el cielo

 



Qué importantes son los recuerdos, son primordiales en la vida de todo ser humano. Nos hacen aprender de los errores y rebuscan cosas bonitas ya vividas.  Más esos recuerdos sin escribirlos, en el transcurrir del tiempo se olvidarán. Es preferible almacenarlos en el baúl de los recuerdos para ilustración de nuevas generaciones. Soy feliz disfrutando con mis lectores esos recuerdos de la vida que nos hacen vivir dos veces: el pasado y lo actual. Quien no ha sacado del baúl viejas fotografías o cartas de amor atadas a un lazo, que aún conservan el perfume que pusieron de relieve, en la mente del receptor, la conexión física que se produjo entre ellos, como una forma de comunicación para reforzar el impacto de la carta. 

Todos poseemos una máquina del tiempo que nos lleva hacia atrás. En el otoño de la vida los recuerdos son la mayor riqueza. Atrás queda el lúdico paréntesis del verano de la niñez y la juventud divino tesoro. Esos recuerdos nos llevan hacia adelante, soñamos despiertos. Por eso, antes de tomar el vuelo, no debemos dejar tareas pendientes. A mis lectores les propongo en primer lugar, detenerse y respirar. Contener por un momento todos los procesos para analizar, desechar y purificar todo lo pendiente, veámoslo paso por paso.

¡Oh qué grande es Popayán bajo la luz de sus faroles!
¡Y cuán pequeño es ante los ojos del recuerdo! Volvamos a la memoria, que nos trae tristes recuerdos del patrimonio arquitectónico y las costumbres del Popayán perdido. En la lente oscura del recuerdo, toman mérito singular, haciendo perdurar su encanto. Ahora, anhelantes a que ningún recuerdo por insignificante que sea, que no se apague nunca.

Pienso y estimo que nada tan importante como los recuerdos. El secreto está en saber elegir lo que no debe olvidarse. Esta ciudad amada, es el único paraíso del mundo del cual nadie es expulsado. Quien sabe amar a Popayán, aquí se debe quedar. Yo, solo le ruego a mi memoria que no me abandone nunca, que me ayude a recordarte siempre, en el otoño de mi vida ya no puedo consentir que puedo olvidarte. Tu recuerdo es perfume para mi alma.

La historia de mi Popayán amada no puede borrarse ni alterarse. Ello sería matarnos a sí mismos. Dejo asomar mi anhelo utópico de una pretendida inmortalidad que urge hacia atrás en una ilusoria recuperación de la juventud de la arcaica ciudad. El invierno lluvioso en Popayán suele ser muy frio para aquellos que no tienen cálidos recuerdos. Y cuando siento el calor abundoso de estos días, veo crecer la luz de mi ciudad que viene abrigarme el corazón. Es el fuego que puede arder sin sentir miedo, es la belleza crepuscular de la eterna Popayán, es mi clima favorito, llena de calidez humana. Canto con el poeta cuando dice:

No temas al otoño, si ha venido. Aunque caiga la flor, queda la rama. La rama queda para hacer el nido”.

No le temo al sereno otoño de la vida, ni le temo a la soledad. No tengo limitaciones en mi edad madura. Como otoñólogo o apólogo, he comenzado a reconocer que ahora los jóvenes son otros y que el otoño, es para empezar a olvidar las cosas que nos molestan. Entonces, me llega la obligación biológica de delegar los atributos de mi juventud a mis hijos y a mis nietos a quienes les corresponde recoger el olor de las techumbres, el característico olor de teja húmeda envuelta de la cal que tiñe de blanco los muros de mi amada ciudad. Mi nostalgia como siempre, contribuye a borrar los malos recuerdos y a exaltar los buenos.

Civilidad: El poeta ruso Alexander Pushkin, sostiene: “Feliz aquel que fue joven en su juventud, feliz aquel que supo madurar a tiempo”



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