Qué importantes son los recuerdos, son
primordiales en la vida de todo ser humano. Nos hacen aprender de los errores y
rebuscan cosas bonitas ya vividas. Más
esos recuerdos sin escribirlos, en el transcurrir del tiempo se olvidarán. Es
preferible almacenarlos en el baúl de los recuerdos para ilustración de nuevas
generaciones. Soy feliz disfrutando
con mis lectores esos recuerdos de la vida que nos hacen vivir dos veces: el
pasado y lo actual. Quien no ha sacado del baúl viejas fotografías o cartas de
amor atadas a un lazo, que aún conservan el perfume que pusieron de relieve, en la mente del receptor, la conexión física que se
produjo entre ellos, como una forma de comunicación para reforzar el impacto de
la carta.
Todos poseemos una máquina del tiempo que nos
lleva hacia atrás. En el otoño de la vida los recuerdos son la mayor riqueza. Atrás queda el lúdico paréntesis del verano de
la niñez y la juventud divino tesoro. Esos recuerdos nos llevan hacia adelante,
soñamos despiertos. Por eso, antes
de tomar el vuelo, no debemos dejar tareas pendientes. A mis lectores les
propongo en primer lugar, detenerse y respirar. Contener por un momento todos
los procesos para analizar, desechar y purificar todo lo pendiente, veámoslo
paso por paso.
¡Oh qué grande es Popayán bajo la luz de sus
faroles!
¡Y cuán pequeño es ante los ojos del recuerdo! Volvamos
a la memoria, que nos trae tristes recuerdos del patrimonio arquitectónico y
las costumbres del Popayán perdido. En la lente oscura del recuerdo, toman mérito
singular, haciendo perdurar su encanto. Ahora, anhelantes a que ningún recuerdo
por insignificante que sea, que no se apague nunca.
Pienso y estimo que nada tan importante como
los recuerdos. El secreto está en saber elegir lo que no debe olvidarse. Esta ciudad
amada, es el único paraíso del mundo del cual nadie es expulsado. Quien sabe
amar a Popayán, aquí se debe quedar. Yo, solo le ruego a mi memoria que no me
abandone nunca, que me ayude a recordarte siempre, en el otoño de mi vida ya no
puedo consentir que puedo olvidarte. Tu recuerdo es perfume para mi alma.
La historia de mi Popayán amada no puede
borrarse ni alterarse. Ello sería matarnos a sí mismos. Dejo asomar mi anhelo utópico de una pretendida
inmortalidad que urge hacia atrás en una ilusoria recuperación de la juventud
de la arcaica ciudad. El invierno lluvioso en Popayán suele ser muy frio para
aquellos que no tienen cálidos recuerdos. Y cuando siento
el calor abundoso de estos días, veo crecer la luz de mi ciudad que viene
abrigarme el corazón. Es el fuego que
puede arder sin sentir miedo, es la belleza crepuscular de la eterna Popayán,
es mi clima favorito, llena de calidez humana. Canto con el poeta cuando dice:
“No temas al otoño, si ha venido. Aunque caiga la flor, queda
la rama. La rama queda para hacer el nido”.
No le temo al sereno otoño
de la vida, ni le temo a la soledad. No tengo limitaciones en mi edad madura. Como
otoñólogo o apólogo, he comenzado a reconocer que ahora los jóvenes son otros y
que el otoño, es para empezar a olvidar las cosas que nos molestan. Entonces, me llega la obligación biológica de delegar
los atributos de mi juventud a mis hijos y a mis nietos a quienes les
corresponde recoger el olor de las techumbres, el característico olor de teja
húmeda envuelta de la cal que tiñe de blanco los muros de mi amada ciudad. Mi nostalgia como siempre, contribuye a borrar los malos recuerdos
y a exaltar los buenos.
Civilidad: El poeta ruso Alexander Pushkin, sostiene: “Feliz aquel que fue joven en
su juventud, feliz aquel que supo madurar a tiempo”
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