Los relojes con que hoy
miramos las horas, han girado siempre hacia la derecha, igual que los antiguos relojes
solares que lo hacían de la misma forma que lo hace la sombra. Ello me lleva a
escribir sobre el sol que empieza a calentarle las espaldas a los gobernantes,
simbolizando que tanto el alcalde de mi bonita Popayán como el gobernador del
rico Cauca, están en la recta final de su mandato, cumpliendo su período de
cuatro años en el poder, en medio del nuevo mapa electoral en Colombia.
Con el residuo de amor por este terruño, recordemos
que, en los últimos 20 años, los gobernantes han sido duramente vituperados, situación
que no ha cambiado. Sigue igual la murmuración malévola, bajo la teoría de que “fueron
excelentes candidatos, pero malos gobernantes”.
Es normal, que la favorabilidad, al final de su mandato,
descienda en las encuestas significativamente, en comparación a cuando iniciaron.
Es natural, por el desgaste de su imagen y de su gobierno, así como por las
expectativas incumplidas, entre otras razones.
¡Juro que todo ha
cambiado! Por eso, deben prepararse para la ingratitud, ante el fenómeno
paranormal, inundando de supersticiones, mitos y leyendas las calles de la arcaica Popayán, robándole el honor a
las personas. La maldición devora la
ciudad y son tenidos por culpables los que habitan en ella. Pretenden ser demócratas, pero la democracia
precisa una acción conjunta, de cooperación, participación y solidaridad. Abundan
los propaladores,
contraviniendo con la lengua, y los oyentes, de las orejas, desde el
inicio del mandato, agobiando las encuestas y el progreso de la ciudad. Exclamando: “lo que se necesita es un buen
gerente”. Y así, de tiempo en tiempo, los predicadores de siempre, vapulean el
honor propio de las personas. No dejan de sorprender los malentendidos atacando
las virtudes personales y al hombre público.
No existe comportamiento cívico, miran con
otro color de ojos, contradiciendo el progreso como un mal endémico en Popayán,
porque nunca estamos de acuerdo. Como si siempre, pusiéramos el
poder en las manos equivocadas, de allí el gran daño, no solo a la percepción
del buen gobierno y al buen nombre de los mandantes, sino los daños severos a
la democracia causados por la democracia. Desde luego, por las discordancias de
la democracia de los políticos
estereotipados de una moralidad negativa. Tanto es así, que el prestigio
y la reputación de la política la deterioran de tal forma, que cuestiona la democracia
misma ¡He allí el ocaso de la política tradicional! Aun así, nadie desea una democracia para morirse de hambre.
En el
tiempo presente, abren las puertas para el acceso constante de la información y
datos sobre la gestión pública y la conducta de los gobernantes. Medios de
comunicación y redes sociales compiten a diario por la primicia de noticias escandalosas,
poniendo en evidencia a quienes ostentan el poder, afectando la legitimidad de
las instituciones. Entonces, ¿qué extrañas razones tienen aquellos aspirantes a
ejercer como mandatarios? Y, ¿cuándo
vamos a recuperar la confianza de los ciudadanos?
El civismo trata del modo de vivir en la ciudad; pero
también, es clave para acrecentar la confianza, elegir personas capaces de
transmitir coherencia y credibilidad política, personas preparadas para
esquivar las tentaciones del conflicto de intereses y la corrupción, que
socavan el sistema democrático. Se requiere funcionarios y directivos idóneos,
comprometidos con la realización del bien común. Y, desde luego, la
inteligencia colectiva de los grupos sociales, debe servir para distinguir y
elegir a quienes merezcan esa responsabilidad filtrando aquellos que no sean
aptos. Por eso, aquellos partidistas, que hoy están en un lado y, mañana en
otro, dependiendo de la oferta que les hagan, producirán el efecto de reducción
de electores, obligándonos a decantar la larga lista de candidatos promovidos
por movimientos políticos o por el embeleco de firmas. Aun así, sólo una gran coalición permitirá alcanzar el
principal cargo departamental y la alcaldía de Popayán.
Estos son mis principios, sin limitar
el derecho a esos cargos públicos, donde caben los preceptos básicos para
identificar una serie de condiciones que necesariamente deben cumplir las personas
que van a responsabilizarse de gestionar volúmenes importantes de recursos
públicos y afectar a la vida de los conciudadanos. La elección democrática es
irrenunciable, pero debe compatibilizarse con la búsqueda del buen gobierno,
que es el del bien común.
Civilidad: ¡Cunde
la incertidumbre! ¿Hacia dónde
se inclinará el péndulo de la democracia? HDG
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