Pasadas las fiestas, llegó
la hora de aplicar la reforma tributaria. Estamos pisando el segundo mes del
2023 y ya se empieza a sentir la resaca o mejor como la conocemos en Colombia: el
guayabo.
La arrolladora
aplanadora de congresistas que devengan la módica suma de $ $37′880.084,
anunciaron su aprobación. Así ha sido siempre. No es una reforma estructural
para que perdure en el tiempo. Pues, cada dos años y a veces anualmente, dan
su beneplácito a las reformas. Historia de nunca acabar, que nos
lleva a preguntar: ¿hasta cuándo tendremos un sistema tributario con reglas
inestables?
Está claro que, las empresas generadoras de empleo, son las
más afectadas por los tributos de la reforma tributaria. No tardarán en
pasarnos la factura porque es un duro golpe al crecimiento. Muchas empresas no
invertirán y otras saldrán de Colombia.
La
reforma sancionada por el presidente Petro permitirá un recaudo cercano a los
$20 billones en el primer año, hasta llegar a los $50 billones en 2026 con un anémico
programa de ataque a la evasión y la elusión tributaria. La reforma era
necesaria para mitigar la “igualdad y
la justicia social” ¡Todas las sociedades tienen un cierto nivel de
desigualdad! Colombia no escapa a ello; el
problema grave es que, siempre ha sacado malas notas en esa tarea. Cuando las desigualdades
son repetitivas y cuando somos los mismos los que sacamos malas notas, la
desigualdad se transforma en estratificación. Esas erróneas técnicas, muchas
veces usadas, dan pauta para que la sociedad se divida, se estratifique y tome
caminos muy diferentes, aunque seamos todos parte de la misma comunidad.
Sin duda, hay cambios en esta reforma que permiten avanzar hacia un
mejor sistema tributario, pero se quedó corta en su alcance, haciendo más
complejo el sistema para el sujeto pasivo al aumentar la tributación de las
personas de mayores ingresos, entre los diferentes tipos de ingresos: salario,
capital, dividendos y, ganancias ocasionales. Aunque, la mayor tributación de
las personas ricas, apenas representa el 15% del recaudo total esperado.
Por otro lado, los impuestos “saludables”, cuya tarifa depende del gramaje de azúcar de cada bebida. Así, que las bebidas
con menos de 6 gramos de azúcar por cada 100 mililitros tienen
un impuesto cero; aquellas entre 6 y 10 gramos tendrán un aumento de
$18 en 2023 y de $28 en 2024; y las bebidas con más de 10 gramos tendrán
un impuesto de $35 en 2023 y de $55 en 2024. Cómo ningún comprador se
toma el trabajo de mirar el gramaje antes de meterlo en su carrito de compras;
entonces, cuántos años, tendrán que pasar para que el abuelo, el papá y el hijo
aprendan a consumir menos productos azucarados previendo la diabetes y la
obesidad. Por ello, las compras de bebidas azucaradas con impuestos, no se disminuirán
ni tampoco los diabéticos ni los obesos.
Y, como siempre existirá
la necesidad de empacar los productos, la cadena de suministro necesitará el
envase de un solo uso. Por lo tanto, el impuesto nacional
sobre productos plásticos de un solo uso utilizados para envasar, embalar o
empacar bienes, esos impuestos los pagará el consumidor
final.
Sin haber entrado aún, en vigor todos los impuestos, ¡todo
está por las nubes! Así que, los aumentos de salarios que se hagan hoy o
mañana tendrán un sabor amargo porque no podrán compensar el desequilibrio
financiero las familias pobres. ¿Quién controla la escalada alcista de los
precios de todos los productos, los servicios públicos, los medicamentos y
artículos de primera necesidad? ¡Nadie!
Civilidad: Las arepas precocidas,
chocoramo, salchichas, chocolatinas, papitas, platanitos, rosquitas,
achiras quedaron gravadas y colgadas con las bolas rojas del árbol
navideño.
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