A través de los nombres y apellidos nos identificarnos
y nos diferenciarnos de los demás. Son un legado que nos dejan nuestros
padres; por ello, estamos obligados a honrarlos, ya que representa a toda la
familia.
Yo no sabía esto
y, por parecerme muy interesante, trasmito este escrito. En tiempos
inmemoriales, los apellidos no existían, tan solo bastaba con tener un nombre. Por
ello, a los personajes del Antiguo y Nuevo Testamento los conocemos solo por su
nombre: Abraham, Moisés, Pedro, Juan, Mateo, Jesús, María y José. Lo que indica
que en la antigüedad no existían los apellidos; nada de Abraham Pérez, Mateo
Delgado o José García. Con el paso de los años, la tierra se pobló de tal
manera que, surgieron las dudas como identificar a las personas.
“En la Edad Media era raro que alguien que, sin pertenecer a la realeza
o nobleza, tuviese una vivienda o tierras en propiedad. Solo a partir del
momento en el que la burguesía tuvo acceso a bienes inmuebles, por lo tanto,
generó la necesidad de acreditar la propiedad. Entonces, apareció la
conveniencia de poder identificar a quién pertenecía cada cosa. Fue así como el
solo nombre de pila se convirtió en insuficiente, por eso comenzó a añadirse en
la documentación, y junto al nombre, alguna particularidad que identificara al
propietario fácilmente a fin de poner orden al caos administrativo para
identificar las personas por familias. Así, que, al momento de comunicarse,
decían: “llévale este mensaje a Juan”. Pero, ¿cuál Juan?
preguntaba el mensajero. Pues Juan, el ‘del valle’, explicaba para distinguirlo
del otro Juan, el ‘del monte’. En este caso, los apellidos ‘del Valle’ y ‘del
Monte’, tan comunes hoy día, surgieron como resultado del lugar donde vivían
estas personas. Estos se llaman ‘apellidos topónimos’, porque la toponimia
estudia la procedencia de los nombres propios de un lugar. En esa misma
categoría están los apellidos Arroyo, Canales, Costa, Cuevas, Peña, Prado,
Rivera (que hacen referencia a algún accidente geográfico) y Ávila, Burgos,
Logroño, Madrid, Toledo (que provienen de una ciudad en España).
Otros
apellidos se originan de alguna peculiaridad arquitectónica con la que se
relacionaba una persona. Si tu antepasado vivía cerca de varias torres, o a
pasos de unas fuentes, o detrás de una iglesia, o al cruzar un puente, o era
dueño de varios palacios, pues ahora entiendes el porqué de los apellidos
Torres, Fuentes, Iglesia, Puente y Palacios.
Es posible que
hayas tenido algún ancestro que tuviese algo que ver con la flora y la fauna.
Quizás criaba corderos, cosechaba manzanas o tenía una finca de ganado. De ahí
los apellidos Cordero, Manzanero y Toro.
Los oficios o
profesiones del pasado también han producido muchos de los apellidos de hoy
día. ¿Conoces a algún Labrador, Pastor, Monje, Herrero, Criado o Vaquero? Pues
ya sabes a qué se dedicaban sus antepasados durante la Edad Media.
Otra manera de
crear apellidos era a base de alguna característica física, o un rasgo de su
personalidad o de un estado civil. Si no era casado, entonces era Soltero; si
no era gordo, era Delgado; si no tenía cabello, era Calvo; si su pelo no era
castaño, era Rubio; si no era blanco, era Moreno; si tenía buen sentido del
humor, era Alegre; si era educado, era Cortés.
Quizás la
procedencia más curiosa es la de los apellidos que terminan en -ez, como
Rodríguez, Martínez, Jiménez, González, entre otros muchos que abundan entre
nosotros los hispanos. El origen es muy sencillo: -ez significa ‘hijo de’. Por
lo tanto, si tu apellido es González es porque tuviste algún antepasado que era
hijo de un Gonzalo. De la misma manera, Rodríguez era hijo de Rodrigo, Martínez
de Martín, Jiménez de Jimeno, Sánchez de Sancho, Álvarez de Álvaro, Benítez de
Benito, Domínguez de Domingo, Hernández de Hernando, López de Lope, Ramírez de
Ramiro, Velázquez de Velasco, y así por el estilo.
Es así como,
poco a poco, durante la Edad Media, comienzan a surgir los apellidos. La
finalidad era, pues, diferenciar una persona de la otra. Con el tiempo, estos
apellidos tomaron un carácter hereditario y pasaron de generación en generación
con el propósito de identificar no solo personas, sino familias”.
Civilidad: Popayán no es una herencia de nuestros padres,
sino un préstamo de nuestros hijos, ¡cuídala!
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