La fundación de este
poblado que crecería para ser Popayán, fue un proceso que tuvo dos instancias o
momentos. Porque la existencia de nuestra ciudad ya ha sido suficientemente
referida y analizada por los estudiosos de la historia, pero poco se ha escrito
sobre los episodios aquí narrados. El primero fue el teniente Juan Ampudia enviado
por el capitán Sebastián (Moyano) de Benalcázar desde Quito para precederlo en
el descubrimiento, conquista y para poblar este país, arribando al Valle de
Pubén el 15 de diciembre de 1536. El segundo momento fue un año después, cuando
Benalcázar pasaba hacia el norte de Colombia, decidió trasladar a esta Villa al
sitio escogido por él y, que fue precisamente en los bohíos abandonados de
Pubén de los aborígenes, dándose así la oficialización en forma personal de la
fundación el 13 de enero de 1537 de la ciudad de Popayán, poniéndola bajo la
protección de Nuestra Señora del Reposo o del Tránsito.
Ciertamente, un año
antes, (24 de diciembre de 1536) el teniente Juan de Ampudia, había llegado al mando de una excursión
enviada por el Sebastián (Moyano) de Benalcázar y, al contemplar con los expedicionarios
blancos el hermoso Valle de Pubén y observando el reducido poblado que
habitaban sus naturales, en el lugar donde hoy se encuentra "la Ciudad Blanca", vio los dos albergues o caseríos
indígenas, -de palmas, troncos y bejucos- sede del Cacique de Payán, llamados
“Pupayam”, nombre que adoptaron los españoles para la ciudad fundada donde resolvieron
prontamente sentar plaza. Allí instalaron por primera vez su cuartel militar,
ubicado en el sitio que hoy conocemos como “La loma del Azafate”. Por lo que,
la fecha preferida por historiadores y cronistas como fecha de fundación de la
ciudad seguirá en discusión, porque ese día también, se llevó a cabo la primera
misa cantada del poblado, a cargo del capellán de sus tropas, presbítero García Sánchez, en un humilde Templo levantado
como Catedral sobre el costado sur de la futura plaza.
El caserío que fue
refundado en 1537 aún cuenta con retazos de arquitectura colonial y religiosa que
ha prevalecido pese a los terremotos. Y predomina, aunque los inmisericordes
devastadores de la zona céntrica de Popayán la demuelan a diario. Esta bella, entre las bellas ciudades de
Colombia, se reconoce no solo como la capital del Cauca, sino por el
color de sus caserones, casas y edificaciones que blanquean su arquitectura
colonial designándola como la “Ciudad Blanca”.
La razón
se remonta a hace más de 200 años, cuando a causa de una epidemia causada por un
insecto “familiar” llamado 'nigua', que, según registros históricos, se metía
entre los dedos de los pies de la gente, provocándoles infecciones de agradable
hormigueo e irritación
de la piel que inducía el deseo de rascarse en las piedras y ladrillos de las
esquinas de las casas, hasta sacarse sangre. Cuentan que era tal la inflamación
de los dedos que hacía que quienes las padecían caminaran como “patojos” (loros)
de donde proviene el sobre nombre de los lugareños por su balanceo al caminar adoloridos.
En consecuencia, se dice que las autoridades de la época decidieron cubrir y
pintar todas las fachadas de las casas con cal viva, presentándola como uno de
los mejores bactericidas para desinfectar, ya que decían que esta servía
para matar la "bacteria", la que después de varios años lograron
erradicarla.
Después
del terremoto de 1983, al reconstruir las casas, en especial la parte de la
arquitectura del sector colonial de Popayán, se descubrió que en otras épocas las
edificaciones habían sido enlucidas con picarescos dibujos -adornos en colores-
y con zócalos en sus muros. Pues, el sistema
de zócalo representaba un elemento fundamental para proteger la parte
inferior de los muros de los golpes, de las abrasiones y las salpicaduras del
agua y el lodo, para esconder eventuales irregularidades o imperfecciones
presentes entre la pared y el suelo. Hasta mediados del siglo pasado, los
pintores de brocha gorda encargados del enlucimiento de las paredes, usaron el
método en la vida antigua del “homo popayanensis”, consistente en la piola
templada y humedecida de color ocre oscuro que, al soltarla marcaba la línea en
la altura precisa para pintar con uniformidad el zócalo.
Civilidad: Escribir
el sacudón nostálgico del pozo de olvido.
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