Buscar en El Viejo Farol

sábado, 16 de julio de 2022

La picaresca popayaneja

 

La fundación de este poblado que crecería para ser Popayán, fue un proceso que tuvo dos instancias o momentos. Porque la existencia de nuestra ciudad ya ha sido suficientemente referida y analizada por los estudiosos de la historia, pero poco se ha escrito sobre los episodios aquí narrados. El primero fue el teniente Juan Ampudia enviado por el capitán Sebastián (Moyano) de Benalcázar desde Quito para precederlo en el descubrimiento, conquista y para poblar este país, arribando al Valle de Pubén el 15 de diciembre de 1536. El segundo momento fue un año después, cuando Benalcázar pasaba hacia el norte de Colombia, decidió trasladar a esta Villa al sitio escogido por él y, que fue precisamente en los bohíos abandonados de Pubén de los aborígenes, dándose así la oficialización en forma personal de la fundación el 13 de enero de 1537 de la ciudad de Popayán, poniéndola bajo la protección de Nuestra Señora del Reposo o del Tránsito.

Ciertamente, un año antes, (24 de diciembre de 1536) el teniente Juan de Ampudia,  había llegado al mando de una excursión enviada por el Sebastián (Moyano) de Benalcázar y, al contemplar con los expedicionarios blancos el hermoso Valle de Pubén y observando el reducido poblado que habitaban sus naturales, en el lugar donde hoy se encuentra "la Ciudad Blanca", vio los dos albergues o caseríos indígenas, -de palmas, troncos y bejucos- sede del Cacique de Payán, llamados “Pupayam”, nombre que adoptaron los españoles para la ciudad fundada donde resolvieron prontamente sentar plaza. Allí instalaron por primera vez su cuartel militar, ubicado en el sitio que hoy conocemos como “La loma del Azafate”. Por lo que, la fecha preferida por historiadores y cronistas como fecha de fundación de la ciudad seguirá en discusión, porque ese día también, se llevó a cabo la primera misa cantada del poblado, a cargo del capellán de sus tropas, presbítero García Sánchez, en un humilde Templo levantado como Catedral sobre el costado sur de la futura plaza.  

El caserío que fue refundado en 1537 aún cuenta con retazos de arquitectura colonial y religiosa que ha prevalecido pese a los terremotos. Y predomina, aunque los inmisericordes devastadores de la zona céntrica de Popayán la demuelan a diario.  Esta bella, entre las bellas ciudades de Colombia, se reconoce no solo como la capital del Cauca, sino por el color de sus caserones, casas y edificaciones que blanquean su arquitectura colonial designándola como la “Ciudad Blanca”.

La razón se remonta a hace más de 200 años, cuando a causa de una epidemia causada por un insecto “familiar” llamado 'nigua', que, según registros históricos, se metía entre los dedos de los pies de la gente, provocándoles infecciones de agradable hormigueo e irritación de la piel que inducía el deseo de rascarse en las piedras y ladrillos de las esquinas de las casas, hasta sacarse sangre. Cuentan que era tal la inflamación de los dedos que hacía que quienes las padecían caminaran como “patojos” (loros) de donde proviene el sobre nombre de los lugareños por su balanceo al caminar adoloridos. En consecuencia, se dice que las autoridades de la época decidieron cubrir y pintar todas las fachadas de las casas con cal viva, presentándola como uno de los mejores bactericidas para desinfectar, ya que decían que esta servía para matar la "bacteria", la que después de varios años lograron erradicarla.

Después del terremoto de 1983, al reconstruir las casas, en especial la parte de la arquitectura del sector colonial de Popayán, se descubrió que en otras épocas las edificaciones habían sido enlucidas con picarescos dibujos -adornos en colores- y con zócalos en sus muros. Pues, el sistema de zócalo representaba un elemento fundamental para proteger la parte inferior de los muros de los golpes, de las abrasiones y las salpicaduras del agua y el lodo, para esconder eventuales irregularidades o imperfecciones presentes entre la pared y el suelo. Hasta mediados del siglo pasado, los pintores de brocha gorda encargados del enlucimiento de las paredes, usaron el método en la vida antigua del “homo popayanensis”, consistente en la piola templada y humedecida de color ocre oscuro que, al soltarla marcaba la línea en la altura precisa para pintar con uniformidad el zócalo.

Civilidad: Escribir el sacudón nostálgico del pozo de olvido.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario