“Vino
de la esperanza que alienta en todos los pechos y llegó por medio de la fe que
nos trajera España. Como a colonial se le llama El Amo, pero no es, como lo
fueron los amos blancos, ni déspota, ni rico, ni aristócrata, ni explotador. No
es tampoco el jefe en lo político pues si los liberales lo llaman suyo, los
conservadores dicen otro tanto. Su morada no se alza en calles orgullosas, sino
se emplaza en los suburbios. Su actitud es humilde, cuasi doblada, igual ante
el que siente descender de amarillos pergaminos que ante el labriego: frente a
la ilustre dama o a la mujer del pueblo: al sacerdote o al soldado: al turista
protestante o al viajero católico.
Más
a pesar de tan extrañas cualidades, o a causa de ellas mismas, es El Amo, tan
poderoso que así lo llaman todos. Es la protección, es la ternura, es el
pasado, sostiene el presente, trama el porvenir, da la alegría, alivia el peso
de las conciencias y hace menor el daño de los corazones. Pero si es el mismo
corazón de este grupo que lo tiene por jefe.
Amo
Jesús al que el amor del pueblo levantó un palio, cambió la caña infamante por
cetro de oro, la truncada columna por escabel de plata repujada, el burdo manto
esclavina de rica tela bordada y la soga en cordón de hilos de oro.
El
Amo sin el cual las procesiones célebres de la Semana Santa no tendrían brillo.
El Amo que baja de su iglesia-castillo a hombros de sus seguidores por las
curvas y gradas de los empedrados “quingos” de Belén y se mezcla con su pueblo
en un lento desfile que enmarcan las ofrendas de llamas, cuando amenaza la
calamidad o se rememora la pasión.
Es
El Amo, que se va entre el amor de los estudiantes y forasteros de tantos
sitios de Colombia identificándose en el recuerdo con su ciudad acogedora, como
entre aquellos que nacieron aquí, a la vista del Puracé humeante, está
identificado con sus vidas que acompaña y preside. Amo de la democracia, de la
esperanza y del amor. Amo del pueblo”.
La manifestación del
Primero de Mayo celebra desde finales de la década de los años 40, la fiesta
Internacional del trabajo, que según parece
es única en el mundo, con la procesión
multitudinaria al Amo Ecce Homo, que si bien es cierto a primera vista, podría
interpretarse como una típica ceremonia religiosa; entre la congregación de
fieles, constituye una inequívoca expresión de clase y una contundente expresión
de fuerza social, surgida en los años de represión y de violencia política que
rodearon el asesinato del líder Jorge Eliecer Gaitán.
Desde
entonces, este desfile popular nunca ha tenido interrupciones. Este año, como
el anterior, han sido la excepción, en virtud de la pandemia Covid-19 que
devasta a la humanidad. Como creyentes, desde nuestro confinamiento elevemos la
Plegaria al Santo Ecce Homo, que inicia diciendo: “Detén ¡Oh Dios benigno! Tu
azote poderoso y calma bondadoso tu justa indignación/ Perdónanos y olvida que
te hemos ofendido y que hemos afligido tu amante corazón/
Tomé
de mi biblioteca, la parte del escrito en comillas, editado hace 68 años por
Gregorio Hernández de Alba.
Civilidad:
Una
Rogativa (oración pública) al Santo Ecce Homo por la disminución de la pobreza
y por la salud del mundo.
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