Escribo desde mi confinamiento, conmovido y muy preocupado, sobre la agitación social, que como lluvias mil, transitan caminos de invierno sin escampaderos. Masivas aglomeraciones, graves disturbios en serie se originaron y, se propagaron a todas las regiones de mi patria adolorida, con mayor impacto en las principales ciudades. Finalizando el mes, aparecieron varios focos de violencia, saqueos y disturbios a lo largo del país. La turbamulta llegando de la pobreza no se detuvo ante nada, alteraron la normalidad social, pretendiendo por esa tempestuosa vía hacer escuchar sus múltiples demandas.
Lejos estoy de señalar culpables de los acontecimientos. Pues,
la realidad histórica de este país, tiene un conjunto de acontecimientos
introducidos en un cajón sin llave, donde cada quien encontrará lo que quiere. Colombia
lleva setenta y tres años transitando duros caminos, de agonía y muerte,
cargando sobre nuestras espaldas una terrible frustración. No hay que voltear
patas arriba a mi patria para ponerla andar con los pies del pueblo que sigue
escribiendo la historia. Los tambores juveniles de hoy, retumban pidiendo cambios
estructurales.
Truena fuerte y llueve mucho. Sin duda, hay perturbación del
orden público que sobrepasa las capacidades de las fuerzas policiales. Se descarriló
el miedo histórico al referir nuestra propia historia. Se perdió el miedo,
prefiriendo morir diez años antes, que vivirlos en la pobreza. Discutir conversaciones
fructíferas es muy dificil con el estómago vacío, pues este no tiene orejas. Y
recurrir a bucear las intimidades más dramáticas en que vive el pueblo colombiano,
no era oportuno. La reforma tributaria preparada para compartir el pastel
institucionalizando la brecha social entre ricos y pobres, es otro golpe bajo, en
tiempos de crisis generada por la pandemia.
Es impopular tratar de equilibrar la situación fiscal a
expensas de la clase “sándwich”. Es echarle leña al fuego, aumentándole fortunas
a los amparados con el crecimiento económico de la nación, en ausencia de
impuestos para sus grandes ganancias. El país está fracturado, no solo por la
división económica y social. La salud, las pensiones, la educación, reflejan
el daño profundo en la población. Antes del confinamiento, la gente pasaba
hambre; ahora, la pandemia y las cargas impositivas debilitan la democracia.
“El palo no está para
hacer cucharas”. Se creó un malestar civil que logró sacar el pueblo a las
calles. Fue el propio gobierno, con el ex ministro Alberto
Carrasquilla, quien, siendo un hombre inteligente, nos convirtió en víctimas de
su propia inteligencia. Subir impuestos y ampliar la base de quienes tributan
en medio de la devastadora crisis socioeconómica, la pobreza y la corrupción, es
un coctel molotov para convertir a los policías en teas humanas. Se irrigó la indignación como el fuego porque afecta
a la clase media y a los sectores menos favorecidos del país. El gobierno se enconchó
con una cascada de impuestos y, ahora la sociedad enardecida, exige el cambio
de modelo económico que existe desde finales de
los 60, cuyo desempeño económico ha sido mediocre para calificarlo
generosamente y, que solo ha servido para cultivar la alta desigualdad
social.
En cuanto a la política partidista, la militancia
estable y disciplinada, se dispersó de los partidos haciendo desaparecer la
posibilidad de seguir fielmente a líderes carismáticos, pasando de una
organización a otra, dependiendo de los intereses inmediatos. Ese traspié, dio paso
para que la izquierda abriera la puerta a cualquier tipo de expresión política,
social o económica aumentando ese tipo de tendencia. De allí que Gustavo Petro, experto en pescar en río revuelto, se
favorece con la subienda. Está demostrado que, la reforma tributaria como
pretendían aprobarla, por donde se mire, conlleva a la injusticia, al
desequilibrio, a la afectación personal y patrimonial con incalculable costo
político que será definitivo en las próximas elecciones presidenciales.
Civilidad: El hambre excita la chispa, la llenura adormece.
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