Cuando
retornábamos a Popayán, el tic-tac del reloj en la muñeca de mi mano punteaba
las tres de la tarde, de aquel tenebroso y fatídico lunes, 30 de septiembre de
1991. Ese día el cielo se tornaba sombrío, triste. El aire venteaba impasible y
frío. Atrás habíamos dejado el pequeño poblado de El Carmelo (Cajibío).
Era
época de agitación electoral, pues se aproximaba la elección para gobernadores.
Nuestro grupo político apoyaba integralmente al candidato Temístocles Ortega
Narváez, abogado, oriundo de la pequeña población de Mercaderes, al sur del
Cauca. Hombre inteligente y bien preparado de clase humilde, hijo de
campesinos, excelente orador, y muy capaz. Mereced a su superación, había
logrado ocupar cargos de representación popular y altas posiciones del Estado,
hoy Senador de la república.
Estábamos
acostumbrados a largas y agotadoras jornadas desde el amanecer, hasta altas horas
de la noche. Hacía pocas horas habíamos recorrido casi la totalidad de veredas
de Tierradentro, haciendo pedagogía de paz en esa zona inhóspita, escabrosa
donde el tristemente célebre Manuel Marulanda Vélez, “Tiro fijo”, había producido
años atrás una masacre que había conmovido a Colombia.
Habíamos
andado unos pocos kilómetros, cuando el senador Aurelio Iragorri H, tomó el
micrófono del radioteléfono ´Yaesu´ (predecesor del celular) para hablar con su
esposa Diana, informándole que estábamos de regreso, era su costumbre para
tranquilidad de su familia, pues los riesgos eran altos. Al senador no solo lo
caracterizaba su don de gentes, sino su gran facilidad de adaptarse a cualquier
contertulio por lo que, durante sus recorridos en las giras políticas, mantenía
repetidas y amenas conversaciones. Era fluido y lleno de anécdotas que lo
hacían agradable. Premonitoria esa oscura y aciaga tarde septembrina, porque
estuvo parco en el hablar. “Parece que va a llover, vámonos”, dijo el Doctor
Iragorri y, seguimos el camino.
En
el Trooper, viajábamos siete personas: el senador Iragorri quien lo conducía; acompañando
en el puesto delantero del narrador de este testimonio. A la espada del
senador, Alirio de Jesús (q.e.p.d); Eliecer Cerón; Jairo Valencia ex alcalde de
Cajibío; un N.N, infrecuente personaje recién reinsertado del M-19 y en la parte
trasera Horacio Morcillo presidente de las juventudes liberales.
Pasábamos
la vereda “La Primavera”, por un verde y nocivo bosque de pino, al lado y lado
de la vía, cuando sorpresivamente nos llovieron partículas de vidrios, junto
con feroces ráfagas de proyectiles. Vidrios, agua, y balas confundidos en un
traqueteo indescriptible. No podría
calcular el tiempo transcurrido, pero me pareció una eternidad. Los tiros chirriaban
en la carrocería del vehículo, volaban esquirlas metálicas revueltas con agua,
vidrios. Adentro del vehículo, la mudez contrastaba con la balacera. El Trooper
se bamboleaba de un lado a otro. El senador seguía manejando el vehículo;
agazapado, pues, apenas si estratégicamente se asomaba por el hueco- parabrisas,
conduciendo con gran pericia. Su corpulenta figura, acurrucado, maniobraba el
timón; su cara amoratada casi cianótica, ojos desorbitados, me hizo creer que estaba
mal herido.
Después
de tantos varios años, aún retumba en mis oídos semejante acto criminal que por
arrojo, valor y serenidad del Dr. Iragorri, sirvieron para que no llenaran de
plomo nuestra humanidad. Sin embargo, de
nuestro vehículo bajaron los cadáveres de Jairo Valencia y Horacio Morcillo y
herido Eliecer Cerón. De los dos vehículos de escoltas: un Willis carpado,
modelo 54, cinco policías masacrados y, del campero Nissan, bajaron dos agentes
del Das, uno herido y otro muerto. En total en ese sanguinario asalto, ocho
muertos y dos heridos. Facinerosos del ELN, hicieron brotar la sangre de
humildes hombres de la seguridad. No había duda alguna, su intención era
presionar los diálogos en Tlaxcala México.
Como
siempre, Colombia se estremeció y se alborotó durante tres días. Escándalo
político, conmoción nacional por la crueldad del asalto a manos de bandidos del
ELN que quisieron asesinar al Senador Aurelio Iragorri, que, de no haber sido
por la Providencia Divina, este cronista no estaría recordando estos apartes
sacados de mi libro “Cuentos Parroquiales para todo el mundo”.
Civilidad. Transcurridos
29 años, (2020-1991) la situación sigue de mal en peor. Un testimonio de vida y
muerte, es precisamente, septiembre negro
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