Ha llegado al final del camino
después de una larga vida. Su alma se recoge respetuosa en un éxtasis sublime.
Se ha ido al inmenso espacio sideral.
Trepó a la última cima, luchando contra el enemigo invisible del
planeta, después de haber logrado, mucho, poco o nada de lo que la gente
plantea ilusamente, pues los seres humanos no somos más que un soplo en nuestro
ciclo de vida. Trascender a otro plano hace parte de nuestro ciclo de la vida.
Sin embargo, en mi propia soledad, es difícil aceptarlo. Mi tristeza, me
permite empatizar con la congoja de sus familiares, creando apoyo y consuelo a
la desolación que nos embarga.
Siempre hablamos que iríamos a
la par en el camino, pero él tomó la delantera en ese espinoso sendero que es
imposible de dejar. No logramos despedirnos, pero siempre nos llevamos en el
corazón como hermanos, por eso es difícil asimilar su partida hacia la luz
celestial. Me consuela que, hasta sus últimos días di todo de mi por nuestra
amistad, al igual que él por mí.
Siempre que podía alimentaba
sus diálogos con recuerdos de nuestro pasado, de nuestra infancia, de nuestra
juventud, días felices, sin inhibir las amargas raíces de la desventura;
bebiendo en el cáliz del dolor, una agua turbia y salobre que devoraba sus
entrañas, pues en su vida nada fue fácil. Sabía sortear los silencios, para
hacer pausas e intervenir en el momento indicado para contar las adversidades
de su vida. A los dos meses de nacido había perdido a su madre. Tres ángeles
acompañaron su vida. Uno, su intangible madre que lo protegía. Y dos visibles. Mama Rosa que le dio su
crianza. Y el otro ángel que embelleció su vida, su bienamada esposa: doña Diana.
En su trasegar, nunca tuvo el
camino despejado, como el firmamento en una tarde de verano. Su vida fue un
prisma inconmensurable cuyos lados, refractando la luz del sol, se revistieron
de brillantes colores del iris. Pero, por la magnitud de las dificultades, se
diría que era un nudo formado por los dedos del Altísimo para unir el Cielo con
la Tierra. Solo el, supo decir a las generaciones, más que en sublimes
palabras, en su lenguaje articulado: promover el servicio al pueblo. Entre
nubes interpuestas ostentó su permanente ayuda a las gentes desvalidas de la
fortuna como un eco atronador de los vientos.
Concentrando de ese modo todas sus fuerzas, se preparó para la lid y,
lanza en derredor sus falanges de nubes, combatió sucesivamente contra espesas
columnas, como rápidos torrentes.
En ese decir y hacer, de
escollo en escollo, formó ilusorias figuras que ascendieron en el espacio: ya
un cóndor de gigantescas alas, duplicadas en la movible sombra que forman en la
plateada planicie del arenal; ya una cadena de fogosos en ademán de escalar. El
cuaderno histórico registra de trecho en trecho, algunos grupúsculos más o
menos caprichosos quienes en el porvenir, tendrán la nada fácil tarea de
recoger los aportes para construir acertadamente el futuro, tratando de emular
y enarbolar su figura cimera.
Sus amigos de siempre,
quedamos en el bullicio del siglo, calmos y solos, porque ante los cielos queda
su alma. Hemos de seguir en este ingrato suelo de amargura y de dolor.
Entrañable hermano y amigo:
¡sublime hasta en tu abatimiento como en los tiempos de tu gloria! Dichosos los
que te vieron en los días de tu grandeza. Tu figura elevada sobre las regiones
cual rayo, igual que tu austera virtud sobre las tempestades del odio y del
rencor, porque adentro de la persona que conocieron había una persona que no
conocieron.
J. Aurelio Iragorri Hormaza,
hombre de mil batallas, siempre victorioso. La última y única fallida fue de la
que nadie puede salir airoso. Gracias por enseñarnos a creer en las ideas y la
solidaridad. Gracias, por honrar la vida y la paz. Nunca te vimos huyendo
despavorido a la presencia del genio de las tormentas. Como el Cid Campeador,
tus triunfos fueron en medio de una atmósfera siempre luminosa. Hoy tu plateada cima, reducida en pesados
fragmentos, hace entrever un abismo sin fondo, rodeado de peñascos que amenazan
tu patria querida; sin embargo, te alzas con orgullo sobre cordilleras, valles
y ríos que cruzaste a pie y caballo ostentando tus deslumbrantes perfiles en
una curva en mil pedazos hendida, al solo amago del brazo del Altísimo.
Se cierra el libro de la
existencia física de Aurelio Iragorri Hormaza, pero queda abierto su legado
imperecedero. En Popayán, en cada rincón del Cauca y en Colombia, queda una
huella de su gestión.
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