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sábado, 29 de junio de 2019

El crítico y el criticón




Estas líneas para decir que hay algunos que se aprovechan de los espacios que les brindan para derrochar animadversión. Se me ocurre decir, que no disimulan la ira que los consume ni el afán protagónico que los alimenta. Transitan de la crítica al odio. Cabalgan de la insensatez a la indignación visceral, de la intolerancia a la tirria y de esta al desquite. Pienso que quienes así escriben para golpear a otro sin compasión, malgastan el tiempo, porque las ofensas y las críticas destructivas los deja como el perrito del logo de la Víctor.
Se les nota a leguas que tienen enquistado el resentimiento. Seguramente esas personas no pueden disfrutar del día a día, porque viven enganchadas a algo que les sucedió en el pasado. Destilan odio que los envenena, distorsionando la visión que se tiene del otro. Es tanto el rencor que conlleva al deseo de resarcimiento y por lo tanto, tienen sed de venganza.
Claro, todos en alguna ocasión, hemos criticado algo o a alguien alguna vez. Pero, mi referencia es sobre aquellos que abren la boca o escriben solo para criticar. Para quienes todo lo critican, en cuanto tienen la más mínima oportunidad. Paradójicamente, el exigente de oficio  es una persona frustrada con su propia vida, porque como profesional, como ex funcionario, nunca dejó huella y lleva una vida poco interesante. Esas personas normalmente no hacen nada, excepto juzgar y criticar a quienes sí hacen.
Por fortuna son  pocos. Poseen una disfunción emocional que se produce por tener rabia en lugar de serenidad. Es decir, aceptan que conviven con una ira convertida en su propio tormento.  Culpan a otro por haber causado sus males, reconociendo que contribuyó a generar tal situación. Son emociones negativas que aparecen cuando sienten que alguien se ha portado mal con ellos y se sienten lastimados.
Pero, del crítico al criticón hay un abismo. Quien critica algo o a alguien, de entrada se ubica en una posición de superioridad para ocultar su complejo de inferioridad. Lo que el criticón quiere, es simplemente, descalificar. Lo hace siempre para juzgar a los demás, pretendiendo que su opinión, vaya a infamar al otro.  En cambio, el que hace una crítica seria, se sabe y se certifica como experto para hacerla, porque evalúa tanto los aspectos negativos, como los  positivos de lo que está en análisis. Siempre lo anima un afán de mejora y por consiguiente, está despojado de ira al formular sus opiniones.     
Generalmente, quien mucho crítica, poco tiempo ha tenido para actuar, para crear, para hacer. El criticón es especialista en mirar y reprochar, pero no en tomar acciones por sí mismos, inclusive por miedo a ubicarse en el  centro de las miradas que puedan exponerlo a las críticas de los demás.
Los criticones se identifican fácilmente, pues, siempre están criticando algo o a alguien, porque cuando estuvieron adentro, fueron incapaces de hacer algo positivo.
Civilidad: la crítica pocas veces suma y,  hacerlo desde afuera, es fácil.



domingo, 23 de junio de 2019

Más carros que gente



No sabemos cuántos taxis, buses, busetas, camiones de servicio público, ni cuántos vehículos particulares, hay en promedio por habitante, para saber de buena tinta el despelote del flujo automotor en esta Bella Villa de Don Sebastián de Belalcázar. Pero, se nota, que hay exceso vehículos para tan angostas calles. La ciudad no fue ideada para el tráfico vehicular que hoy circula. Hay descompensación entre el espacio dedicado a los vehículos y el número de usuarios de vehículos. Los carros aumentaron rápidamente, en tanto que la las vías son las mismas. Además, las estrecharon, para beneficio de los de a pié, pero insensatos conductores sin control, aparcan donde les da la real…




La situación se agrava por la irresponsable actitud de conductores de servicio público, particular y de camionetas blindadas oficiales que, en contorno al parque de Caldas, se estacionan durante horas y horas.
Capítulo aparte merecen las motocicletas que se han convertido en la mayor causa de accidentes de tránsito y de muertos en la vía. En Popayán, la muerte viaja en moto y, lo más preocupante es que cada día se incrementa sin que las autoridades hayan podido reglamentar este medio de transporte. El crecimiento casi exponencial de las motos, nace de los pocos requisitos y controles a la hora de montarse en un aparato de esos. Además, se disparó la demanda de motos que amenaza la seguridad y la salud de los payaneses por la falta de controles y, porque el servicio de taxis y colectivos, es pésimo.  El ingrediente que saca de quicio a los usuarios es que, los taxistas se “pinchan”, haciéndose rogar cuando llueve, volviéndose inconseguibles. Y, en buen tiempo, ruedan, voltean, estorbando por doquier; en ocasiones se niegan a prestar el servicio para los habitantes residentes en barrios periféricos.

Grave el problema del mal parqueo de vehículos en las calles de la ciudad. Es un “mal” que no tiene cura. A cualquier hora y en toda la ciudad, perturban a los transeúntes al tener que bajarse del andén arriesgando sus vidas. Estacionan vehículos al lado y lado de la vía y en zonas peatonales, porque teniendo dinero para comprar sus vehículos, no tienen para pagar parqueaderos públicos.

Popayán se convirtió en el más grande parqueadero de Colombia. Por ello, la “Ciudad Blanca”, es un despelote, no solo en el centro histórico. Por todas partes, calles y avenidas, hay inconformidad entre la ciudadanía.  Es tanto el estrés y la angustia para circular que, ya empiezan a ver con buenos ojos la medida de peatonalizar la ciudad, a fin de aliviar la triste realidad. En Popayán se vive el problema común de: congestión, contaminación, pérdida de identidad del marco histórico, ruido, problemas de seguridad vial y costos de congestión, que se traducen en tiempo y dinero. Lo anterior, obliga a realizar intervenciones de peatonalización permanentes o temporales, permitiendo que el espacio ocupado por los vehículos sea habilitado para el paso de peatones. 
Por último, como los comportamientos de las personas tienen una base cultural, es necesario realizar cruzadas para enseñar que, dentro de la corresponsabilidad, el comportamiento personal se identifica como parte de la solución.

Civilidad: Peatonalizar, es motivo de reacciones, desde la aceptación absoluta hasta el rechazo, pero explicando y aplicando medidas que conduzcan a una movilidad sostenible, será posible.  



martes, 18 de junio de 2019

Desde las alturas de la Corte





Desde las alturas de la Corte


Colombia ya no es oficialmente el país del Sagrado Corazón de Jesús, porque la Honorable Corte Constitucional precisó que iba contra de la libertad de cultos y la igualdad, fallando en contra de las mayorías innegables de la fe católica.  Colombia hoy tiene más de 3.600 iglesias explotando la fe.

 Es la misma Corte que acaba de fallar en contra del artículo 33 y 140 de la ley 1801 de 2016 del Código de Policía Nacional, que establece la prohibición de consumo de alcohol o sustancias psicoactivas en espacio público, normativa con la que el presidente Iván Duque pretendía acabar el consumo de droga en el territorio nacional y que en su momento fue criticado. Respetamos las decisiones de las altas Cortes, gústenos o no, porque aprendimos en la juventud a respetar las instituciones y las ramas del poder: ejecutivo, legislativo y judicial, y en la vejez a defenderlas. Pero, ello no me impide como ciudadano crítico, registrar mi punto de vista.  
El cargo principal de la demandante, consiste en que hay una vulneración de los derechos constitucionales previstos en la Constitución Nacional en los artículos 16, que prevé en libre desarrollo de la personalidad, que dispone el derecho colectivo al uso común del espacio público. Esta absurda hipótesis, no fue descabellada para los magistrados del alto tribunal, decidiendo tumbar tales normativas, afirmando: “La Corte encuentra que esta prohibición del Código Nacional de Policía no es razonable (…) invierte el principio de libertad e incluye en la prohibición casos para los que no es idóneo, puesto que no hay ni siquiera riesgo de que se afecte los bienes protegidos, porque existen otros medios de la policía para lograr los mismos fines”.
Así que, la Corte Constitucional no le dio un golpe a la política del Gobierno, que buscaba ponerle freno al consumo de drogas en las calles. A quien le propinó un duro tiestazo fue a la sociedad civil. Sociedad civil que incluye a niños, jóvenes, mujeres, tercera edad, periodistas, deportistas, amas de casa, obreros, empresarios, campesinos, maestros, estudiantes, académicos, cooperativistas, o sea, comunidad en general. La Corte se salió de madre, al fallar a favor de las minorías y en contra de las mayorías.
Afectaron a quienes nos sometemos al imperio de la Constitución y la ley, a quienes todavía creemos que uno de los pilares de la democracia constitucional moderna es la independencia judicial. Le dieron la espalda a la sociedad, desviando a los usuarios de las canchas sintéticas, a los niños y jóvenes que no pueden utilizarlas, porque desde sus alturas, no alcanzan a divisar que, en escenarios deportivos y, en el parque de Caldas, -sala de recibo de Popayán- ahora son templos para drogadictos. Tampoco, vecinos de otros parques de Popayán no podrán congregarse en las noches a charlar por temor a ser atracados y ver a los malos referentes, a los consumidores de alucinógenos. Y, el puente del “Humilladero” continuará convertido en el club del incienso exclusivo para viciosos autorizados por la Corte.   
Civilidad: Constitución colombiana, colcha de retazos convertida en un “código funesto” con fallos “progresistas” que descuadernan al país ¿Hacia dónde vamos?

domingo, 9 de junio de 2019

Pastillas de Carreño




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Si hiciéramos una encuesta para conocer qué tanto conocimiento tenemos en Popayán sobre quien era Manuel Antonio Carreño, muchos responderían “no sabe” y otro tanto, “no responde”. En igual sentido, sobre el “El Manual de Urbanidad”. De allí la necesidad de la asignatura de Urbanidad, para contrarrestar la vulgaridad rampante que nos agobia, así como la falta de solidaridad que reina en todo lugar, y que se manifiesta hasta en normas elementales, como no ceder una silla a las embarazadas, ancianos y discapacitados.
El texto de Urbanidad era uno de los libros más usados en la enseñanza hace 50 años. Muchos años, ¿verdad? Pues, algunas de esas normas de tiempos idos, hoy en día parecen curiosas y anacrónicas para la convivencia en la ciudad. Con la velocidad con que vivimos, hablar del "Manual de Urbanidad y buenas maneras" de Manuel Antonio Carreño, es para muchos un libro pasado de moda, una reliquia de la antigüedad. Cito una sola píldora del libro de Carreño: honrar a los mayores en edaddignidad y gobierno”.
El libro tiene valiosas enseñanzas, pues contra lo que algunos creen, si reimplantaran la Urbanidad, la sociedad cambiaría. En qué quedaron los deberes morales del hombre, en donde desarrolla las obligaciones para con Dios, para con la sociedad, para con nuestros padres, para con la Patria, para con nuestros semejantes y para con nosotros mismos, puesto que "el hecho de formar parte del género humano ya nos compromete a esos deberes".
Aunque no me considero un purista anticuado o intolerante, me sobrecoge oír conversaciones como la siguiente:
- Huevón, ¿fuiste al concierto?
- Si Marica.
- Que te pareció Porno motora?
- Una chimba huevón.
- Marica, a mí también me gustó un resto, estuvo la verga parce.
Es decir, hicimos tránsito de los ritos de la buena educación y buenos modales a la vulgaridad. 
En estos tiempos de tanta corrupción, debemos proteger la restauración de algunas de las normas que preconizó el docente y venezolano Manuel Antonio Carreño. Rescatar muchas de sus pautas de urbanidad, las cuales son el resultado de siglos de civilización y que apuntan a mejorar la convivencia.
Aprendimos a estudiar, a trabajar, a crecer económicamente y a cumplir nuestras metas personales. Hablamos de competitividad porque siempre queremos progresar. Pedimos respeto de los demás; sin embargo, no sabemos convivir entre la gente, ni mucho menos toleramos a quien opina de una forma contraria a la nuestra. Siempre estamos predispuestos a la agresividad. Cada vez nos odiamos más. ¿Estoy equivocado al decir que, es más inteligente vivir en un mundo fraternal, sin tanto repudio por el que piensa distinto a nosotros?
Todos los días pasamos de una pelea a otra, con lo cual perdemos nuestra tranquilidad. Aquel que piense diferente a nosotros, de inmediato se convierte en una amenaza potencial. Hay ‘matoneo’ en los colegios, riñas callejeras, violencia intrafamiliar, manipulación en temas políticos, jurídicos… En fin, el uso del miedo, el radicalismo y la estigmatización, impiden que la paz se consolide.
Civilidad: No basta ser dialogante en esta sociedad polarizada con tantas divisiones absurdas e irreales.


martes, 4 de junio de 2019

De talla presidencial




El estilo de las anécdotas históricas, no es un genero menor. En mi caso, que no soy historiador, como aficcionado, me propongo acercar la historia. Por ello, en pequeñas pildoras en este escrito, concentro una información sobre hechos y personajes como coleccionista de anécdotas históricas de hace muchas décadas. Como columnista  cuento a la gente cosas que le pasa a la gente; lo que me lleva a narrar estos hechos de mucho tiempo atrás.
Mi relato se inicia un día cualquiera de 1949, época de la violencia política que estremecia a Colombia. Período que se dio durante el siglo XX, en que hubo confrontaciones entre seguidores del Partido Liberal y el Partido Conservador que, sin haberse declarado una guerra civil, se caracterizó por ser extremadamente violento, incluyendo asesinatos, agresiones, persecuciones, destrucción de la propiedad privada y terrorismo por la afiliación política.
En esos aciagos días, viajaban el doctor Francisco José Chaux Ferrer, su esposa Leonor Villamil de Chaux, y un niño de apenas seis años, en el automovil, conducido por Leonel Guzmán.  Habían salido de regreso de su finca “Elechaux” hacia la ciudad de Popayán.  Al pasar  un poco más adelante del “paso a nivel” que en aquella época era el cruce o intersección al mismo nivel de la vía férrea (ferrocarril del Pacífico) y la carretera (donde hoy desemboca la calle de la iglesia la “Milagrosa”, frente al Hospital San José) Allí en ese lugar, donde tenía prioridad el  tren, apareció embistiendo con la fuerza de inercia al automovil, una enorme volqueta de color amarillo, marcadas las puertas con las siglas MOP,  abreviando Ministerio de Obras Publicas y no Mariano Ospina Pérez, que era el presidente de Colombia de aquel entonces.
La ferocidad y altanería del conductor oficial, de apellido Palta, quedaron marcados en la arrugada memoria, de manera irrevocable como un atentado contra la figura más destacada durante muchos años. Era, contra el jefe, no solo regional sino nacional del partido liberal. Gozaba el Dr. Francisco José Chaux Ferrer, de una figura imponente, don de gente, con una vida muy activa en la política, acompañado en todo momento de gran señorío; gestor de leyes que dieron paso al periodo progresista a Colombia. Se trataba de un intelectual, instruido no solo en temas de la política, sino en literatura e historia universal. En síntesis, un hombre de talla presidencial.
Por eso en esa maldita hora, veo a los personajes del accidente automovilistico. Al agresor blandiendo un puñal, desenfrenado, en estado de ebriedad y, perdida la conciencia, ofendiendo con expresiones de alto calibre al Dr. Francisco José Chaux, quien con coraje y sin ausencia de miedo; como todo un señor, sin perder la calma, mantuvo pie firme, sin caer en el insulto.
Fue tal la agresión, que hizo descender del vehículo a la respetable señora Leonor Villamil de Chaux, quien armada de valor, arriesgando su propia vida, retó al provocador, disuadiéndolo de amenazar a su esposo para que el daño fuera para ella.  
Civilidad: Toda historia de manera personal, se convierte en una experiencia compartida.


Todo el mundo visita a Popayán, pero quien llegue a conocerla, nunca la podrá dejar



Hay miles de cosas que nos identifican como “patojos”, porque popayanejos, es un gentilicio que usábamos los nativos cuando las diferencias sociales eran muy marcadas. Hoy somos iguales porque, todos somos Popayán, orgullosamente “patojos”. Antes decíamos: “patojo” que se respete, tuvo niguas en sus desnudos pies. Hoy raizal o fuereño las llevamos en el corazón. Algunos fuereños llegaron de paso, pero se quedaron para siempre, amándola hasta superar con creces el sentido de pertenencia de los natales. Tanto que, en su imaginario, buscan piedras y ladrillos al sentir el deseo de rascarse los pies.


Entonces, ser “patojo”, no es haber nacido en Popayán, también lo es, quien adopta el honorífico título a fuerza de las costumbres, el sentimiento, las tradiciones, los recuerdos entrañables y los lazos intangibles a partir del diario vivir en familia, en la escuela, o en cualquier barrio de la ciudad.
Ser “patojo”, es: rezar la plegaria al Santo Ecce Homo: “Detén ¡oh Dios benigno! tu azote poderoso y…”, rogando calmar las tempestades; es respetar esas reglas de Urbanidad que nos enseñaron con el librito de Manuel Antonio Carreño, el buenazo profesor Arévalo y otros tantos Maestros, con mayúscula; es sentir la “piel de gallina” al escuchar las notas musicales de: “El Sotareño”, “El Regreso”, “Feria de Popayán”…, sintiendo agrandado el corazón y achiquitado lo demás. Es, ser poeta o hijo de poeta.
Ser “Patojo”, es: deleitarse con la comida payanesa: pipianes, ternero nonato, rellena, envueltos de maíz, de choclo; carantanta, tortilla, envuelto, sango; indios y archuchas rellenas… y todas esas viandas exquisitas de la A hasta la Z de nuestra tradición culinaria. Ser “patojo”, es: pedir chuspa o papel aluminio para llevar pastel de las fiestas. Ser “patojo”, es: ir a ver la llegada y salida del avión, que junto con la escalera eléctrica y el paso de los carros en el puente “deprimido”, son eventos únicos en Popayán.
Ser “patojo” es: Tertuliar todo el año de la Semana Santa, creer hasta en los rejos de las campanas; pero también, colgar matas de sábila en el portón, hacer riegos los viernes con ruda, artemisa… para ahuyentar las malas energías. Es cargar en el bolsillo trasero, billetera con la estampita del “Amo”, peineta y pañuelo como lo enseñaron en la escuela.
Ser “patojo”, es hacer cola para comer chontaduros en las esquinas, interrumpiendo el tráfico; es hacerse invitar como “periodista” a todos los eventos para engullir pasa bocas, diciendo, “es que esto no se ve todos los días”. Es, llegar a casa con “un pararrayos”, “chuleta de pobre”, cuando aterriza a la madrugada. Y a la hora de pagar, regatear pidiendo rebaja o la ñapa.
Ser patojo es: asistir a eventos públicos “de agache”, o con boletas de cortesía; es hacer bolitas de jabón sobrante recordando las de jabón de la tierra envueltas en cincho de hoja de plátano.
Por último, a todo “patojo” raizal, en su dulce infancia, lo peinaron con agua de linaza; le dieron frascos tras frascos de bacalao; lo purgaron con aceite de ricino, zumo de la yerba sagrada: verbena. ¡Patojo admirable, nace con chispa patoja! Y san se acabó.