“Algo va a pasar y no es nada bueno”. Fue el presentimiento de mi
adorada madre ¡Y pasó! Era la 1 y 30 de la tarde de aquel viernes 9 de
abril de 1948 cuando se escuchó en Popayán: “mataron a Gaitán”.
No sé por qué a esa hora habíamos ido a la galería, ubicada en el
centro de Popayán, exactamente donde hoy “se mueve” el Centro Comercial
“Anarkos”, pues la costumbre era ir a mercar a las 6 a.m., cuando
llegaban las “marchantas” para no comprarle a las “revendedoras” los
productos del campo.
Noté la angustia de mi madre al tomarme con rudeza de la mano para
salir empujando el canasto en el otro brazo contra la turbamulta que se
apilonó frente a la edificación de dos pisos, que por aquellas calendas
eran pocos en Popayán. En lo alto, el edificio lucía un aviso en
concreto que se leía: “Edificio Masordoñez”. Creo entender que se
trataba del emporio económico de los hermanos Ordoñez, de gruesa
contextura, y de pensamiento conservador, cuyo partido político
tradicional de Colombia había sido creado formalmente el 4 de octubre de
1849 por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro.
El vandalismo se había tomado la ciudad. La enardecida muchedumbre se
apoderó e incendió esa edificación como símbolo de la hegemonía
conservadora, lanzando de los bellos balcones toda clase de muebles:
escritorios, sillas, y cajas de caudales desde donde “volaban” billetes y
monedas que en montonera recogían en medio de la gritería y de las
llamas como producto de la combustión de materiales inflamables.
Era el inicio de un proceso revolucionario. Había una escena
revolucionaria. Sin duda se presentaron toda clase de acciones y de
encadenamientos a los que puede darse por su composición, el nombre de
proceso. Es lo que ahora denominan: técnicas de toma del poder, formas
específicas de conflictos, formas de manifestación, tipos de relación
entre los poderes y la calle. La revolución justamente, consiste,
primeramente en eso: la proliferación de lo político. Tiempo en el cual,
“todo es política”.
Habían asesinado a un hombre muy importante. “Que lo mató la CIA, que
lo mató el Gobierno, que lo mataron los conservadores, que lo mataron
los comunistas, que lo mataron los Estados Unidos”… Lo cierto es que
mataron a quien la mayoría de los sectores más pobres veían como su
esperanza política en Colombia para reducir la desigualdad social.
Han pasado setenta años del grito del caudillo Jorge Eliecer Gaitán:
“Por la restauración moral y democrática de la República: “a la carga”. Y
otra frase a manera de pronóstico: “Ninguna mano del pueblo se
levantará contra mí y la oligarquía no me mata, porque sabe que si lo
hace el país se vuelca y las aguas demorarán cincuenta años en regresar a
su nivel normal.”
Desde aquella tarde del terrible episodio que dejó cien mil muertos,
aún hoy, mi memoria de infancia, me hace recordar que, “todo es
política”, un negocio con el que se distraen las élites y entretienen al
pueblo en épocas de fiesta electoral. Cambia de manos el poder, pero no
cambiado nada.
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