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sábado, 14 de septiembre de 2024

Dónde lo quito, donde lo pongo

 


En escrito anterior, hice alusión a la narración que es más leyenda que comprobación de hechos. Quienes opinamos, muy pronto quisiéramos pasar de lo que se dice a lo que sucede en la realidad. Por eso, hoy pasando de la mera palabra, a los hechos, repaso para ver la realidad. La narración de hoy, tuvo una historia, una visión, tuvo una época, con otro tipo de sociedad. Ahora, es otra la conciencia ciudadana.

En la cúspide de “El Morro”, ya no están otra vez, el caballo de sangre mora con la figura del supuesto fundador de la ciudad. Tampoco está la estación ferroviaria. Solo al pie de la colina quedan los tejados pardo oscuros guardando las reliquias y los antiguos nombres perdidos en el olvido. Las blancas torres y las rectas calles como lo quisieron nuestros antecesores en tiempos reposados y discretos. Que se hicieron las propiedades y poderes, de aquellos hombres que construyeron aquellas casas señoriales, con escudo de armas en la fachada con todas las comodidades propias de que gozaban los señores de la tierra y los amos del trabajo. Que fue del linaje y nobleza, de portalones pétreos, amplios zaguanes, caballerizas, fachadas adinteladas y de patios enclaustrados, construidos al “modo España”, con pozos y desagüe para las aguas, con laboriosos capiteles tallados y frescura en las sombras, para las ardientes tardes del verano pubentino ¡Solo queda el cuento!

Testigo vivo soy de la grandeza y la importancia que supuso el estatus social en aquella época del Popayán que se nos fue. Algunas casonas de amplios portalones y aldabones que ya no subsisten en el marco histórico de la ciudad en deterioro; algunas divididas entre varios locales y otras, ya desaparecidas, que hablaban de otros tiempos.

A finales del siglo XIX, aquellas élites aristócratas perdieron influencia y muchos marcharon a incipientes urbes. Aunque nunca se ha ido del todo, el sabor señorial y la historia, quedaron en esas casas, que ahora románticamente evoca la plebe del siglo XXI.

Han transcurrido cuatro años de haber sido derrocada la estatua de Sebastián de Belalcázar. Mañana 16 de septiembre, sin la reinstalación del patrimonio histórico tan discutido, diseñada por el escultor español Victorio Macho. Pero, ¿qué ha pasado? Nada…nadando como el Alkaseltzer, pal fondo y echando burbujas.  Don Sebas, continúa en los talleres de Invias, sin definir dónde será el nuevo destino. Hoy, es más fácil guardar que poner. Seguimos soñando con el alcalde. En tiempos lejanos, el poeta Guillermo Valencia, tuvo interés por ubicar dos efigies recordatorias del origen de la ciudad. La figura ecuestre de Sebastián de Belalcázar haciendo parte integral de la Plazoleta de la iglesia de San Francisco Y la otra, en honor al Cacique Pubén colocado en posición dominante en el Morro de Tulcán, evocando el ancestro pubenense.

Retrospectivamente, Juan Carlos Muñoz B, de candidato, soñaba con “rescatar a Popayán”. Salió elegido mayoritariamente, entre otros, con más aptitudes para cambiar el destino de la ciudad.  Pero, en tiempos tan agitados como el actual, la aptitud en la lentitud, es más valiosa que nunca.  Y, en la necesidad de reconocer con mayor precisión, si el alcalde cumple con todo lo prometido, podría convertirse en uno de los gobernantes más interesantes o en el mayor incompetente de todos los tiempos.

Civilidad: Si el tiempo avanza sin atender los problemas de la ciudad, traerá más decepción.

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