En escrito anterior, hice
alusión a la narración que es más leyenda que comprobación de hechos. Quienes opinamos,
muy pronto quisiéramos pasar de lo que se dice a lo que sucede en la realidad. Por
eso, hoy pasando de la mera palabra, a los hechos, repaso para ver la realidad.
La narración de hoy, tuvo una historia, una visión, tuvo una época, con otro
tipo de sociedad. Ahora, es otra la conciencia ciudadana.
En la cúspide de “El Morro”,
ya no están otra vez, el caballo de sangre mora con la figura del supuesto fundador
de la ciudad. Tampoco está la estación ferroviaria. Solo al pie de la colina
quedan los tejados pardo oscuros guardando las reliquias y los antiguos nombres
perdidos en el olvido. Las blancas torres y las rectas calles como lo quisieron
nuestros antecesores en tiempos reposados y discretos. Que se hicieron las
propiedades y poderes, de aquellos hombres que construyeron aquellas casas
señoriales, con escudo de armas en la fachada con todas las comodidades propias
de que gozaban los señores de la tierra y los amos del trabajo. Que fue del
linaje y nobleza, de portalones pétreos, amplios zaguanes, caballerizas, fachadas
adinteladas y de patios enclaustrados, construidos al “modo España”, con pozos
y desagüe para las aguas, con laboriosos capiteles tallados y frescura en las
sombras, para las ardientes tardes del verano pubentino ¡Solo queda el cuento!
Testigo vivo soy de la
grandeza y la importancia que supuso el estatus social en aquella época del
Popayán que se nos fue. Algunas casonas de amplios portalones y aldabones
que ya no subsisten en el marco histórico de la ciudad en deterioro; algunas
divididas entre varios locales y otras, ya desaparecidas, que hablaban de otros
tiempos.
A finales del siglo XIX,
aquellas élites aristócratas perdieron influencia y muchos marcharon a
incipientes urbes. Aunque nunca se ha ido del todo, el sabor señorial y la
historia, quedaron en esas casas, que ahora románticamente evoca la plebe del
siglo XXI.
Han transcurrido cuatro años
de haber sido derrocada la estatua de Sebastián de Belalcázar. Mañana 16 de
septiembre, sin la reinstalación del patrimonio histórico tan discutido, diseñada
por el escultor español Victorio Macho. Pero, ¿qué ha pasado? Nada…nadando como
el Alkaseltzer, pal fondo y echando burbujas. Don Sebas, continúa en los talleres de Invias,
sin definir dónde será el nuevo destino. Hoy, es más fácil guardar que poner. Seguimos
soñando con el alcalde. En tiempos lejanos, el poeta Guillermo Valencia, tuvo interés
por ubicar dos efigies recordatorias del origen de la ciudad. La figura
ecuestre de Sebastián de Belalcázar haciendo parte integral de la Plazoleta de
la iglesia de San Francisco Y la otra, en honor al Cacique Pubén colocado en
posición dominante en el Morro de Tulcán, evocando el ancestro pubenense.
Retrospectivamente, Juan
Carlos Muñoz B, de candidato, soñaba con “rescatar a Popayán”. Salió elegido mayoritariamente,
entre otros, con más aptitudes para cambiar el destino de la ciudad. Pero, en tiempos tan agitados como el actual, la
aptitud en la lentitud, es más valiosa que nunca. Y, en la necesidad de reconocer
con mayor precisión, si el alcalde cumple con todo lo prometido, podría convertirse
en uno de los gobernantes más interesantes o en el mayor incompetente de todos
los tiempos.
Civilidad: Si el tiempo avanza sin atender los
problemas de la ciudad, traerá más decepción.
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