Aquí estoy, con amor
por este terruño, recordando tiempos idos, desempolvando con nostalgia el
pasado. Escribo sobre tiempos idos, con evocaciones y recuerdos del autor. En el
Pabellón Primo Pardo, vi por primera vez la luz, llorando de felicidad por el
honor de nacer en esta venerada ciudad. Aunque
a nadie le interesa la fecha de mi nacimiento. Aquí nací y aquí quiero vivir hasta
el último día, cuando el de arriba me marque la raya de sentencia.
Cumplía mi primer
quinquenio de vida, cuando la amada Popayán empezaba a modernizar sus céntricas calles. Durante horas, observé, la
única y antigua aplanadora a vapor
reemplazaba as piedras por un
material negro y pegajoso, el asfalto. Era el tiempo, de las calles tan democráticas, que no
distinguían si sobre ellas transitaban personas, animales o ruedas. Los habitantes
de la ilustre ciudad, eran seres extraños viviendo en otro mundo. En esta Bella
Villa, parecía que no se trabajaba, se pasaba el tiempo nada más.
De la
memoria del corazón, solo vale el regalo de evocar los sueños. No es fácil dar
por sentado el lugar en el que vivimos, preguntándonos si seríamos felices
viviendo en algún otro lugar. Ciertamente no estaríamos mejor en otro lugar,
simplemente porque nos estamos perdiendo de todas las buenas cosas que Popayán
tiene para ofrecer.
Caminando
la vieja ciudad colonial, descorriendo velos, accediendo a la historia de su
arquitectura secular y sintiendo al mismo tiempo los episodios que la
vincularon con lo mejor de la historia de nuestra patria, podría afirmarse que no hay
capítulo donde no pueda desprenderse una mención evocadora de esta noble
ciudad. Extraigan ustedes amables lectores sus propias conclusiones, si saben
lo que significa Popayán y contribuyan a mantener la vigencia de valores
esenciales para nuestra identidad nacional.
Siempre acostumbro, en homenaje
al mejor vividero del mundo, escribir en reconocimiento y gratitud, por el
altísimo honor que supone haber nacido, crecido y estudiado en el rumoroso
recinto universitario del Cauca.
¡En las batallas solo
sobreviven los generales! Qué sería de los conquistadores sin los conquistados.
En esta ciudad, subsiste el tesoro de las cenizas de hombres que fueron grandes
figuras como símbolo integral de libertad. Ahí está Torres, “el espíritu de
nuestra emancipación”. Y, José María Obando, gallardo enigmático, triste. Recio
eslabón entre dos cimeras castas; fue su destino, contradictorio pero
brillante. Sin ignorar su duro adversario, el Gran General don Tomás Cipriano
de Mosquera, quien fue grande y supo saborear su grandeza y, “como su pupila
estaba para lo enhiesto y dilatado, todo lo concebía con el sentido de la
magnitud. Amó a Colombia en celoso delirio y a su Libertador, con domada
soberbia y altivez rendida”. Sin olvidar en esta procesión gloriosa, al
General, José Hilario López, con su meritísima ascensión de guerrero de simple
soldado a general, dentro de la magna guerra que con eterno esplendor abolió la
esclavitud de esta adolorida patria.
Hasta aquí un sucinto
elogio, faltando espacio para nombrar la interminable y noble fila de las
fuerzas que lucharon contra la conspiración del hombre, el tiempo, la
ingratitud, la desidia, el olvido y la existencia ideal de nuestros
recuerdos.
Ahora acudo a mi frágil
memoria que es como el mal amigo; que cuando más falta te hace, te falla. En mi
infancia, desde una colina vi pasar el tren. Era un gran acontecimiento que
ocurría apenas se ocultaba el sol y lo primero que se percibía era el lamento
largo y lejano de la locomotora. Revivo esos momentos
tan especiales de mi infancia que, descubro en estas palabras que evocan
recuerdos y emociones únicas. Lo esencial no era el tren, ni mis juguetes: la
cometa, ni el balero, ni las canicas, sino con quien mantenía el diálogo, en
contemplación de los prodigios siderales.
Civilidad. Cuando
se vive con intensidad en la niñez, en la adultez se honra ser miembro de la
sociedad.
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