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sábado, 13 de julio de 2024

El mejor vividero del mundo

 



Aquí estoy, con amor por este terruño, recordando tiempos idos, desempolvando con nostalgia el pasado. Escribo sobre tiempos idos, con evocaciones y recuerdos del autor. En el Pabellón Primo Pardo, vi por primera vez la luz, llorando de felicidad por el honor de nacer en esta venerada ciudad.  Aunque a nadie le interesa la fecha de mi nacimiento. Aquí nací y aquí quiero vivir hasta el último día, cuando el de arriba me marque la raya de sentencia.

Cumplía mi primer quinquenio de vida, cuando la amada Popayán empezaba a modernizar sus céntricas calles. Durante horas, observé, la única y antigua aplanadora a vapor reemplazaba as piedras por un material negro y pegajoso, el asfalto. Era el tiempo, de las calles tan democráticas, que no distinguían si sobre ellas transitaban personas, animales o ruedas. Los habitantes de la ilustre ciudad, eran seres extraños viviendo en otro mundo. En esta Bella Villa, parecía que no se trabajaba, se pasaba el tiempo nada más. 

De la memoria del corazón, solo vale el regalo de evocar los sueños. No es fácil dar por sentado el lugar en el que vivimos, preguntándonos si seríamos felices viviendo en algún otro lugar. Ciertamente no estaríamos mejor en otro lugar, simplemente porque nos estamos perdiendo de todas las buenas cosas que Popayán tiene para ofrecer.

Caminando la vieja ciudad colonial, descorriendo velos, accediendo a la historia de su arquitectura secular y sintiendo al mismo tiempo los episodios que la vincularon con lo mejor de la historia de nuestra patria, podría afirmarse que no hay capítulo donde no pueda desprenderse una mención evocadora de esta noble ciudad. Extraigan ustedes amables lectores sus propias conclusiones, si saben lo que significa Popayán y contribuyan a mantener la vigencia de valores esenciales para nuestra identidad nacional.  

Siempre acostumbro, en homenaje al mejor vividero del mundo, escribir en reconocimiento y gratitud, por el altísimo honor que supone haber nacido, crecido y estudiado en el rumoroso recinto universitario del Cauca.   

¡En las batallas solo sobreviven los generales! Qué sería de los conquistadores sin los conquistados. En esta ciudad, subsiste el tesoro de las cenizas de hombres que fueron grandes figuras como símbolo integral de libertad. Ahí está Torres, “el espíritu de nuestra emancipación”. Y, José María Obando, gallardo enigmático, triste. Recio eslabón entre dos cimeras castas; fue su destino, contradictorio pero brillante. Sin ignorar su duro adversario, el Gran General don Tomás Cipriano de Mosquera, quien fue grande y supo saborear su grandeza y, “como su pupila estaba para lo enhiesto y dilatado, todo lo concebía con el sentido de la magnitud. Amó a Colombia en celoso delirio y a su Libertador, con domada soberbia y altivez rendida”. Sin olvidar en esta procesión gloriosa, al General, José Hilario López, con su meritísima ascensión de guerrero de simple soldado a general, dentro de la magna guerra que con eterno esplendor abolió la esclavitud de esta adolorida patria.

Hasta aquí un sucinto elogio, faltando espacio para nombrar la interminable y noble fila de las fuerzas que lucharon contra la conspiración del hombre, el tiempo, la ingratitud, la desidia, el olvido y la existencia ideal de nuestros recuerdos. 

Ahora acudo a mi frágil memoria que es como el mal amigo; que cuando más falta te hace, te falla. En mi infancia, desde una colina vi pasar el tren. Era un gran acontecimiento que ocurría apenas se ocultaba el sol y lo primero que se percibía era el lamento largo y lejano de la locomotora. Revivo esos momentos tan especiales de mi infancia que, descubro en estas palabras que evocan recuerdos y emociones únicas. Lo esencial no era el tren, ni mis juguetes: la cometa, ni el balero, ni las canicas, sino con quien mantenía el diálogo, en contemplación de los prodigios siderales.

Civilidad. Cuando se vive con intensidad en la niñez, en la adultez se honra ser miembro de la sociedad.

 

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